Capítulo 16

Impacto

El Club Cite era tan ruidoso y patético como Ziggy recordaba.

Nunca había sido uno de sus sitios favoritos, pero lo había soportado cuando era humano para ayudar a Nate a rastrear vampiros. Era el primer lugar donde acababan los vampiros recién llegados a la ciudad, o directamente, los vampiros recién convertidos. Y eso era patético.

Para entrar en el Club Cite primero tenías que encontrarlo y era intencionadamente insulso. El edificio era de ladrillo y estaba pintado de negro. Una vez dentro, sólo se podía bajar. Suponía que arriba había oficinas, pero el club en sí estaba en el piso inferior. Tenía una barra, pero sólo servían alcohol los jueves por la noche, el único día de la semana que no dejaban entrar a nadie con menos de dieciocho años. El resto del tiempo, podías tomar café y refrescos que te servía un imitador de Marilyn Manson detrás del mostrador.

Ziggy se apoyó contra el respaldo de un banco e intentó centrarse en la conversación que Bill estaba teniendo con un chico vestido de gótico.

—Y fue entonces cuando me di cuenta de que mi alma estaría para siempre entregada a los Señores de la Oscuridad —dijo el chaval con la mano temblando exageradamente mientras se llevaba a la boca su cigarrillo—. Que vagaría para siempre perdido en la oscuridad.

—Vaya. Bueno, eso es… —Bill miró a Ziggy y después miró al chico—. Es fantástico. ¿Has oído eso, Ziggy? Los Señores de la Oscuridad.

—No me gusta tu sarcasmo —dijo el joven con dramatismo al levantarse y casi tiró la silla que había acercado hasta la mesa. En ese sitio, poder estar sentado era un privilegio. Se llevó la silla con él.

Ziggy sonrió a Bill y le acarició el cuello, pero Bill le apartó la mano.

—Para. Se supone que tenemos que pasar desapercibidos, y montárnoslo en una sala llena de adolescentes definitivamente llamaría la atención.

Ziggy se rió al observar a Bill. En una calle cualquiera en mitad del día la camiseta gris de Bill metida por dentro de sus vaqueros azules no resultaría tan fuera de lugar. ¿Pero ahí, en el país de los pantalones de plástico y los pezones cubiertos con cinta aislante? Si hubiera entrado desnudo habría provocado menos miradas.

—Sí, estás pasando muy desapercibido.

—Eh, lo he intentado. Pero tenemos recursos limitados —asintió hacia una chica con mechones verdes sobre su melena negra que los miraba con interés desde la barra—. ¿Qué decimos? ¿Que estamos buscando a una chica para hacer un trío?

—Con tal de que no hagamos el trío, vale —Ziggy quería echar la cabeza sobre la mesa y taparse los oídos para no seguir oyendo los planes de Bill.

Antes de que Bill se pusiera manos a la obra, Max se sentó al lado de Ziggy.

—¿Ha habido suerte?

—No, pero te vas a cargar nuestra tapadera —dijo Bill lanzándole a la chica de la barra un exagerado guiño de ojos. Ella arrugó la cara como si intentara no reírse y se dio la vuelta.

—Genial —dijo Ziggy intentando no reírse de sí mismo—. ¿Qué tal te ha ido a ti?

Max se encogió de hombros.

—Bien. He estado hablando con un grupo de «vampiros», ya sabes, esos chavales que se reúnen y se beben una cucharadita de la sangre de los demás las noches de luna llena —se rió a carcajadas—. La mayoría de ellos se cagarían en los pantalones si se encontraran con un vampiro de verdad, pero de vez en cuando te encuentras con alguno que te sigue el rollo. Tengo algunos números.

—Bill ha estado utilizando la excusa de que estamos buscando a un tercero, no sé si me entiendes… —Ziggy sacó su paquete de cigarrillos y se encendió uno—. Pero hasta ahora no ha tenido mucha suerte.

Max lo miró de arriba abajo y sonrió.

—Ya, me pregunto por qué será.

Por lo menos, Max había tomado la iniciativa en el tema de los disfraces. Habían encontrado una caja con la ropa vieja de Ziggy en el almacén de la librería y aunque Max tenía menos talla y era más alto, por lo menos había adornado su camiseta y sus vaqueros negros con algunos aros de plata, pulseras de goma y una gran cantidad de perfilador de ojos.

Bill se había negado a recurrir al maquillaje.

—Esta música me está matando —gruñó Max tapándose los oídos—. Si ya no tenemos nada, no creo que tengamos muchas más posibilidades. Vamos a volver al apartamento antes de que me quede sordo.

—Pues a mí esto me resulta fascinante —le gritó Bill a Ziggy mientras se abrían paso por la pista de baile en dirección a la salida—. Me gusta este rollo de «mira mi alma negra» que hay por aquí. Soporto esto mejor que a la gente que es eternamente positiva.

—¿Gente como tú? —bromeó Ziggy.

Pero cuando se giró para ver la reacción de Bill, se quedó helado.

Es imposible olvidar la cara de alguien que te ha sometido a toda clase de torturas. Y por supuesto te das cuenta cuando alguien que supuestamente está muerto se pasea como si nada por las zonas que solía frecuentar.

Parecía imposible, pero ahí estaba Cyrus.

—¡Max! —gritó a Max, que se movía entre la multitud en dirección a Cyrus—. ¡Bill, date la vuelta, por ese lado! —gritó por encima de la música.

Ese cabrón estaba en uno de los bancos de la esquina, muy lejos de la luz de la pista de baile, pero no había duda. Ese pelo casi blanco, esa perpetua cara de desdén. Era Cyrus. Su camisa negra de seda abierta casi hasta el ombligo dejaba ver una cicatriz que le recorría su musculoso pecho.

Ziggy tuvo que sacarse de la cabeza los recuerdos que lo asaltaron. Escenas que eran vergonzosas y degradantes aunque muy excitantes al mismo tiempo. No había tenido mucho contacto con Cyrus desde que Carrie lo había matado; había respondido de manera accidental a algunas de las llamadas que le había hecho a Dahlia, pero no estaba seguro de que Cyrus se hubiera dado cuenta de que era él. Es más, no estaba seguro de que Cyrus se acordara de él. Y eso le dolía en cierto modo. Si alguien te hacía esas cosas tan terribles, por muy agradable que fuera contigo después y por mucho que tú te lo creyeras antes de que te rajara el cuello, querías que por lo menos te recordara.

Había unos chavales en el reservado haciendo cola para probar lo mismo que Ziggy. O peor todavía, porque ellos no tendrían a nadie que los protegiera.

Ziggy sabía sin ninguna duda que, si no hubiera sido por la intervención de Carrie, Cyrus no se lo habría pensado dos veces antes de matarlo aquella primera noche en la mansión.

Cyrus vio a Max primero.

Abrió los ojos de par en par con algo parecido a miedo y después los estrechó en una expresión de forzada indiferencia.

—Vaya, pero si es el padre de la espada. ¿Cómo está el cachorro?

Max dio un paso adelante como si fuera a saltarse la mesa para agarrar a Cyrus, pero Bill lo detuvo. Parecía que no quería estar en mitad de una pelea entre dos vampiros.

—No pasa nada —Ziggy sabía que no era necesario haberlo dicho en alto, que podía haberse comunicado con Bill mediante el lazo de sangre, pero ya no podía soportar seguir ahí esperando a que Cyrus se fijara en él. Era como una tortura.

Bill lo sintió o por lo menos eso le pareció a Ziggy, por la mirada que le echó.

—No pasa nada —repitió, dándole una palmadita en el hombro a Bill—. Este tío es un maricón y una nenaza. No va a molestar a Max.

—No era Max quien me preocupaba —farfulló Bill.

—¡Vaya! Eres el hijo de Nolen. ¿Sabes qué? Padre está cabreadísimo contigo. Bueno, en realidad, con todos vosotros.

—Me importa una mierda —dijo Bill moviéndose para situarse entre Ziggy y Cyrus.

«Cálmate. Es inofensivo».

Ziggy intentó transmitirle una sensación sincera, pero una imprevista imagen de Cyrus desnudo, pálido y sudoroso bajo la luz de las velas invadió su mente. Sabía que Bill lo estaba viendo y eso le avergonzó más todavía que el mero recuerdo.

Bill no lo miró, siguió centrando su ira en Cyrus.

—¿Cómo está tu padre, por cierto? He oído que Carrie le dio una buena paliza.

Cyrus se estremeció ante el nombre de Carrie y Ziggy se percató del detalle y se lo guardó por si le era útil más tarde. Ahora mismo había demasiado gente delante, humanos frágiles que podían salir muy mal parados si estallaba una pelea.

—Vamos a dar un paseo.

—Sí, es una buena idea. Marchaos todos a dar un paseo y dejadme disfrutar de la noche… —Cyrus acarició el cabello rizado de uno de los chicos—… y de mi compañía.

—¿Y qué tal si les contamos a los polis que hay al final de la calle lo de tu «compañía» y tú se lo explicas todo? —preguntó Max enarcando una ceja—. ¿O de verdad crees que este chico tiene dieciocho años?

—Las celdas de una cárcel pueden ser muy soleadas —añadió Bill.

Con una mirada furiosa al chico que tenía al lado, Cyrus rodeó la mesa y se levantó con extrema elegancia. Ese tipo era como los vampiros de las películas.

Salieron del club del modo más discreto posible, pero Bill se fijó en que él llamaba la atención por su aspecto demasiado normal y Cyrus por su aspecto demasiado glamuroso. Cuando salieron a la calle, Cyrus no corrió, y fue un alivio. Los siguió hasta el callejón, se apoyó contra la pared de ladrillo y se cruzó de brazos.

—Bueno, ya me tenéis. ¿Ahora qué?

Max fingió estar pensándoselo mucho antes de responder:

—A mí me gustaría aporrearte la cabeza y arrancarte el corazón, pero la historia ha demostrado que matarte no parece funcionar.

—Pero necesitamos información —dijo Bill—. Y si no quisieras dárnosla, te habrías marchado del club antes de lo que lo has hecho.

—O no habrías aparecido —añadió Ziggy—. Jacob ha estado muy preocupado con el ritual últimamente. Empecemos por ahí.

—Bien. ¿Podríamos hablar de esto en un lugar más cómodo? Tengo una mansión…

—No —Ziggy sacudió la cabeza—. No vamos a ir a ningún sitio contigo. Seguro que tus guardias nos tienden una emboscada en cuanto crucemos las puertas.

—Pues sigo pensando que estaríamos mucho más cómodos intercambiando información allí.

—Vamos —dijo Bill mirando el callejón como si de pronto fuera a tomar vida y tragárselos a todos.

Ziggy quería discutir el tema, pero algo en el modo en que Bill, Max y Cyrus se movían le advirtió de que no lo hiciera. Estaba claro que Cyrus pensaba que los habían seguido y que probablemente estaban observándolos. Pasaron por delante de una limusina negra y Cyrus agachó la cabeza. El conductor que esperaba dentro estaba durmiendo, así que no los vio.

—Vamos, deprisa —ordenó Cyrus una vez que estaban dentro de la furgoneta.

—¿Qué está pasando? ¿Corremos peligro de verdad o es que eres un paranoico? —le preguntó Max desde el asiento trasero.

—Esperemos que sea lo último. Gira aquí —le indicó a Bill.

• • • • •

La mansión era tan escalofriante como Ziggy recordaba. Un largo camino cruzaba el jardín hasta la parte delantera de la casa que parecía inspirada en la Mansión Encantada de Disneyworld. No, la Mansión Encantada daba menos miedo. Esa mansión era espeluznantemente aterradora si sabías lo que pasaba dentro.

Aparcaron la furgoneta entre las sombras cerca de un lateral de la casa, en el césped, tal y como Cyrus les dijo. En lugar de entrar por la puerta principal, los había llevado por la de la cocina.

Cuando Ziggy cruzó el umbral de la puerta, tembló. Recordó estar en esa habitación, defendiendo a Cyrus de las críticas de Carrie y sintiéndose seguro allí.

—¿Estás… bien? —le preguntó Bill lo suficientemente bajo como para que los demás no lo oyeran a pesar de lo cerca que estaban.

«No hay tiempo para explicaciones», le dijo Ziggy. «Pero esto es más fácil que susurrarme». Ziggy siguió a Cyrus, que los llevó hasta el comedor y se sentó a la mesa preparada para un comensal.

—Por favor, sentaos. ¿Tenéis hambre, caballeros? Le diré a Clarence que ponga más servicios.

—Esto no es una reunión social —dijo Max con brusquedad—. Ve al puto grano para que podamos largarnos de aquí.

De todos modos, Cyrus hizo sonar la campanilla que tenía junto a su copa.

—Estabais en el club buscando sangre. No soy idiota.

—Eso es discutible —dijo Max, aunque con un poco más de educación que antes. Tal vez porque ahora iban a comer y no quería insultar a su anfitrión.

—Queréis detener a mi padre y os aplaudo por ello. Alguien tiene que hacerlo y yo no tengo la fuerza suficiente —miró la cicatriz de su pecho y Ziggy se fijó en que Bill se tocó la suya, como en un gesto de solidaridad, antes de bajar la mano rápidamente—. Pero si vais a detenerlo, tendrá que ser pronto.

Clarence apareció en ese momento, tan delgado como Ziggy recordaba y con su elegante traje. Llevaba una bandeja con tres copas y servilletas. Cyrus ni siquiera se las había pedido.

Le indicó al mayordomo que las colocara.

—El ritual coincidirá con la luna llena. Tenéis unos veinte días. Habéis matado a la mayoría de sus asquerosas criaturas, así que no os costará mucho matarlo a él en los días previos al ritual.

—Pero tampoco puede ser demasiado cerca. Conociéndolo, tendrá mucha compañía ese día para así tener a gente que lo venere una vez que pase de ser del Devorador de Almas a un dios.

—Sí, le encanta ser el centro de atención —asintió Cyrus—. Tal vez lo mejor sería en unos diez días.

—¿Por qué estás compartiendo esto con nosotros? —Bill los miró a todos antes de volver a dirigirse a Cyrus—: Soy el nuevo…

—¿Y cómo te llamas? —lo interrumpió.

—Bill. Como iba diciendo, ¿por qué compartes esta información con nosotros? Ese tipo es tu padre…

—Y su Creador —añadió Max.

—Pues no me parece algo que haría un hijo.

—Tienes razón —dijo Cyrus—. Tal vez seas demasiado nuevo para comprender los matices de la situación.

Clarence volvió a aparecer, en esa ocasión procedente de la cocina y con una bandeja cubierta. Ziggy se echó atrás. Había visto a Cyrus comer demasiadas veces como para saber que lo que había debajo de una bandeja de plata no sería nada agradable de ver. Y a juzgar por el tamaño, o no era un cuerpo entero o era uno muy, muy, pequeño.

Clarence dejó la bandeja sobre la mesa y levantó la tapa sin mucha ceremonia. Ziggy estaba horrorizado. Pero en lugar de algo terrible, la bandeja sólo contenía una garrafa de sangre. Cyrus le indicó a Clarence que sirviera las copas antes de continuar hablando.

—He tenido un año muy instructivo. He resucitado de entre los muertos en dos ocasiones, me he convertido en vampiro dos veces, he perdido a dos mujeres a las que he amado mucho, a una en más de una ocasión, y todo ha sido por deseo de mi padre. Veo que la solución a mis problemas es muy simple, pero me resulta inalcanzable sin ayuda. Mi padre debe morir y permanecer muerto para que mi vida vuelva a ser normal.

—¿Y cómo de normal puede ser si eres un vampiro que ya ha muerto dos veces?

Hubo tristeza en la voz de Bill, una tristeza que Ziggy no había oído antes ni había sentido por el lazo de sangre. ¿Ya había aprendido Bill a ocultar sus emociones? Resultaba asquerosamente deprimente.

Ziggy se dio cuenta demasiado tarde de que Cyrus estaba mirándolo.

—No tan normal como en el pasado, eso os lo juro.

Fue suficiente para que a Ziggy se le secara la garganta. Era una suerte que Clarence le hubiera servido una copa. Se la bebió de un trago.

—Tengo que admitir que eso también me preocupa —dijo Max—. ¿Cómo sabemos que no estamos escogiendo el menor de los males?

—Hablad con vuestra amiga la doctora —la voz de Cyrus se suavizó—. Os juro que no jugaré sucio. No después de todo lo que me ha pasado este año —se recostó en su silla y cerró los ojos—. Antes disfrutaba con la crueldad. La saboreaba. Ahora no puedo encontrarla para matar a mi padre.

—¿Diez días? —preguntó Max, como para aclarar las cosas—. Mantente en contacto con nosotros. Intenta reunir algo más de ayuda y nosotros haremos lo mismo. Y nos ocuparemos de tu papaíto.

—Lo intentaremos —lo corrigió Ziggy—. Pero vamos a necesitar ayuda. Especialmente, sangre.

—Sí, cómo no. Clarence os dará todo lo que necesitéis antes de marcharos esta noche —los miró lleno de esperanza—. Por favor, creedme cuando digo que quiero que esto termine tanto como vosotros. Y no estoy del lado de mi padre.

Max se terminó la copa y se levantó.

—Bien. Que tu mayordomo cargue la furgoneta —se giró hacia Bill—. Bébete eso.

Bill palideció e intentó no mirar la sangre que tenía delante.

—No, estoy bien. No me siento del todo preparado para…

—Y yo no estoy preparado para ver que te comes a un inocente viandante esta noche, así que vas a beberte eso ahora.

Max habló con rotundidad, sin un «por favor» o un «gracias».

—Ahora te da asco, pero te acostumbrarás —añadió Cyrus mientras deslizaba el dedo suavemente sobre el borde su copa—. En el futuro verás que es una triste verdad.

Antes de poder evitarlo, Ziggy recordó un torrente de imágenes violentas y sexuales de su época con Cyrus y no pudo ocultárselas a Bill, cuya mandíbula se tensó antes de que levantara la copa, se bebiera el contenido de un trago y la dejara en la mesa con tanta fuerza que Ziggy pensó que el tallo se habría roto. El rostro de Bill adoptó la forma de vampiro antes de volver enseguida a la normalidad.

—Ya está —dijo sin aliento y secándose la boca con el dorso de la mano—. Ahora ya podemos largarnos.

Fiel a su palabra, Cyrus les dio la sangre que les había prometido. Max esperó en la cocina mientras Clarence metía las bolsas de plástico en una nevera portátil y Bill, sin decir nada, salió al jardín.

—Ve con él —le dijo Max a Ziggy—. Ya ayudo yo por aquí.

En cuanto salió por la puerta de la cocina, Bill vomitó en los matorrales toda la sangre que había bebido. Ziggy esperó un instante antes de hablarle.

—¿Estás bien?

Bill no respondió. Se limpió la boca con la camiseta y se apoyó contra la furgoneta.

—No quería beberme eso.

Ziggy se acercó y lo abrazó, sabiendo que él no se resistiría. Bill le devolvió el abrazo con fuerza, hundiéndole los dedos en la espalda.

—Vas a tener que acostumbrarte a esto —Ziggy se giró ligeramente para besarlo en la oreja—. Ojalá pudiera decirte que existe otro modo, pero no lo hay.

Al cabo de un momento, Bill dio un paso atrás y se secó las lágrimas de los ojos.

—Lo sé. Y sé que tengo que… beber sangre. Estoy cansadísimo, tengo mucha sed y mucha hambre y nada me ayuda. Pero he pasado demasiado tiempo al otro lado. Cuando descubrí que los vampiros existían, que estaban con nosotros, que podía ganar dinero alimentándolos, no lo creí. Y ahora me siento un poco así. Siento con horror que mi vida ha cambiado y no recuerdo cómo era antes.

Ziggy asintió lentamente.

—Creo que todos hemos pasado por eso. No creo que nadie se convierta en vampiro sin llevarse un buen impacto.

—Eso es, es un impacto —Bill se rió con amargura—. Eh, por lo menos tengo un buen Creador, ¿no? Quiero decir, el tuyo es pésimo. Por lo menos a mí me ha creado alguien con quien no me importa estar.

La pequeña chispa de esperanza en el pecho de Ziggy se encendió y rápidamente él la apagó.

—Bueno, eso es por ahora. Quiero decir, en el futuro…

—Para —Bill se acercó como si fuera a besarlo, pero entonces pareció pensárselo mejor después de lo que había hecho entre los arbustos. Le tocó la mejilla—. Ha sido una noche muy larga. Sólo quiero llegar a casa, emborracharme lo suficiente como para poder beber sangre y después meterme en la cama contigo.

—Eso puede ser un problema. No creo que haya una cama libre. Me parece que tendrás que volver a conformarte con el suelo del almacén —una risa nerviosa hizo vibrar el pecho de Ziggy—. ¿Puedo preguntarte algo?

—No veo por qué no —respondió Bill, sorprendido.

El chico respiró hondo y formuló la pregunta.

—Cuando dices que quieres estar cerca de mí, ¿eres tú o es el lazo de sangre el que te hace sentirlo?

El silencio que se hizo fue importante; uno de esos silencios que preceden a algo verdaderamente significativo.

—No lo sé.

—¿Qué…?

—Bueno, todos arriba, nos largamos —gritó Max cuando salía por la puerta con dos enormes neveras.

—Joder, tío, ¿tienes una fuerza sobrenatural o qué? —Bill corrió a su lado y le quitó una de las manos—. Vamos a ir bastante apretaditos hasta que lleguemos al apartamento.

Max asintió con la cabeza.

—Y lo primero que voy a hacer al llegar va a ser beberme una de estas bolsas e irme directo a la ciudad.

Un frío pavor hizo que a Ziggy se le encogiera el pecho.

—No.

Se giró hacia Bill y Max, sin querer pronunciar esas palabras porque la tarea que tenían entre manos sería increíblemente desagradable.

—Primero tenemos que contárselo a Carrie.