Capítulo 17

Confesión

Mientras los chicos estaban fuera, tuve tiempo para pensar.

Borrad eso.

Dahlia tuvo tiempo para pensar.

En una ocasión, mientras iba a ver cómo se encontraba Nathan, me vi de pie a su lado con una estaca en la mano. Por suerte, me di cuenta de lo que estaba haciendo. Y por suerte, él no se despertó y me vio allí.

Ella era una presencia constante en mi mente, tanto que tenía que pensarme dos veces todo lo que hacía. ¿De verdad quería una taza de café o era Dahlia? ¿Estaba demasiado cansada como para bloquearla de mi mente o era eso lo que ella quería hacerme creer? Y una vez que la había bloqueado, ¿estaba segura de que se había ido? Era peor que antes, cuando había invadido mi cabeza. Ahora ya no tenía ningún sitio adonde ir.

Sentí una inesperada, si no compasión, al menos comprensión hacia el Devorador de Almas. ¿Cuánto de lo que hacía era producto de las almas atrapadas dentro de él, de sus intentos de manipularlo?

Pensé que estaba excusándolo en cierto modo, y supe que toda esa comprensión y compasión tenía que venir de Dahlia porque yo todavía quería arrancarle la garganta a Jacob Seymour con los dientes.

Y entonces esa imagen mental llenó mi cabeza y ya no estaba segura de si era Dahlia o era yo. La escena era muy gráfica: yo, sentada sobre el regazo de Jacob y acercando su cara a la mía para un beso. Sus huesudas manos aferradas a mi espalda me arrancaron la camisa. Mis uñas trazaron unos surcos en sus brazos desnudos y, cuando me aparté para lamer la sangre de mis dedos, su boca estaba ahí, luchando contra la mía para obtener la pegajosa capa escarlata. Le mordí la mandíbula, extrayendo más sangre, y después la oreja. Y entonces, mientras gemía de placer y hundía las manos en mis caderas, le mordí el cuello, con fuerza, y tiré. Mis colmillos atravesaron su piel y su músculo. Arranqué venas y nervios. Le aplasté el esófago y le partí la tráquea. Y cuando toda esa masa quedó pendiendo de mi boca, vi las frágiles vértebras de su columna vertebral, el blanco de sus huesos resplandeciendo a través del rojo torrente que bañó mi regazo.

La puerta del apartamento se abrió de golpe y me despertó de mi ensoñación. Para mi disgusto, el corazón me latía deprisa y un cosquilleo recorría mi cuerpo como si hubiera tenido una fantasía sexual. Intenté que no se reflejara en mi expresión cuando les pregunté:

—¿Habéis encontrado sangre?

—Y tanto —Max puso una enorme nevera sobre la mesita de café.

—Y hay otra igual —anunció Bill dejando la segunda en el suelo junto a la puerta—. Tu amigo nos ha ayudado.

—¿Mi amigo? —no sabía de quién estaba hablando hasta que Ziggy entró por la puerta—. ¿Entonces lo sabes? —suspiré y asintió.

—Y al parecer tú también —dijo Max, sentado en el sofá a mi lado—. ¿Qué posibilidades tenemos?

Bill interrumpió la conversación.

—Primero la sangre. Bueno, para vosotros, chicos. Sangre para vosotros y alcohol para mí, y después hablaremos de esto.

—De acuerdo.

Max se levantó y fue a la cocina con Bill y las neveras. Haría falta un milagro para lograr meter todo eso en el congelador, pero no me importaba.

Ziggy se quedó en la puerta con una mirada acusatoria.

—No sabía cómo decíroslo. Ni siquiera sabía que estaba vivo hasta anoche. Y después pasó lo de Bill…

—No estoy enfadado —pero su postura tampoco indicaba que estuviera entusiasmado. Deslizó los dedos sobre los libros que habíamos colocado en las estanterías y sacó el gran volumen que decía Espíritus. Se giró hacia mí—. ¿Queda algo en éste?

—Creo que sí —lo vi abrir el libro y sacar el pequeño frasco de metal y destaparlo—. ¿Por qué?

Ziggy le dio un sorbo al whisky que había dentro del frasco.

—Bill no puede beber sangre. Esto… podría solucionarlo.

—Ah —recordé la primera vez que había bebido sangre. De Dahlia, directamente de sus cálidas venas de humana. Aparté ese recuerdo—. Tendría que habértelo dicho.

—Lo sé. Pero eso no cambia el hecho de que lo haya descubierto por mí mismo. Han debido de traerlo después de que me trajerais aquí, porque me habría dado cuenta si hubiera estado rondando a mi alrededor.

—¿Cómo está? —odiaba preguntarlo, pero quería saberlo.

—Está de nuestro lado. Es lo único que tiene que preocuparte —dijo Max con dureza desde la cocina—. Eh, ¿dónde está tu amigo gris?

—Se llama Henry. Y está abajo intentado hacer que la trastienda sea un lugar más habitable para Bill y Ziggy. Tú puedes dormir en el sofá, si quieres. Imagino que no sería muy divertido dormir ahí abajo ayer.

Max asomó la cabeza por la puerta de la cocina.

—Estuve bien. Es más, es probable que siga durmiendo en el agujero.

Cuando la sangre se había calentado y todos nos habíamos tomado una taza, aunque Bill prefirió conformarse con el contenido del frasco, me contaron lo que había pasado con Cyrus.

—¿Diez días? —sacudí la cabeza y un inmenso pavor me oprimió el corazón—. Imposible. Nathan no estará mejor para entonces.

—Nathan podría quedarse fuera en lo que se refiere a luchar —Max se levantó y se estiró—. Pero de todos modos puedes fabricar a esos tipos grises. ¿Cuántos crees que puedes crear hasta entonces?

Me atraganté con la sangre que estaba tragando.

—Estás de broma, ¿vedad?

—Cyrus dijo que nos habíamos cargado a muchos soldados humanos de Jacob, pero aun así vamos a necesitar apoyos —secundó Ziggy.

Miré las adustas caras de los hombres que me rodeaban y suspiré.

—No sé. Tal vez cinco. Tal vez. Pero me costó mucho hacer sólo a Henry.

«Ya no tiene por qué costarte tanto», me recordó Dahlia. La ignoré.

—Bueno, eres lo mejor que tenemos. Me he quedado sin ideas. No sé vosotros, chicos —añadió Max dirigiéndose hacia los libros.

«Háblale de mí», me ordenó Dahlia con tanta insistencia que apenas podía centrarme en mis pensamientos. Abrí la boca para gritarles que haría copias de Henry, que no había ningún problema, y que iríamos a matar al Devorador de Almas, pero lo que me salió fue:

—Soy una devoradora de almas.

Max, Ziggy y Bill no parecieron reaccionar al principio. Después Max dijo, lentamente:

—Espera, ¿qué has dicho?

No quería repetirlo, porque yo no había elegido decirlo en primer lugar.

—Soy una devoradora de almas. Cuando fuimos a rescatar a Nathan, Dahlia se interpuso en mi camino. Sólo quería matarla, o tal vez no, no lo sé. Quería algo, quería hacerla sufrir. Así que me comí su alma.

Me temblaban las manos cuando agarré la taza.

—Está bien… —Bill sacudió la cabeza—. No, no está bien. ¿Qué coño significa eso de que eres una devoradora de almas?

Ziggy se lo explicó por mí, gracias a Dios. Yo no quería hacerlo.

—Jacob se convirtió en el Devorador de Almas al consumir la sangre y las almas de otros vampiros. Es parte de lo que lo hace tan aterrador. También es parte de lo que le hace débil. Necesita más sangre para vivir. Necesita almas y no puede obtenerlas de humanos.

—Cuando maté a Dahlia, lo hice chupándole la sangre. Y al final… me bebí también su alma. Sin querer.

«¡Mentirosa!», la furia de Dahlia me recorrió con tanta fuerza que partí la taza que tenía entre mis manos. Me salió sangre de los dedos y manché la moqueta.

—¡Ups!

—Muy bien —Max se giró, pero ni aun así pudo ocultar sus emociones. Hasta su espalda parecía estar enfadada—. Sabías que Cyrus estaba vivo. Sabías que eres una devoradora de almas. ¿Hay algo más que no tuvieras pensado contarnos?

—No es que hubiera planeado no contároslo, es sólo que justo después de que esas cosas sucedieran, tuve que hacer un transplante de corazón y un injerto de piel. He estado un poco distraída.

—¿Cómo de distraída? —preguntó Ziggy en voz baja—. Quiero decir, ¿se lo has contado a Nate?

—¿Que si le he contado qué? Sabe que soy una devoradora de almas, pero no sabe lo de Cyrus.

—Ninguno lo sabíamos. Y él suele ser la última persona con la que eres sincera —dijo Max.

—Eh, tranqui —le gritó Bill y me quedé sorprendida ante la autoridad en su voz.

Aunque más sorprendente fue oír a Max farfullar:

—Lo siento —Max rara vez escuchaba a alguien que no fuera… Max.

—Está bien —dijo Bill—. Pero lo importante que hay que recordar ahora mismo es que andamos justos de tiempo para aniquilar al Devorador de Almas. Y Nathan es parte del equipo aunque no pueda participar.

—Tienes razón —dije.

Y justo cuando terminé mi frase, Bill añadió:

—Por eso tienes que contárselo, Carrie.

Miré a Ziggy, que con expresión compasiva me dijo:

—Tiene razón. Tienes que contárselo.

Suspiré y me levanté.

—Debería llevarle algo para comer de todos modos.

—Nosotros bajaremos para dejaros un poco de intimidad —dijo Bill.

Max los siguió hasta la puerta.

—Y yo también estaré abajo. No es que no quiera dormir en un sofá ensangrentado, pero el saco que hay en el refugio no ha sido el escenario del transplante de corazón de una aficionada.

Y así me quedé sola. Tenía que decirle a Nathan que Cyrus, la persona a la que más odiaba del mundo, incluso más que a su Creador, vivía de nuevo.

Mientras rellenaba la tetera y la ponía en el fuego, planeé detenidamente lo que le iba a decir. Por lo menos, ésa era mi intención. En realidad, me abrumó todo lo que sabía que tenía que decir y cómo eso chocaba contra lo que de verdad quería decir y se entendería como una completa contradicción. Mi plan se fue al garete antes de tener siquiera la oportunidad de ponerlo en marcha.

No era tan sencillo decirle a Nathan que Cyrus volvía a estar vivo.

También tenía que asegurarme de que él supiera que no había cambiado nada entre nosotros sólo por el hecho de que mi primer Creador volviera a estar aquí. Es más, me sorprendí ante cómo cambiaron mis sentimientos por él.

Había conocido a Cyrus de muchas formas: Cyrus el monstruo, Cyrus el humano, Cyrus el alma herida buscando algo que lo hiciera ser mejor de lo que era, Cyrus mi Iniciado. No tendría que haberme supuesto una sorpresa tan grande que el Cyrus que había estado delante de mí en la granja del Devorador de Almas fuera un hombre completamente distinto al que había amado recientemente.

Aun así, Nathan no lo vería del mismo modo. Y si se lo decía directamente así: «No te preocupes, no te dejaré por él…», se lo tomaría como un reconocimiento de mi culpa. O tal vez lo haría yo. Era una situación demasiado complicada como para comprender la diferencia.

La tetera silbó y me resigné a apartarla del fuego ante el trastorno emocional que estaba por llegar. Serví un poco de sangre en una taza y fui hacia el dormitorio.

Cuando abrí la puerta, Nathan me lanzó una adormilada sonrisa.

—Se te ve mucho mejor, si no fuera porque pareces medio masacrado.

Emitió un sonido que habría sido una carcajada de haber estado más fuerte.

—Me encuentro un poco mejor, pero aún me duele. Aunque es el primer sueño de verdad que he echado en un tiempo.

Dejé la taza sobre la mesilla y me senté a su lado con actitud animada.

—¿Quieres algo para el dolor?

Negó con la cabeza, lentamente.

—No. Ahora quiero tener las ideas claras. Sólo quiero pasar un rato contigo cuando no estoy drogado, o cuando el dolor no me distrae.

—¿Y ahora no está distrayéndote el dolor? —le aparté unos cuantos mechones de la cara—. Bueno, supongo que eso es bueno.

—Y tanto que es bueno. Ahora lo único que tenemos que hacer es algo para curar el aburrimiento —me besó la mano.

La aparté. Me parecía deshonesto darle una sensación de seguridad con la que iba a acabar de un momento a otro.

Me miró confundido y resignado al saber que el momento de paz había terminado demasiado pronto.

—Carrie, ¿qué pasa?

—Es sólo que intento acostumbrarme. A todo.

—¿A compartir tu cabeza con Dahlia? —dijo en tono compasivo—. Cariño, si pudiera evitarte todo eso…

—No te dejaría —le tomé la mano—. No estoy siendo totalmente sincera. Hay más.

—¿Sí? —enarcó una ceja—. ¿Te has echado una novia? He de decir que no me importa demasiado, siempre que además hayas desarrollado una tendencia exhibicionista…

—Ja, ja —me gustó verlo bromear de nuevo. Era mejor que oírle decir que estaría mejor muerto—. No. Se trata de Cyrus.

El gesto le cambió de inmediato.

—Ah.

—Está vivo —fue como arrancar una tirita de golpe.

Nathan intentó sentarse y lo detuve con una delicada presión en el hombro.

—No te agobies por ello. No es para tanto.

—¿Que no es para…? Espera… ¿Cuándo ha pasado?

—Debió de ser después de que trajéramos a Ziggy. Él se ha quedado tan impresionado como tú —me mordí el labio—. Nos ha dicho algunas cosas.

—¿Cómo… cómo ha pasado? —preguntó ignorando lo que había dicho—. Murió. Lo vi morir. Tú… lo viste morir.

—Sí, lo vi —y aunque volvía a estar vivo, revivía ese momento en mis pesadillas—. Pero no es la primera vez que pasa algo así.

Nathan suspiró.

—¿Cuándo ha empezado a ser normal eso de traer a gente de entre los muertos? Esto nunca habría pasado hace cincuenta años.

—Tal vez sí. Quiero decir, por entonces no estabas tan relacionado con ese círculo social.

—¿Círculo social? —cerró los ojos—. Está bien, ¿qué vamos a hacer?

Era una buena pregunta.

Si yo tuviera todas las respuestas en lo que a Cyrus concernía, el último año habría sido mucho más sencillo.

—Supongo que ahora mismo no podemos hacer mucho… Él nos devolvió el corazón de Ziggy. Olvidé contártelo. Y les ha dicho a los chicos lo que el Devorador de Almas tiene planeado.

—¿Cuánto tiempo tenemos?

En ese momento supe que Nathan estaba volviendo a ser el de antes. Estaba dispuesto a entrar en la batalla, podía sentir su tensión reverberando por el lazo de sangre.

Pero por desgracia, era imposible que participara en el combate en su estado.

—Diez días. O menos. Quiero decir, no estoy del todo segura. Max, Bill y Ziggy me han contado la historia, pero ha sido todo muy repentino y precipitado.

—Claro —tenía los puños apretados—. Dios, ¿por qué tengo que estar en este estado cuando me necesitas? Soy patético, ni siquiera puedo darle un puñetazo a la pared para liberarme de mi frustración.

—Eh, no hables así —le agarré una mano e intenté calmarlo—. Tú no eres patético, sólo te han despellejado vivo. No voy a negarte que haya sido muy inoportuno, pero tampoco creo que exista un buen momento para que lo despellejen a uno.

—Nunca hay un buen momento. Punto —me fue insoportable ver su gesto de derrota—. En diez días, todo esto habrá acabado.

—Para bien o para mal —la ironía de esas palabras se mofó de mí—. Quiero decir…

Me lanzó una agridulce sonrisa.

—Lo sé. Pero si algo nos sucede a alguno de los dos…

—Bueno, a ti no te pasará nada. Estarás aquí…

¿No podía decir nada acertado esa noche?

—Lo que quiero decir es que no te verás en un peligro inminente.

—Lo estaré —me apretó la mano y se la llevó a los labios para besarla—. Si algo te pasa a ti, también me pasa a mí.

Quería decirle «no va a pasarme nada», pero la historia había demostrado que era una estupidez que yo dijera algo así. Además, ¿y si no me pasaba nada? ¿Y si después de que el Devorador de Almas muriera yo no moría? Ahora era una devoradora de almas. ¿Qué pasaría en un año o dos, cuando no pudiera retener más a Dahlia? ¿Qué pasaría cuando mi cuerpo no pudiera mantenerse sólo de sangre? ¿Qué pasaría cuando me convirtiera en pura maldad?

¿Qué sucedería cuando fuera el monstruo contra el que mis amigos estaban luchando?

Por mucho que esos pensamientos me atormentaran, no podía permitir que Nathan también pensara en ello. Ya nos enfrentaríamos a ello cuando llegara el momento, pero por ahora tenía que concentrarme en él.

—Si quieres tener alguna posibilidad de estar en forma para luchar… tenemos que trabajar con tu despellejamiento.

Nathan suspiró.

—Ojalá no tuviéramos que repetir ese atroz procedimiento otra vez, pero también preferiría poder ayudar cuando haga falta. Así que pongámonos a trabajar.

—Tengo que ir a por mis cosas y tengo que medicarte… mucho.

Me giré hacia la puerta y él iba a protestar, pero lo interrumpí.

—No es por ti. Es por mí. Es muy difícil hacerle esto a alguien a quien amas. Preferiría que uno de los dos estuviera inconsciente, y sería mejor que esa persona no fuera la que va a usar el bisturí.

Volví a darme la vuelta para marcharme, pero me agarró de la muñeca.

—Te quiero.

—Lo sé —le apreté la mano y la solté—. Yo también te quiero.

Y me marché. No quise despedirme de él.