Capítulo 15

Un remiendo

Estaba soñando con hacer una piñata de papel maché y al despertar sabía cómo curar a Nathan.

Cuando le conté cómo llegué a la solución, la comparación no le hizo mucha gracia.

—Entonces, ¿soy una piñata? —sólo el hecho de comer le había dado mucha fuerza, por lo menos la suficiente para hacer comentarios sardónicos mientras yo intentaba informar a mi paciente—. ¿Y se supone que cuando termine el tratamiento, vas a atarme a una cuerda y a sacudirme con un palo?

—Podría hacerlo antes de que terminara el tratamiento si no te callas —pero no pude evitar sonreír. No estaba diciéndome que debería haberlo dejado morir y con eso a mí me bastaba.

Le expliqué lo que había planeado hacer: quitarle una cuantas tiras de piel de la espalda, como hacían los médicos para hacer un injerto. Pero yo le quitaría unas tiras más estrechas para que el agujero que quedara se curara en un día y así podría volver a repetir la operación con la piel nueva las noches siguientes hasta que estuviera completamente cubierto otra vez. Le injertaría piel en la parte delantera del cuerpo allá donde la necesitara.

—No sé si funcionará. En el peor de los casos no lo hará, en el segundo peor de los casos, acabarás con un montón de parches de piel rosa y brillante, como las víctimas de un incendio. No tendrías pelo en el pecho. Tal vez ni siquiera pezones, ni ombligo, pero podrás llevar una vida normal.

—Me gustaban mis pezones —gruñó. Después suspiró—. Si estás pidiéndome que te dé permiso para que me despellejes más, tengo que admitir que no estoy seguro.

—Lo haré con anestesia local —cuando él empezó a protestar, continué—: Y no quiero oír que puedes soportar el dolor. Voy a anestesiarte cada noche, te comportarás como un buen chico y te callarás —no pensaba hacerle lo que Dahlia le había hecho.

Giró la cabeza.

—Supongo que es una suerte que no pudiera llegar hasta ahí… ya sabes. Hasta ahí abajo.

—Sí, es una suerte.

Una vez que se perdía un nervio, se perdía. No había manera de solucionarlo. Llamadme hedonista, si queréis, pero creo que no podría vivir sin volver a sentir ese placer.

«Me parecía demasiado cruel», dijo Dahlia dentro de mi cabeza y la ignoré. Aunque estuviera atrapada dentro de mí, yo no tenía por qué hacerle caso.

—Depende de ti. ¿Crees que aún podrías quererme si me pareciera a Frankenstein? —me preguntó Nathan muy serio.

Me reí.

—Te quiero ahora y te pareces al Hombre Invisible. Creo que podría quererte más con un poco de piel encima.

—Sé que estoy siendo un capullo —dejó escapar otro suspiro—. Está bien. Hazlo.

Me marché después de ordenarle que intentara dormir mientras yo reunía todo lo necesario y refrescaba mis habilidades de despellejamiento con alguna pechuga de pollo de las que teníamos en el congelador. Bueno, esto último no se lo dije al final porque pensé que esa comparación le haría menos gracia todavía que la de la piñata.

Ziggy y Bill seguían dormidos en el sofá, uno apoyado sobre el otro. Me alegré de ver que Bill se había despertado, aunque me alegré menos de ver que la poca sangre que quedaba ya se había terminado. Metí la tetera en la pila y, mientras la aclaraba, oí a Ziggy entrar en la cocina.

—Estaba pensando en pasarme por el Club Cite y buscar un Donante. ¿Crees que es demasiado arriesgado?

—No creo que sea demasiado arriesgado. Creo que es demasiado arriesgado que nos quedemos aquí sentados y muñéndonos de hambre —asentí hacia el salón—. ¿Vas a llevártelo?

Ziggy asintió.

—Probablemente. Es mejor que yo haciendo contactos. Así se ganaba la vida.

Me quedé un momento en silencio antes de decir:

—Vas a llevártelo para no tener que explicárselo a Nathan.

—Eso no es verdad —dijo Ziggy—. La última vez que descubrió que tenía un novio, no pasó nada bueno. Tal vez tú podrías decirle algo… después de que nos hayamos ido.

Eché un poco de detergente dentro de la tetera y la froté con el estropajo.

—¿No crees que deberías sincerarte con él?

—No estoy diciendo que no vaya a serlo —protestó Ziggy—. Sólo quiero que… rompas el hielo.

Lo miré, miré esa adorable cara aniñada que siempre parecería joven, por mucho que él envejeciera, y se me cayó el alma a los pies. No estaba pidiéndome que hablara con Nathan porque eso le resultara más fácil a él. Estaba pidiéndome que lo protegiera del rechazo de su padre.

—Sí. Hablaré con él.

Claro que, además, todavía tenía que hablar con él sobre el hecho de que Cyrus estuviera vivo. Me había convertido en portadora de insoportables noticias por partida doble.

Max subió las escaleras llevando la ropa sucia de la noche anterior, pero parecía estar de mejor humor que en mucho tiempo. En la mano tenía una nevera portátil.

—Sangre. No mucha, pero suficiente por ahora.

—Gracias.

Él esbozó una sonrisa que me dijo que todo lo de la noche anterior quedaba olvidado.

—Vivo para servir. Pero necesitamos un Donante. Ahora somos cinco, todos vampiros y hambrientos.

—Estamos en ello —dijo Ziggy—. Vamos a ir al Club Cite dentro de unas horas. ¿Quieres acompañarnos?

—Debería —interpuse antes de que Max pudiera negarse—. Tengo que hacerle… algo a Nathan. Y no creo que te apetezca estar por aquí.

Por suerte, todos se mostraron de acuerdo conmigo.

• • • • •

Unas cuantas horas y una bolsa de pechugas de pollo despellejadas después, los tres salieron hacia el Club Cite. Esperé a oír la furgoneta alejarse para despertar a Nathan.

Me lanzó una adormilada sonrisa y lo besé. Lo había echado de menos e incluso ese pequeño contacto me resultó irresistible.

—Me alegraría más de verte si no supiera que vas a despellejarme —murmuró—. ¿Estás preparada? ¿Debería tener fe en tus habilidades ahora?

—Siempre deberías tener fe en mis habilidades.

Dejé el bisturí, que había esterilizado en agua hirviendo después de usarlo con el pollo, sobre la mesilla de noche. No me importa que los vampiros seamos inmunes a las enfermedades, de ningún modo iba a emplear un instrumento en Nathan sin eliminar del cuchillo al demonio de la salmonela.

Al ver la plateada y brillante hoja afilada, Nathan se puso blanco, algo realmente impresionante en alguien tan pálido ya de por sí como Nathan. Puse una mano sobre la parte de su pierna que estaba intacta y le di un cariñoso pellizco.

—No será como la última vez.

Respiró hondo y tembló cuando exhaló.

—Lo sé. Confío en ti.

Como no podía tumbarse boca abajo, utilicé unas almohadas y unas toallas enrolladas para colocarlo de lado y alzarlo dejando expuesta su espalda. Las cicatrices de ahí donde lo habían azotado con la fusta ya habían desaparecido. Deslicé el dedo sobre una de las líneas que recordaba y por un momento casi perdí el valor. No sabía si podría cortar la piel de Nathan, si podría soportar hacerle daño.

«Trágate el miedo y ponte con ello. ¡Vamos a ver un poco de sangre!», me dijo Dahlia con un tono increíblemente aburrido. Deseé poder vendarme los ojos para que no disfrutara viendo lo que iba a hacer, pero me pareció más sencillo directamente no pensar en ella.

Le inyecté la anestesia.

—¿Puedes sentirlo? —le pregunté al terminar y rozándolo con la aguja.

Con un rotulador dibujé un rectángulo dentro de la zona que estaba dormida. Respiré hondo, agarré el bisturí y comencé a cortar.

Fue lo más difícil que había hecho nunca. Más difícil que darle puntos a un niño de dos años que no dejaba de retorcerse, más difícil que sacar piedrecillas de la pierna de un motorista mientras él se ponía gris del dolor. Cortarle la piel a alguien a quien conocía, a quien amaba, aun sabiendo que era por su bien y que se recuperaría y no sentiría dolor, era lo peor que había experimentado nunca.

Justo cuando pensaba que sería mejor hablarle para distraerlo, Nathan decidió lo mismo.

—¿Está bien Ziggy?

«Gracias», le dije a través del lazo de sangre.

—Sí. Está en el Club Cite intentando encontrar un Donante.

Nathan se quedó un momento en silencio y después habló con un tono más bajo.

—¿Ha muerto Bill?

Suspiré y retiré la parte de piel que había cortado. La dejé sobre el costado de Nathan y él se retorció de asco.

—Lo siento —me apresuré a decir antes de quitársela de encima y ponerla sobre su muslo cubierto del trozo de plástico—. Es curioso lo de Bill. Es…

—Ziggy lo ha convertido, ¿verdad? —Nathan no necesitó que le respondiera a la pregunta, le bastó con la agitación que captó por el lazo de sangre—. Genial. ¿Lo quiere?

—Creo que es demasiado pronto para hablar de amor en su relación —dije mientras le cortaba otra tira de piel—. Además, no tienes por qué amar a alguien para convertirlo.

—Sí, claro que sí. De lo contrario, habría muchísimos más vampiros en el mundo.

—Bueno, eso no puede ser verdad porque tú me convertiste después de que Cyrus me matara y no estabas enamorado de mí.

—Pero tampoco sabía que iba a convertirte. Pensé que era más bien una especie de transfusión de sangre y no una creación.

—Es verdad —respondí en voz baja y algo decepcionada. Esperé que creyera que ese tono se debía a que estaba concentrada, pero después de ocho pechugas de pollo podía despellejar cualquier cosa en la oscuridad con los ojos cerrados y responder a las preguntas de un examen de aptitud.

Se giró un poco y me miró hasta que me vi obligada a mirarlo.

—Carrie, creo que te quiero desde el primer momento en que te vi.

—No —pero aunque no lo creía, no pude evitar ese cosquilleo en mi interior. Bajé la cabeza y sonreí mientras arrancaba otra tira de piel. «Qué romántico».

—Crees que miento para hacerte sentir mejor —se rió en voz baja y yo le sonreí. Apoyó la cabeza en la almohada y cerró los ojos—. Pero no. Creo que la mayoría de la gente se enamora a primera vista, aunque no lo saben hasta después. Intento recordar cómo era no estar enamorado de ti y no puedo.

Me detuve y entonces recordé que la anestesia tenía un tiempo límite que pronto pasaría.

Había logrado tres tiras de piel. Esperé hasta que las zonas en las que había trabajado comenzaron a dar muestras de curación y entonces las cubrí con una gasa y tendí a Nathan boca arriba.

—Si todo va según lo planeado, se curarán antes de que te enteres —le aseguré. Después, retiré los improvisados vendajes con los que le había cubierto el pecho y puse las tiras de piel sobre el borde izquierdo de su herida. Se unieron inmediatamente y quise saltar de alegría al ver que había funcionado.

—¿Tan bien ha ido? —preguntó Nathan con los dientes apretados.

—¿Te duele mucho?

No pudo más que asentir con la cabeza y pensé que sería mejor esperar a que hubiera bebido un poco de sangre para volver a intentarlo.

—Eres muy impaciente —dijo mientras recuperaba un poco de color y yo volvía a cubrirle la herida—. Dale tiempo. No voy a ir a ninguna parte.

Me mordí el labio.

—Hay que pensar en eso, por cierto. ¿Cómo vamos a llevarte a Chicago?

—No vamos a ir a Chicago —respondió con esa dureza propia de él.

Comencé a recoger mis instrumentos.

—El dolor te hace actuar de forma irracional.

—No —me agarró del brazo—. Carrie, no vamos a volver allí.

Vacilé. Aunque me alegraba de estar de vuelta en casa, en nuestro hogar, sabía que quedarnos sería un suicidio. Se lo dije, tanto por el lazo de sangre como en voz alta, y él suspiró.

—Saben que estamos aquí. Vinieron directamente aquí a buscarme, pero lo mismo pasaría en Chicago. Y ésta es mi casa —se movió y gruñó de dolor—. Tu plan ha fracasado. La espalda me duele horrores.

—Está despertando de la anestesia —le expliqué—. Por lo menos en Chicago estamos más lejos y tenemos una mayor seguridad que un pestillo y una cadena.

—Y aquí tenemos a cuatro vampiros para protegerme. Y uno de ellos es una devoradora de almas con la sangre de una bruja —pasaría un tiempo hasta que Nathan dejara de utilizar eso en contra de mis argumentos, pero no podía culparlo—. ¿Crees, desde un punto de vista táctico, que estar lo más lejos posible del enemigo es la mejor idea?

—No sé pensar en tácticas, sé pensar en supervivencia —le dije—. ¿Por qué es nuestra responsabilidad? ¿Por qué tenemos que ser nosotros los que se ocupen de toda esta… mierda?

—Porque lo es. Y si no lo hacemos nosotros, nadie lo hará y él ganará —sabía que había repetido exactamente lo mismo que yo me había dicho a mí misma una y otra vez—. Nos quedamos. Nos quedamos. Y luchamos. Y si no podemos luchar, entonces…

—Entonces morimos sabiendo que no nos hemos rendido —me agaché y lo besé—. ¿Deberíamos planteárselo a Max, Ziggy y Bill y ver qué opinan?

—¿Ahora vamos a incluir a Bill a la hora de tomar decisiones importantes? —el sarcasmo rezumaba de las palabras de Nathan.

—Si fueras listo, lo harías.

Cuanto antes se lo dijera, mejor.

—Bill tiene el corazón de Ziggy.

Nathan se quedó en silencio un buen rato.

—¿Lo has hecho tú?

—Sí, y puedes gritarme todo lo que quieras, pero cuando termines de estar cabreado, sabrás por qué lo he hecho.

Y entonces me preparé para su arranque de ira.

Sin embargo, nunca llegó. Tal vez estaba demasiado cansado o, por obra de un milagro, había comprendido que no podía proteger a su hijo de todos los peligros de la vida.

—¿Sabías que iba a funcionar, o Ziggy corrió peligro?

—Corrió peligro. Pero hice lo que me pidió. Por respeto a él.

—¿Y qué pasa con el respeto hacia mí? —cerró los ojos y pareció perder toda la fuerza que yo pensaba que tenía—. Carrie, si vuelvo a perderlo… No sé…

—Puede que vuelvas a perderlo —no lo dije para ser cruel—. Si no es por el Devorador de Almas, lo perderás por tratarlo como si fuera un niño.

—Si tuvieras un hijo, lo entenderías —en cuanto lo dijo, abrió los ojos y estaban llenos de dolor—. Quería decir…

—Ya sé lo que querías decir —le respondí quitándole importancia—. Y tienes razón. Nunca sabré lo que es temer la pérdida de alguien tan cercano a mí. Pero sí que recuerdo lo que fue ser una chica joven intentando alejarme de las expectativas que mi padre tenía puestas en mí.

Me dijo que me acercara, me arrodillé a su lado y lo besé. Me acarició el pelo y el cuello.

—Si Dahlia no estuviera muerta ya, la mataría.

—No estarás así para siempre —le recordé—. Ya estás mucho mejor. Ayer por la noche apenas podías hablar, y mucho menos moverte o pensar en el sexo.

Dudé que me oyera. Se le estaban cerrando los ojos mientras le hablaba. Cuando estaba profundamente dormido, fui al salón. Bill y Ziggy no habían vuelto aún y durante un extraño momento fue como si estuviera viviendo en un momento diferente, antes de tener que preocuparme por el Devorador de Almas; tiempo antes de haber conocido a Cyrus. Fue como la noche que había estado en esa habitación escuchando la promesa de Nathan de matarme mientras yo seguía negando ser un vampiro.

No había pasado tanto tiempo, pero parecía un siglo.

¿Cómo había pasado de ser una persona que no quería otra cosa que volver a su solitario apartamento y rezar por recuperar su vida a ser una persona que tomaba decisiones de vida o muerte sin importarle las consecuencias? ¿Cómo me había convertido en una persona que se enfrentaba a todas las terroríficas cosas que la aguardaban con miedo, pero sobre todo con rabia?

«Deberías tener miedo», me advirtió Dahlia. «No tienes ni idea de lo que es capaz. De lo que yo soy capaz de hacerte ahora».

Fui a la ventana y miré la ciudad. Las farolas naranjas transformaban los árboles en sombras esqueléticas contra los edificios. En otro momento me habría preocupado por las cosas que acechaban ahí fuera, pero ya las había visto.

Las carcajadas de Dahlia resonaban por mi cabeza.

«Aún no has visto nada».

—Adelante, zorra —susurré haciendo que mi frío aliento empañara el cristal—. Adelante.