Capítulo 23

El juego final

—¿Qué te parece?

Ziggy bajó los prismáticos y se los pasó a Bill, para que pudiera verlo por él mismo.

—Los zombies ya casi han desaparecido. Algunos de los gólems están teniendo problemas con los vampiros, pero no veo demasiados hombres lobo muertos. Uno o dos, como mucho.

—Supongo que después de todo no van a necesitar nuestra ayuda.

Bill sonó decepcionado.

—No es que quisiera ir allí y empezar a matar gente a diestro y siniestro, pero me habría gustado ensuciarme un poco las manos.

—Esto aún no ha terminado —le recordó Ziggy—. Puede que Carrie todavía necesite nuestra ayuda.

Aunque había dicho una y otra vez que sería como un «sálvese quien pueda», Bill y él pensaban que sería una estupidez dejar que la mataran cuando podían salvarla.

Ahora que lo pensaba, Ziggy recordaba que Nate le había dicho algo al respecto también.

«Carrie sabe lo que tiene que hacer. Que no te maten intentando salvarla. Deja que haga lo que tiene que hacer. Y déjame a mí hacer lo que tengo que hacer, ¿de acuerdo?».

En ese momento había accedido viéndolo como la típica charla de un padre a su hijo, y había decidido asentir para que Nate se sintiera mejor.

—Bill, ¿qué posibilidades crees que tiene Carrie de lograr esto ella sola?

—No muchas.

Fue una respuesta inmediata y Bill bajó los prismáticos mostrándose algo culpable por haberla declarado muerta antes de tiempo.

—Por eso nos hemos puesto de acuerdo en ir a ayudarla, ¿verdad?

Ziggy asintió lentamente.

—Sí. Pero ella no es la única que ha dicho que no nos metiéramos. Nate también lo ha dicho. Ha dicho que teníamos que dejar que hiciera lo que tenía que hacer y que le dejáramos a él hacer lo que tenia que hacer. ¿Qué te parece?

—Creo que suena algo fatalista —dijo Bill con sinceridad—. Suena como si no quisieran ser responsables de mandar corderos al matadero.

—Eso es lo que he pensado yo —sacudió la cabeza—. Pero creo que está pasando algo.

Mientras Bill volvía a mirar por los prismáticos, Ziggy pensaba en todos los posibles escenarios con los que podía toparse. ¿Tenía algo que ver con el hecho de que ahora Carrie fuera una devoradora de almas? Él nunca había visto a Jacob luchar. ¿Era posible que los devoradores de almas fueran unas demoníacas máquinas de matar y que por eso Carrie y Nathan no querían que Bill y él entraran en la refriega? ¿Y qué pasaba con los hombres lobo? Max había dicho que no sabía si los reconocería una vez se hubiera transformado. Tal vez Carrie había conjurado un hechizo para que él la reconociera como una de los buenos, pero no le quedaba poción para dos personas más y por eso ellos no podían entrar a luchar. O tal vez no los dejaban participar porque podían ser una distracción.

Ziggy sabía lo duro que podía luchar Carrie para defender a otra persona. Lo había hecho cuando estaban atrapados juntos en la mansión de Cyrus. Lo había hecho cuando había accedido a poner el corazón de Ziggy en Bill. Era como si se preocupara demasiado por todo el mundo y a Nate le preocupara que estuviera demasiado ocupada protegiéndolos a ellos como para luchar.

Ésa era la posibilidad que le parecía más razonable. Distraídamente, se rascó el pecho a través de la camiseta y sintió las cicatrices que tenía debajo.

Y entonces recordó la caja y el secretismo de Nathan. Hacía mucho, mucho, tiempo que no se sentía tan estúpido.

«Antes de que te vayas quiero que sepas que te quiero. Puede que no seas mi hijo biológico, pero eres mi hijo. Y he sido un estúpido al dejarte creer que te rechazaría por algo tan trivial como… con quién te acuestes. No importa lo que pase esta noche. Necesito que sepas que te quiero y que siempre he estado orgulloso de llamarte hijo».

—Hay que volver al apartamento —dijo Ziggy quitándole los prismáticos a Bill.

—¿Qué? ¿Por qué? —arrancó la furgoneta mientras seguía preguntando—: ¿Qué está pasando?

A Ziggy le supuso un gran esfuerzo contener las lágrimas cuando respondió:

—Creo que Carrie va a morir. Y creo que Nate va a ser quien la mate.

• • • • •

Los ojos del Devorador de Almas resplandecieron con diversión cuando avanzó hacia mí.

—Qué maravillosa actuación. Recuérdame que le dé las gracias a Nolen por enviarte aquí. Tienes un don para el dramatismo.

—Igual que tú —dije asintiendo hacia el trono hecho con partes de cuerpos—. Pero no he venido aquí para divertirme contigo.

—No, has venido a matarme.

Se rió.

—Es una pena que no vayas a lograrlo…

—¿Porque tienes un gran plan y llego demasiado tarde y vas a contármelo todo antes de ponerlo en marcha? Nunca has visto una película en tu vida; de lo contrario ahora no estaríamos teniendo esta discusión.

En otra situación no habría perdido el tiempo con esa palabrería, pero mi irreverencia pareció enfurecerle todavía más y creo que tenía más de mi parte si podía incapacitarlo de rabia antes de atacarlo.

—Bien —dijo con falsa elegancia antes de asentir hacia el nigromante—. Mátala.

Corrí hacia él. El hombre levantó las manos y le corté una.

En realidad había pretendido matarlo directamente, pero nunca había utilizado una espada y para cuando quise tenerla bajo control, ya había lanzado un hechizo.

«Estás muerta», dijo Dahlia riéndose en mi cabeza.

Las hileras de cadáveres volvieron a la vida ante mis ojos, pero no les di oportunidad de acercarse a mí. Alcé las manos y grité:

—¡Haceos pedazos!

Vi las palabras salir de mí como un estampido que se extendió por todo el granero y que tiró al nigromante al suelo e incluso arrojó al Devorador de Almas sobre su trono, que ahora había vuelto a la vida. La onda expansiva alcanzó a los cadáveres convirtiéndolos en una lluvia de masa podrida y viscosa que nos cayó a todos encima.

Cyrus emitió un sonido de asco, escupió y luchó contra sus ataduras. Logró soltarse un brazo. Le salía sangre de una docena de heridas en su pecho y en su cara, probablemente porque no se me había ocurrido excluirlo del hechizo que acababa de desintegrar a los zombies que nos habían rodeado.

—¡Nicolas, pronuncia las palabras! —gritó el Devorador de Almas mientras se abalanzaba sobre Cyrus. Hundió los dientes en su hombro y el nigromante comenzó a canturrear.

Podía dejar que Cyrus fuera devorado por su padre o detener la transformación de Jacob matando al nigromante.

Sabía que lo lamentaría, pero fui a por Cyrus.

Mi espada se hundió en la espalda y el hombro del Devorador, que soltó a Cyrus inmediatamente mientras la sangre brotaba de su boca.

Cyrus estaba demasiado débil para huir; me impresionó la rapidez con que el Devorador de Almas había bebido su sangre.

Tenía los labios azules y estaba temblando.

Mientras Jacob intentaba sacarse la espada, lo levanté y lo ayudé a llegar hasta la puerta del granero, donde se dejó caer.

—No salgas. Aún hay vampiros.

Asintió y me di la vuelta, desarmada, dispuesta a atacar al nigromante.

Seguía canturreando, pero arremetí contra él y dejó de pronunciar el hechizo.

—¡No pares, imbécil! —le ordenó el Devorador de Almas.

Nicolas, el nigromante, era el secuaz más leal que había visto en mi vida. Estaba aterrado, pero seguía recitando.

Intenté agarrarlo, pero me esquivó y se metió detrás del burbujeante caldero. Lo rodeé, pero logró alejarse. Sólo vi una opción. Me lancé por encima del caldero, lo agarré de la cabeza y lo metí dentro.

Grité mientras mis brazos se hundían en la sustancia hirviendo, pero lo sujeté. Vi trozos de piel flotar en la superficie y recé porque no fuera mía; después casi vomité al pensar que podía ser la de Nathan. Pero no lo solté, no hasta que Nicolas dejó de moverse.

—¡Carrie!

Oí gritar a Cyrus y saqué mis brazos escaldados del caldero.

El Devorador de Almas estaba suspendido en el aire desprendiendo un fantasmagórico brillo dorado verdoso. Tenía la cabeza echada atrás y expresión extasiada. Su ropa se disolvió. Su pelo caía en mechones dorados verdosos que llegaban hasta el suelo. Su piel se volvió blanca como el papel. Cuando abrió los ojos, estaban inyectados en sangre. No tenía pupilas ni iris. Sólo una cortina de sangre.

Se parecía a Oráculo.

Me pregunté si ella había estado en el camino de convertirse en una diosa y la habían interrumpido. Ahora me parecía muy lógico.

—Cyrus, sal de aquí —le ordené.

Cuando hablé, un enorme viento sopló por el granero haciendo que me tambaleara sobre el resbaladizo suelo.

—¡No! —gritó él intentando levantarse—. ¡Carrie, corre! ¡No te quedes aquí con él!

«Sabes lo que tienes que hacer, Carrie». Era la voz de Nathan, desde el otro lado del lazo de sangre. «Es un dios. Dahlia puede decirte qué hacer. Puedes invocarlo».

—¿Y cómo hago eso? —pregunté en voz alta, gritando por encima del viento.

—¡Carrie! —gritó Cyrus. Lo vi sujetándose a las puertas. Unas lágrimas se deslizaban por su rostro. Me pregunté por qué estaba llorando hasta que me miré las manos.

Me faltaba la piel y algo de músculo, y vi un mechón de pelo rubio ensangrentado volar hasta el torbellino que rodeaba al Devorador de Almas. El viento estaba llevándome, literalmente.

—¡Cyrus, sal de aquí!

Mis vaqueros estaban desintegrándose.

Caí cerca del Devorador de Almas.

No pareció verme, pero el viento aumentó y me derribó.

«Carrie, inténtalo. Intenta invocarlo».

Las palabras de Nathan estaban cargadas de furia y no supe qué significaban.

Dahlia no me decía nada, pero entré en sus recuerdos y la vi de pie, desnuda, entre unos árboles. Era mucho más joven, unos trece o catorce años.

«¡Diosa madre! ¡Diosa madre!», gritaba estirando los brazos. «¡Humildemente te suplico que te unas a mí, que mezcles tus energías con las mías!».

Volví a levantarme alzando los brazos.

—¡Jacob Seymour!

En ese momento me miró con una maléfica sonrisa.

—¡Jacob Seymour! ¡Jacob Seymour! —respiré hondo y cuando hablé imaginé que las palabras estaban rodeándolo—. Humildemente te pido que te unas a mí. ¡No, eso no! ¡Te ordeno que mezcles tu energía con la mía! ¡Hazlo, joder!

La energía dorada verdosa que lo rodeaba se adentró en mí y me sentí invencible.

El cuerpo del Devorador de Almas cayó al suelo, arrugado, pálido e inservible.

—¡No! —gritó golpeando el suelo como un niño con una pataleta.

Fui hasta la espada que estaba en el suelo y que resplandecía con un etéreo color blanco, probablemente debido a que ahora todo en mi visión tenía una extraña aura.

—¡No! —dijo Jacob cuando me acerqué—. No, por favor. Ten piedad…

Pensé en toda la gente a la que había hecho daño en su vida, en los que conocía y en los que no. Y pensé en lo que le había hecho a Nathan. Pensé en el rostro de Nathan mientras sostenía a su mujer muerta y la rabia que sentí dentro de mí no era mía, sino de Nathan, vertiéndola a través del lazo de sangre.

Cuando alcé la espada y grité fue con el dolor y la furia de Nathan. Y también fue la mano de Nathan la que le cortó la cabeza a Jacob Seymour de un solo golpe. Fue Nathan quien alzó la ensangrentada espada en su mano y gritó al cielo triunfante.

«¡Ya está!», le dije, aunque no había necesidad. Pero me gustó darle la señal.

«Te quiero», me dijo.

Ya sentía el dolor en mi pecho, donde debería haber estado mi corazón.

No fue tan malo como pensé que sería. Oí a Cyrus gritar mi nombre y sentí mi cuerpo caer rodeado de cenizas. Lo último que supe fue que Nathan no dejaba de repetirme que me quería.

Y entonces ya sólo hubo paz y el interminable y lóbrego azul.

• • • • •

—¡Nate!

Ziggy oyó el pánico en su voz cuando entró en el apartamento.

—¡Nate!

Corrió por el pasillo. Había luz en el dormitorio. Nate no dijo nada, ni lo miró. Tenía una estaca en las manos apuntando a su pecho desnudo.

—¡Papá!

Pero ese grito no detuvo a Nathan, que hundió la estaca en su pecho y estalló en una nube de cenizas a excepción de su corazón, que ardió con unas llamas azules durante un momento antes de caer a la cama y sumarse al montón de ceniza.

Ziggy cayó al suelo.

Nate estaba muerto.

El único hombre que lo había querido como a un hijo, la primera persona que se había ocupado de él sin esperar nada a cambio… había muerto.

—¡Ziggy! —gritó Bill, pero él apenas podía oírlo.

Estaba gritando y llorando.

—¡No puedo creerlo! ¡No puedo creerlo!

Bill levantó algo de la cama. Era un libro.

Ziggy tardó un momento en darse cuenta de lo que era.

Con los ojos llorosos y rojos y voz temblorosa, Bill pasó las páginas y le dijo:

—No… no creo que tenga intención de permanecer muerto, Ziggy.

• • • • •

Max siguió a los guerreros de vuelta a Italia.

No estaba seguro de qué les habría pasado a Carrie y a los chicos.

Cuando el avión aterrizó en la pista privada de la manada después del anochecer, ayudó a bajar a los heridos y dejó orden de que descargaran los cuerpos de los que no lo habían logrado.

Tenía que ver a Bella.

El cambio en la actitud de la manada fue inmediatamente evidente. Las primeras personas a las que vio le hablaron en inglés y le dijeron lo contenta que se pondría Bella cuando lo viera.

Aún sentía resentimiento hacia Julián, pero intentó ignorarlo. No quería que Bella lo viera así. Se sentía como si hubiera vuelto a casa y quería que ella sintiera lo mismo.

La puerta de su dormitorio no estaba cerrada con llave. La abrió y la encontró vacía, pero las cortinas que daban al balcón se mecían con la brisa y supo que la encontraría ahí.

Ella no lo miró cuando salió al balcón. Estaba sentada en su silla de ruedas mirando al lago.

—Max. Has vuelto.

—Sí. No pareces muy entusiasmada.

Genial. Había querido demostrarle que las cosas habían cambiado ahora que sabía que ése era su hogar, que su lugar en el mundo era estar junto a ella, y lo primero que hacía al verla era recurrir al sarcasmo.

Bella intentó levantarse, y lo logró. A Max se le saltaron las lágrimas.

—Me preocupaba que no hubieras sobrevivido —dijo ella con la voz entrecortada por las lágrimas—. No creí que fuera a volver a verte.

—Pues ahora estoy aquí, cielo —le dijo en voz baja con miedo a acercarse a ella y hacer algo que pudiera arruinar ese momento.

Pero tenía que decirle algo.

—Me alegra que puedas levantarte. Es el mejor regalo de bienvenida que podría tener, pero creo que deberías sentarte.

—¿Max?

—Tengo que contarte algo. Y tengo que ser sincero contigo. Va a ser duro porque no he sido sincero conmigo mismo.

—Está bien.

Estaba preciosa, con el pelo suelto, como a él le gustaba. Tuvo que contenerse para no tomarla en sus brazos y hacerle el amor.

—Soy un vampiro.

Ella se rió y ese sonido fue como música para sus oídos.

—Lo sé. Max, te comportas de un modo muy extraño. Sé que eras un vampiro.

—No. Soy un vampiro. Siempre seré un vampiro. Pero también siempre seré un hombre lobo, aunque no del todo. Sin embargo, sé a qué lugar pertenezco. Por primera vez quizá en toda mi vida sé a donde pertenezco. Y ese lugar está aquí contigo. No porque sea un vampiro o un hombre lobo, sino porque soy yo. Y quiero que me ames a mí por ser yo, y no porque algún día llegue a olvidar lo que fui. ¿Podrás hacerlo?

Había lágrimas en los ojos de Bella.

—Max, no sabía que te sentías así. No te quiero porque crea que algún día dejarás de ser un vampiro. Te quise cuando eras únicamente un vampiro. Te querría aunque fueras humano. Te querría aunque eso supusiera dejar a mi manada. Te querría aunque eso supusiera sacrificar mi vida.

La levantó de la silla y, mientras la llevaba en brazos hasta la cama, tuvo que reprimir las ganas de arrancarle el camisón y tomarla allí mismo. Deslizó las manos sobre su abultado abdomen.

Un diminuto bulto le rozó la palma y desapareció. Él se quedó paralizado.

—¿Es el bebé? ¿De verdad está ahí?

Bella lo besó en la mejilla.

—Sí, de verdad está ahí.

Max puso el oído contra su estómago.

—Es extraño. Y frío.

Los dos se rieron.

—Podríamos marcharnos si lo que quieres es volver a tu vida anterior —le dijo Bella.

—No —él se acurrucó contra su cuello—. No, mi hogar está donde estás tú. Y tú estás aquí.

Y lo decía en serio… por muy aterrador que resultara. Pero más aterrador le parecía saber que no echaría de menos su antigua vida.

Ahora tenía una nueva y estaba justo ahí.