Capítulo 24

Y vivieron…

No sé cuánto tiempo estuve flotando en ese vacío azul, deslizándome entre otras almas, hambrienta de vida, pero sin recordar ningún momento de la mía.

Pero entonces la vi. Vi mi vida, resplandeciendo, viniendo hacia mí, y me agarré a ella con mi alma perdida y carente de forma. En cuanto me tocó, recordé quién era y me aterrorizó perderla. Me aferré a ella y sólo después de sentir unas manos reales, humanas, tirando de mí, se desvaneció mi desesperación.

—¡Carrie!

Era la voz de Nathan, pero no lo veía. La brillante luz me hacía daño a los ojos. Sabía que Nathan estaba sujetándome, pero había algo distinto en él. Algo que no había visto antes.

—¿Nathan?

Una manta rugosa cayó sobre mis hombros desnudos.

—Nathan, eres humano.

Y entonces todo se volvió negro.

• • • • •

Me desperté en una habitación llena de luz del sol. Las persianas estaban subidas y atravesaban las sábanas que me cubrían para llegar a mi vulnerable piel expuesta. Temblé y luché contra las llamas que debería haber allí, pero que misteriosamente no estaban.

Nathan estaba a mi lado y me llevó contra su cuerpo, intentando reconfortarme.

—¡El sol! —logré gritar.

—No te hará daño.

Pensé que estaba loco.

—Cielo, estamos bien. Somos humanos.

Respiré hondo y sentí mi corazón latiendo en mi pecho. Mi corazón de verdad, y no un deforme órgano digestivo. Y tenía temperatura corporal.

Sentí ganas de orinar. Muchas.

Corrí al baño.

¿Era humana? Me parecía increíble. El estómago me rugía, pero no me apetecía sangre. Quería… barquillos de nata. Y bollitos de queso. Y coca-cola light.

Me senté en el váter y sollocé. Era humana. Volvía a ser humana. Nathan era humano.

Llamó a la puerta. Terminé, me limpié, me levanté sobre unas piernas temblorosas y abrí. Parecía preocupado y terriblemente mortal.

—¿Estás bien, Carrie? —me apartó el pelo de la cara.

Me miré en el espejo y vi una piel llena de manchas y con bolsas bajo los ojos. ¡Me encantó! Quise darle un beso a mi reflejo.

—Vuelvo a ser humana.

Me dejé caer al suelo, llorando de alivio y de alegría.

• • • • •

Más tarde, después de que Nathan hubiera preparado el mayor y mejor desayuno en la historia de la humanidad, me explicó lo que había pasado después de la noche que vencí al Devorador de Almas.

—Tardaron casi un año en traerme de vuelta —me explicó, al tiempo que servía una taza de té—. Estuvieron esperando a que muriera un sacerdote para poder utilizar su mano porque así venía en el hechizo. Cuando me despertaron, les expliqué que Dahlia empleaba ingredientes de lo más extravagantes para que a la gente le costara encontrarlos y desistiera.

Sonreí.

—¿Cuánto tiempo ha pasado?

—¿Para ti? Seis meses más. Lo intentamos, Carrie. Créeme que lo intentamos, pero no podíamos encontrarte.

—Pero me habéis encontrado —alargué la mano sobre la mesa de la cocina y tomé la suya—. Nathan, ¿por qué lo hiciste?

Respiró hondo y me acercó una magdalena de plátano y nueces.

—No podría vivir sin ti.

Cuando enarqué una ceja con incredulidad, él repitió:

—¡No podría! Pregúntales a Ziggy y a Bill. Cuando me trajeron de vuelta, lo primero que les pregunté fue si te habían encontrado.

Pensé en Nathan cuando era mi Creador y teníamos el lazo de sangre. Ahora no teníamos nada que nos atara.

—¿Y ahora?

Me besó la mano con reverencia.

—Ahora es igual. Te quiero, Carrie. Quiero pasar el resto de mi vida contigo, ya sea mortal o vampiro.

—¿Quieres volver a ser un vampiro?

Se rió avergonzado.

—Ziggy se ha ofrecido a convertirme, pero quería esperar a ver… qué querías tú. He sido un vampiro durante setenta años, para mí eso es más normal que la vida de humano de ahora, pero…

—¿Pero?

Sonrió.

—Pero me gusta la idea de empezar de nuevo. Contigo.

Hubo un largo silencio.

Lo miré a los ojos. ¿Cómo sería envejecer junto a él como una humana? ¿Hacer el amor como una humana? ¿Casarme, tener hijos, vivir la vida que me había sigo negada cuando Cyrus me había atacado hacía ahora dos años?

—¿Qué quieres, Carrie? —me preguntó Nathan con miedo y esperanza.

—Quiero… —dije lentamente—. Quiero ir a Las Vegas y casarnos.

Nathan me miró con expresión de sorpresa, pero no dijo nada.

—Y quiero mudarme de este apartamento a una casa de verdad. Y quiero intentar… tener un hijo. Tal vez más de uno. Contigo. Quiero tener una vida humana contigo. Dentro de veinte años puede que dejemos que Ziggy nos convierta, o puede que no. Pero ahora mismo quiero que de nosotros se pueda decir «y vivieron felices para siempre».

Nathan asintió con lágrimas en los ojos. No quise terminarme el desayuno.

Hicimos el amor como humanos por primera vez allí mismo, en el suelo de la cocina. Y cuando me dijo que me amaba, supe que no era por el lazo de sangre, porque eso ya no formaba parte de mi realidad.

Me amaba.

Vivimos en un mundo extraño. La línea entre la muerte y la vida no está tan marcada como queremos creer. Como tampoco lo está la línea entre el bien y el mal.

Yo tuve que experimentar los dos extremos. La fuerza y la debilidad. El amor y el odio. La vida y la muerte.

Pero ahora sé que nadie tiene garantizado su sitio en el mundo. No todos van a tener un final feliz, pero la vida no trata de cómo termine, sino de los momentos que hay entre medias. La vida trata de las pequeñas cosas.

De cómo se ríen nuestros seres queridos. De la imagen de una mariposa bajo la luz del sol después de un año o dos en la oscuridad.

Del amor y el apoyo de un viejo amigo que tal vez ya no está con nosotros en cuerpo, pero sí en espíritu.

De la sensación de recuperar en un instante algo que creíamos perdido.

Porque todos los días en este planeta la gente nace y muere y suceden cosas extrañas. Pero yo ahora sé cuál es mi lugar y mi propósito. No importan las pruebas que se tengan que superar para descubrirlo… Merece la pena.