21
Jamie se encontraba en el gimnasio y le costaba concentrarse. Estaba tan cabreado que tenía que decirse constantemente que no debía tirar las pesas por los aires. Llevaba grabados a fuego en la cabeza los años que había pasado entrenándose con su padre y su tío. «El método lo es todo», decía su tío Mike. «Si haces un mal movimiento, puedes lesionarte los músculos.»
El motivo de que le costase tanto concentrarse en ese momento era que, en cuestión de minutos, iba a reunirse con el «novio» de Hallie para tener una «conversación». Eso era lo que había dicho durante el desayuno.
Hallie tenía mucha prisa por reencontrarse con su recién descubierto primo y por despedirse de algunos de los miembros mayores de su familia. Braden, que estaba sentado en silencio en la mesa, se había desentendido del compromiso. Adujo que tenía una resaca espantosa y no le apetecía ir a ninguna parte. Solo quería quedarse en la casa.
Jamie estaba en el fregadero cuando Braden se le acercó por detrás, algo que sin duda lo ponía nervioso, y le dijo que quería tener una «conversación» privada con él.
—¿Alrededor de las diez? Y, por favor, no le digas nada a Hallie. Esto es cosa de hombres.
Jamie solo atinó a asentir con la cabeza. Durante el desayuno, y mientras aparecían varios primos para llevarse a Hallie, no dejó de pensar en la inminente cita. ¿Ese tío iba a pedirle ayuda para quedarse con Hallie? ¿Intentaría aprovecharse de sus sentimientos para que se compadeciera de él de la misma manera que se compadecía Hallie?
Cuando la casa se quedó vacía, Jamie se fue al gimnasio en un intento por liberar parte de la tensión que se estaba acumulando en su interior. Sin embargo, se pasó todo el rato mirando el reloj, temiendo lo que se avecinaba, pero también deseando quitárselo de encima. Quisiera lo que quisiese, tenía claro que él haría lo mejor para Hallie.
A las diez menos cinco, Braden apareció en la puerta. Llevaba ropa limpia y bien planchada, mientras que la ropa deportiva de Jamie estaba empapada de sudor.
—Termina sin problemas —le dijo Braden—. Puedo esperar.
Jamie soltó las dos mancuernas de veinticinco kilos.
—No. Mejor hablamos ahora. —Parecía estar a punto de enfrentarse a un pelotón de fusilamiento. Señaló con la cabeza el cenador y los dos sillones, y Braden lo siguió.
Una vez fuera, Braden se sentó mientras que Jamie deseó haberse tomado la molestia de ducharse y de cambiarse de ropa. Guiado por un impulso, se quitó la camiseta sudada y se sentó, desnudo de cintura para arriba. Nunca estaba de más intimidar al enemigo.
Cuando Braden le vio el torso lleno de cicatrices, abrió los ojos como platos.
—¡Joder, tío! Pareces un gladiador que ha sobrevivido a la arena. Había leído lo de tus heridas, pero no es lo mismo que verlas. —Sus ojos recorrieron el torso, los hombros, el estómago y los brazos de Jamie—. Gracias —dijo—. Agradezco enormemente lo que los soldados hacéis por nuestro país. Claro que es imposible agradecéroslo lo suficiente. ¿Puedo estrecharte la mano?
Eso no era lo que se esperaba, pensó Jamie mientras extendía el brazo y estrechaba la mano de Braden. La rabia que había acumulado se convirtió en desconcierto.
—¿Qué es eso de que has leído lo de mis heridas?
Braden volvió a sentarse. Un rayo de sol le daba en la cara, de modo que cerró los ojos y disfrutó de la sensación.
—No podía permitir que Hallie viviera en este lugar con un tío del que no sabía nada, ¿verdad? El sargento Bill Murphy te manda saludos, por cierto, y dice que si alguna vez necesitas algo, puedes contar con él.
—¿Te importa decirme de qué va esto? —Había un deje amenazante en la voz de Jamie.
Braden sonrió.
—Tienes una hermana pequeña. Cuando empiece a salir con chicos, ¿tu familia no comprobará el historial del novio?
—Hallie no es tu hermana.
—Como si lo fuera —replicó Braden, que ni se inmutó por el malhumor de Jamie. Echó un vistazo por el jardín y sonrió al recordar algo—. Tenía seis años cuando sus padres la trajeron recién nacida a casa desde el hospital. Cuando mi madre y yo fuimos a verla, Hallie extendió una manita, me cogió un dedo y sonrió. Todo el mundo le dio mucha importancia y dijo que era demasiado pequeña para sonreír, pero daba igual. Durante toda la vida, cada vez que me veía, sonreía.
Jamie fue incapaz de contener el desdén.
—¿Y por eso quieres casarte ahora con ella?
—Tanto como tú quieres casarte con tu hermana pequeña. —Braden tomó aire—. Compré ese anillo en el aeropuerto. Es espantoso, ¿verdad? Sabía que Hallie lo odiaría. Por cierto, hace años le dijo a mi madre que le gustaría un diamante oval.
—Si no quieres casarte con ella, ¿por qué se lo pediste?
—Para liberarla —contestó Braden—. Verás, cuando mi madre me llamó toda histérica y me dijo que si no venía enseguida iba a perder a Hallie porque me la quitaría su paciente, supe que había llegado el momento de cambiar las cosas.
—¿En qué sentido?
Braden se tomó un momento para organizar sus ideas.
—Desde que su padre murió, la única seguridad que Hallie ha conocido somos mi madre y yo. Y ya sabes cómo son las mujeres. Si te ven como un héroe, creen que están enamoradas de ti. —Miró a Jamie—. Hasta que apareciste tú. Supe por el tono de voz de mi madre que eras distinto, de modo que usé los recursos de mi bufete de abogados para investigarte. El doctor James Michael Taggert tiene una reputación impecable. El sargento Murphy me dijo que le salvaste la pierna. Me contó que te ofrecías voluntario para ir en algunas de las misiones más peligrosas. Querías estar presente cuando alguien necesitase tu entrenamiento médico.
Jamie se encogió de hombros.
—Es lo que había que hacer.
—¡Ni mucho menos! Podrías haber trabajado en alguna clínica de lujo o que tu padre te comprase el ala de un hospital. Pero escogiste el ejército y salvar a nuestros soldados.
—No soy un héroe, si es lo que estás sugiriendo. Has dicho que has venido para liberarla.
—Quería hacerle entender a Hallie que no pasa nada por querer a otro. Y, para hacerlo, sabía que debía dejar de verme como la personificación de todas las bondades de la Humanidad. Tenía que verme como soy, un hombre con muchísimos defectos. ¿Se han reído mucho tus primos por mis bailes?
—No lo sabes bien. —Jamie miró a Braden—. ¿Me estás diciendo que todo esto ha sido una farsa?
—Sí —contestó Braden—. Bueno, ¿qué tal lo he hecho? ¿He pisado suficientes callos? Buscar a tu padre para que me transfiriera sus asuntos legales en la boda ha sido lo peor. Parecía cabreadísimo y es tan grande que empecé a sudar y tenía toda la espalda empapada. Cuando su hermano se acercó al grupo, me acojoné tanto que quería salir corriendo, pero me mantuve firme.
Jamie no daba crédito a lo que oía.
—¿Qué me dices de la primera noche? ¿Estabas borracho de verdad?
—Por favor —replicó Braden—. Aguanto bien el alcohol. Bastaron dos cervezas para que esos chicos creyeran que un vejestorio como yo estaba borracho... pero fue uno de ellos el que me vomitó encima. El asunto es que sabía que estando sobrio nunca podría pedirle matrimonio a Hallie. Pero no podía permitir que siguiera viviendo con la idea de que me dejó escapar. Además, quería veros juntos. Me bastó ver cómo os comíais con los ojos para saber lo que sentís. Bueno, ¿qué tal lo he hecho?
—De maravilla —contestó Jamie—. Me lo he tragado todo.
—Quería ser actor, pero cuando mi padre murió, supe que tenía que buscarme un trabajo de verdad. Mantener a la familia, ya sabes. Aunque si alguien de mi bufete se llega a enterar de que me he enemistado con los cabezas de familia del clan Montgomery-Taggert, me darán la patada. Tendré que ponerme a pedir en una esquina.
—No te preocupes por eso —dijo Jamie—. Ya me encargo yo. —Miraba a Braden fijamente—. Has sido muy noble.
—Sí, lo sé —convino él—. La parte difícil será decírselo a mi madre. Ansía de todo corazón que me case con Hallie, pero no saldría bien. Soy un adicto al trabajo y Hallie es tan sacrificada que nunca me pediría nada y... —Se encogió de hombros—. La haría muy desdichada. —Miró a Jamie—. No era mi intención contarte la verdad, ni contársela a nadie más. —Hizo una pausa y, cuando volvió a hablar, lo hizo con voz risueña—. Solo te lo he dicho para que sepas que lo que te digo a continuación es la verdad. Shelly me mandó un mensaje y me dijo que llegaría a la isla alrededor de las siete. Cuando llegue, Hallie se va a poner histérica. Perderá los papeles. Estoy seguro de que te dirá que no quiere volver a verte, que quiere que salgas de su vida para siempre.
—¿Por culpa de su hermanastra? ¿Por qué?
Braden guardó silencio un momento.
—Hallie creerá que si ves a Shelly en persona la dejarás para irte con su hermanastra. —Al ver que Jamie no comprendía, añadió—: ¿Has visto los desfiles de Victoria’s Secret que ponen en la tele? Si le pones unas alas a Shelly, desfilaría por esa pasarela sin desentonar en lo más mínimo.
—¿Y qué? —preguntó Jamie.
Braden lo miró con una sonrisa.
—Buena respuesta. El problema es que Hallie no te creerá porque Shelly le ha robado todos los novios que ha tenido.
—¡Cabrones! —masculló Jamie.
—En fin, ¿qué quieres que te diga?, a los diecisiete no te funciona el seso. Shelly aparecía con ropita minúscula y los chicos perdían la cabeza. Y, en comparación, Hallie estaba gorda... o eso era lo que Ruby solía decir. El contraste entre las dos era brutal. Pero, anoche, Hallie estaba increíble con ese vestido. ¿Qué has hecho para ponerla en tan buena forma?
—Alejarla de la gente que cree que es plato de segunda mesa replicó Jamie.
—¡Eso ha dolido! —exclamó Braden—. Ojalá no tuvieras razón. Los hombres quieren a Hallie, pero babean por Shelly.
—Yo no —le aseguró Jamie. Miraba a Braden con expresión calculadora. Pronunciaba el nombre de la hermanastra de Hallie de una forma que no terminaba de gustarle—. ¿Debo entender que no consideras a Shelly como a una hermana pequeña?
Braden soltó un suspiro.
—Mientras crecía, no le presté mucha atención a la niña. Pero un día, cuando fui a casa de visita, allí estaba esta chica, de casi metro ochenta, delante de la casa de Hallie con un biquini. ¿Alguna vez has mirado a una mujer y el deseo te ha nublado la cabeza?
—Casi perdí el conocimiento cuando conocí a Hallie.
—Bien. Me gusta. Ella se lo merece. El asunto es que eso mismo es lo que sentí al ver a Shelly con dieciséis años. —Braden hizo una pausa antes de continuar, como si sopesara la idea de contar la verdad o no—. Te voy a decir algo que nadie más sabe. Todas esas mujeres con las que he salido desde entonces, las que me dan la patada... La verdad es que entiendo el motivo. Para mí, son copias baratas de Shelly y ellas se dan cuenta.
—¿Y por qué no vas a por ella?
Braden se encogió de hombros.
—¿Qué habría sentido Hallie si yo, su caballero de brillante armadura, fuera detrás de su hermanastra como todos los demás? Y luego está mi madre. Lleva años oyendo todas las perrerías que Shelly le ha hecho a Hallie. No podría hacerles algo así a ninguna de las dos.
—A muchos hombres les habría dado igual todo eso —repuso Jamie.
—Y tú estabas en un Humvee cuando podrías haber estado tranquilito en un hospital, ejerciendo la medicina. Todos hacemos cosas que nos granjean el título de «hombre».
—Sí, es verdad —convino Jamie—. Nunca he conseguido que Hallie me hable de su madrastra y me ha contado pocas cosas de Shelly, salvo que tenía la sensación de ser una donante de órganos para su hermanastra.
Braden se echó a reír.
—Es una buena descripción. Siempre me ha encantado el sentido del humor de Hallie. ¿Te ha contado qué le pasó al jardín?
—No, pero me gustaría escuchar la historia. —Jamie hablaba con sinceridad.
—Vale, pero primero tienes que entender que Ruby poseía una ambición capaz de devorar la tierra... y la concentraba por entero en su preciosa hija. Alrededor de un año después de que se mudaran, Ruby decidió que quería una enorme piscina. Pero los abuelos de Hallie tenían un glorioso jardín en la parte trasera. Criaban sus propios animales y compartían los productos con sus vecinos. Cuando los abuelos rechazaron la idea de la piscina, Ruby se lo tomó con mucha calma, y ellos creyeron que el tema estaba zanjado. La subestimaron.
—Me da miedo preguntar qué pasó —dijo Jamie.
—Los abuelos se llevaron a Hallie a pasar un fin de semana fuera y, cuando volvieron, el jardín ya no estaba. Una excavadora había arrasado con todo. Había desaparecido incluso la preciosa casita de madera de Hallie, construida por su abuelo.
—¿Qué dijo el padre de Hallie cuando lo vio?
Braden negó con la cabeza.
—¡Ese sí que era un cobarde! Mi madre lo llamaba el Corredor, porque siempre salía corriendo de los enfrentamientos. Se mantuvo alejado seis semanas. Mi madre dijo que la casa de los Hartley era una zona de guerra. Al final, todos llegaron a la conclusión de que ya no podían vivir en una sola casa. Los abuelos decidieron mudarse a Florida. Solo querían el permiso del padre de Hallie para llevársela con ellos. Pero Ruby dijo que no, de modo que Hallie tuvo que quedarse. —Braden se quedó callado un momento antes de mirar a Jamie y añadir—: ¿Puedo darte un consejo?
Jamie titubeó, pero teniendo en cuenta lo que ese hombre estaba dispuesto a hacer por Hallie, sí, aceptaría su consejo. Asintió con la cabeza.
—Dile que eres médico.
—Hallie ya lo sabe.
—No creo que lo sepa. Cuando llamó a mi madre y empezó a hablar de ti, no lo mencionó. Si Hallie le hubiera dicho que eres médico, mi madre me habría dado la paliza con esa información. Cree que los médicos están por encima de los abogados a la hora de ayudar a la humanidad.
—Lo estamos —repuso Jamie—, pero vosotros los abogados nos rescatáis de los depredadores.
Ambos sonrieron y disfrutaron de las vistas del jardín.
Después de que Braden se fuera, Jamie se tendió en el viejo sofá de la sala de estar de Hallie e intentó concentrarse en el último ejemplar de Journal of the American Medical Association que su madre le había llevado. Su madre insistía en que mantuviera el contacto con su profesión, ya que esperaba que pronto volviera a ejercer. Su padre y ella se habían ofrecido a construirle una clínica cerca de su casa en Colorado.
—O en Maine —le habían dicho.
La idea era que se sentiría más seguro si trataba únicamente a personas que estuvieran emparentadas con él.
Hasta ese momento, hasta que conoció a Hallie, había rechazado su ofrecimiento sin pensarlo siquiera. Pero en ese instante lo estaba pensando.
Su madre lo llamó cuando estaban a punto de irse de Nantucket.
—Hallie está aquí y todos se están despidiendo de ella con un beso —dijo Cale desde el aeropuerto—. Les cae de maravilla a todos.
—Deja de soltar indirectas —replicó Jamie—. A mí también me cae bien.
—¿Cómo de bien? —se apresuró a preguntar Cale.
Jamie estuvo a punto de soltarle que eso era asunto suyo, pero, en cambio, sonrió. Sabía que todos se habían dado cuenta de lo mucho que había avanzado desde que conoció a Hallie y querían lo mejor para él.
—Me gusta todo lo que me puede gustar y más. ¿Es lo que querías oír?
—Sí —susurró Cale. Jamie sabía que su madre intentaba contener el llanto, de modo que le dio el tiempo que necesitaba para hacerlo—. Bueno, ¿cuándo se lo vas a decir?
Jamie puso los ojos en blanco.
—Deja que yo me encargue de algo, ¿quieres?
—De acuerdo, cariño —dijo Cale—, pero soy tu madre y me preocupo. Me da miedo que Hallie decida que está enamorada de ese tal Braden. ¡Parece que no ve cómo es de verdad! Tu padre estaba furioso en la boda de Jilly. Me costó la misma vida conseguir que se tranquilizara. Braden dijo...
—¡Mamá! —la interrumpió Jamie—. Tranquila. Hallie no se va a ir con Braden. Cuando vuelva, te lo contaré todo sobre él. Es un buen tío, de verdad, y te va a encantar su historia.
—Lo dudo mucho —replicó Cale—. Creo que es... Oh, no. Tu padre está a punto de tirarme a la trasera de una camioneta.
Era una broma familiar: cada vez que su padre quería que su madre se diera prisa, decía que la iba a tirar en la parte trasera de una camioneta, algo que había hecho hacía mucho tiempo.
—Te quiero —dijo Cale—. ¡Y habla con Hallie!
—Lo haré —le aseguró Jamie—. Y yo también os quiero.
Cortó la llamada e intentó concentrarse de nuevo en la revista médica, pero se mantuvo alerta en todo momento por si escuchaba el regreso de Hallie. Temía el momento de decirle que Shelly iba de camino a la isla. Si había algo que conociera bien, era el miedo irracional. En teoría, sabía que una habitación con muchas puertas no era algo que debiera temer, pero eso no evitaba que se pegase a una pared y se mantuviera alerta. ¿Quién sabía lo que podía atravesar una puerta en cualquier momento?
La lógica le decía a Hallie que no había motivos para tenerle miedo a su hermanastra, pero eso no evitaría que se lo tuviera. Tal vez algún día Hallie se sintiera lo bastante segura como para plantarle cara a Shelly, pero en ese momento Jamie iba a hacer lo que Braden había hecho durante tantos años y la protegería. Iba a plantarse entre las dos mujeres y hacer todo lo que fuera necesario para que Hallie se sintiera a salvo.
Cuando escuchó la puerta de un coche cerrarse de golpe, se levantó y llegó a la puerta principal en segundos, antes de que se abriera.
Hallie la abrió de par en par. ¡Estaba empapada!
—Ha empezado a diluviar nada más salir del coche.
Jamie dejó las muletas en la escalera y le tendió los brazos.
—Te voy a mojar.
Al ver que no bajaba los brazos, ella se acercó y los dos se abrazaron con fuerza. Hallie tenía la cabeza apoyada en su pecho, de modo que escuchaba los latidos de su corazón.
—Fui al aeropuerto para despedirme de todos. El tío Kit se ha ido con tus padres, y Leland ha tomado un vuelo a Boston.
Jamie le besó la coronilla húmeda y después tiró de ella hacia la escalera mientras seguía hablando.
—Casi no conozco a Lee, pero tenemos muchas cosas en común. Él fue hijo único como yo. Voy a conocer a la familia en Navidad, pero Lee y yo hemos hecho planes para pasar el día de Acción de Gracias juntos.
Jamie la condujo hasta la puerta del cuarto de baño, cogió una toalla y empezó a secarle el pelo.
—El tío Kit ha dicho que se unirá a nosotros. Creo que las celebraciones de tu enorme familia son demasiado para él. Me ha dicho que él hará los postres. Y Lee va a preparar el relleno.
Jamie le desabrochó la camisa mojada y se la quitó.
—Eso me deja a mí a cargo del pavo, de la guarnición y del pan. —Miró a Jamie—. A menos que tú quieras ayudar.
—Soy un hacha con las salsas y los guisantes —aseguró él mientras le desabrochaba los pantalones y la ayudaba a quitárselos.
—Así que yo me encargo del pavo. —Hallie empezaba a tiritar—. ¿Qué pan te gusta más?
—El brioche —contestó él mientras la llevaba a la cama y apartaba las sábanas.
—A mí también. —Estaba a punto de meterse en la cama cuando Jamie se lo impidió para quitarle la ropa interior mojada.
Desnuda, lo miró mientras él la estrechaba entre sus enormes y cálidos brazos.
—¿Me has echado de menos? —preguntó él.
—Sí. Cada minuto. Creo que he hablado de ti más de la cuenta.
Jamie se apartó de ella el tiempo justo para desnudarse y después se metió en la cama.
—¿Por qué lo dices?
—Adam me dijo que no se había dado cuenta de que medías tres metros y que Superman a tu lado era un enclenque.
Con una sonrisa, Jamie abrió los brazos y sus cuerpos se pegaron el uno al otro antes de empezar a besarse.
Fue Hallie quien se apartó y lo instó a colocarse de espaldas. Sus labios comenzaron a recorrerle las cicatrices del cuerpo, besándolas, acariciándolas. Ese mismo día, la madre de Jamie le había contado que su antigua novia, Alicia, se había puesto fatal al ver el cuerpo herido de Jamie. Las cicatrices y los surcos, las zonas donde la metralla le había arrancado parte de la piel y del músculo, le habían revuelto el estómago.
Sin embargo, Hallie creía que Jamie era guapísimo. Recorrió su cuerpo con los labios, el torso y los brazos antes de descender cada vez más hasta llegar a su entrepierna. Perfecta e intacta, pensó, pero, por supuesto, empezaba a pensar que todo él era así.
Cuando se la metió en la boca, Jamie jadeó, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
Minutos más tarde, Hallie subió por su cuerpo hasta su cuello y después su boca.
Jamie la colocó de espaldas y empezó a hacerle el amor, tomándose su tiempo para explorar su cuerpo mientras la llevaba a nuevas cotas de placer. Cuando la penetró, Hallie estaba más que preparada para sus fuertes y lentas embestidas.
Cuando Jamie se derrumbó sobre ella, Hallie lo abrazó, acunándole la cabeza contra el pecho, y le acarició el pelo mientras recordaba los eventos del día. Había pasado una mañana estupenda y se había divertido mucho con los primos de Jamie. En el aeropuerto, había llorado un poco al despedirse de unas personas que se habían convertido en amigos. La madre de Jamie le había dado un fuerte abrazo y su padre la había abrazado levantándola en volandas.
—Gracias —le había dicho Kane, soltándola de repente antes de subir corriendo la escalerilla del avión.
El tío Kit le había besado la mano.
—Volveremos a vernos pronto —le había asegurado él.
Le costó la misma vida despedirse de Leland.
—¡Acción de Gracias! —le había gritado él mientras se subía al avión.
Se había quedado con los primos de Jamie mientras veía despegar el avión privado y después todos la habían mirado. Sabía lo que le preguntaban. ¿Qué quería hacer en ese momento?
—Volver a casa —dijo sin rodeos. Quería ver a Jamie.
La habían llevado de vuelta a Kingsley Lane y estaba tan ansiosa por ver a Jamie que abrió la puerta incluso antes de que el coche se detuviera. En ese momento, justo cuando salía del coche, un chaparrón de verano la había dejado como una sopa.
—¿Ya has entrado en calor? —preguntó Jamie, con los cuerpos entrelazados.
—Sí —contestó.
Jamie se apoyó en un brazo para mirarla.
—Algo te preocupa.
—No es nada.
—Puedes contármelo —insistió él.
Ella tomó una honda bocanada de aire.
—Por favor, no te pongas celoso, pero estaba pensando en Braden.
Jamie la besó con dulzura.
—Ya no tengo celos de él. Dime qué piensas.
—Pienso en esto. En nosotros juntos. Voy a tener que romperle el corazón a Braden. Pero no es el hombre que yo creía que era.
Jamie se tumbó de espaldas y la instó a apoyar la cabeza en su hombro.
—Cuéntamelo —insistió.
—Supongo que siempre he visto a Braden a través de los ojos de una niña —comenzó Hallie—. Pero siempre se ha portado muy bien conmigo. Incluso de adolescente, cuando era una estrella en el instituto, tenía tiempo para una niña pequeña como yo. A veces, sus compañeros del equipo de fútbol se metían con él por llevarme a casa, preguntarme por los deberes o arreglarme un juguete. Pero Braden siempre se alegraba de verme.
—¿Y ahora?
—Ahora tengo que decirle que otra mujer va a rechazar su proposición de matrimonio. ¡Ay, Jamie! ¡Se portó fatal en la boda! Menuda vergüenza pasé al verlo con tu padre y con tu tío Mike. Me enfadé tanto que, cuando Leland apareció, hice que se sentara entre nosotros. Intenté ser amable, pero, en el banquete, Braden no dejaba de hablar de lo contento que estaba porque podía acceder a tu familia gracias a mí. Dijo que eso era como mi dote.
—Se comportó como un capullo, ¿verdad?
—¡Sí! —exclamó Hallie—. Es la descripción perfecta. ¿Por qué no me di cuenta mientras crecía? —Se tapó los ojos con una mano—. Lo peor de todo será tener que explicárselo a su madre. Ella y yo... Sé que parece una ridiculez, pero hablábamos de que cuando yo creciera y me casara con Braden, ella sería mi madre de verdad. —Lo miró a la cara—. ¿Qué voy a decirle?
—Dile que ha criado a un hijo que es un hombre honorable. Un hombre capaz de sacrificar lo que desea en esta vida para no hacerle daño a los demás. Dile que debería estar orgullosísima de él.
—¡Hala! —exclamó Hallie—. ¿De qué narices habéis estado hablando esta mañana?
—Cosas de tíos. —No pensaba contestar esa pregunta y traicionar la confianza que le había demostrado Braden. Empezó a besarla en el cuello mientras bajaba una mano.
Sin embargo, Hallie se apartó.
—Debemos levantarnos porque tengo que trabajar en tu rodilla. Saltó de la cama, recogió del suelo la camiseta de Jamie y se la puso antes de entrar en el cuarto de baño.
—Parece que te gusta llevar mi ropa —comentó él mientras se colocaba los cojines detrás de la cabeza.
—Y a ti parece gustarte ir sin ella.
—Semejante belleza no debería estar cubierta.
Hallie lo miró a través del espejo. Cuando lo conoció, se sentía tan avergonzado por las cicatrices que no quería que nadie las viera. Pero a esas alturas se quitaba a menudo la camiseta... y cada vez que lo hacía, a Hallie se le aflojaban las rodillas. Ya no veía las cicatrices, solo la belleza del hombre que había tras ellas.
—En esto te doy toda la razón —convino ella con una sonrisa.
—Creo que mi pierna va bien por hoy. Deberías volver a la cama.
—De eso nada. Lo único que tu hermano aprueba de mí es lo buena que soy en mi trabajo. No quiero perder esa alabanza.
—¿Por qué te quedaste allí plantada, escuchando? —Su voz sonó más irritada de lo que había pretendido.
—Pregúntaselo a Juliana y a Hyacinth. Creo que querían que os escuchase.
Hallie regresó al dormitorio. Jamie estaba tumbado en la cama, sin más prendas que la rodillera de la pierna derecha y un trocito de sábana sobre la zona central del cuerpo. ¡Menudo espectáculo! Piel dorada por el sol sobre esos músculos, desde el cuello hacia abajo. Unos abdominales como una tableta de chocolate. Unos muslos como troncos. Era la personificación de un dios antiguo.
—Hallie —susurró Jamie.
Ella se las apañó para darse la vuelta y acercarse al armario.
—¡Joder con Todd! —escuchó que decía Jamie mientras ella sacaba una camiseta limpia—. ¿Hallie? —insistió Jamie con un deje muy serio en la voz—. Esta mañana, Braden me ha dicho una cosa muy rara. Me ha dicho que creía que no sabías que soy médico. Le dije que era imposible, porque Jared te entregó mi historial médico... ¿Verdad?
Ese asombroso retazo de información hizo que Hallie tuviera la sensación de que le habían pegado un puñetazo en el estómago. Se apoyó en las baldas del armario a fin de recuperarse. Cuando le entregaron su historial médico, estaba tan alterada por el hecho de que Shelly intentase robarle la casa que fue incapaz de concentrarse en la lectura. Pero, fuera cual fuese el motivo, desconocía ese hecho sobre él. Una parte de ella se sentía furiosa por habérselo ocultado. O tal vez se sintiera furiosa consigo misma por no haber averiguado algo tan fundamental sobre ese hombre.
Sin embargo, se negaba a dejarse llevar por la rabia. Lo miró desde la puerta. Sabía muy bien que las bromas funcionaban con él.
—¿Me estás diciendo que eres capaz de conseguir un trabajo? ¿Que puedes ganarte la vida? ¿Que no vas a vivir de un fondo fiduciario que te dejó un pariente que seguramente tenga dos aviones privados?
Jamie gimió.
—Sabes cómo golpear a un hombre para que le duela. De hecho, me duele tanto que puede que vuelva al hospital.
—¿No eres capaz de operarte tú solo?
—La verdad es que esta de aquí me la cosí yo. No era profunda, así que me la curé sin ayuda. —Se pasó una mano por la cicatriz que tenía en el brazo izquierdo—. Fue unas cuantas semanas antes de la explosión. Me daba miedo que me mandaran a casa si alguien la veía.
Hallie se volvió hacia el armario para que no pudiera verle la cara. De repente, la broma no le hacía tanta gracia. Era capaz de imaginarse a Jamie cosiéndose su propia herida. Regresó al dormitorio.
—Bueno, ¿tienes algún otro secreto?
Jamie sabía que había llegado el momento de decirle que Shelly llegaría en cuestión de tres horas, pero fue incapaz de hacerlo. Por mucho que le costara admitirlo, Braden parecía conocer muy bien a Hallie y no quería que se pusiera «histérica» tal como le dijo que se pondría. Sonrió y entrelazó las manos por detrás de la cabeza.
—No pareces haberte dado cuenta de que Todd y yo somos gemelos idénticos.
Hallie resopló.
—Todd es diez centímetros más bajo que tú y tiene flotador. Deberías llevártelo al gimnasio más a menudo. —Se sentó en la cama junto a él y le pasó una mano por el pecho con expresión seria—. ¿Crees que podrías trabajar en un hospital?
Sabía que estaba refiriéndose a su síndrome de estrés postraumático. Había mejorado, pero no se había curado.
—No —contestó con sinceridad—, todavía no, pero puede que sea capaz de trabajar unas cuantas horas en una clínica pequeña. Tendría que ser un lugar con pocas puertas y pocos pacientes y...
Hallie lo besó.
—Día a día. Ya podrás hacerlo todo con el tiempo.
—¿Estarás a mi lado?
Estuvo a punto de contestar que sí, que lo seguiría allá donde fuera, que no se imaginaba la vida sin él, pero no lo hizo. No quería sacar a la luz todo lo que llevaba dentro. Al menos, no de momento. Se levantó y, con expresión risueña, dijo:
—Si es una invitación, ¿dónde está el champán?
—De camino. Quieres un diamante oval, ¿no? —preguntó él.
Hallie lo miró boquiabierta. Creía que se refería a seguir juntos después de que se le curase la pierna, a conocerse mejor en circunstancias normales y esa clase de cosas. Pero, al parecer, él estaba pensando en algo más permanente.
—Sí, sí quiero —contestó en voz baja antes de darse la vuelta—. Esto... yo... —No se le ocurría qué decir—. Te veo en el gimnasio —terminó y bajó corriendo la escalera.