Capítulo 4

Traición

Paramos el coche en la acera delante del apartamento y bajé del coche de Bill.

Durante todo el viaje desde Chicago, me había imaginado toda clase de horribles panoramas. Ahora, de pie en la acera delante de nuestra casa, y a tan sólo unos pasos del terror o del alivio, no quería subir.

—Joder, espero que haya un baño ahí dentro —gruñó Bill al salir del coche—. ¿No podríamos haber parado?

—La próxima vez llévate un termo de café vacío —le respondí con brusquedad mientras buscaba las llaves de la casa con manos temblorosas.

—Podrías ser un poco más simpática con un completo extraño que te ha traído hasta aquí desde Chicago. Sólo intentaba recuperar mi nevera portátil.

—Eres el completo extraño que ha disparado al hombre que hemos venido a salvar. Se lo debes.

Observé la calle. La furgoneta no estaba ahí, pero Nathan podría haber aparcado en cualquier otra parte para no resultar sospechoso. Recé por encontrarlo a tiempo. Tomé las llaves para abrir la puerta de lo alto de las escaleras.

—Cúbreme.

—Eh, eh, ¿no irás a entrar ahí, verdad? —me puso una mano sobre el brazo justo cuando crucé la puerta—. Has dicho que Nathan había caído en una trampa. Puedes llamarme loco, pero si alguien se tira por un puente, tú no vas detrás de él y haces lo mismo.

—¿Y qué sugieres que haga?

Por lo general, no me importaba recibir consejos de alguien, pero algo en el tono de voz de Bill me molestó.

Supe lo que era cuando se situó delante de mí, con actitud protectora, como si fuera una especie de supermacho.

—Deja que eche un vistazo primero.

—¿Qué tal si no lo haces? —lo seguí y lo agarré de la camiseta—. Eres humano. No pienso ponerte entre lo que sea que hay ahí arriba y yo.

—Sí, pero tú eres un…

Se detuvo, se humedeció los labios y me miró mientras buscaba una palabra distinta a la que había estado a punto de decir.

Me acerqué a él, situándome cara a cara todo lo que pude teniendo en cuenta que era más baja y que además me encontraba dos escalones por debajo.

—¿Soy qué?

—Eres un vampiro muerto —la voz surgió de lo alto de las escaleras y el corazón, el que me quedaba, dejó de latirme.

Dahlia estaba en lo alto de las escaleras, jugueteando con una esfera de luz azul.

—¡Joder! —exclamó Bill.

Con los dientes apretados le dije:

—Corre.

—No creo que vaya a ir a ninguna parte —dijo Dahlia con una carcajada al lanzar la esfera hacia nosotros.

Bill se giró e intentó seguirme, pero la luz lo golpeó entre los hombros. Cayó hacia delante y su cara rebotó contra un escalón al aterrizar.

No había tiempo para preocuparse por él, probablemente ya estaba muerto. Pero yo tenía que preocuparme de mí misma y de Nathan.

—¿Dónde está?

—¿Dónde está quién? —Dahlia bajó las manos, agitándolas como si estuviera sacudiéndose agua de ellas—. Puede que quieras cambiar de opinión antes de que despierte.

—¿Va a despertar? —sacudí la cabeza esperando que mi cara cambiara de forma y adoptara la máscara de monstruo.

Dahlia se rió y me imitó, y su rostro se convirtió en un extraño semblante parecido al de un dragón con una huesuda cresta donde debería haber estado su nariz.

—Eso ya no me asusta. Oh, espera… nunca me ha asustado.

—¿Dónde está? —repetí subiendo las escaleras. No intentó detenerme y tampoco intentó otro hechizo. No supe si se debió a que de verdad no me tenía miedo o a que no podía hacer magia tan seguido.

—¿Dónde está quién? ¿Crees que el mundo gira en torno a ti a y a tu novio?

Resopló y se apartó de la puerta para desaparecer dentro del apartamento.

Puse a Bill de lado para que no tuviera la cara aplastada contra el escalón y no se ahogara si vomitaba, ya que no sabía cuáles podrían ser los efectos del hechizo. Después, seguí a Dahlia.

El apartamento había sido saqueado por los hombres del Devorador de Almas después de la muerte de Cyrus. Nathan y yo habíamos estado escondidos debajo del suelo de la librería en un refugio secreto que él había construido ahí. Habíamos vuelto a subir al apartamento antes de salir corriendo hacia Chicago, pero se me había olvidado el aspecto tan horrible que tenía. Ahora, ver los preciados libros de Nathan por el suelo cubiertos de sucias pisadas y nuestros muebles volcados me revolvió el estómago. Y el hecho de que Dahlia estuviera en mitad de todo ese desastre no ayudaba nada.

Se dejó caer sobre el sofá, una de las pocas cosas que no habían volcado, como si yo la hubiera invitado a que se pusiera cómoda. Había recuperado su rostro de humana. Yo no. No podía. Estaba demasiado enfurecida por su presencia.

—Si no sabes de quién estoy hablando, ¿por qué estás aquí?

Ella sonrió y apoyó los pies sobre una pila de libros.

—Me gusta estar aquí. Quiero decir, antes no me gustaba, ya sabes, cuando intenté matar a tu bomboncito. Pero Ziggy me ha traído y le he tomado cariño. Hay suficientes libros para mantenerme ocupada durante años. Y sí, la decoración es horrible y alguien se ha dejado olvidada ropa muy hortera, pero puedo pasar todo eso por alto a cambio de tener un lugar donde estar sola.

—Sal de mi casa ahora mismo.

Apreté los puños. Mi mente racional sabía que no debería desafiarla; era más poderosa que yo incluso en mis mejores días.

—Y si descubro que le has hecho algo, te juro que…

—¿Qué juras? ¿Te enfadarás conmigo mucho, mucho, y yo acabaré pateándote el trasero?

—No recuerdo que fuera así en el pasado —le recordé.

Ella se rió y echó la cabeza atrás. Había una cicatriz reciente en su cuello y no era de colmillos. Era la forma de una boca humana, abierta lo suficiente como para dar un buen mordisco.

«¡Qué asco!».

—Sí, no lo recuerdas porque Cyrus siempre estaba ahí para darme una paliza por ti. Pero ahora ya no está aquí.

Me abalancé sobre ella, pero ya estaba de pie y con el sillón entre las dos antes de que me diera tiempo a agarrarla.

—Ooh, no te gusta que hable de tu ex Iniciado, ¿verdad? —se rió emitiendo ese loco sonido que habitaba mis pesadillas—. ¿Sabes? La última vez que me acosté con él no era tu nombre el que gritaba a mi oído. Era el de ella. El de Ratón. Nunca me habló de ella. ¿Qué le pasó para que te odiara tanto?

Era exactamente la clase de comentario que a Dahlia se le daba muy bien hacer. Cruel.

Pero se le daba mejor hacer daño de otro modo. Podría haberme lanzado un hechizo, podría haberme tirado al suelo y atacarme, pero no hizo ninguna de esas dos cosas.

—¿A qué juegas, Dahlia?

Caminé alrededor del salón y me fijé en que ella se apartaba y que mantenía la distancia entre las dos.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—¿Qué quieres decir?

No era propio de ella no tener una respuesta de sabelotodo. Lanzar una pregunta para responder a mi pregunta era una indicación de que estaba posponiendo la agresión física. Lo cual significaba…

—Dahlia, ¿de qué intentas protegerme?

Ella se rió, pero no dijo nada.

—Es una trampa, ¿verdad? Ziggy nos ha tendido una trampa.

La vi por el rabillo del ojo mientras se movía detrás de mí. Me tensé al oír sus pisadas. Si vacilaba, aunque fuera por un segundo, me daría la vuelta y la haría pedazos en un santiamén.

Pero no intentó nada. Simplemente pasó por mi lado hacia una estantería, de donde agarró un diario encuadernado en piel y comenzó a arrancarle las hojas, lentamente.

—Joder —murmuré.

El corazón me latía con fuerza contra las costillas. Estaba intentado entretenerme y yo tenía que encontrar a Nathan.

«¿Dónde estás?», le grité a través del lazo de sangre.

Dahlia me siguió hasta lo alto de las escaleras mientras me amenazaba con palabras que no me molesté en escuchar. Estaba intensamente centrada en el lazo de sangre, en lo que Nathan podría transmitirme a través de él.

Bill estaba en las escaleras, donde lo había dejado; tenía los ojos fuertemente apretados, señal de que estaba consciente.

—Dios… —farfulló—. Este dolor de cabeza me está matando.

—Levántate —le ordené agarrándolo por debajo de los brazos para ponerlo de pie. Ya se preocuparía más tarde de su dolor de cabeza—. Tenemos que salir de aquí.

—Jamás lo encontrarás —gritó Dahlia desde lo alto de las escaleras, y parecía verdaderamente furiosa por primera vez desde que habíamos llegado—. ¡Probablemente ya estará muerto!

—No, no lo está —le respondí con calma situándome entre Bill y ella mientras él salía por la puerta—. Si el Devorador de Almas lo quisiera muerto, podría haberlo hecho hace años. No necesitaría la ayuda de una bruja de segunda para hacerlo.

Salí justo cuando otro ataque del mismo hechizo que había derribado a Bill golpeó la puerta. Me senté en el asiento del conductor y le quité las llaves a Bill.

—¿Estás bien?

—Siento como si el cráneo se me fuera a abrir. Es como si me hubieran metido el cerebro en una centrifugadora. No, no estoy bien —apoyó la cabeza contra el salpicadero mientras yo arrancaba el coche—. ¿Adónde vamos y quién era ésa?

—Ésa era Dahlia —dije mientras analizaba la calle en busca de la furgoneta de Ziggy—. Y no lo sé.

«Espero que hayas traído refuerzos, cielo». El pensamiento de Nathan asaltó mi cabeza con una urgencia que indicaba que había problemas.

«Lo he hecho, pero ha acabado un poco herido. ¿Dónde estás?»

«No vas a creerme…».

• • • • •

Fue la ubicación lo que hizo dudar de Jacob. Ziggy caminaba a lo largo del callejón, el lugar donde había conocido al único padre de verdad que había tenido.

Había sido un niño estúpido por aquel entonces al pensar que era importante y que podía cazar vampiros. Pero entonces un vampiro había aparecido y todo había pasado de ser un juego con los chicos grandes a una situación de vida o muerte. Y al final había tenido un golpe de suerte porque podría haberse topado con alguien como Cyrus, que se habría aprovechado de él para alimentarse o lo habría torturado hasta morir. Pero se había topado con Nate, que salía para asustar a los estúpidos chicos que se creían que sería guay cazar vampiros, y que se había llevado a uno de esos chicos tontos a tomar una tarta y un café para después darle un hogar y una vida normal.

Y ahora, para devolverle el favor, ¿Ziggy iba a entregarlo a su Creador?

Cuando Jacob se lo había planteado, le había parecido algo sensato.

—Tráeme a mi hijo, a mi verdadero hijo. Tráeme a mi hijo a casa —le había dicho con una expresión cargada de patetismo, tristeza y dolor.

Algo dentro de Ziggy había deseado reconfortar a su Creador, hacer lo correcto. Había pensado en estar separado de Jacob tanto tiempo, se había imaginado el inmenso esfuerzo que requeriría bloquear a Jacob del lazo de sangre tal y como había hecho Nate durante unos setenta y cinco años. Sería como vivir un infierno, y Jacob lo había engañado para que creyera que era necesario que Nate volviera a casa por su propia felicidad.

Sin embargo, ahora que estaba ahí y que Nate iba de camino, ya no estaba tan seguro.

«Entonces, ¿por qué vas a venderlo? ¿Por qué no sales de aquí y te alejas de él para siempre?».

Ziggy forzó a esa voz a callarse. Su conciencia no había funcionado nunca, así que ¿por qué creía que la necesitaba ahora? No iba a hacerle daño a Nate. Iba a salvarlo.

En la calle, al otro lado del callejón, oyó la furgoneta; el motor sonaba un poco mejor, tal vez Nate había cambiado el aceite, pero la puerta del conductor seguía chirriando al abrirse.

Nate estaba allí.

Estaba allí y Ziggy no pudo evitar sentir pánico. ¿Qué demonios pasaría? ¿Se alegraría de verlo? ¿Seguiría avergonzado? ¿Lo juzgaría de nuevo?

Y entonces Nate apareció en la boca del callejón. Ziggy lo vio y ambos se quedaron petrificados.

—¿Ziggy? —fue un susurro que terminó como un grito, y Nate corrió hacia él.

Como se había fugado de casa, se había preguntado miles de veces en qué habrían sido las cosas diferentes si no se hubiera ido. Ahora, rodeado por los brazos de su padre… que estaba llorando… se dio cuenta de que nada habría sido diferente. Nate aún lo querría. Aún lo quería.

—Eh, vamos, no llores —Ziggy retrocedió un poco con los brazos sobre los hombros de Nate, preocupado de que, si lo soltaba, se cayera redondo al suelo—. Vamos, papá. No llores.

—No puedo creer que estés vivo… —le respondió Nate sorbiéndose la nariz como si estuviera loco o borracho… O delante de una persona que debería estar muerta—. Te tuve en mis brazos mientras morías.

—Lo sé —ahora Ziggy tenía un nudo en la garganta como si él también fuera a empezar a llorar—. Lo recuerdo.

—Yo jamás te habría dejado. Si hubiera sabido…

—Lo sé. Lo sé.

«Pero si te hubiera llevado con él, habrías muerto. Él no te convirtió. Nunca lo haría. Iba a dejarte morir». Ziggy odiaba oír la voz de su Creador en su cabeza y odiaba que tuviera razón. Nate podría haberlo salvado, pero no lo hizo.

Eso lo ayudó a superar algo de la culpabilidad que sentía por haberle tendido esa trampa.

—Escucha, quería que vinieras por una razón.

—Claro, pero hablaremos sobre ello en el camino. No es seguro que estés aquí.

Nate lo agarró de la muñeca, pero Ziggy se mantuvo firme.

—No —respiró hondo. En alguna parte había oído que un chico se convierte en un hombre de verdad en el momento en que pega a su padre. Él jamás pegaría a Nate, pero tampoco iba a dejar que se marchara. Ahora no—. No, no vas a ninguna parte.

—Ziggy, puedes ser sincero conmigo. Por el amor de Dios, soy yo. ¿Qué está pasando?

«Sé fuerte».

Ziggy se aclaró la voz.

—No puedes marcharte. Tienes que volver conmigo.

—¿Ir contigo? —Nate frunció el ceño en un gesto de confusión, pero en ningún momento perdió la esperanza en sus ojos—. ¿Adónde?

—Ya sabes adónde. Con nuestro Creador. Tienes que venir conmigo.

Si mantenía los puños apretados, esa tensión podría sostener todo su cuerpo y no se derrumbaría.

—¿Tengo que ir contigo para que me mate? ¿Y por qué iba acceder a eso?

Incluso cuando entendió lo que Ziggy estaba diciendo, Nate no pareció ni enfadado ni traicionado.

—¡No va a matarte! Sólo quiere que vuelvas a casa.

—Ziggy, tiene que consumir las almas de todos los vampiros a los que ha creado antes de poder convertirse en un dios —ahora sí que parecía furioso—. No sé qué ha estado diciendo te…

—¡No, escucha! No es así. Él no te necesita. Necesita a otra persona. Ya se ha ocupado de eso y va a dejarnos vivir —tragó saliva. ¿Por qué ahora le parecía tan poco convincente?—. Quiere que vuelvas porque te echa de menos.

—¿Y tú te lo has creído? Te eduqué mejor que eso.

Nate se giró como si fuera a marcharse.

Ziggy levantó la vista y señaló la parte alta de los edificios que tenían a ambos lados. Ellos esperaban allí arriba, hambrientos.

—Oh, sí, hiciste un gran trabajo al educarme. ¿Por qué exactamente ahora soy un vampiro?

Cuando Nate se dio la vuelta, entraron en acción.

Los soldados humanos de Jacob eran desagradables, repugnantes, apestosos y fuertes. Una dieta constante a base de sangre de vampiro le hacía eso a un humano. Los hacía peligrosos, adictos y leales.

Veinte de ellos cayeron desde los tejados y aterrizaron a sus pies, dispuestos a luchar en lugar de gimotear de dolor con las piernas rotas. Formaron un círculo alrededor de los dos bloqueando la salida de Nate.

«Por favor, no dejes que le hagan daño», suplicó Ziggy para sí. «Tendría que matarlos y él sabría que no puedo forzarlo a volver».

—Ziggy —comenzó a decir Nate con pánico en la voz.

Bien. Eso le dio fuerzas.

—Ya no soy un niño, Nate. Y vas a venir conmigo.

• • • • •

«Gira a la izquierda en la calle Cherry. ¿La ves?».

Observé la calle con desesperación en busca de la furgoneta. Estaba aparcada en las sombras, enfrente de un edificio que yo conocía demasiado bien.

«La veo».

—La veo —dijo Bill señalando al frente—. ¿Por qué estás aminorando la marcha? ¡Está allí!

—Sé que está allí —le respondí con brusquedad y pisé el acelerador a fondo.

El Club Cite era un edificio de ladrillo con una capa descascarillada de pintura negra. Todos los jóvenes góticos y los aspirantes a vampiro salían por allí. Lo sabía porque era el lugar donde conoció a Dahlia y el lugar donde Nathan había conocido a Ziggy.

—¿Cómo no ha podido imaginarse que esto iba a pasar? —susurré sacudiendo la cabeza con incredulidad.

«¡Carrie, necesito ayuda!».

Detuve el coche junto a la acera y bajé. Oí a Bill gritar, pero lo interrumpí diciéndole:

—¡Quédate en el coche hasta que te llame!

Rodeé el edificio hasta el callejón donde se encontraban Nathan y Ziggy rodeados de unos… ¿drogadictos?

La gente que los cercaba no eran vampiros.

Podía oler su sangre. Por repugnante que suene, los humanos huelen a comida, y no había duda de que esos hombres eran comida. Pero cuando uno agarró a Nathan y él se giró para darle un puñetazo en la mandíbula, no pasó nada. Bueno, algo que se aproximaba a nada. Echó atrás la cabeza como le habría pasado a cualquiera al que le hubieran dado un puñetazo, pero esa… gente, a falta de un término mejor, parecía medio hambrienta. Su piel sucia se veía a través de sus ropas raídas, tenían los ojos hundidos y la piel tirante sobre los afilados huesos de sus cabezas. Parecían víctimas de la hambruna. Nathan es un vampiro fuerte; ése al que golpeó debería haber acabado en una lluvia de huesos de cráneo y pedazos de cerebro.

La sorpresa en su rostro fue un reflejo de la mía cuando el esquelético hombre ignoró el dolor, se secó la sangre de la nariz y le devolvió el golpe con un gancho de derecha tan rápido y fuerte que oí los huesos de la cara de Nathan crujir.

Corrí hacia él con una estaca en la mano.

Aunque no fueran vampiros, una estaca en el corazón puede matar a la mayoría de las cosas. Ziggy me vio y extendió las manos, como si creyera que podía detenerme desde lo lejos.

—¡No!

Lo ignoré y mi estaca se clavó en la espalda de la criatura que había golpeado a Nathan. El hombre gritó y cayó hacia delante. Su cuerpo se quedó tieso y sus músculos se contrajeron alrededor de la estaca. Tuve que poner un pie en la parte baja de su espalda y utilizar las dos manos para sacar el arma, aunque al hacerlo un tremendo arco de sangre brotó tras ella.

Mi intención había sido salvar a Nathan. No sé si pensé que mi ataque bastaría para distraerlos o si pensaba que matar a uno asustaría a los demás, pero ninguno de los dos planes funcionó. Al apartarme de la criatura muerta, dos más me atacaron. Maté con facilidad a la primera, una mujer, clavándole la estaca en la garganta cuando se abalanzó sobre mí. La segunda me agarró por los hombros desde atrás. Mi carne se hizo papilla bajo sus dedos y mis huesos crujieron. No podía luchar, apenas podía respirar del dolor. Vi a los demás agarrar a Nathan y llevárselo, mientras él forcejeaba, hasta la otra entrada del callejón. Ziggy los seguía.

—¡Bill! —grité y respiré hondo para hacerlo de nuevo justo cuando la criatura que me sujetaba me soltó. Caí sobre el pavimento después de que me diera un golpe en la nuca. Logré evitar aplastarme la cara contra el suelo, pero no podía levantarme. Todo me daba vueltas y en el resplandor producido por el dolor que estalló dentro de mi cabeza vi la parte de atrás de un coche al otro lado del callejón.

No querían matar a Nathan. Querían llevárselo. Detrás de mí oí el chirrido de unos neumáticos y el sonido me atravesó mi dolorido cerebro como si fuera un cristal. Me centré en la voz de Bill, que gritaba:

—Levántate, ¡vamos a perderlos!

Logré ponerme de pie y llegar hasta el coche. Aún no había cerrado la puerta cuando Bill pisó el acelerador. Los neumáticos chirriaron y el coche salió dando tumbos detrás del vehículo que teníamos delante.

—No tenemos suficiente… —me llevé las manos a la cabeza y busqué las palabras entre los estallidos de dolor que sentía detrás de los párpados—. No podemos ir tras ellos solos. Van con el Devorador de Almas.

—Odio decírtelo, pero estamos solos. No conozco a nadie por aquí, y tus amigos no parecen muy simpáticos.

Redujo la velocidad y cambió de carril dejando unos cuatro coches entre el vehículo que transportaba a Nathan y el nuestro.

—¿Qué estás haciendo? ¡Vas a perderlos!

Me incliné hacia delante y me agarré al salpicadero como si la presión de mis manos pudiera hacer que el coche fuera más rápido.

Bill me lanzó una mirada de soslayo cargada de furia.

—No voy a perderlos. Sé cómo seguir a gente sin que resulte obvio. Tranquila, creerán que los hemos perdido y se equivocarán.

Muy a mi pesar, me eché hacia atrás con los ojos clavados en el coche.

—No sé de qué me preocupo. Si se nos escapan, Nathan puede darme las indicaciones.

—Sí, eso sí que es un truco bastante útil —dijo al pasar un semáforo en ámbar—. ¿Sabes adónde nos dirigimos?

—Hacia el sur —me encogí de hombros—. Muy pronto saldremos de la ciudad, así que no los pierdas de vista. Allá donde van tiene que estar a unos cuantos kilómetros más.

Pero resultó que me equivocaba. Se saltaron las calles más importantes y siguieron hacia el sur en la avenida Division, hasta que no había más semáforos y los edificios daban paso a pantanos y árboles. Pronto, fuimos los únicos en la carretera. No había forma de que no supieran que estábamos siguiéndolos.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Bill girando el volante para hacer un brusco giro hacia un camino de tierra. El coche que teníamos delante bramó y se alejó de nosotros.

—Tenemos que llegar hasta Nathan antes de que ellos lleguen hasta el Devorador de Almas —cerré los ojos—. Ojalá supiera cómo hacerlo.

—Bueno, podría echarlos de la carretera —sugirió Bill, claramente incómodo con la idea—. Es peligroso, pero no van a parar a echar gasolina dándonos la oportunidad de llevárnoslo en ese momento.

Asentí, recordando algo que Nathan me había dicho cuando me había convertido en vampiro; me dijo que un accidente de coche podía matarme si el daño que sufriera mi cuerpo era tal que no podía curarlo antes de que llegara a matarme. Lo había empleado como un ejemplo entonces, pero estoy segura de que no se esperaba que yo fuera a usarlo para mentalizarme y echar de la carretera un coche en el que él viajaba.

—Hagámoslo.

Supongo que debería haberme sentido más culpable por poner en peligro a un humano, pero las cosas fueron muy deprisa.

Bill pisó a fondo el acelerador y nos sacudimos cuando los neumáticos ofrecieron resistencia contra la gravilla. Alcanzamos al otro coche y lo rozamos con el guardabarros, pero no fue suficiente. Con miedo, vi la aguja del cuentakilómetros subir y subir.

Hicieron falta dos intentos para darle un buen golpe. Antes de poder revisar el plan, Bill gritó:

—¡Agárrate!

Al instante, giró el volante bruscamente a la derecha haciéndonos chocar contra el otro coche, que comenzó a girar por la carretera. Mientras el conductor, otro de los superhumanos esqueléticos, intentaba enderezar el vehículo, Bill dio marcha atrás, aceleró y golpeó el coche haciéndolo caer por la cuneta.

Los dos nos bajamos y Bill sacó su pistola.

—Más efectivo que una estaca —dijo encogiéndose de hombros, y no pude discutírselo, aunque no pensaba que una bala pudiera detener a esas cosas que iban dentro del coche.

—¿Nathan? ¿Estás bien? ¿Puedes oírme?

Bajé por el terraplén y abrí la puerta de atrás.

—Puedo oírte —respondió mientras salía.

Dentro del coche, los humanos estaban o inconscientes o muertos. Por lo menos algo podía hacerles daño.

El rostro de Nathan estaba arañado y deformado donde se había golpeado y sangraba en el punto donde un cristal roto le salía de la frente justo debajo del nacimiento del pelo.

—¿No se os ha ocurrido una forma mejor de rescatarme?

Lo rodeé con mis brazos. No me importaba que uno de esos monstruos pudiera despertarse y tuviéramos otra lucha entre manos. Sólo quería tocarlo, asegurarme de que estaba bien… Bueno, aparte del corte profundo que le cruzaba la frente.

Me abrazó con fuerza. Después me soltó y miró hacia lo alto del terraplén, donde estaba Bill con los ojos como platos observando el desastre que había provocado. Nathan señaló hacia la puerta abierta y el cuerpo inconsciente de Ziggy dentro.

—Necesito vuestra ayuda. Mi hijo está dentro del coche.

Me aparté mientras los dos lo sacaban. Nos costó lograr subirlo por la pendiente, pero conseguimos meterlo en el asiento trasero. El coche bramó al arrancar y algo chirrió, pero Bill nos aseguró que lograríamos llegar hasta la librería.

—Antes de que se ponga el sol, si no te importa —añadió Nathan. Estaba sentado atrás con Ziggy, con su cabeza sobre el regazo.

—¿Qué ha pasado? —pregunté aliviada. No quería creer lo que no podía negar que era cierto. Ziggy le habían tendido una trampa a Nathan.

Nathan miró la cara de su hijo y una sombra de dolor cruzó sus rasgos.

—Intentaba llevarme con el Devorador de Almas. Jacob le ha lavado el cerebro para que creyera que quiere que todos seamos familia. Es el Creador de Ziggy.

Un nudo de lágrimas que no quería derramar se formó en mi garganta. De todas las cosas que Nathan temía, su Creador era la número uno. Y ahora, el Devorador de Almas tenía a su hijo.

—¿Qué vamos a hacer?

Nathan sacudió la cabeza y le apartó a Ziggy el pelo de la cara.

—No sé. Depende de él. No puedo obligarlo a darle la espalda a su Creador —posó la mano con delicadeza, casi con reverencia, sobre la camiseta de su hijo.

—¿Qué? —pregunté.

Con manos temblorosas, Nathan le subió la camiseta a Ziggy y dejó ver una larga cicatriz que le dividía el torso en dos desde las clavículas hasta el ombligo. La respiración se me congeló en el pecho. Sabía lo que era esa cicatriz. Yo misma tenía una. Y también Cyrus, cuando estuvo vivo la primera vez.

—¡Por Dios! —exclamó Bill con los ojos clavados en el espejo retrovisor. Palideció y volvió a mirar a la carretera—. Debe de haber sido una herida grave.

Pero no tenía ni idea de lo grave que era. Nathan y yo, sí. El Devorador de Almas le había sacado el corazón a Ziggy.

Los ojos se me llenaron de lágrimas cuando se encontraron con los de Nathan.

—¿Qué vamos a hacer?

—No lo sé —respondió con una voz carente de esperanza—. No lo sé.