19

 

 

—Hallie —dijo Braden cuando la vio entrar en la cocina. Se había duchado, lavado el pelo y llevaba una de las sudaderas de Jamie... que le quedaba enorme—. Empezaba a pensar que eras producto de un sueño.

—No, soy muy real. ¿Quieres café? También hay muffins en la mesa.

—Pues tengo bastante hambre, pero no veo los muffins.

Hallie apartó la vista de la cafetera y vio que la cesta había desaparecido. Miró debajo de la mesa, pero tampoco estaba allí.

—¿El viento se los ha llevado? —preguntó él.

—Algo parecido. ¿Y una tostada? —Tuvo que volverse para que Braden no la viera ruborizarse. Seguro que cuando Jamie la tiró encima de la mesa, la cesta salió volando.

—Hallie, estás estupenda. ¿Has perdido peso?

—Eso creo, pero no sé cómo. Hay un hostal aquí al lado y la madre de la dueña nos trae unos festines increíbles con galletas y dulces, y nos lo comemos todo.

—¿Ese plural se refiere a tu paciente y a ti? ¿Es el tío grandullón que acabo de conocer? ¿El de las muletas?

—Sí, ese es Jamie. Fue el que te metió en la cama anoche.

—Tengo que darle las gracias.

Hallie le dejó delante un plato con una tostada untada de mantequilla.

—Llevas un anillo muy interesante —comentó Braden.

Hallie se dio un tironcito, pero el anillo no salió.

—Lo siento. No he conseguido quitármelo. Jamie también lo ha intentado, pero sin suerte. —Le sirvió una taza de café—. Si hoy no pruebo la sal, seguro que puedo quitármelo.

—Creo que te queda bien. Esto... por casualidad... no te pediría que te casaras conmigo, ¿verdad?

Hallie sonrió mientras cascaba los huevos y los echaba en un cuenco.

—Me temo que lo hiciste, pero no voy a obligarte a cumplir tus palabras.

Braden no replicó hasta que Hallie le ofreció un plato con huevos revueltos y jamón, y se sentó en frente de él con una taza de café.

—Tomé el ferry lento que viene a la isla, el que permite traer el coche —explicó Braden—. Quería tener tiempo para pensar.

—¿En serio? —Hallie bebió un poco de café—. ¿Sobre tu relación con Zara? ¿Sobre tu trabajo? —No pensaba recordarle que la noche anterior le había dicho que el socio de su bufete le había recomendado que se casara y tuviera hijos.

—Ninguna de las dos cosas. Estaba pensando en ese viejo refrán que dice lo de tropezar dos veces con la misma piedra y tal. Eso es lo que hago yo. Me enamoro de mujeres despampanantes a las que solo les importa mi sueldo. No les importo yo, sino lo que pueden conseguir a mi costa. En cuanto encuentran a alguien que parece escalar más rápido, me dan la patada y me dejan tirado, como una serpiente que mude de piel.

—Bonita metáfora.

—¿Te sorprendo? Supongo que como siempre te he visto como a una niña, lo normal es que modere mis palabras. Pero ya no me lo pareces. Estás buenísima.

Hallie se echó a reír.

—Gracias.

—El asunto es que me he pasado el trayecto en ferry pensando en nosotros. Me gustaría que nos conociéramos mejor... pero de otra manera. ¿Crees que es posible?

Lo que Braden estaba diciendo era maravilloso, un sueño hecho realidad. Pero, al mismo tiempo, algo la inquietaba, aunque no sabía muy bien de qué se trataba. Tal vez fuera la palabra «despampanante». Había dicho que solían gustarle las mujeres «despampanantes», pero en ese momento quería probar algo distinto... y ese algo parecía referirse a ella. Era como si estuviera convencido de que ella no le daría la patada.

—¿Sabías que fui yo quien sacó ese sobre del maletero de tu coche? —preguntó Braden.

Hallie estaba tan sumida en sus pensamientos que al principio no sabía a qué se refería. Pero después puso los ojos como platos. Si el sobre con los documentos que tenía que llevarle a su jefe hubiera estado en el maletero, donde los dejó, no habría tenido que volver a su casa para buscarlos. De no haber vuelto, no se habría enterado de que Shelly intentaba robarle la casa que le habían dejado a ella en herencia.

—Sabía que Shelly estaba tramando algo —siguió Braden—. Le pidió prestado a mi madre un juego de té muy elegante. No me imaginaba a un novio de Shelly bebiendo té en una tacita de porcelana. Supuse que debías enterarte de lo que pasaba, de modo que crucé la calle a la carrera y saqué lo que parecía un sobre importante de tu coche, y luego lo dejé en tu puerta. Estuve observando hasta que Shelly lo recogió.

—¿Por qué no me dijiste sin más lo que sospechabas?

Braden meneó la cabeza.

—Hallie, cariño, de haberte dicho que Shelly estaba tramando algo, no habrías vuelto a casa hasta después de medianoche. Tu padre y tú siempre habéis huido de Shelly. Tú sigues haciéndolo.

Era la primera noticia que Hallie tenía.

—¿De verdad lo hago? Siempre he creído que me enfrentaba a ella.

—Supongo que lo haces a veces. —No la miró a los ojos—. Ahora que he experimentado en primera persona sus jugarretas egoístas, comprendo mejor lo que has pasado. —Braden extendió un brazo por encima de la mesa y le tomó una mano—. Ojalá te hubiera ayudado más cuando eras pequeña.

—No podrías haber hecho nada, y me ayudaste mucho. —Sonrió—. Recuerda que de no ser por ti, no habría ido a la universidad. Y ahora te debo todo esto. —Hizo un gesto para abarcar la casa. «Y no habría conocido a Jamie», pensó, pero no lo dijo en voz alta. Apartó la mano de la de Braden—. Voy a asistir a una boda que empieza en hora y media. Puedes quedarte aquí o acompañarme. ¿Te has traído ropa elegante?

—Soy abogado, claro que me he traído trajes. Pero no tengo ni idea de dónde están.

—Voy a buscarlos —dijo, pero Braden la agarró del brazo.

—Hallie, estoy diciéndolo todo mal, pero quiero que pienses en nosotros. Podríamos tener una buena vida juntos. No he pensado en otra cosa durante los últimos días y creo que podría funcionar. Ya formas parte de mi familia.

—Braden, es todo demasiado repentino e inesperado. No sé qué decir.

—Lo sé, y es culpa mía. Debería haber tenido el sentido común de ver lo que tenía delante de las narices. Pero no fue así. ¿Me prometes que lo pensarás? Podemos hablar después. No me iré hasta que lo hagamos.

—De acuerdo —dijo ella—. Te lo prometo. Pero tengo que arreglarme.

—Claro. Estoy impaciente por pasar tiempo con tu nuevo yo. Creo que podríamos llegar a algo.

Parecía estar negociando un contrato. Lo miró con una sonrisilla y salió a toda prisa de la habitación. En ese preciso momento, no podía pensar en lo que Braden le había dicho. Solo pensaba en ver a Jamie. Su discusión la había alterado. ¿Qué sentía él?

Subió la escalera, pero Jamie no estaba en la planta alta. Habían hecho la cama y la enorme bolsa de cuero para trajes estaba encima. Sin necesidad de que alguien se lo dijera, supo que era de Braden. Casi podía oírlo decir que esa bolsa era típica de un abogado que estaba subiendo en el escalafón. Braden siempre le había dado mucha importancia a su imagen.

Jamie no estaba en la planta alta. Parecía que se había marchado a la boda sin ella. Antes que ella, se corrigió. No podía culparlo por querer pasar tiempo con su familia.

Solo cuando volvió a su dormitorio y abrió el armario, vio el vestido. No era un vestido cualquiera, era El Vestido. Solo había visto prendas así en las estrellas de cine. Era corto, con un escote redondo, sin mangas, muy sencillo. Pero de sencillo no tenía nada. Estaba confeccionado con un encaje de color rosa claro muy raro, una mezcla de croché con bordado, todo bajo una capa finísima de tul.

Hallie había dicho que no quería ponerse un vestido de la familia de Jamie, pero eso fue antes de ver ese vestido. Sin necesidad de probárselo, supo que le quedaría bien. No habría entrado en él antes de llegar a Nantucket (demasiados donuts a medianoche y poco ejercicio), pero en ese momento sí entraría.

En el suelo, había un par de zapatos de tacón de color crema con un adorno de pedrería en la punta. En el interior se podía leer MANOLO BLAHNIK.

Durante un segundo, Hallie sopesó la idea de desechar el conjunto. Había comprado un vestido azul marino más que respetable para la boda.

Pero después vio la etiqueta del vestido que lo identificaba como un Dolce & Gabbana y se decidió.

Bajó corriendo para decirle a Braden dónde estaba su equipaje y que se iba a vestir.

—Te veo dentro una hora —le gritó mientras regresaba a la planta alta. Entró en el cuarto de baño, se peleó con las tenacillas y consiguió recogerse el pelo en la coronilla. Alrededor de la cara le caían unos mechones, enmarcándosela.

Si algo había aprendido viviendo con Shelly era a maquillarse. Tenía una paleta de sombras bien grande y usó todos los tonos tierra. El colorete siguió a la base de maquillaje y después se delineó el contorno de los labios.

Cuando acabó de peinarse y de maquillarse, volvió al dormitorio y se desnudó por completo. Se alegró de tener un conjunto de ropa interior blanco monísimo.

El vestido le sentaba tan bien como parecía. Tenía un forro de un tejido sedoso que se deslizó por su piel. Y le quedaba como un guante... al igual que los zapatos. Vio una cartera de mano adornada con pedrería en un estante y se apresuró a meter en ella las llaves, la tarjeta de crédito, un poco de efectivo y una barra de labios.

Casi temía mirarse al espejo. Cuando lo hizo, descubrió a una persona distinta de la que solía devolverle la mirada. Braden tenía razón. Algo había cambiado en su interior.

Alguien llamó a la puerta de su dormitorio y lo primero que pensó fue: ¡Jamie!

Sin embargo, se encontró a Braden al otro lado, ataviado con un traje oscuro. Tuvo la gran satisfacción de verlo quedarse sin aliento, y también parecía incapaz de articular palabra.

Hallie dio una vuelta completa.

—¿Qué tal estoy?

—Estás... —Braden solo atinaba a mirarla boquiabierto—. Estás deslumbrante —dijo al fin—. ¿Seguro que eres la niñita con las rodillas desolladas que vivía al otro lado de la calle?

—La misma que viste y calza. —Ah, pero ¡qué bien sentaba que un hombre la mirase como lo estaba haciendo Braden! Era una clase de poder que nunca antes había sentido. Los hombres solían decirle: «Hallie, ¿sabes si tu padre puede prestarme un martillo?»

Pero en ese preciso instante, Braden la miraba tal como los hombres miraban a Shelly. «¿Quieres que te traiga algo?», le preguntaban a su hermanastra. O tal vez «¿Puedo hacer algo por ti?».

—¿Nos vamos? —preguntó Hallie, con un deje muy comedido.

—Será un honor acompañarte —contestó Braden, que le ofreció el brazo.

 

 

La acera delante de la iglesia estaba abarrotada de personas, todas muy bien vestidas.

De repente, Braden se detuvo y la pegó a él.

—Hallie, ese de ahí es Kane Taggert, y a su lado está su hermano, Michael. Y el hombre de la izquierda es Adam Montgomery.

—¿De verdad? Seguro que es el padre de Adam. Tengo que ir a presentarme. —Hizo ademán de dar un paso, pero Braden no se movió.

—Hallie, parece que no te das cuenta de quiénes son estas personas. Son dueños de empresas. De empresas muy gordas. Llevamos años intentando que los Montgomery-Taggert se pasen a nuestro bufete. Si consiguiéramos controlar un uno por ciento de sus negocios, sería un bombazo. Si yo lo consiguiera, podría ganarme la entrada por la puerta grande.

Hallie se dio cuenta de lo que estaba diciendo.

—Preferiría que no hablaras de negocios hoy. Son personas muy agradables, no clientes potenciales. —Cuando miró a Braden, vio que tenía los ojos como velados—. Allí está el tío Kit. Tengo que hablar con él. ¿Por qué no...? —Kit ya se estaba alejando—. Te veo dentro —le dijo a Braden antes de dejarlo para correr hacia la iglesia.

—Hallie, cariño, estás preciosa —dijo Kit.

—Gracias. Tengo que pedirte un favor.

—Lo que sea. —Empezaron a subir los escalones de la iglesia.

—¿Podrías buscar a Raine y pedirle que se quede hoy con Jamie? Jamie está de mal humor y me temo que el ruido pueda causarle problemas.

—¿Y crees que nuestro joven y fuerte Raine puede sacar a Jamie de aquí antes de que se ponga en evidencia?

—Sí —contestó, agradecida al ver que la comprendía.

—Eres muy amable, sobre todo porque supongo que el mal humor de Jamie está causado por ese impresionante anillo que llevas puesto.

Hallie levantó la mano.

—Es espantoso, ¿a que sí? Pero no es mío y tampoco puedo quitármelo.

—La pregunta es cómo llegó a tu dedo.

—Acepté una proposición de matrimonio, pero no era real. —Señaló con la cabeza a Braden, que mantenía una apasionada conversación con el padre de Jamie... quien a su vez fruncía el ceño—. Ay, no, tengo que rescatar a Braden antes de que un Taggert lo pisotee.

Kit se echó a reír.

—Supongo que es tu prometido. Lo que me gustaría saber es por qué no se lo pides tú a Raine. ¿Ha pasado algo entre vosotros dos?

La sonrisa de Hallie desapareció.

—Dejémoslo en que alguien cree que soy demasiado cariñosa con Raine.

—Por supuesto, ese alguien es Todd. Tienes unos cuantos problemas, ¿no?

—Sí —contestó.

Kit se colocó su mano en el brazo.

—¿Por qué no te sientas conmigo? Me aseguraré de que alguien cuide del joven James y haré todo lo que esté en mi mano para que nadie agarre a tu prometido del cuello y lo eche a la calle.

—Gracias —repuso Hallie, y lo decía de corazón.

En cuanto estuvieron dentro de la preciosa y antigua iglesia, Kit se alejó un momento para hablar con un hombre mayor que Hallie no había visto antes.

—Ya está todo solucionado —le aseguró cuando regresó a su lado—. Y ahora podemos disfrutar de la bonita boda de Jilly.

Kit la condujo a un banco en la tercera fila. Él se sentó junto al pasillo, con Hallie al lado. La iglesia estaba llena de rosas en tonos pastel: crema, rosa y amarillo. Había altos jarrones con más rosas junto al altar, y todas esas flores hacían que la iglesia oliera de maravilla.

Braden se sentó en el banco junto a ella.

—Los he conocido a los tres —anunció entre dientes mientras fingía leer el programa de la boda—. No creo que vayan a pasar sus negocios a mi bufete, al menos no de momento. Pero ya he hecho el primero contacto. —Se volvió para mirarla—. Hallie, no tenía ni idea de que conocías a esta gente.

A Hallie le costó mucho no mirar a Braden con el ceño fruncido.

A medida que fueron llegando los invitados, saludó a todos los que conocía. Lainey y Paige le dijeron que el vestido le sentaba de maravilla. Adam le pidió que le reservase un baile. Ian le dijo que quería presentársela a sus padres. Raine la miró y la saludó con un breve gesto de cabeza, indicándole que había recibido el mensaje, pero no le dirigió la palabra.

En dos ocasiones, Hallie se volvió para ver si Jamie había llegado, pero no estaba. Kit le dio unas palmaditas en la mano.

—Jamie se va a quedar fuera hasta que todo el mundo se haya sentado. Está bien cuidado, así que deja de preocuparte.

Hallie jugueteó con el anillo y se dio unos tironcitos, pero no se movió. A su lado, Braden no dejaba de volverse para mirar a los invitados.

—¿Me permites? —le preguntó Kit al tiempo que le levantaba la mano izquierda a Hallie. Le examinó el dedo y se lo masajeó un poco. Le dio un tirón al anillo, pero no se movió—. Si creyera en estas cosas, diría que está embrujado.

—Yo también lo creo —repuso Hallie—. Pero no entiendo el motivo. ¿Se supone que tengo que casarme con Braden? —Miró al susodicho, que estaba medio vuelto, observando cómo Kane y Cale recorrían el pasillo en busca de sus asientos.

Kit se inclinó hacia ella.

—Se dice en la familia que llevas enamorada de este joven desde que eras una niña.

—Seguro que el rumor ha partido de Todd. Me gustaría... —Apretó los dientes, incapaz de continuar.

—¿Quieres que te dé clases de boxeo? —le preguntó Kit con un deje guasón.

—Sí, por favor —respondió Hallie—. Me gustaría ser lo bastante fuerte para... En fin. ¿Qué puedes contarme? ¿Has investigado más?

Kit se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó la tarjeta que habían encontrado detrás de la vitrina, la que decía «Encuéntralos» con la misma caligrafía antigua que ella había visto en el sobre.

—La única pregunta que queda por responder es a quién tengo que encontrar —dijo Kit.

Cuando empezó a sonar la música, Kit se guardó la tarjeta en el bolsillo y Hallie se enderezó en el banco.

Braden se volvió hacia el frente.

—¿Quién es el hombre mayor que tienes al lado? —le preguntó a Hallie en un susurro.

—Es el hombre en el que Ian Fleming basó su James Bond y es capaz de matar con un solo golpe, así que compórtate.

Braden se quedó de piedra al escucharla.

—¿Quién eres? —La miraba como si nunca la hubiera visto.

—Creo que está saliendo a la luz mi verdadero yo —respondió Hallie, que clavó la vista al frente, donde una mujer comenzaba a cantar.

Se produjo un breve silencio cuando terminó el solo, antes de que empezara el coro. Un hombre alto, de pelo castaño y ojos azules, se detuvo junto al banco.

—¿Eres Hallie? —preguntó en voz baja—. Solo quería presentarme. Soy...

—Leland —dijo ella—. Te pareces a mi padre. Por favor, siéntate con nosotros. —Le hizo un gesto a Braden para que dejara espacio, pero él protestó—. Leland es mi primo —le explicó Hallie, y Braden se movió a regañadientes para que Leland pudiera sentarse junto a ella. Hallie no podía apartar la vista de su cara.

—Y tú te pareces a la hermana de mi padre —señaló Leland. Se fijó en el anillo que llevaba al dado—. Estás comprometida.

—Hala. Más familia. Pero no, no estoy comprometida —repuso Hallie.

—Sí que lo está —la corrigió Braden desde el otro lado de su primo.

Leland miró a Kit por encima de la cabeza de Hallie.

—Nuestra Hallie es una chica muy popular —terció Kit.

La música comenzó a sonar de nuevo y no pudieron seguir hablando.

Minutos después, el novio y Jared salieron de la sacristía para colocarse junto al altar. Mientras Jared miraba a la multitud, le regaló una sonrisa a Hallie.

Braden se inclinó sobre Leland.

—¿También conoces al famoso arquitecto? ¿Quién será el siguiente? ¿El presidente?

—Chitón —lo reprendió Hallie, que apoyó la espalda en el banco.

Leland la miraba con expresión interrogante, pero Hallie se limitó a encogerse de hombros. Kit tenía un brillo risueño en los ojos.

Cuando empezó a sonar la música que anunciaba la llegada de la novia, todos se pusieron de pie. El vestido de Jilly era sencillísimo: de escote alto y manga larga. Pero la tela estaba adornada con hileras de diminutas lentejuelas plateadas. Según iba pasando, los invitados jadeaban al descubrir la espalda del vestido. La llevaba cubierta por un tul casi invisible que resaltaba la preciosa espalda de Jilly y el escote le llegaba por debajo de la base de la espalda.

—¡Eso sí que es un vestido! —exclamó Hallie.

Kit sonrió.

—Nuestra Jilly siempre ha sido un poco osada.

—Cuando me... —Hallie dejó la frase en el aire. Estaba segura de que si mencionaba el matrimonio, Braden haría algún comentario. ¿Qué leches le pasaba? Todo lo que había soñado a lo largo de su vida se estaba haciendo realidad, pero lo que sentía era una tremenda tristeza.

No podía evitarlo, así que miró una vez más hacia la parte posterior de la iglesia. Sentado en el último banco, en el lado del pasillo, estaba Jamie acompañado por Raine. La miraba fijamente, con el ceño fruncido, pero Hallie le sonrió, contenta al verlo a salvo. De repente, la sensación de que algo faltaba desapareció.

Se volvió hacia delante y miró a Leland. Cuando su primo le sonrió, se sintió bien. Eran familia. A su alrededor, estaban los parientes de Jamie, pero ese hombre, Leland Hartley, estaba emparentado con ella.

Él pareció darse cuenta de lo que estaba pensando. Leland metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó algo. Era una vieja fotografía, de principios del siglo xx, en la que se veía a una mujer muy guapa disfrazada con un vestido de cuello alto de encaje. Parecía un vestido de la época de Isabel I. Al pie se podía leer Emmeline Wells.

—Tu bisabuela —susurró Leland.

Si el párroco no hubiera empezado a hablar, Hallie lo habría bombardeado a preguntas. Sin embargo, se tuvo que conformar con apretar con fuerza la foto entre las manos. Jamás había tenido noticias de la familia de su padre y solo conoció a sus abuelos maternos. Ver de repente que tenía otro lugar en el mundo la conmovió profundamente.

—Es casi tan guapa como tú —susurró Kit, y le arrancó una sonrisa a Hallie.

Después de eso, se concentró en la preciosa ceremonia.

 

 

—¿Cómo vas? —le preguntó Raine a Jamie cuando se sentó a su lado ya en la carpa, en una silla situada contra la lona.

Después de la ceremonia, los invitados se habían trasladado a una propiedad de los Kingsley, donde la hija del flamante marido de Jilly había diseñado una preciosa capilla. Jilly quiso casarse en ella, pero no tenía capacidad para albergar ni a la mitad de su extensa familia. De modo que decidió casarse en la iglesia y celebrar el banquete junto a la capilla.

—Genial —contestó Jamie, con la pierna extendida hacia delante y las muletas en una mano, como si estuviera a punto de irse—. La mujer a la que quiero lleva el anillo de compromiso de otro hombre y está bailando con todos los invitados.

—Interesante descripción la tuya —comentó Raine—. ¿Le has dicho cómo te sientes?

—Hallie es tan amable que seguramente se casaría conmigo por lástima.

—Me parece que te equivocas —señaló Raine—. Hallie tiene ideas firmes y no hace lo que no quiere. Se niega a bailar conmigo.

Jamie resopló.

—Le van más los delgaduchos. Todos los Montgomery han bailado con ella.

—Al igual que los Taggert —apostilló Raine—. Pero conmigo se niega. Creía que estábamos trabando amistad, pero hoy ni me mira. Quería decirle que el secreto ya ha salido a la luz, pero se marchó antes de poder decírselo.

—¿Qué secreto?

—La tía Jilly está embarazada. Todas las mujeres lo sabían, pero los hombres no.

—Yo lo sabía —replicó Jamie.

—Vale, pero tú no cuentas.

—Todd me dijo que teníais un secreto, pero no le quisiste decir de qué se trataba.

—Ya conoces a Todd. De haberse enterado, habría buscado a la tía Jilly y le habría preguntado si se estaba tomando las vitaminas adecuadas. Jilly quería contárselo primero a Ken. Da igual. ¿Has conocido al primo de Hallie?

—Me lo ha presentado. Parece un tío bastante decente y está haciendo muy feliz a Hallie, así que bien.

—Pero ¿qué me dices del otro tío? Del amor de juventud.

Jamie miró a su primo con expresión furiosa.

—¡No lo es! Solo es...

—¿El qué? —preguntó Raine—. El anillo que lleva Hallie me parece bastante real. ¿Sabías que iba en serio con este tío?

—¡No! —exclamó Jamie en voz tan alta que la gente se volvió para mirarlo con preocupación—. Tengo que salir de aquí antes de que todos empiecen a susurrar por temor a molestar al soldado herido. —Se puso en pie con ayuda de las muletas.

—Yo conduzco —dijo Raine.

—¡Puedo conducir! Soy capaz de cuidarme solo.

—No vas a conducir cabreado como estás. —Como Jamie parecía a punto de protestar, Raine añadió—: Detestaría tener que darte un puñetazo y cargarte al hombro.

—Inténtalo. —Jamie lo dijo con un deje tan desafiante que Raine se echó a reír.

Tres niños pasaron corriendo a su lado y uno de ellos casi le tiró las muletas al suelo. Raine le quitó una bolsa a uno de los niños, que siguieron corriendo.

—Cómete un caramelo —sugirió Raine al tiempo que le ofrecía la bolsa—. A lo mejor te endulza el carácter.

Jamie sabía que se estaba comportando como un tonto. Metió la mano en la bolsa, sacó un puñado de M&M’s morados con diminutas imágenes de los novios y se los metió en la boca.

—Vale, tú conduces.

—Buena decisión —dijo Raine, y en cuestión de minutos ya estaban en casa de Hallie.

El silencio le pareció maravilloso a Jamie, que se sentó a la mesa de la cocina mientras Raine buscaba comida en el frigorífico para preparar unos sándwiches. Raine sacó botes y bolsas que colocó en la mesa y le dio un cuchillo y algunos platos a Jamie para que pudiera prepararlos.

—A lo mejor he pasado demasiado tiempo con la tía Cale, pero lo de Hallie es un poco misterioso —dijo Raine—. ¿Qué ha pasado para que le caiga bien un día y al siguiente ni siquiera me mire?

—No lo sé. Yo les dejo los misterios a mi madre y a Todd —contestó Jamie.

—Por cierto, ¿dónde está tu hermano?

—Le pidieron que volviese al trabajo por un caso. Se fue esta mañana temprano.

Raine sirvió un poco de ensalada de col en los platos.

—Así que tengo que resolver el misterio yo solo. A lo mejor Hallie se ha hartado de nuestra familia y quiere poner distancia de por medio. ¿Te acuerdas de la última novia de Adam? Dijo que estar con nuestra familia era como vivir en mitad de un equipo deportivo. No quería relacionarse con nosotros. A lo mejor Hallie está empezando la ruptura conmigo.

Jamie puso unos pepinillos sobre varias lonchas de pavo.

—Todd cree que a Hallie le gusta más nuestra familia que yo. Cree que Hallie está tan desesperada por tener una familia propia que aceptaría a cualquiera de nosotros por tenernos a todos.

—¿Qué más cree Todd? —preguntó Raine, con una ceja enarcada.

—Le preocupa que me guste pero que yo a ella no... salvo como paciente.

—Creo que tu hermano tiene mucho rollo —dijo Raine mientras cortaba un tomate—. Cuando Todd te contó todo esto sobre Hallie, ¿mencionó algo sobre mí?

—Sí. Dijo que estabais tan acaramelados durante la boda de Graydon que le entraron ganas de tiraros un cubo de agua encima, y también que compartíais un secreto. Supongo que era lo de la tía Jilly.

—Pues ya sé por qué Hallie se niega a bailar conmigo.

Jamie miró a su primo.

—Pero eso querría decir que sabe lo que dijo Todd. No creerás que se lo han contado las Damas del Té, ¿verdad?

—¿Que se lo han contado unos fantasmas? —preguntó Raine—. ¡Llevas demasiado tiempo aquí! Creo que Hallie escuchó cómo el imbécil de tu hermano se iba de la lengua. ¿Dónde estabais cuando lo hizo?

Jamie abrió los ojos como platos.

—¡La ropa! —exclamó antes de coger las muletas y entrar en la despensa. La ropa que Hallie le había comprado (su madre le había contado toda la historia) seguía en el sofá.

Raine le estaba ofreciendo algo.

—Lo he encontrado junto a la puerta de la cocina. —Eran las llaves de la casa de Hallie y también las del coche que Jared le había prestado. El llavero tenía una chapita colgada que ponía 1776 y la palabra Boston.

Jamie se dejó caer en el sofá.

—Lo escuchó todo. Seguro que escuchó todo lo que dijo Todd.

Raine cogió una pila de jerséis y los dejó en un extremo del sofá para poder sentarse junto a Jamie.

—Mal asunto. Alguien tiene que decirle a Hallie la verdad. Personalmente, creo que Todd debería disculparse. En cuanto a mí, voy a decirle que... ¿Adónde vas?

Al ver que Jamie no contestaba, Raine lo siguió a la cocina.

—Creo que se me escapa algo. Llevas todo el día cabreadísimo, más tieso que un palo, y ahora sonríes. ¿Por qué?

—Creía que Hallie mantenía las distancias porque... —Inspiró hondo y miró a los ojos a su primo, que se percató de su alivio—. Porque estaba diciéndome que no quería a un tarado como yo. Que no le apetecía lidiar con un hombre que a veces no sabe ni dónde está. Pero el problema no es ese.

—¿Y cuál es? —quiso saber Raine.

—Que está enfadada conmigo. Una rabieta de chica normal y corriente. Escuchó que mi hermano decía algo malo de ella y está cabreada. Está furiosa conmigo. —Meneó la cabeza, asombrado—. Es algo normal. Puedo arreglar algo normal.

—¿En serio? —preguntó Raine—. ¿Y cómo piensas hacerlo?

—Si no te falla la memoria, sabrás que las mujeres se me daban fenomenal. Voy a demostrarle lo que siento por ella.

Raine cogió su sándwich y le dio un bocado.

—Ojalá que el pedrusco que lleva en la mano no te deje más cicatrices.

Jamie bebió un sorbo de su refresco, directamente de la lata.

—Ojalá que no. A lo mejor primero tengo que aclarar unas cuantas cosas con Braden el Avaricioso. Mi padre se ha cabreado tanto con ese tío esta mañana que de no ser por Hallie, lo habría tirado del embarcadero. —Jamie se dirigió a la puerta—. Siento un deseo abrumador de comer tarta nupcial. ¿Qué tal si volvemos a la boda y le decimos a la tía Jilly que le deseamos toda la felicidad del mundo?

Raine se levantó, con el sándwich en una mano y la bebida en la otra.

—Solo si conduces tú.

—No puedo... —Jamie dejó la frase en el aire—. Claro. ¿Por qué no?

Con una sonrisa, Raine salió de la casa en pos de su primo.