39

Helios, Nueva York. 1.046 kilómetros

Saina acababa de dejar de intentar limpiar el filete de pescado blanco ahumado con un tenedor y había metido el dedo bajo la fría carne para seguir la delicada espina cuando oyó el claxon de un coche en la entrada. Dejó el pescado a medio limpiar en un cuenco, en el que ya había un montoncito de alcaparras, trozos de huevo y una cebolla picada muy fina, y fue corriendo a la puerta. A medio camino, con las manos mojadas con agua salada en alto para evitar que gotearan, se detuvo y se dio la vuelta, sintiéndose culpable. Leo seguía en la cocina, buscando en los armarios las galletas de centeno que le gustaban. Durante un segundo se había olvidado completamente de él.

Desde fuera le llegó el sonido de las puertas del coche al cerrarse y un momento después Grace estaba aporreando la puerta principal.

Saina miró a su novio.

—¿Estás listo?

—¿Sabes? Estoy un poco nervioso.

Sintió una oleada de amor por él (¿por qué las vulnerabilidades de la gente nos llegan al corazón así?), pero antes de que tuviera tiempo de decirle nada, Grace entró en el vestíbulo y la llamó a gritos.

—Ve a saludar tú a la familia primero —dijo él—. Yo mientras abriré una botella de algo.

Así que ella se volvió y salió corriendo; se dio cuenta de que no podía esperar para abrazar a su hermana a pesar de sus manos todavía mojadas.

Se abrazaron una y otra vez. Y después entró su padre. Sintió que le rodeaba los hombros con el brazo y se sorprendió cuando también apoyó su mejilla contra la de ella con un suspiro.

—Ha sido un viaje muy largo, jiejie. Estados Unidos es muy ancho.

Barbra, a su lado, no soltó la mano de su padre. Tenía la muñeca izquierda vendada y una fina cicatriz roja le recorría el brazo. Se la veía dulce y triste y Saina sintió una urgente necesidad de abrazarla también.

—¡Oh, pero miraos! ¡Estáis todos vendados! Papá, deja que te vea ese ojo.

Él hizo un gesto de la mano para quitarle importancia.

—¡No es nada! Tengo una bolsa de hielo. No te preocupes.

—¿De verdad que estáis todos bien?

Charles, Barbra y Grace se acurrucaron juntos en el vestíbulo. Todos asintieron.

—Estamos vivos, así que estamos bien —sentenció su padre.

Ella los miró, escéptica.

—Bueno, debéis estar muy cansados. Dejad las maletas aquí. Leo y yo las cogeremos luego.

Cuando les dijo que pasaran al salón, Grace se asomó un momento fuera y volvió con un sobre de cartón plano.

—Estaba en el porche. ¿Es importante?

Saina lo cogió, con toda su atención centrada en las presentaciones que estaban a punto de producirse, y arrancó la tira de cartón para abrir el sobre. En cuanto levantó la solapa supo qué era.

Leo vino desde la cocina y dejó en la mesa una bandeja con una botella de vino rosado espumoso y unas copas. Después cruzó la sala con la mano extendida para saludar a su padre, como si le hubiera visto mil veces antes.

Aun así, ella no pudo evitar una mueca. Había algo en el hecho de presentar a un nuevo novio a su familia que siempre le pareció grosero, como si estuviera sacando a la luz su vida sexual. Tras los saludos, que se produjeron sin contratiempos, Leo pasó las copas y les sirvió a todos un generoso sorbo de vino rosado, ganándose a Grace al instante cuando le sirvió a ella también sin dudar ni un segundo.

—Por que hayáis conseguido llegar hasta aquí —dijo Saina, y esperó a que todos brindaran con todos (contó, nerviosa, veinte brindis) y dieran el primer sorbo antes de sacar la revista.

No era historia de portada. Nunca pretendieron que fuera historia de portada; si había salido tan pronto, Billy debió escribir ese artículo en el tren de vuelta a Nueva York. Al final la suya solo era una más de un muestrario de historias de fracasos (Eliot Spitzer era la portada y ella era uno de los otros cuatro perfiles que incluían, solo dos mil palabras para acompañar al fracaso más extravagante), algo que Billy probablemente sabía antes de ir a su casa a tantearla. Al darse cuenta de eso, sintió una leve decepción algo arrogante. Abrió la revista por la página que estaba marcada con un clip. Había una nota doblada.

Grace se acercó y leyó el titular por encima del hombro de Saina.

—Oh, Dios mío, ¿qué? ¿Es sobre ti? La búsqueda de Saina Wang. Guau, ¡es genial!

—¿Y por qué búsqueda? ¡Yo te he encontrado, estás justo aquí! —Su padre le puso la mano en el brazo y le dio unas palmaditas en la cabeza.

—¿Nos lo vas a leer? —preguntó Barbra.

Durante un momento pensó en volver a meter la revista en el sobre y tirarlo todo al cubo de reciclaje.

Imposible.

¿Cómo podía la gente insistir en que nunca leía las críticas? Le parecía absurdo.

—Toma, Grace. Léenoslo.

—¿En serio?

Saina asintió.

—Las personas que dicen que no leen lo que la prensa dice de ellas mienten.

Grace asintió también, sin mirarla.

—Vale, si estás segura… ¿Lista?

—Sí.

La búsqueda de Saina Wang

¿Schadenfreude? Gesundheit! Billy Al-Alani analiza la psicología que hay tras la caída en desgracia de una de las chicas de moda de Nueva York.

Es más o menos en abril cuando me doy cuenta de que Saina Wang ha desaparecido. Intento llamarla al móvil y mi llamada va directa al buzón de voz.

«Soy Saina. Deja un mensaje».

Suena amable, pero distante. Muy Saina. Dejo un mensaje, pero no me devuelve la llamada.

Voy a la exposición de Dan Colen y Dash Snow’s Deitch Projects seguro de que estará allí con Minni Mung o Peonia Vazquez-D’Amico, parte del círculo de confianza de artistas y gente de la moda del que se ha rodeado desde que llegó a Nueva York para licenciarse en Bellas Artes en Columbia. Hay muchas chicas con el pelo oscuro y largas piernas en la galería, circulando bajo las bolas de papel hechas con vino y orina, pero Saina no está entre ellas.

Le mando un email. No recibo respuesta.

Me paso por su estudio, que está en una bodega en una zona indescriptible de Rivington. Cuando pregunto en la recepción, un chico de veintitantos con la piel de color café y unas cortas trenzas muy pegadas a la cabeza niega con la cabeza. Los grandes brillantes cuadrados que lleva en las orejas relucen a la luz de los fluorescentes. «¿Esa chica asiática? No, no la he visto. ¿Eres su novio o algo así?».

Para que conste, no soy su novio. Ni su algo así. Hasta hace poco, Saina estaba comprometida con Grayson James, un artista de instalaciones de Kline Gallery, famoso por sus caóticas Escapadas a los clubes, obras que ocupan salan enteras y que siguen esa tradición que inauguró Tracey Emin de ir más allá del valor que tiene el impacto en estado puro para demostrar la desconexión entre privilegio y poder.

A la semana siguiente tampoco aparece en la inauguración de Gavin Brown Projects, ni en la fiesta de cumpleaños de su amigo DJ Kwame Killz en Death & Co. ¿Estará fuera de la ciudad, sin más? En Ibiza tal vez, para asistir a la boda de su antigua compañera de clase de la universidad Lisa del Castillo, o en cualquiera de los otros millones de lugares adonde se puede permitir ir gracias a los millones de su familia. Sigo buscando.

La estilista Dahlia Greenfield organiza un trunk show en su boutique del Lower East Side, Twine+Twill, para Posey Iles, hija del magnate de los medios de comunicación Stanton Iles. Las dos van vestidas con prendas de esa línea grácil con el nombre de la citada heredera, combinaciones de seda y botas con tachuelas con un aire a lo Courtney Love de 1991 más o menos. Pero esos conjuntos cuestan 595 dólares cada uno, mientras que Love seguramente compraba los suyos en alguna tienda del Ejército de Salvación.

Le digo a Greenfield que he estado intentando ponerme en contacto con Saina y ella se muestra suspicaz inmediatamente. Protesto y le explico que soy un amigo, que de hecho conozco a Saina desde su primera exposición, cuando todavía era un valor desconocido.

No suelta prenda.

Llamo a su galería y me responde la propia Maryann Bonhomme. Le preguntó por la última exposición de Saina (Look/Look), que tuvo que cerrar en febrero por un aluvión de protestas que llegaban desde la American Task Force on Palestine, Amnistía Internacional y el American Jewish Committee, grupos todos ellos conocidos por no tener precisamente una visión muy frívola del mundo. Así es como el catálogo que se publicó para la exposición presentaba el concepto subyacente de la obra:

«¿Hay belleza en medio de la tragedia? ¿El estilo puede emerger incluso en tiempos duros? Saina Wang no tiene miedo a hacer estas preguntas que nos dan que pensar y, en última instancia, nos redimen».

Es sorprendente que ni la artista, ni la galerista, ni el patrocinador (el fabricante de artículos de lujo Hermès) predijeran el estallido de la polémica. Pensándolo ahora, parecía obvio. Sigamos leyendo:

«Como estadounidenses, nuestra visión de las guerras extranjeras es excesivamente limitada. Las experimentamos en su mayor parte solo a través de imágenes captadas por fotoperiodistas y publicadas en periódicos y revistas de gran tirada. En 2007, mientras la guerra asolaba Irak, Wang empezó a notar algo en las fotos de los civiles y los refugiados: muy a menudo tenían una composición en la que el foco se centraba en una mujer joven, llamativa, sola. Mientras investigaba sobre lo que había observado, Wang recordó una foto de la guerra de Bosnia que vio cuando era una niña que vivía en Los Ángeles. “Había estaba hojeando los números antiguos de Vogue de mi madre y entonces abrí el L.A. Times e inmediatamente me llamó la atención una mujer muy guapa que llevaba un pañuelo muy chic en la cabeza. Tardé un momento en darme cuenta de que iba en la parte de atrás de un camión con otra docena de refugiados”, recuerda la artista. Wang buscó esa foto y después pasó meses analizando las imágenes publicadas de las guerras estadounidenses, remontándose hasta Vietnam».

¿Qué es eso que dicen de quien juega con fuego? Continuemos.

«Después, con gran audacia, seleccionó a las mujeres más hermosas (mujeres que tal vez habían perecido en esos conflictos que antes ilustraron) y, con la ayuda de Photoshop, las extirpó de su lugar en la historia, las transportó a un neutro almacén y volvió a mirarlas, pero esta vez a través de un lente empañada por el deseo. En ese contexto las mujeres se volvieron todo belleza y adoptaron unos nuevos papeles: los de las modelos que podrían haber sido si hubieran tenido la suerte de nacer en otro lugar y en otro momento.

—Maryann Bonhomme.

Nueva York, febrero de 2008».

Es difícil saber cuál de estas frases enfureció más a la gente. Tal vez fue la arrogancia que la artista demostró en el acto de la extirpación. O la acusación de que estas publicaciones tan serias estaban utilizando a esas jóvenes y hermosas víctimas de la guerra para atraer la atención hacia sus páginas. O la frivolidad por organizar un concurso de belleza póstumo con víctimas de la guerra. No importa cuál fuera el detonante, pero algo consiguió incendiar un barril de pólvora de intereses particulares.

Le pregunté a Bonhomme si sabía dónde estaba Saina y cuándo volvería. «No me ocupo de investigar las vidas de mis artistas. Solo les doy mi apoyo», es todo lo que Bonhomme me dijo. Le pregunté si había planes de organizar alguna otra exposición en solitario de Saina en el futuro y su respuesta fue: «Sin comentarios».

Cuando le pregunté al crítico de arte de la revista New York, Jerry Saltz, que había hecho críticas favorables de las exposiciones de Saina en el pasado, si debía preocuparme por su aparente desaparición, él me dijo que no la había notado siquiera. «No me preocupa lo que hacen los artistas cuando no están trabajando».

Saltz es más noble que yo entonces. Que la mayoría de nosotros, diría yo. Nos encantan los artistas por las vidas que llevan. Son puro ello, capturado en un marco. En muchos aspectos lo que mejor sabe hacer el mundo del arte es celebrar la mano controlada y maestra o el corazón salvaje e impetuoso. Pero la obra de Saina es la cabeza cínica y observadora, calculadora y precisa.

Entonces decidí centrar mi búsqueda en lo tangible. Tal vez debería haber empezado por ahí.

Prueba A: ¿Quién que sepa algo de famosos no reconoció inmediatamente a quién iba dirigida la columna, teóricamente genérica, de la página de crónica social del New York Post del 11 de febrero de 2008?

«Solo es una pregunta… ¿A qué artista, habitual de la crónica social, le parecerá ahora mismo que la polvareda que levantó su última exposición no es nada comparado con la que ha levantado su prometido al meterse entre las sábanas de una heredera rival, cuyo nombre seguro que le suena más cercano que sus campanas de boda?».

Prueba B: Tras una visita al registro de la propiedad descubro que el loft de 100 metros cuadrados que Saina tenía en el distrito de Meatpacking de la ciudad de Nueva York se vendió el 29 de febrero por 1,2 millones de dólares, 400.000 dólares menos de lo que ella pagó por él 18 meses antes.

¿Estaría Saina viviendo en otro lugar en la ciudad? ¿Se habría unido a la colonización de los barrios de las afueras? ¿O había vendido su loft perdiendo dinero porque su prometido se había ido con otra? Estaba decidido a averiguarlo.

Grace se detuvo.

—¿De verdad quieres que siga leyendo esto? ¡Es horrible! ¿Crees que así se sentirá Jennifer Aniston?

Todos se rieron, algo cohibidos. Leo le apretó la mano.

—Sí —contestó Saina—. Sigue.

No tardé demasiado en encontrar el rastro del prometido. El guapo artista había estado pavoneándose, sin escatimar en aderezo alcohólico, por todas partes, desde Milk & Honey hasta Pianos, desde que Saina estaba desaparecida. Le intercepté en Norwood, donde insistió en invitarme a una copa de bourbon, Pappy Van Winkle para ser exactos. Ese hombre sabe disfrutar de la vida, hay que reconocerlo.

Al final es él quien se pone a hablar de Saina sin que yo le pregunte. Tras una larga mirada de apreciación a la camarera, una atractiva chica islandesa, se acerca a mí, con los ojos inyectados en sangre, y declara: «No hay nada como ser padre. Deberías probarlo, Billy». Le aseguro que pretendo ejercer mi potencial paternal cuando llegue el momento adecuado y añade: «Tú lo entiendes, tío. Saina no lo entendió».

A partir de ahí parece olvidarse de las alegrías de la paternidad y en vez de eso se enfrasca en un largo discurso sobre los atributos físicos de varias de sus anteriores amadas, Saina incluida, y menciona que la ha visto hace poco. Tras otra copa de bourbon consigo que me cuente dónde se ha refugiado.

* * *

Quizás ha llegado el momento de decir que todos los artistas de éxito son producto de la mitomanía y que yo, seguramente más que nadie, soy culpable de la creación del mito de Saina Wang.

Cuando conocí a Wang ella todavía no era famosa. Era finales de primavera de 2003 y ella era una de esas chicas destinadas a acabar en Nueva York desde el día que nacieron. Si están pensando que ella era la chica más guapa de su ciudad natal, se equivocan. Esas chicas van a Los Ángeles. Las que vienen aquí son las chicas más cool en sus ciudades de segunda, las guapas inadaptadas sociales que una vez reinaron en los pasillos de sus institutos.

—Bueno, al menos en eso no se equivoca, aunque seguramente también eras las más guapa —intervino Leo.

—Sí, excepto, claro, que mi ciudad de segunda «era» Los Ángeles —contestó Saina, demasiado molesta para aceptar el cumplido malévolo de Billy.

Fue en una exposición conjunta organizada por Marisa Mazria Katz, ahora directora de Creative Time Reports. La mayoría de las obras se centraban en la mirada de los gais y la mayoría de los cortes de pelo eran asimétricos. ¿De verdad fuimos tan jóvenes una vez?

Saina en esa época hacía esculturas diminutas, lo que puede sorprender a cualquiera que esté familiarizado con la naturaleza conceptual de forma cambiante de la obra que ha definido su carrera. Incluso aunque su obra en esa exposición quedó empequeñecida por los basiliscos de dos metros y medio de Yi-Pin Leung, la sensación que flotaba en el aire era que Saina era demasiado grande para esa sala. ¿Qué es esa chispa adicional de vitalidad que algunas mujeres tienen?

Una de sus antiguas compañeras de clase de Columbia, que ha abandonado el arte por Wall Street, intenta definirlo: «En las fiestas de la universidad siempre parecía que toda la acción se producía alrededor de ella, solo donde ella estuviera. Y era como si la persona con la que ella estaba hablando fuera la persona más fascinante de la habitación».

Así es como yo me sentí cuando ella y yo por fin hablamos. No les voy a mentir. Estaba un poco enamorado de ella, pero fue una de esas noches en las que media sala estaba un poco enamorada de la otra media y todo el mundo se encontraba feliz de estar vivo. Había ido a la inauguración con un conocido que estaba incómodo en compañía de gente más atractiva y con más talento que él, así que se fue muy pronto.

Vi a Saina unas cuantas veces más a lo largo del año siguiente, pero nuestra relación no se consolidó hasta que volvimos a encontrarnos en el Art Basel Miami. Era 2004, el año que organizó la proeza-instalación que hizo que los habitantes de Chelsea se fijaran en su astuta genialidad.

Uno de los ayudantes que participó en ese primer proyecto de verdad de Saina Wang es Kosmo Makharade, que ahora dirige el popular club WET en Nikki Beach. Así es como él lo recuerda: «Un colega me dijo que no sé qué artista le iba a pagar 300 dólares por ponerles chaquetas a los sin techo. Creímos que era algo de beneficencia. Yo me metí por la pasta. Sinceramente, pensé que estaba como una cabra. ¿Quién quiere que todos los sin techo de la ciudad lleven puesta su cara? Pero lo siguiente que supe era que se había convertido en una especie de estrella».

Era cierto. Nadie podía haber predicho la revolución que iba a provocar convertir a los menos afortunados de Miami en una declaración sobre la fama y su reverso, pero cuando esa mañana cogí un taxi al salir de mi hotel (el Best Western, cerca del aeropuerto, algo que estaba muy alejado de la suite de Saina en el Delano) para ir a la apertura de puertas y vi los resultados de su atrevida jugada (cada chaqueta una pincelada de blanco sintético sobre el lienzo de la ciudad, cada repetición de su cara una reprimenda y una promesa) supe que estaba siendo testigo de un verdadero momento histórico.

Por todo eso, no hace mucho, seguí las ebrias instrucciones que me había dado Grayson, que no estaba del todo seguro de que fueran correctas, y por fin encontré la Prueba C en carne y hueso. Saina Wang había dejado Manhattan por una granja de madera con tres plantas que ha transformado en un lugar que trasmite un estilo rural con un toque Bauhaus. No puedo decir nada más de él porque solo estuve allí un momento antes de que ella me pidiera que me fuera, alterada por la idea de este artículo y por mi encuentro con su exprometido.

Su sensibilidad pudo verse exacerbada por el incierto estado de las finanzas familiares. El padre de Saina, el empresario de la cosmética Charles Wang, el cerebro que produjo las líneas de culto de KoKo, BLANC y Les fauvres de miel, realizó uno de los lanzamientos de belleza más visibles de la historia reciente, pero se dice que su línea X--- no ha cumplido las expectativas de ventas y ese fracaso amenaza con acabar con el resto de su negocio.

En ese momento su padre rio entre dientes.

—El reportero debería haber investigado más. Así sabría que eso ya ha pasado.

En estos días aciagos, puede que Saina encuentre una segunda oportunidad en una granja en el valle del río Hudson, pero por mucho que esa zona sea parte del sendero migratorio que siguen los antiguos habitantes de Brooklyn que pretenden tomarse más en serio sus proyectos de colmenas, la verdad es que lo dudo. En la última semana, trabajando en este artículo, he escrito media docena de descripciones de su retiro, pero ninguna me parece correcta.

Lo único con lo que me quedo es esto: la imagen de Saina, con un vestido lencero de color pistacho de Prada, de pie en el umbral de su casa, un ratón de ciudad que nunca va a encajar en el campo. Cuando me giré para irme, sin llegar a poner un pie en su casa, ella me dijo en voz baja: «A Estados Unidos le gusta devorar sus éxitos».

Eso hizo que Saina se incorporara de un salto en su asiento.

—¿Qué?

Grace le hizo un gesto para que se callara.

—Espera, espera, que ya casi he terminado.

Puede que Saina haya conseguido ser la mejor representante de lo que es un fracaso en el siglo XXI (la pérdida demasiado pública del amor, la fama, las propiedades y el dinero, todo casi a la vez), pero parece no querer creer que ella ha contribuido a crear su propia desgracia.

Grace levantó la vista.

—Así termina. Pero, Saina, ¿de verdad dijiste eso? Es un poco raro. ¿Y quién es este tío?

—¡No! ¡No lo dije! Y ese vestido no es de Prada y tampoco es de color «pistacho». Es de color menta. —Saina se odió inmediatamente.

—¿Qué? ¡Pero no puede mentir! ¡Es una «revista» de verdad! ¡Deberías demandarle! Papá, ¿podemos demandarle?

—No tiene sentido. Lo último que quiero hacer es enviarle a su departamento de documentación una detallada lista de errores. Es ridículo. Y ahora que está impreso no importa lo que yo diga, nadie va a creer que realmente le invité a entrar y mantuvimos una conversación completamente normal hasta que me amenazó cuando no quise darle una entrevista.

En cuanto lo dijo, supo que debería haber utilizado una palabra diferente. Al oír «amenazar», su padre y Leo giraron bruscamente la cabeza para mirarla.

Ah bao! [¡Tesoro!] ¿Te amenazó? ¿Cómo?

—¡No fue nada! Nada, papá. Todo está bien. No ha pasado nada. Es que él es… ambicioso. Eso es todo.

Leo le cubrió la mano con la suya y le envolvió suavemente la muñeca con los dedos.

—¿Es cosa mía o ese artículo no dice prácticamente nada?

Duai le! Luo shuo! Wei she me yao qu guan bie ren de shi? [¡Oh, no! ¡Qué fastidio! ¿Por qué la gente siempre se mete en los asuntos de los demás?]

Grace se acercó a Leo.

—Ha dicho que tienes razón y que ese tío debería cerrar la boca y ocuparse de sus asuntos.

—¡Eso, señor Wang!

Barbra se rio y era una risa genuina. Viéndolos a todos así, sentados alrededor de su mesa Bertoia y rodeados por las luminosas paredes blancas del comedor, sí que parecían una familia, Leo incluido. Había sido muy egoísta, ¿verdad? Al no devolverle las llamadas a Grace, al dejar a su padre, al no permitirle a Barbra ser una madre cercana. Les debía esas cosas. Al final lo único que nos quedaba era la gente con la que estábamos en deuda.

Saina desdobló la nota, sabiendo que era de Billy.

En ella decía: «¿Y si decimos que es un retorno?».

Sin pensarlo mucho, Saina cogió su teléfono y le escribió un mensaje con una respuesta: «Llevo fuera años».

Más tarde, mientras Barbra estaba echando una siesta arriba y Leo y Grace estaban ocupados subiendo el resto del equipaje, su teléfono pitó. Un mensaje de Billy: «¿Significa eso que no estás poniéndole ritmo a los que son como tú y metiéndole miedo a los imbéciles16?». No estaba preparada para hacer eso todavía, para acallar los remordimientos de Billy y dejar que utilizara antiguas letras de rap a modo de disculpa. Saina se imaginó a sus amigos (peor, a toda esa gente que creía que conocer su obra era conocerla a ella) leyendo ese artículo y sintió un odio perturbador hacia Billy. No quería dejarse llevar por eso mientras estaba allí su familia, esos tres viajeros tan extrañamente optimistas y atentos los unos con los otros. Mejor dejar que pensaran que no le había afectado.

Su padre estaba examinando los títulos de su estantería.

Ni yao bu yao xian shuei yi ge jiao? [¿Quieres dormir un poco?] —le preguntó ella.

Bu lei [No estoy cansado].

Pero sí parecía cansado. Habían pasado más de seis meses desde la última vez que lo vio y muchas cosas habían cambiado. Cuando él se fue de Nueva York, ella estaba comprometida y Maryann estaban sopesando potenciales coleccionistas en un intento por que sus obras acabaran en las manos correctas para que sus futuros trabajos aumentaran su valor. Y ahora, ¿quién era ella? El objeto de una aniquilación pública tras otra que estaba a merced de alguien llamado Billy Al-Alani, alguien que ni siquiera era un crítico de verdad, sino solo un comentarista de cotilleos.

Baba…

Lo intentó, pero no pudo formular la frase en chino. Su conocimiento de la lengua solo alcanzaba para las necesidades diarias y las pequeñas muestras de afecto. Se dio cuenta de repente de que era la primera vez que se quedaba a solas con su padre en más de un año. Él cogió una pequeña calavera con cuernos que había en la estantería.

—¿Tu mascota?

—Es de decoración.

—¿Por qué?

—Me gusta.

Él se encogió de hombros y volvió a colocarla en su sitio de lado, con los cuernos asomando por encima del borde de la estantería.

Didi you mei you gei ni da dian hua? [¿Te ha llamado tu hermano menor?]

—No desde que ni men os fuisteis de Nueva Orleans. Ta jen de yao vivir allí ma? Grace gen wo shuo [No desde que vosotros os fuisteis de Nueva Orleans. ¿De verdad quiere vivir allí? Grace me lo ha contado].

Ta fa fong le [Está loco].

—Tal vez está enamorado de ella de verdad.

—Papá solo quiere que estemos todos juntos.

—Oh, sí, lo sé. —En vez de mirarla a los ojos siguió mirando los libros de la estantería y sacó un pañuelo del bolsillo para limpiar una capa de polvo inexistente de los lomos.

Baba… lo siento.

Él pareció perplejo.

Wei she me? [¿Por qué?]

—El artículo. Y el otro artículo. Debes estar avergonzado. No sabía que iba a pasar. Y Grayson, baba… Ha tenido un hijo con otra mujer y eso también ha salido en un maldito periódico.

Él volvió a ponerse su coraza habitual, deliberadamente.

—¿Y de qué hay que avergonzarse? Mi hija tiene una vida muy interesante, tan interesante que todos quieren saber qué hace. ¡Ellos se pueden avergonzar porque tienen las vidas aburridas! No tú. Ni yo.

—¿De verdad?

—Sí. De verdad. Más que de verdad. Zwei de verdad de [Muchísimo más que de verdad].

—Vale.

Dou shi bien de [Todo va bien].

—¿Todo?

—Sí.

—Pero… ¿seguro?

Él la miró, asintiendo.

—Gracias, baba.

Bu yao xie [No hay de qué].

Más tarde, cuando todo el mundo ya se había ido a la cama, le mandó un mensaje a Billy: «¡¡¡¡Mamá me dijo que los dejara sin palabras!!!!17». Y después, por si acaso decidía tuitearlo o algo así, puso una carita sonriente, aunque eso no expresaba precisamente lo que ella sentía.

:-)

16 Parte de la popular letra de la canción Mama Said Knock You Out de LL Cool J que dice: «Don’t call it a comeback, I been here for years; Rocking my peers and putting suckas in fear» (No lo llames retorno, pues llevo aquí años; poniéndole ritmo a los que son como yo y metiéndole miedo a los imbéciles). (N. de la T.)

17 Hace referencia de nuevo a la canción Mama Said Knock You Out, siguiendo con la broma de antes. (N. de la T.)

Los Wang contra el mundo
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