Capítulo 14

Herido

Sustituir el corazón de Bill por el de Ziggy fue, con mucho, la mayor estupidez que había hecho en mi vida.

Y también resultó ser lo más brillante.

Incluso antes de terminar con el descuidado trabajo, una técnica que había improvisado con sentido común, una imitación de Anatomía de Grey y un montón de suposiciones y rezos, el Cambio comenzó a extenderse por otros órganos. Horrorizada y deslumbrada al mismo tiempo, vi cómo la sangre del vampiro comenzaba a fluir en su corazón y sanaba las zonas donde yo, con una pobre técnica, había unido venas a ventrículos reventando alguna unión que otra. El atrio y el ventrículo izquierdo se separaron por completo y contuve el aliento preguntándome si Ziggy estaría a punto de morir o si la transformación estaba a punto de completarse. La mitad izquierda del corazón cayó hacia atrás e hizo presión en el pulmón y regeneró la parte derecha que le faltaba. Sin embargo, a diferencia de la parte derecha del corazón humano, la parte derecha del vampiro estaba cubierta por unas suaves y puntiagudas espinas y palpitaba a su propio ritmo. Una larga vena morada salía de la parte izquierda y se deslizaba hacia otros órganos ocultándose. Supuse que estaba unida al estómago, como en el diagrama que aparecía en El Sanguinarius. Conteniendo un escalofrío ante el recuerdo de aquella horrible ilustración, vi lo que quedaba del corazón humano de Ziggy regenerar su parte izquierda, libre de esas desagradables espinas oscuras, y por un momento los latidos se detuvieron. Las venas que lo conectaban a cualquier fuente de sangre se soltaron y con nada más que el recuerdo, el corazón comenzó a funcionar otra vez, latiendo con fuerza, pero sin que a través de él pasara sangre. Sólo un espectral corazón latente, la única cosa humana que quedaba en el pecho de Bill. Ante mis ojos el pericardio, el saco que rodea el corazón y los pulmones, se dobló hacia atrás. Su esternón se cerró también, pero no la piel que lo cubría. El poder sanador de la sangre de Ziggy se detuvo ahí. Tendría que coserlo.

—¿Cuándo despertará? —preguntó Ziggy mientras yo volvía a agarrar el porta agujas.

Me encogí de hombros.

—No lo sé. Yo tardé dos meses en cambiar porque no me alimenté. Él no estará terminado del todo hasta que se alimente por primera vez. Posiblemente deberías darle algo de tu sangre para que la recuperación se acelere.

—Deberías abrir un hospital para vampiros —dijo Max furioso. Se había quedado a mi lado y lo había observado todo mientras trabajaba, haciendo comentarios inútiles y murmurando lo loca que estaba—. Nadie puede detenerte. Por lo menos, no con argumentos racionales ni con sentido común.

Un hospital de vampiros. Ésa sí que era una idea que valía la pena tener en cuenta. La reservé para cuando estuviera menos cansada.

—Tengo que ir a atender a Nathan.

—Y yo tengo que lavar la furgoneta para que nadie venga preguntando por la sangre y el pelo que hay en la rejilla —dijo Max bruscamente antes de bajar las escaleras y cerrar la puerta de golpe.

Dejé que se fuera.

En mi sobrecargado cerebro ya saltaban demasiadas chispas y no me apetecía añadir una discusión con Max por algo que se le pasaría.

Nathan estaba exactamente tal y como lo habíamos dejado, sobre las sábanas de la cama medio hecha. El fluido rosado de glóbulos mezclados con sangre seca de sus heridas había calado la sábana en la que estaba envuelto. Tendría que quitarlo de ahí antes de que se cicatrizara sobre su torso despellejado.

Me sorprendió de pronto la idea de haber dejado solo a Nathan para ayudar a Bill.

Supongo que aún quedaba algo de médico dentro de mí. Había ayudado al que más lo había necesitado primero y había confiado en que Nathan no muriera mientras tanto. Era algo que había hecho de manera automática, porque si hubiera estado pensando con claridad, no me habría arriesgado.

Si hubiera estado pensando con claridad, no le habría transplantado el corazón humano de un vampiro a un humano medio transformado.

Dejando de lado esos pensamientos, porque no quería que Nathan los oyera en ese momento, busqué un cuenco grande en la cocina y lo llené con agua caliente del grifo. Después agarré todos los paños limpios que encontré. Por obra de algún milagro, los vampiros que habían saqueado el apartamento no se habían entretenido con el armario de la ropa limpia. Supongo que ahí no había nada divertido que aplastar.

—Eh —dije en voz baja y agitando delicadamente el hombro de Nathan.

Abrió los ojos, sólo un poco, y me lanzó una media sonrisa, aunque no habló.

—Voy a tener que limpiarte todo esto —no había otra forma de decirlo—. ¿Quieres algo para el dolor? ¿A lo mejor algo que te coloque?

—No —su voz sonó rasgada y me maldije por no haberle llevado algo para beber—. No, resérvalo. Para cuando… lo necesitemos.

—Si no lo necesitamos ahora, me da miedo pensar en qué circunstancias nos hará falta —lentamente, aparté la sábana que lo cubría—. Si se te pega, dolerá.

—Puede hasta que llore —si hubiera estado menos cansado, menos herido, habría sonado como un chiste. Pero sabía que no lo era cuando añadió—: Pensé que debía advertirte.

Tuve que contener las lágrimas cuando volví a fijarme en el daño que le habían hecho.

—No te culparía si lo hicieras.

—Lo siento, Carrie.

En ese momento, Nathan sí que comenzó a llorar y antes de poder preguntarme qué significaban esas lágrimas, algo en mi mente me lo mostró.

Dahlia.

Dahlia me lo mostró. Vi la pequeña habitación donde había encontrado a Nathan y lo vi atado a la cama, aunque no como cuando lo rescaté. Estaba tumbado boca arriba, con su pálida piel desnuda aún intacta y estirada sobre sus músculos. Y Dahlia estaba allí, quemando algo en un plato de metal junto a la cama. El humo era fuerte y desagradablemente dulce. Se subió a la cama y lo besó, deslizando las manos sobre su pecho. Él no se resistió, aunque vi confusión y remordimiento en sus ojos nublados por las drogas.

Sacudí la cabeza para deshacerme de esa imagen y forcé a Dahlia a marcharse a lo más profundo de mi mente.

—No te disculpes. Era un hechizo. No pudiste evitarlo.

Me miró con una confusión que lentamente se convirtió en horror. Y a través del lazo de sangre, lo vi hacer la conexión entre lo que yo sabía de Dahlia y lo que le había hecho. Movió los labios, pero apenas oí las palabras salir de su boca. Por el contrario, las oí a través del lazo de sangre como una sentencia de muerte. «Devorador de almas».

Lo había sabido. Había sabido lo que estaba haciendo cuando había bebido la sangre de Dahlia. Y había sabido que oí su voz en mi cabeza.

Yo era una devoradora de almas. No había forma de negarlo.

Y por eso no lo hice. Simplemente, no lo mencioné.

Terminé de retirar la sábana y volví a examinar las heridas de Nathan. Le levanté los bordes de piel, algo que lo hizo estremecerse de dolor, pero vi lo mucho que había sanado. La piel rasgada intentaba cerrarse. El problema era que había mucho que regenerar.

Metí el paño en el agua que cada vez estaba más fría y comencé a limpiar las zonas sin piel lo mejor que pude. Los vampiros no se contagian de infecciones como lo haría un humano, pero yo por lo menos quería limpiarle las fibras de la ropa y la sangre coagulada. No podía hacerle más daño estar limpio.

—¿Por qué lo has hecho? —preguntó Nathan. Para ser alguien a quien acababan de despellejar vivo, no estaba nada preocupado por su estado. Tal vez eso lo ayudaba a ignorar el dolor que le tiñó los labios de azul por la impresión y que hizo que le temblara todo el cuerpo.

Ya que no tenía una respuesta inmediata que darle, me concentré en lavar la herida. Cuando emitió un sonido de impaciencia, le envié todas las respuestas que se me ocurrieron por el lazo de sangre. Que no sabía por qué lo había hecho; que no había sabido lo que hacía; que sí lo había sabido; que seguía siendo una humana llena de defectos ocultándome en un cuerpo con demasiado poder y demasiadas posibilidades y nada con qué guiarlas.

—Lo has hecho porque la odias —dijo cuando el torrente de pensamientos dejó de fluir dentro de él—. Puedes mentirte a ti misma, pero a mí no me engañas. La odiabas tanto que querías hacerle algo que no tuviera solución.

—Tienes razón —sumergí el paño en el agua rosa y lo escurrí—. Sí que la odiaba. Pero no ha sido una venganza planeada, ¿eh? No me he pasado días sentada maquinando cómo podía hacerlo. Y no fui allí con la intención de comerme su alma. Fui para recuperarte.

Alargó un brazo para tocarme la cara.

—Deberías haberme dejado allí.

Le aparté la mano de un golpe, sin importarme si le hacía daño. Es más, esperaba que le hubiera dolido.

—Pues eso sí que es dar las gracias, ¿sabes? Bill ha estado a punto de morir. Todos hemos estado a punto de morir. ¿Y ni siquiera puedes mostrarte un poco agradecido?

—¿Por nada? —no estaba loco y tampoco estaba discutiendo. Simplemente decía una realidad—. Voy a morir.

—No. Tal vez no —no podía pensar en un modo de curarlo o apaciguar su dolor, pero sabía que no podría vivir sin él—. Encontraré un modo de solucionarlo. Por ahora, vamos a vendarte. Y deja de hablar sobre morir. He pasado por un infierno para traerte de vuelta.

A pesar del dolor, él se rió.

—Eso no es nada interesado, ¿eh?

—Mi egoísmo es lo que va a salvarte —le recordé. Después trabajé en silencio porque no quedaba nada más que decir y una charla trivial no haría más que agotarlo.

Cuando la herida estuvo limpia, fui a la cocina y agarré el rollo de envoltorio de plástico. Necesitaba algo para cubrir la herida que no se pegara cuando tuviera que cambiarlo y había visto lo bien que había funcionado la sábana. Me llevé el plástico de envolver al dormitorio y al pasar miré a Ziggy, que seguía tumbado junto a Bill, durmiendo.

Hice trozos lo suficientemente grandes como para cubrir el pecho de Nathan y se lo sujeté por tres lados con esparadrapo. Continué hasta sus caderas. A partir de ahí, no estaba segura de cómo actuar. Tenía las piernas despellejadas desde la cadera hasta la rodilla. Se las envolví con el plástico y después centré mi atención en las partes que aún no estaban cubiertas.

Por la razón que fuera, Dahlia no le había hecho nada a sus genitales.

«Lo intentó», me explicó Nathan. «Pero no tuvo estómago para hacerlo».

Casi yo también tuve arcadas.

—Gracias a Dios por estos pequeños favores, ¿eh?

Él asintió con gesto sombrío.

—Pero lo intentó. Créeme que lo intentó.

No quería saberlo.

—Creo que lo que tendré que hacer para tus caderas es… —desvié la mirada del punto donde se veía el blanco del hueso, ahí donde había hecho un corte muy profundo y le había arrancado músculo—… ponerte ropa interior. Seguro que se pegará, pero de cualquier modo no tendrás mucha movilidad.

—No voy a correr una maratón —farfulló con los ojos casi cerrados de agotamiento—. Haz lo que tengas que hacer.

Fui a uno de los cajones y encontré un par de calzoncillos limpios. La cinturilla haría presión sobre algunas de las zonas despellejadas de la parte inferior de su cuerpo, así que la corté con las tijeras. Hice lo mismo con el elástico alrededor de las piernas y rajé un lado para que me fuera más fácil ponérselos. Después de darle la vuelta con cuidado para vendarlo por debajo, de un modo muy parecido a como giras a un enfermo para cambiarle las sábanas, uní las dos partes abiertas con esparadrapo. Cuando acabé con él parecía una versión de Tarzán, pero con algodón blanco.

—Eres demasiado buena para mí —dijo Nathan agarrándome la muñeca mientras le colocaba la tela con cuidado para que no se le pegara a la herida. Sus palabras no tenían sentido después de que me hubiera dicho que habría sido mejor que lo diéramos por muerto, pero al menos suavizaron un poco la situación.

Le di un poco de sangre (al anochecer tendríamos que salir a por más), y logré que tomara Tylenol para el dolor, pero se negó a tomar nada más para encontrarse mejor.

—Sólo quiero que te quedes conmigo mientras me quedo dormido —me pidió y lo hice. Me subí a la cama con él e intenté encontrar un modo de apoyar la mano sin hacerle daño. Al final, entrelacé mis dedos con los de él y me apretó la mano con fuerza antes de caer inconsciente una vez más.

• • • • •

—¿Qué coño ha pasado?

Ziggy levantó la cabeza e intentó espabilarse. La luz del salón era rosada y le daba al lugar un aire surrealista. Había visto una luz así cientos de veces, pero nunca había visto el salón tan desordenado y lleno de herramientas ensangrentadas, y nunca lo había visto teniendo ese extraño canal dentro de su cabeza.

«¿Hola?», preguntó a través de él.

Bill le respondió en voz alta.

—Eh, ¿qué ha pasado?

—Esto… —¿cómo le decías a alguien que era… ¡sorpresa!… un vampiro?

—Lo has hecho, genio —Bill intentó sentarse y Ziggy lo ayudó.

—El pecho te va a doler un tiempo. Supongo. Carrie ha tenido que… —no quería entrar en detalles de lo que había hecho Carrie. Al mirar atrás, le pareció una increíble estupidez haberlo intentado—. Por lo menos te ha sacado el cuchillo.

—¿Fue eso? No podía recordarlo. Lo único que sabía era que me giré y algo me atacó. Pero creía que si fuera un cuchillo, me habría hecho más daño. Siempre pensé que lo sentiría entrar si me apuñalaban —se encogió de hombros, se estremeció y se colocó sobre un codo para soportar mejor el dolor—. Así que supongo que por la voz que oí en mi cabeza cuando estabas pensando, ¿soy un vampiro?

Ziggy asintió, incapaz de ocurrírsele qué decir.

—Hijo de puta —Bill esbozó una media sonrisa, con una expresión que iba de la diversión a un intenso enfado—. Eso explica por qué tengo tanta sed.

—Te traeré un poco de sangre —Ziggy se levantó y se detuvo cuando Bill le agarró la mano.

—No. Tráeme agua. No creo que esté preparado para lo otro —cuando terminó de hablar, lo soltó como si Ziggy estuviera sucio. «Genial».

Fue a la cocina, llenó un vaso de agua del grifo y se lo llevó sin decir nada.

Bill se lo bebió de un trago y Ziggy tuvo que contenerse para no decirle que no le serviría de nada. Por mucho que bebiera, incluso aunque se tragara todo un océano, nada lo haría sentirse bien hasta que tomara algo de sangre humana. No lo presionaría hasta no ver que llegaban a una situación de vida o muerte, pero esperaba que la cosa no fuera tan lejos.

—Así que ahora tengo un lazo de sangre contigo, ¿verdad? —se secó la boca y soltó el vaso—. ¿No es así como lo llamáis?

—Así es —el tono de Ziggy estaba volviéndose algo duro en respuesta a la frialdad de Bill—. Los vampiros lo llamamos así.

—Está bien, ¡déjalo ya! —le gritó con brusquedad y el aire de la habitación pareció crujir con esa furia. Se aclaró la voz y miró a otro lado, intentando calmarse—. ¿Por qué lo has hecho?

—Porque no me parecía bien dejarte morir.

No había otra explicación. Nada de excusas ni grandes declaraciones de amor. A veces, los momentos más estúpidos de las películas son los que deseas en la vida real.

Bill se puso tenso y miró a su alrededor como si fuera a ver algo diferente ahora que era un vampiro.

—Así que, ¿no te parecía bien dejarme morir, pero te pareció bien convertirme en vampiro sin saber si yo habría querido?

Maldita sea. Dicho así, sí que parecía una cagada.

—Que te jodan, estás vivo. No llevabas una pulsera de alerta médica que dijera «eh, no me conviertas en vampiro, ¿vale?».

—¡Tienes razón! ¡Ésas son la clase de cosas que sabes de una persona cuando la conoces de verdad!

Bill se golpeó el pecho con el puño e hizo una mueca de dolor, pero no se encogió como lo habría hecho cualquiera. Por el contrario, bajó la mano lentamente y miró a Ziggy, como si pudiera traspasarle todo ese dolor.

Ziggy se levantó, despacio, e intentó actuar como Nate durante una discusión por el toque de queda.

—Escucha, comprendo que estés enfadado, ¿vale? Pero me vi en una situación en la que o te dejaba morir, lo cual era irreversible, o me arriesgaba e intentaba salvarte.

—¿Irreversible? ¿Y ser un vampiro no es irreversible?

Le dio una patada a la mesa de café que estaba volcada y una de las patas se soltó y salió deslizándose por el suelo.

—No, es reversible —Ziggy se agachó y levantó la pata de la mesa—. Dímelo cuando estés listo.

Se quedaron de pie, paralizados, y mirándose el uno al otro. La garganta de Bill palpitaba, pero ésa era la única indicación de su miedo.

Eso, y las emociones que fluían por el lazo de sangre.

Ziggy había pensado que en el lado del Iniciado la conexión era tremendamente poderosa, pero no era nada comparado con lo que eso suponía para el Creador. Aun así, mantuvo un gesto completamente neutral y enarcó las cejas como diciéndole «¿preparado?» mientras se pasaba la pata de madera de una mano a otra.

No sabía qué haría si Bill no se echaba atrás. Si decía, «vamos, adelante, clávame la estaca», no sería capaz de hacerlo porque eso lo mataría a él también, tanto figurada como literalmente. ¿Y entonces qué? Bill seguiría enfadado, él habría perdido todo el respeto y a partir de ahí no habría nada entre los dos.

Genial, le encantaban las situaciones irreparables donde todo el mundo terminaba siendo un infeliz.

La boca de Bill se frunció en una fina línea y respiró hondo antes de hundir los hombros en gesto de derrota.

—No quiero morir.

—Entonces es fantástico que te haya salvado la vida. Y puedes dejar de ser tan sentencioso —Ziggy soltó la pata y fue a la cocina a sacar de la nevera la última sangre que quedaba.

Encendió el fuego, vertió la bolsa dentro de la tetera, le puso la tapa y sacó una taza mientras escuchaba a Bill en el salón, aunque era difícil con la corriente de emociones que fluían por el lazo de sangre. La rabia era la más intensa de todas, pero también había miedo, miedo de todas las clases. Miedo a ser uno de ellos, miedo a no ser capaz de beber sangre humana para sobrevivir. Miedo al rechazo.

¡Vaya! Ziggy se detuvo en esto último e indagó un poco más en ese sentimiento. Estaba ahí, en la cabeza de Bill, a su disposición por cortesía del lazo de sangre. Temía que ahora la relación que había esperado tener con él se fuera al traste. Había querido seguir flirteando, mantener un tono algo distendido durante un tiempo, para luego ir enamorándose de él gradualmente hasta crear un vínculo entre los dos que significara algo. Y ahora esa oportunidad se había perdido porque ya existía un vínculo artificial entre los dos que él no quería.

Ziggy cerró los ojos e intentó pensar sin que Bill lo oyera. Aunque cualquier cosa que quisiera ocultar no permanecería escondida durante mucho tiempo. Tenía mucha experiencia bloqueando al Creador, pero no a un Iniciado. Iba a resultarle casi imposible. Le dolía imaginar cerrarse a Bill.

—Escucha —dijo, sin entrar en el salón. Sabía que Bill lo oiría—. No espero nada de ti por esto del Creador-Iniciado. Podemos seguir como estábamos. Es más, lo preferiría. Porque me asusta saber que mientras viva, estaré unido a ti —respiró hondo—. Saber que aunque las cosas no funcionen, tienes mi corazón.

Las fuertes pisadas de Bill llegaron hasta la puerta.

—¿Lo ves? A eso me refiero. Dices algo así y ¿en qué posición me deja a mí? ¿Y si digo que yo no siento lo mismo? Estás enamorado y dolido y ahora yo tengo que soportar eso sólo porque tú me has convertido en vampiro.

—No estoy enamorado y dolido. No me refiero al corazón en un sentido romántico. Me refiero a mi corazón físico, de verdad —bajó la mirada, incapaz de ver el horror en el rostro de Bill—. El tuyo estaba destrozado, así que Carrie te puso el mío.

—¿Has puesto tu…?

Bill se alejó de la cocina tambaleándose hacia atrás y Ziggy lo siguió. Cuando se sentó en el sofá, Ziggy se quedó de pie a su lado. Lo que de verdad quería era sentarse, ponerle la cabeza sobre el hombro, besarlo. Hacer algo para que sintiera lo mismo que había sentido unas horas antes, cuando se habían tumbado sobre unas sábanas en el almacén, sin hablar, sólo tocándose y disfrutando. Era terrible pensar que todo eso había terminado, y Ziggy sintió dolor allí donde debería haber estado su corazón.

Bill lo miró con ojos enrojecidos.

—No puedo creer que hicieras eso por mí.

—Bueno, no lo hice yo. Lo hizo Carrie. Quiero decir… no podía dejarte morir.

—Pero tu corazón… si algo me sucede, entonces, ¿tú mueres también? —lo dijo como si le pareciera imposible que alguien hubiera hecho algo semejante por él.

Ziggy se sentó a su lado y le acarició la cara.

—No lo he hecho para atraparte ni nada de eso. Pero te miré, estabas casi muerto, y tal vez fue por un poco de egoísmo, pero no podía dejarte morir sin saber si… —se contuvo antes de llegar a cometer una estupidez, como llorar. Pero tenía que pronunciar las siguientes palabras porque estaban haciéndole daño—: Si eras lo más fantástico que me había pasado en la vida.

Bill lo abrazó y entonces Ziggy oyó su propio corazón latiendo en su pecho. Cuando sus labios se tocaron, no fue como el día anterior; fue como si se hubieran saltado toda la diversión que suponía estar con alguien. Pero tal vez, si le daban suficiente tiempo, podrían recuperar esa sensación.

No podía decirse que no tuvieran mucho tiempo por delante.

• • • • •

El sol había empezado a salir cuando Max llegó al apartamento. La nevera portátil que llevaba estaba llena (alguien tenía que pensar en las necesidades básicas mientras otros jugaban al científico loco), pero no le apetecía subir. La sangre se mantendría bien y necesitaba un poco de espacio.

Y necesitaba a Bella. Ese anhelo casi lo asfixió mientras bajaba las escaleras hasta la librería. La necesitaba. No sólo en un sentido físico, sino que necesitaba poder hablar con ella más de unos cuantos minutos por el móvil.

Fue hasta la trampilla detrás del mostrador y bajó las pocas escaleras. No era un lugar tan malo para un hombre lobo. Un vampiro se volvería loco ahí abajo unos cuantos días, de eso estaba seguro, pero era tan pequeño que apaciguaba su deseo de esconderse.

Había un pequeño lavabo unido a una manguera que le bastaría para limpiarse la sangre y la suciedad que llevaba encima. Subió las escaleras para encontrar la llave del agua a la que estaba conectada la manguera, la abrió y le dio un poco de tiempo para que se llenara antes de cerrarla y volver a bajar.

Se quedó satisfecho cuando vio que había calculado bien y que el lavabo lo esperaba lleno hasta la mitad. Se desvistió y hundió su sucia camiseta en el agua, intentando limpiarla todo lo posible antes de utilizarla para lavarse con ella. Cuando ya estuvo limpio… o menos sucio, mejor dicho… dejó la ropa colgando del borde del lavabo. Ya se preocuparía de deshacerse del agua sucia después de dormir un poco.

Cuando se tumbó, esperaba quedarse dormido de inmediato, pero el saco de dormir no olía demasiado bien y su mente no lograba relajarse. Pensó en llamar a Bella, y después recordó que se había dejado el teléfono arriba y que no quería toparse con el inevitable drama que se encontraría allí. Estaba empezando a preguntarse si llegaría algún momento en su vida en el que pudiera relacionarse con esas personas sin acabar metido en algún problema o crisis.

Mucho había cambiado desde la última vez que había estado ahí.

Era como si el hecho de por fin tener a Bella lo hiciera arrepentirse de todo lo que lo había apartado de ella. Y eso no era sano. Pero tampoco lo era estar luchando constantemente para permanecer vivo. Tenía que haber una situación intermedia en la que fuera feliz.

Justo por encima de la cabeza sonó un teléfono y recordó lleno de alegría que la tienda de Nathan tenía una línea. Se envolvió en el saco de dormir y salió del agujero, después esperó a que esa llamada terminara y levantó el teléfono. El largo proceso de conectar con una operadora internacional, de que la llamada llegara a la habitación de Bella y que milagrosamente ella no estuviera durmiendo o acompañada, le resultó algo más soportable en esa ocasión. Cuando su seductora voz salió por el auricular, casi se desmayó de alivio.

Sí, sin duda tenía un problema.

Le contó rápidamente lo que había sucedido la noche anterior y Bella se lo había tomado con calma, como sólo ella sabía hacer. Después, sin vacilar, le dijo:

—Mi padre ha traído a tu sustituto.

—¿Cómo dices?

Más valía que eso no quisiera decir lo que él estaba pensando porque, de lo contrario, se subiría a un avión y volvería a Italia tan pronto que su padre no tendría tiempo de detenerlo.

Bella se rió, como si todo le pareciera muy gracioso.

—No estás enfadado conmigo, ¿verdad? Ni siquiera le hablo. Pero según mi padre, este hombre es más que capaz de aceptar a mi hija bastarda como si fuera suya. Y creo que es un primo segundo, así que los futuros niños serán miembros puros de la línea de sangre.

—Eso es asqueroso —Max no pudo evitar reírse. Bella jamás lo dejaría por un primo de pueblo que tocara el banjo. Pero aún se le removían las tripas al pensar que su suegro estaba tan seguro de su muerte inminente—. Dile que no venda la piel del oso antes de cazarlo, ¿vale? Porque voy a volver.

—Le diré que estás en plenas facultades mentales y físicas —dijo ella riéndose.

Él suspiró.

—Eso no es del todo verdad; no sé si será mi cuerpo o mi mente, pero lo que está claro es que estás volviéndome loco.

En voz baja, ella respondió:

—Te comprendo. Te echo de menos. No quiero que parezca que no adoro todo el tiempo que paso contigo, pero lo que más echo de menos, por lo menos en este momento es…

—Créeme, te entiendo —no podía oírla pronunciar esas palabras, porque de lo contrario explotaría. Su miembro ya estaba erecto sólo ante la idea de tener sexo con ella—. No hablemos de eso ahora.

Ella tardó algo de tiempo en responder. Después, dejó escapar uno de esos gemidos que emitía cuando estaban… «¡Oh, no! ¿No estaría…?».

—Bella, no tiene gracia. Ninguna gracia.

—¿No estás solo? —le susurró al teléfono y sus palabras terminaron con un grito entrecortado.

—No, estoy solo. Es sólo que no es el lugar apropiado. Estoy en la librería.

—¿Y por qué no es un lugar apropiado? ¿Has olvidado lo que hicimos ahí? —soltó otro gemido—. Estoy tocándome, Max.

—Sí, ya me lo había imaginado —intentó no pensar en lo que habían hecho en esa habitación. Miró la puerta abierta y la leve luz del sol que había afuera. ¿Bajaría alguien? ¿Estaría alguien despierto a esas horas? Se oía algún que otro coche, pero aparte de eso, nada más.

«¡Vamos, hombre! ¿Cómo puedes estar si quiera considerando la idea? Es sexo telefónico, ¡por favor! Si necesitas una razón para no hacerlo, piensa en lo pasado de moda que está».

Bella volvió a gemir y él se tocó su erección.

—Estoy ahí contigo, cielo —gimió y ella dejó escapar una pequeña carcajada entrecortada.

—¿Te gusta?

«Sí. Oh, sí». Se rodeó con los dedos imaginándose la tersa piel de Bella.

—Pero no me gusta tanto como tú.

—Ojalá estuvieras aquí. Encima de mí. Dentro de mí.

—Cariño, si estuviera dentro de ti ahora mismo, no aguantaría ni dos segundos —y ahora mismo estaba a punto de estallar.

—Yo tampoco —gimió—. Oh, Max… yo…

Sus palabras se desvanecieron en un fuerte gemido y a él casi se le cayó al teléfono cuando llegó al éxtasis.

—¿Max? —preguntó Bella unos segundos después—. ¿Sigues ahí?

—Espera, tengo que encontrar algo para limpiarme —agarró unos cuantos panfletos que había por allí tirados e intentó limpiarse con cuidado de no cortarse.

—Estoy muy cansada, pero quiero decirte antes de que colguemos que aquí hay más gente que, al igual que nosotros, piensan que mi padre no está tomando decisiones acertadas. Hoy no puedo decirte nada más, pero siento que pronto podremos ayudarte.

—¿Qué quieres decir con ayudarme? ¿No irás a hacer nada peligroso, verdad?

Más que una pregunta, fue una advertencia.

Aunque no importaba, porque ella lo ignoró de todos modos.

—Ahora no puedo decirte nada más. Por favor confía en mí. Te quiero.

—Te quiero —respondió, pero Bella ya había colgado.