Capítulo 7

Desaparecido como por arte de magia

Grand Rapids no era una ciudad para vampiros.

Ziggy encendió otro cigarrillo y miró el reloj que había detrás de la barra. El lugar estaba muy oscuro, tendrían que haber invertido en un reloj con luz o que brillara en la oscuridad.

Deseaba no haberse marchado de esa forma. Seguro que Nate se había enfadado con él, pero no podía saberlo. Jacob podía ser así de artero, metiéndote ideas en la cabeza cuando no estabas mirando y dejándolas ahí para que te atormentaran. La mitad del tiempo, Ziggy ya no estaba seguro de tener ideas propias. Tal vez era Jacob, que estaba llenándole la cabeza, volviéndolo loco cuando lo único que él quería era solucionar las cosas con Nate y recuperar su vida normal.

Pero ¿quién decidía lo que era normal? Regresar de entre los muertos, ¿eso era normal? ¿Y cómo solucionabas las cosas con alguien cuando sabías que ese alguien sería más feliz si tú estuvieras muerto, cuando incluso te habían dado por muerto en el pasado?

Maldijo y se tragó el final de la cerveza. No le venía bien, pero al menos estaba saciándole el estómago por el momento. El camarero lo miró con desconfianza cuando le rellenó el vaso. El carné falso de Ziggy no lo había engañado, pero no parecía de los que no aceptaban propinas, y menos cuando el bar estaba tan vacío.

La pesada puerta se abrió y las bisagras chirriaron. Fue un sonido terrible. Peor que eso, porque significaba que uno de los matones de Jacob estaba husmeando por allí en ese mismo momento. Con disimulo, Ziggy posó la mano sobre el cuchillo de caza que llevaba bajo su cazadora y después se relajó cuando el tipo que tenía detrás dejó escapar un silbido de sorpresa fingida.

—Vaya. Qué lugar tan ostentoso.

Bill se sentó en el taburete que había a su lado y señaló al camarero.

—Un whisky con Seven-Up, y a mi amigo le pones otra ronda de lo que esté tomando.

El camarero, que se habría parecido a Santa Claus de no ser por el polo que llevaba y el palillo que le sobresalía de un lado de la boca, le dirigió a Bill la misma mirada de desconfianza que le había lanzado a Ziggy antes de servirles. Tal vez era una persona desconfiada por naturaleza, sin más. Después de todo, no era la mejor zona de la ciudad y ésta estaba infestada de vampiros.

—A menos que prefirieras salir a por un mordisco —dijo Bill, con una media sonrisa—. En cuyo caso me quedaría aquí.

Ziggy no respondió.

Bill tragó saliva.

—Era un chiste. Ya sabes, como me has mordido…

—Ya, lo he pillado —le aseguró Ziggy, sin esbozar ni la más mínima sonrisa.

Saliendo de la conversación, Bill giró la cabeza y asintió hacia el pequeño televisor que colgaba de la pared. Estaban emitiendo los deportes.

—Los Tigers van bien este año, ¿eh?

—No me gusta el béisbol —Ziggy dio un trago lentamente.

—Bueno, de todos modos yo soy fan de los Sox. De los blancos, no de los rojos. Aunque ninguno de los dos está demasiado bien esta temporada.

—¿Qué coño estás haciendo aquí? —Ziggy se giró sobre el taburete y se abrió la cazadora para enseñarle el cuchillo—. ¿Nate te ha enviado a buscarme?

El tipo ni se inmutó.

Ziggy tuvo que admitir que era duro. Incluso había intentado luchar contra él cuando lo había mordido, y alguien así se merecía un respeto.

Bill dio otro trago antes de responder.

—No, no me ha enviado él. Y no he venido aquí buscándote. Es que es el único sitio abierto al que podía llegar andando.

—Pues no has andado mucho —murmuró Ziggy. Prácticamente podía verse el bar desde el dormitorio de Nate. Era imposible que Bill no estuviera en una misión de espionaje.

Se quedaron sentados en silencio un rato. Ziggy se giró hacia la barra y miró el fondo de su vaso, esperando a que Bill se marchara. Pero Bill dio otro trago y le dijo:

—Bueno, Ziggy, ¿tienes novia?

«Genial».

Ese tipo era transparente como un pedazo de cristal. Era muy fácil leer dentro de él. Y después de un tiempo al lado de gente como Dahlia y Jacob, resultaba un cambio de lo más refrescante.

—No me van mucho las chicas. Pero apuesto a que lo has preguntado por eso.

—Me ha dado un palpito. Soy bueno en eso —no parecía avergonzado porque lo hubiera pillado y ni siquiera miró a otro lado cuando preguntó—: Entonces… ¿tienes otros… amigos?

Ziggy no quiso reírse, pero sí que sonrió un poco.

—Eres bastante directo.

—Tan directo como un tren de cercanías sin paradas —Bill se rió y después añadió nervioso—: Sí, es otro chiste. Porque como no hacen paradas no tienes que hacer trasbordo y…

—Sí, ése también lo he pillado. Y hasta podría haberme reído si te esforzaras un poco más por ser gracioso —apagó el cigarrillo y se encendió otro, dejando el encendedor en la barra—. Así que ¿eres uno de esos fanáticos de lo oscuro, eh?

Esa pregunta sí que puso un poco nervioso a Bill.

Bien.

Tartamudeó al responder:

—No… Eh… sólo soy un Donante. Además, llevo a unos cuantos Donantes más y me quedo con parte de su beneficio.

Ziggy asintió.

—Así que no eres un fanático, ¿eres un especulador de vampiros?

—Prefiero «chulo de Donantes», pero sí —dijo encogiéndose de hombros.

Ahora fue Ziggy el que se rió, ofreciéndole un cigarrillo.

—Chulo de Donantes. Eso sí que es gracioso.

—Pues no lo pretendía.

Bill agarró el encendedor de Ziggy, lo abrió con un movimiento contra su muslo y se inclinó hacia él para encenderse el cigarrillo.

—Bueno, ¿y cuánto tiempo llevas haciéndolo? Me refiero a lo de ser chulo de Donantes, no a lo del truco del mechero.

—Empecé cuando tenía treinta y dos años, así que llevo ocho años. Algo así.

—Imagino que te llevaría un tiempo establecerte, ¿no? —Ziggy hizo un rápido cálculo mental—. Te conservas bien para tu edad. ¿Seguro que no te bebes parte de la sangre de tus clientes?

—Eh, gracias —parecía verdaderamente complacido con el comentario—. Tú no pareces tener más de dieciocho. ¿Cuántos años tienes?

—No se lo digas a Papá Pitufo, pero sólo tengo veinte.

A Ziggy le hizo menos gracia oír que parecía más joven. Eso haría que la eternidad le resultara insoportable si iba a tener que empezar con una nueva identidad cada cinco años.

Bill se rió y deslizó el mechero sobre la barra.

—No, me refería a cuántos años tienes en total.

—Veinte. En serio. Me convertí un poco antes de mi último cumpleaños.

—Vaya —Bill se quedó pensativo.

Ziggy se sintió decepcionado. Ahora no sería más que un chaval para ese hombre, y eso le avergonzaba. No muchos adultos lo tomaban en serio últimamente. Decidió desviar el tema.

—Bueno, ¿y qué hacías antes de convertirte en chulo de Donantes? Estabas en el ejército o algo así, ¿no?

Bill sonrió antes de darle otro trago a su copa, pero no fue la clase de sonrisa indulgente que se le dirige a un crío.

Bien.

—Estaba en los Marines.

—¿Entonces eres un tipo duro acostumbrado a luchar?

A Ziggy no le impresionaban los militares. La casa de Jacob estaba rodeada de ellos y había empezado a verlos meramente como parte del servicio, lo cual disminuía el estatus de Bill en su cabeza. Y eso era positivo. Significaba que él tendría la sartén por el mango si sucedía algo. Aunque no quería que sucediera nada.

«Los humanos son comida, no nuestros amigos», lo aleccionó Jacob desde su memoria.

Nervioso, Bill miró la televisión, después al camarero y después a su vaso. Su lenguaje corporal hablaba a gritos.

—Sí, quiero decir, no. Nunca vi ningún combate ni nada parecido. Pero no me gustaba. Todo aquello estaba demasiado estructurado para mí.

—¿Por eso abandonaste? —le dio una calada al cigarrillo—. ¿Demasiado estructurado?

—«Abandonar» no es la palabra exacta —Bill bajó la mirada a la barra y se rascó el cuello—. Me… digamos que me invitaron educadamente a marcharme. Ya no requerían mis servicios.

—Ah —Ziggy había oído la terminología correcta en alguna parte; tal vez se lo había oído a uno de los guardias de Jacob. Pero de cualquier modo, tampoco le importaba—. No creo que yo pudiera hacer todo eso del ejército. No se me da bien recibir órdenes.

—Yo no estuve en el ejército. Estuve en los Marines. Y sí, entiendo que tendrías un problema. A mí me despidieron porque me cuesta mucho tener la boca cerrada cuando creo que tengo algo útil que decir. Por ejemplo, si se me ocurría una forma más eficaz de hacer algo, se lo comunicaba a mi comandante, tanto si me lo preguntaba como si no, y eso no era exactamente lo que ellos querían.

—Querían simplemente una pieza más de todo ese engranaje —Ziggy sabía lo que era eso. Se sentía así al lado de Jacob muchas veces. Como si no fuera más que otro empleado, independientemente de lo que su Creador le dijera o le hiciera. Se aclaró la voz—: Escucha, no tienes que quedarte aquí conmigo. No voy a escaparme.

—Eh, soy tan rehén como tú. Es más, tal vez deberíais atarme a un radiador o algo así —por su tono de voz, Ziggy supo que estaba diciendo la verdad—. Pero no he venido aquí porque pensara que ibas a escaparte.

¡Joder! ¡Eso sí que era raro! Tener ahí sentado a un tipo… un tipo bastante guapo, por cierto… sin que tuviera segundas intenciones.

Aunque claro, si las tuviera, tampoco se lo diría.

Había dicho que no estaba allí porque le preocupara que fuera a escaparse. Tal vez estaba allí porque Nathan sí que lo había enviado. O tal vez estaba aburrido o era un alcohólico. Tal vez era un fanático de vampiros, después de todo, y era bueno disimulándolo. Tal vez había ido allí buscándolo, pero por una razón totalmente distinta.

—No intento ligarte —dijo Bill en voz baja.

Ziggy lo miró.

—¿Me has leído la mente?

—No —Bill se rió y apagó su cigarrillo—. Pero he leído tus gestos. Joder, ¿has tenido alguna relación dura en el pasado o algo así?

—O algo así. Cambiemos de tema.

Ziggy se levantó y apagó también su cigarrillo antes de dejar algo de dinero sobre la barra. Fue hacia la puerta, dividido entre querer que Bill se largara por otro lado y querer que lo siguiera.

Pero el hombre no hizo ninguna de las dos cosas. Simplemente se quedó allí sentado.

—No tienes que hacerte el duro conmigo. Ese rollo de chaval intratable apesta.

Ziggy sonrió.

—No entiendo qué quieres decir.

—Digo que dejes lo del adolescente rebelde al que nada le importa una mierda y que seas sincero conmigo unos minutos. A lo mejor descubrimos que podríamos llevarnos bien.

Ziggy sonrió de nuevo y dejó que Bill lo viera.

—Creía que ya estábamos llevándonos bien.

—Y yo que pensaba que sólo estabas actuando para una comedia romántica de las malas —Bill señaló el taburete—. Siéntate. Tenemos tiempo.

Y hablaron. Y hablaron. Y cada vez que sintió la necesidad de ser él mismo, Ziggy siguió ese instinto. Y cada vez que Jacob (no, Jacob no, el Devorador de Almas; era menos doloroso pensar en él así) intentaba llenarle la cabeza de extrañas inseguridades y recordarle que nadie más que él podría quererlo y respetarlo, también apartaba a un lado esos pensamientos.

Bill era un buen tipo. Tenía historias graciosas sobre vampiros y soldados, sobre todo. Incluso sus historias que no eran graciosas resultaban graciosas, porque había algo en él que… bueno, era un tipo gracioso.

Sí, era genial. Tan genial que cuando tuvieron que irse fue un fastidio.

Y cuando volvieron al apartamento, la puerta de arriba estaba cerrada y eso también fue un fastidio.

—Me parece que está cerrada con llave por razones de privacidad, más que de seguridad —dijo Bill con una risita, y Ziggy lo miró. Entonces se aclaró la voz y fingió arrepentirse de lo que había dicho—. Lo siento. A nadie le gusta imaginarse a su padre practicando sexo.

Por lo menos la librería no estaba cerrada. Ziggy le dijo que se dirigiera al extremo más alejado de la tienda, detrás de las estanterías.

—Mi antigua cama debe de estar en la trastienda. Puedes dormir ahí y estarás a gusto.

—¿Adónde vas tú? —le preguntó Bill—. ¿Vuelves a la calle para ser un vampiro siniestro?

—No voy a escaparme, si eso es lo que crees.

—Ya te he dicho que no. Pero me parece algo muy solitario vagar por una ciudad en la que todo cierra a las nueve cuando aquí tienes buena compañía.

—Me gusta estar solo.

Ziggy se giró y fue hacia la puerta.

—Vale, lo capto —concedió Bill—. Tú vete a vagar por las calles y yo abriré este candado como sea para que puedas encerrarme y no me escape. Dame uno de los imperdibles que llevas en las botas.

Nate nunca había cerrado con candado la trastienda, pero viendo como estaba el resto del lugar había sido una suerte que lo hubiera hecho.

—Tengo una idea mejor —propuso Ziggy, que arrancó el candado de un tirón y dejó la puerta un poco doblada por ese lado. Esa destrucción le llevó menos de un segundo y Ziggy se sintió bastante satisfecho consigo mismo hasta que vio la expresión de Bill. No quedaba claro si estaba impresionado o muerto de miedo—. Mi Creador es bastante fuerte y yo bebo su sangre, así que… —fue lo peor que pudo haber dicho. Por eso cerró la boca y entró.

—¿Por qué no tenía tan protegido el resto del local? —preguntó Bill mientras Ziggy encontraba la cuerda para encender la bombilla llena de polvo que colgaba del techo.

—No lo sé. Antes lo estaba. Las cosas cambiaron —cosas como Carrie, cosas como morir. Cosas como morir porque Carrie prácticamente dejó que Cyrus le arrancara la cabeza.

Bill cerró la puerta… o todo lo que pudo, ahora que estaba doblada.

—Bueno, tendré que improvisar. No tienes que quedarte.

—No, no pasa nada. La verdad es que no tengo nada mejor que hacer.

Y no era mentira. Los vampiros de Nueva York o Chicago sí que tenían suerte, allí todo estaba abierto hasta tarde. Aunque suponía que podría haber sido peor. Podría vivir en Alaska.

Bill deslizó la mano sobre una de las polvorientas estanterías como si estuviera comprobando su estabilidad.

—¿Ya has comido, verdad?

—¡Joder!

Ziggy se apoyó contra la pared y cerró los ojos. Lo último que necesitaba era que Bill temiera que estuviera mirándolo como si fuera un bufé libre.

—Bueno, ya me has mordido una vez. Sólo quiero asegurarme —respondió el hombre a la defensiva.

Ziggy se rió con amargura. Estaba claro que ese tipo no confiaría nunca en él. ¿Y por qué iba a hacerlo? ¿Por qué iba a confiar en él un humano?

«No son como nosotros», le susurró Jacob. «Mereces a alguien que te iguale en poder».

Le supuso un gran esfuerzo no responderle. Es más, sintió ganas de llorar, y eso era lo último que quería hacer delante de Bill.

—Eh, ¿estás bien?

Al instante, Bill estaba justo a su lado y parecía preocupadísimo.

—Sí, estoy bien —se secó la frente con la palma de la mano y fue hacia la puerta. Cuando se miró la mano, estaba roja. Genial. Estaba sudando sangre. Seguro que eso era muy saludable.

—No sé si lo he dejado claro o no, pero me gustas. A pesar de que me hayas mordido. Eso no significa que espere nada de ti. Pero sólo te lo digo para que lo sepas.

Ziggy tragó saliva con dificultad mientras las pisadas de Bill se acercaban a él. Una gran y cálida mano humana le tocó el hombro y entonces, sin pedirle permiso y sin previo aviso, le dio la vuelta y lo besó.

Y Ziggy cayó en la cuenta de que no lo habían besado desde… bueno, desde antes de morir.

No fue un beso ni tímido ni tierno. Le recordó a uno de esos besos de película que solían parecerle dolorosos, aunque ahora comprobó que eran fantásticos.

El único chico que lo había besado antes había sido Jeremy y todo había terminado trágicamente. Pero Jeremy había sido una aventura, una especie de prueba para ver si de verdad era gay. Ninguno de los dos se gustaba demasiado.

Sin embargo, a Bill sí parecía gustarle.

Eso era lo mejor. Eso, y también sentir sus manos en el pelo y su lengua en la boca. Pero saber que ese tipo tenía interés en él aparte de para mantener relaciones sexuales hacía que ese beso fuera más que un beso.

Fue una pena que terminara tan pronto.

De pronto, Bill se apartó bruscamente dejando a Ziggy aturdido y decepcionado.

—¿Has oído eso? —Bill miró a la puerta como si pudiera ver a través de ella—. Me ha parecido oír…

Y entonces Ziggy también lo oyó. Era Carrie gritando.

• • • • •

Íbamos a la librería cuando sucedió. Tal vez estábamos demasiado relajados después del sexo como para ser observadores, y eso fue un gran error. En cuanto salimos al callejón captamos su olor en el aire.

Una decena de los asquerosos humanos del Devorador de Almas salieron como monstruos en una película de miedo. Nathan alzó la mirada, y yo la seguí hasta el tejado, donde había más de ellos.

—Carrie, agárrate a mí —dijo extrañamente tranquilo. No tuve otra opción que aferrarme a sus hombros y cerrar los ojos con fuerza cuando nos lanzó sobre la barandilla de hierro para bajar las escaleras.

Caímos de golpe contra la puerta; yo fui la primera en ponerme de pie y la cerré mientras Nathan seguía en el suelo.

Aunque, claro, la puerta ya no resultaba tan segura como lo había sido en el pasado.

La ventana, destrozada desde hacía meses, seguía cubierta sólo por unas cajas de cartón aplastadas. La cinta que las sujetaba estaba casi despegada, de modo que lo que de verdad me separaba de esos monstruos era un pedazo de cartón que yo estaba sujetando con mi hombro.

—¡Ayuda! —grité sin saber quién acudiría. Max estaba durmiendo en el refugio, así que le di golpes al suelo con los pies con toda la fuerza que pude mientras Nathan se levantaba e iba hacia la trampilla.

La puerta del almacén se abrió y Ziggy y Bill salieron corriendo, este último con la pistola en la mano. Nunca me había alegrado tanto de ver un arma de fuego apuntándome.

Después, dos huesudos pero fuertes brazos arrancaron el cartón que tenía detrás y me agarraron la camiseta llevándome hasta el agujero donde antes había estado el cristal de la ventana.

Nathan se lanzó hacia delante y me agarró de los brazos, pero yo lo empujé.

—Mi camiseta —dije mientras el cuello se me clavaba en la garganta. Agarró la tela y la prenda se rasgó entera, saliendo por el agujero junto a los brazos que me sujetaban y el cartón.

Max subió las escaleras, vestido sólo con unos vaqueros, y con una estaca en la mano. Miró mi casi top less y cuando vio a los humanos sedientos de sangre gritó:

—¡Cubrid la ventana!

No importaba. Antes de poder apartarme, la puerta se abrió y cayó casi a cámara lenta dejando entrar a las criaturas, una tras otra.

No tuve tiempo de pensar. Simplemente comencé a luchar.

El primero al que me enfrenté no estaba armado. Era una mujer baja de mediana edad con el pelo decolorado y una piel arrugada. Sus sucias y rotas uñas se hundieron en mis hombros mientras me llevaba hacia ella. Iba a morderme. ¡Y una mierda!

A pesar de la enorme presión en mis hombros, levanté los brazos y le agarré la cabeza, las orejas, cualquier cosa para distraerla, y tiré. Tenía en la mano dos puñados de pelo ensangrentado antes de que ella se diera cuenta de lo que había pasado y me soltara. Se tambaleó hacia atrás, pero volvió a cargar contra mí. Sin saber por qué lo hice, agarré una de las mesas de madera volcadas y me la coloqué delante. Ella se giró para volver a agarrarme y logró engancharme la muñeca, obligándome a soltar la mesa, pero sus lánguidas piernas se tropezaron la una con la otra y cayó de espaldas sobre las patas de la mesa.

«Oh, joder», pensé al caer encima de ella y comenzar a hundirla contra la mesa con toda la fuerza que pude. Me soltó de inmediato y me puse de pie antes de que otro pudiera caer sobre nosotras y dejarme allí clavada en las patas. La rubia no se levantó, su boca se abría y se cerraba, y su cuerpo se sacudía. Una pata de mesa cuadrada salía de su frente y otra salía de su abdomen. El final de la pata de la cabeza estaba cubierto de una masa pegajosa de pedazos de hueso y trozos de carne.

Sentí un vómito acercándose a mi garganta y me aparté de esa escena cuando otro par de manos me agarraron. Ese ataque no tuvo nada de elegante. Quien fuera me levantó por encima de su cabeza y me lanzó contra el mostrador. Vi la cubierta de cristal rajada antes de caer en ella, pero ya era demasiado tarde. Al instante sentí miles de cristales a mi alrededor.

Pero me vino bien porque cuando me levanté ya tenía un arma. Un arma que me había hecho cortes en las palmas de las manos y que hacía que me sangraran los brazos, pero un arma al fin y al cabo. Y cuando la criatura que me había arrojado, un joven delgado con el pelo negro y grasiento, se acercó a mí para rematar su trabajo, hundí un enorme pedazo de cristal en su cuerpo justo debajo de las costillas y lo rajé hacia arriba con todas mis fuerzas esperando no cortarme la mano en el proceso. El hombre cayó al suelo arrojando una enorme cantidad de sangre.

Me giré y vi a Bill, que disparaba a todo lo que se movía. Tenía un buen tajo en la frente y un mordisco reciente en el antebrazo, pero se movía como una máquina de matar. Revisé mi plan de batalla contra el Devorador de Almas. No necesitábamos un ejército. Necesitábamos a los Marines.

Max no estaba apañándose mal.

Para mi decepción, no había adoptado la forma de hombre lobo, pero estaba luchando contra el tipo que antes le había hecho una llave de cabeza sólo con sus puños y, aunque ese hombre era un toro, no parecía estar ganando.

Estaba a punto de entrar en acción cuando vi a Ziggy y el terror hizo que mi sangre fluyera más fría de lo que ya lo hacía.

Ziggy no estaba armado, aunque tampoco lo necesitaba.

En lo que se tarda en parpadear, agarró a una mujer, le giró la cabeza a un lado y le arrancó la garganta con los dientes antes de escupir una enorme bola de carne al suelo mientras ella caía muerta al instante. Después hundió el puño en el pecho de un hombre que se acababa de abalanzarse sobre él, para a continuación sacarlo lleno de sangre mientras el desafortunado atacante caía. Hubo un cuello roto, y después una cabeza arrancada y una columna vertebral asomando por encima de la cabeza como si fuera la mecha de una bomba, que Ziggy tiró a un lado con indiferencia para pasar al siguiente.

Si hubiera estado sumido en una especie de arrebato de furia, si hubiera mostrado alguna clase de emoción al matar, no me habría inquietado tanto y no me habría distraído mirándolo.

Y esa distracción no me habría costado a Nathan. Nunca me han atravesado con una estaca y, ya que no tenía el corazón en el pecho, sino en una caja de metal que guardaba a buen recaudo, supongo que técnicamente eso no me mataría. Pero cuando la criatura hundió la afilada estaca en mi pecho (por cierto, ¿cómo podía alguien moverse tan deprisa y sin hacer ruido?), creí que me moría. Y recé por hacerlo. Horrorizada, miré la gruesa madera que sobresalía de mi pecho y mi visión se volvió borrosa. El dolor se intensificó por diez y fui tambaleándome hacia atrás mientras pequeños puntos negros de agonía se formaban en mi visión.

—¡Carrie! —gritó Nathan y oí una refriega. Corrió hacia la criatura que me había agarrado, pero el hombre lo apartó de un golpe como si fuera una mosca. Nathan cayó de espaldas y dos de las otras criaturas lo vieron. Avanzaron, pero tiraron sus improvisadas armas.

Con horror vi cómo una de ellas le daba un puñetazo a Nathan que lo lanzó volando hasta el otro lado de la habitación. Aterrizó con el desagradable sonido de un crujido contra una de las estanterías. Cayó al suelo con los ojos en blanco. La sangre se extendía bajo su cuerpo sobre la tarima de madera y un rastro rojo brillante marcaba la trayectoria de su caída.

Me levanté y corrí hacia él, pero el que me había clavado la estaca me sujetó. Su asqueroso olor me provocó arcadas.

Max se dirigió hacia los dos que cercaron a Nathan, aunque lo único que consiguió fue que lo apartaran de un golpe como si fuera un muñeco roto.

Bill disparó a uno de los dos, pero al igual que sucedió con los demás a los que había disparado, lo único que logró fue que se movieran con menos velocidad. Una criatura de piel oscura con una herida de bala en el cuello echaba sangre por la boca, pero aun así logró colocarse detrás de Bill y sujetarlo.

Ziggy tuvo mejor suerte. Uno de ellos le dio un golpe que esquivó fácilmente. El otro intentó agarrarlo sin éxito.

Inmediatamente, las alarmas saltaron en mi cabeza. O el Devorador de Almas había enviado a todo su pelotón, cosas que dudaba, o no había ido allí a matarnos.

Estaban allí por Nathan.

Luché contra mi atacante e hice lo único que se me ocurrió: pedí ayuda a gritos, con tanta fuerza y estridencia como pude.

—Pobrecita, ¿necesita ayuda? —la voz que escuché por detrás me llenó de rabia y desesperación.

Dahlia entró en la tienda con una lona de vinilo negro sobre la que tamborileaba sus largas uñas negras. La desenrolló para dejar ver una cremallera. Era un saco para cuerpos.

Hasta tuvo el valor de acercarse a mí y darme una palmadita en la cabeza. Le escupí en su cara de engreída y entonces ya no tuvo cara de diversión. Sacó un pañuelo negro y se secó la mejilla. Una gota de maquillaje blanco manchaba la tela cuando lo retiró.

—Rómpele el brazo.

El monstruo tiró de una de mis muñecas y al instante mi hueso se astilló bajo su mano. Demasiado impactada como para sentir dolor, vi el final de mi cúbito emergiendo de una grieta en mi piel.

Ella colocó el saco junto a Nathan y le levantó uno de los brazos para volver a dejarlo caer al suelo.

—¿Está vivo? —grité, dando patadas al suelo en un inútil intento de captar su atención—. ¡Quiero saber si está vivo!

Con una risita, Dahlia se llevó una palma ensangrentada a la boca y sacó la lengua para saborear la sangre de Nathan.

Grité de rabia y me lancé a por ella, pero el impacto del hueso roto ya se me había pasado y ahora el dolor hacía que me fallaran las piernas. Me quedé pendiendo de las manos de mi atacante sin poder hacer nada más que ver cómo Dahlia metía a Nathan dentro del saco y subía la cremallera.

—Vosotros dos, lleváoslo —ordenó, y uno de los humanos que sujetaban a Max lo arrojó por encima de su cabeza. Cayó al suelo e intentó levantarse, pero la criatura volvió a golpearlo y tuvo la sensatez de quedarse tumbado. Se movieron y levantaron el saco que contenía el cuerpo de Nathan.

—Por favor, ¡sólo decidme si está vivo! —les grité mientras desaparecían por la puerta.

Dahlia olfateó con delicadeza cuando pasó por mi lado al salir y dijo:

—Matadlos.

Cuando las criaturas se movieron para seguir su orden, Ziggy gritó:

—Jacob va a matarte cuando descubra lo que has hecho.

—¿Y quién crees que me ha enviado? —preguntó ella antes de detenerse y girarse con una horrible sonrisa—. Además, no recuerdo haberte visto aquí. Vivo. Deben de haberte matado antes de que yo llegara. Qué accidente tan, tan, trágico.

—¿Y qué pasa conmigo, cariño? —le dijo Max desde el suelo—. Nos llevábamos bien, ¿no?

Una carcajada cargada de maldad salió de su boca.

—No eras tan bueno.

Y así desapareció. Sin más oportunidades para negociar.

Una vez alguien me dijo que las cosas no eran o negras o blancas, tal y como yo pensaba, sino que el mal era más bien una fuerza de la naturaleza. Del mismo modo que no se podía razonar con un tornado que destrozaba tu ciudad, no podías razonar con Dahlia cuando destrozaba tu vida.

El único consuelo que me quedaba era que la horrorosa sensación que había tenido cuando Cyrus había muerto, la interrupción del lazo de sangre que nos había unido, no la experimenté cuando se llevaron a Nathan. Y por eso sabía que tenía que luchar.

No podía dejar que esas criaturas nos mataran.

No necesitaba un arma. Dahlia estaba tan cerca que casi podía saborear su poder y eso me hizo darme cuenta de que sí que tenía un arma. Cerré los ojos y recordé que Dahlia dijo «iluminación» para encender las luces. Recordé cómo Nathan me había enseñado a visualizar lo que quería lograr cuando habíamos utilizado el hechizo de invisibilidad de Dahlia. La palabra «llama» vino a mi cabeza con tanta facilidad como si la tuviera grabada detrás de los párpados. Pero yo no quería encender algo. Quería quemarlo.

En mi mente, la palabra se desplegó con furia, con un bramido como una explosión dentro de mi cabeza. Abrí los ojos y la palabra salió ardiendo de mis labios, tan caliente que pensé que se llenarían de ampollas. Y con ella vinieron las llamas. Salieron de mi boca como manos, incendiando la ropa y la piel de las criaturas al instante. Chillaban y cayeron consumidas antes de tocar el suelo. Max, Ziggy y Bill lograron apartarse de las llamas.

Algo en la sangre de Dahlia respondió al fuego, y lo supe cuando las llamas se extinguieron a nuestro alrededor.

Cuando yo había bebido su sangre y había tomado su poder aquella noche en la mansión, el poder no había cambiado su condición. Una explosión de energía, tan ardiente como el fuego, me atravesó y fui tambaleándome hacia la puerta. Bill, Ziggy y Max estaban justo detrás de mí, pero para cuando llegamos a lo alto de las escaleras, ya era demasiado tarde.

Una limusina negra se alejaba por la calle llevándose el cuerpo de Nathan hasta los brazos de su Creador.