Capítulo 19

Ejército de uno

Aunque hacía bastante calor en la librería, la sangre de Max se heló en sus venas.

—¿Podrías repetirlo?

Bella parecía demasiado contenta y demasiado ignorante de las repercusiones de lo que había hecho.

—Mi padre ha sido destituido. Después de que informara a unos cuantos miembros de la manada sobre la situación con el Devorador de Almas, han reunido un consejo especial. Se han enfurecido al descubrir que les había ocultado esa información, y yo no me equivocaba al pensar que verían a un vampiro dios como una amenaza para nuestra existencia. Han votado y han destituido a mi padre.

—Dios, Bella, ¿estás bien?

Max no había conocido a su padre, pero estaba seguro de que se lo habría tomado muy mal si un consejo y él hubieran votado por exiliarlo.

—Oh, sí —sonó como si estuviera hablando de su desayuno, y no de su padre—. No lo han sentenciado a muerte. Probablemente se retirará al Santuario o tal vez se reunirá con el clan de los desterrados en Corsica. Aún podré hablar con él si es necesario.

—Te lo estás tomando sorprendentemente bien —casi demasiado bien. ¿Y si a él lo exiliaran a alguna parte? ¿Tampoco se disgustaría por ello?

Y entonces recordó que ya lo habían exiliado, en cierto modo. Peor, que lo habían enviado a morir y ella no se había disgustado demasiado. Aunque, por otro lado, sí que había hecho algo para asegurar su regreso. Si había hecho lo mismo con su padre, se habría adelantado a planearlo todo pensando en el mejor final posible.

Esa era su chica.

—He tenido tiempo para aceptarlo. Ahora, ¿quieres oír la decisión del consejo sobre el Devorador de Almas? —no le dio tiempo a responderle—. Van a enviar a un grupo de guerreros para asesinarlo. Por desgracia, a mí no me han invitado a ir, pero me quedaré para realizar los ritos de batalla con la sacerdotisa del clan. Luchar será un honor, pero este honor es más de lo que podría haber soñado.

—Perdóname si no me he concentrado mucho en esa última parte, pero ¿has dicho que van a enviar guerreros?

—Sí, cincuenta o tal vez más —se detuvo—. Max, eso significa que no tienes que luchar ahora.

«Maldita sea».

Eso lo ponía en una situación comprometida. Carrie y Nathan no se negarían a luchar, dirían que sería demasiado peligroso dejárselo a otros, que tenían una responsabilidad para con el mundo y cosas así. Y él tenía una responsabilidad para con ellos, aunque ya no fuera un vampiro del todo.

—Lo siento, pero voy a tener que luchar. Sabes que no van a echarse atrás y yo no voy a ser capaz de dejarlos ir solos —pudo sentir su desaprobación por el teléfono—. Te prometo que tendré cuidado. Me mantendré…

—No eres uno de ellos, Max. Eres uno de nosotros.

—Lo sé, pero no puedo olvidar los sentimientos que tengo hacia mis amigos. Los matarán si no los ayudo —se detuvo ante la fría realidad—. Si están allí, en la casa del Devorador de Almas, cuando los hombres lobo aparezcan, van a morir, ¿verdad?

—Nuestros soldados no distinguirán a un vampiro de otro.

La furia rugía en el estómago de Max.

—¿Y cuándo ibas a decirme esto?

—A ti no te afecta, Max. Saben que tú estarás allí y no te harán daño. Pero ¿qué descripción tendría que darles de tus amigos? Sería imposible que distinguieran a un vampiro de otro —Bella sonaba exasperada y agotada—. Si deciden quedarse y morir, es decisión suya. Pero tú tienes una responsabilidad. Hacia mí, hacia la manada y hacia nuestro bebé. Debes volver a casa.

Era lo más difícil que había hecho nunca, de eso estaba seguro. Quería desesperadamente volver a su lado, olvidarse de la vida que había llevado como un vampiro y empezar de nuevo. Empezar una vida donde no tuviera que matar ni luchar contra fuerzas místicas. Una vida donde las últimas décadas no hubieran existido.

¿Pero en qué clase de hombre lo convertiría eso, alejarse de sus amigos cuando más lo necesitaban, cuando estaban caminando directos hacia una masacre? No tenían muchas esperanzas de sobrevivir, pero por lo menos creían que tenían una oportunidad. Max había visto a los guerreros hombres lobo entrenarse y luchar practicando. Serían letales en una batalla, destrozarían a los vampiros sin pensar en lo que hacían.

La carnicería y la sangre que llenaron su mente hizo que se le secara la boca y que su miembro se endureciera. Lo peor era que no sabía si era el vampiro que había dentro de él o el hombre lobo el que anhelaba toda esa destrucción.

—Bella, no puedo. No puedo dejar a mis amigos.

—Max, temo por tu vida.

—Lo sé. Yo también. Pero he pasado por cosas peores que esto. Seguro —prefirió no decirle que no sabía qué cosas eran ésas, porque sólo empeoraría la situación—. ¿Cuándo llegarán los guerreros?

—Tienen planeado atacar en luna llena, pero llegarán unos días antes. Si no quieres volver a casa, por lo menos prométeme que irás a la batalla con ellos, no con los vampiros. No avergüences a la manada.

Estaba convencida de que todos los vampiros eran unas criaturas asquerosas y malignas. Max se preguntó cómo había podido enamorarse de él.

Se preguntó si alguna vez aceptaría lo que era, lo que era de verdad. Un vampiro al que por casualidad había mordido una mujer lobo. ¿Alguna vez ella admitiría que Max no había nacido siendo lo que era ella, que era otra persona?

Se despidió de Bella de una forma mecánica. No fue frío, pero no sintió el mismo deseo por ella que en el pasado. Y cuando colgó, aún notaba ese aplastante dolor de soledad en su pecho, pero por una razón distinta.

Podían salvar al mundo de un dios infernal. Podían solucionar todo lo que había ido tan mal ese último año.

• • • • •

El modo en que decidimos qué hechizo de protección usaríamos no fue ni tan científico ni tan místico como me habría esperado. Hojeamos los libros, anotamos las listas de ingredientes y decidimos usar aquél para el que teníamos más material. Después, Nathan comenzó a estudiar la influencia de los planetas, las correspondencias con los elementos y las connotaciones místicas. Jamás dejará de sorprenderme que el mismo hombre que rezaba el rosario cada mañana cuando creía que yo estaba durmiendo supiera más sobre brujería que cualquier otra persona que hubiera conocido.

Bueno, eso no era del todo verdad porque ahora conocía muy bien a Dahlia, aunque deseaba que no fuera así.

Había momentos en los que quería gritar sólo para acabar con el sonido de ella dentro de mi cabeza. Aunque la bloqueara, allí seguía, metida en mi cerebro. Por eso intentaba concentrarme en otras cosas y, por suerte, Max me dio la distracción perfecta. Había pensado que ya no volveríamos a verlo hasta el día siguiente cuando entró por la puerta con el aspecto de alguien a quien iban a arrancarle una muela.

—Escuchad, chicos —dijo al entrar en el salón y mientras despertaba a Ziggy, que se había quedado dormido en el sillón—. No vais a creeros esto.

—¿Qué no voy a creerme? —tuve que darle un golpecito a Nathan para que dejara de mirar su libro.

—Ahora ya te escuchamos todos.

—No necesitamos ningún hechizo. Tenemos refuerzos.

Nos habló sobre la manada a la que pertenecía Bella y lo que había hecho por nosotros, pero justo cuando iba a decirle que le diera las gracias de nuestra parte, añadió:

—Y no quiere que luchéis.

—¿Qué? —grité.

—Carrie, espera… —dijo Max, pero ya era demasiado tarde.

Me levanté y fui hacia él.

—Estábamos aquí cuando esto empezó. Por lo menos, algunos de nosotros estábamos. Y vamos a seguir en esto hasta el final. Sólo porque ella no comprenda lo que significa ser leal…

—Le he dicho que no —me interrumpió Max—. Le he dicho que no aceptaríais quedaros sentados en casa y dejar que otros se ocuparan de esto cuando había tanto en juego.

—Entonces, ¿cuándo vamos? —Nathan dejó el libro sobre la mesa de la cocina y entró en el salón—. Estoy preparado.

—Tú no vas a ir —le recordé, pero Max respondió la pregunta de todos modos.

—Iremos la noche del ritual, aunque no será fácil. Por un lado, tendréis que evitar a los hombres lobo. Matarán a todos los vampiros con lo que se crucen.

—Pero tú estarás allí. Puedes decirles que…

—No podré decirles nada —no me miraba a los ojos—. Será luna llena. Cambiaré y los guerreros también se transformarán. Pero yo… no sé cuánto recordaré de vosotros. Aseguraos de manteneros alejados de cualquier cosa que se parezca a un lobo.

—Pero no se trata sólo de entrar ahí y salvarnos el trasero —señaló Bill—. ¿Cómo vamos a luchar contra el Devorador de Almas si es tan poderoso?

—Creo que cincuenta hombres lobo pueden con él —dijo Max casi con desdén.

—Yo no lo creo —Nathan nos miró a todos—. En cualquier situación en que hay una multitud y se le intenta destruir, ¿qué sucede?

Un frío recuerdo me produjo un escalofrío por la espalda.

—Que escapa.

—Utiliza la confusión del momento como una distracción —añadió Ziggy.

Nathan asintió.

—Tenemos más posibilidades si, en medio de toda esa confusión, alguien va a por él en concreto. Y aquí sólo hay una persona que tenga el poder para matarlo.

Fue una sensación extraña. Quería gritarle a Nathan por ponerme en peligro, pero en el pasado, cuando él había querido evitar que me involucrara en algo por mi propio bien, yo le había gritado por ello. Me encontraba ante un caso claro de «ten cuidado con lo que deseas».

—Vamos, hombre. Esto es una estupidez —dijo Max saliendo en mi defensa.

Pero yo no tuve la convicción suficiente para discutirlo.

—Por lo menos tener a Dahlia atrapada servirá de algo. Podré utilizarla.

«Utilizarme. Eso suena muy feo. No es nada propio de ti».

La bombardeé con imágenes de Cyrus y yo juntos aquella primera vez cuando le había clavado mis dientes de humana en el cuello. No fue muy maduro, pero por alguna razón quería que supiera que era mejor que ella, cien veces mejor.

—Carrie, ¿estás bien? —la voz de Nathan llegó hasta mí como envuelta en una bruma—. ¿Carrie?

Volví a la realidad aunque, por desgracia, en la realidad me había clavado las uñas en las palmas de las manos con tanta fuerza que me había hecho sangre.

—Lo siento —dije estirándome la camiseta. La sangre me manchó la ropa y me crucé de brazos para ocultarlo—. ¿De qué estábamos hablando?

—Necesitamos detalles exactos de en qué consistirá el ritual —dijo Max—. Sólo Cyrus puede darnos esa información. Por desgracia, ahora sólo nos habla con acertijos. Tal vez tú podrías…

—Claro, hablaré con él —no quería sonar como si estuviera deseando verlo, aunque tal vez era así—. Será sincero conmigo. Por lo menos, tan sincero como le apetezca ser.

—Lo llamaré —Max se giró hacia la puerta.

—Espera, ¿no podemos…? —Nathan se detuvo—. No importa. Así funcionará.

«Gracias», le dije en silencio, pero él miró a otro lado.

—Supongo que entonces nos vamos abajo —dijo Ziggy.

Bill se puso de pie y se tropezó.

—Se me han dormido los pies… —dijo avergonzado mientras seguía a Ziggy.

Una vez a solas con Nathan, apenas pude mirarlo a la cara.

—Sabes lo que he visto, Carrie —las palabras salieron de su garganta como si estuvieran cubiertas de cuchillas, como si le hubiera dolido hablar.

No podía negarlo. Tenía acceso ilimitado a mi mente y yo no había dejado de reproducir en ella «los grandes éxitos de Carrie y Cyrus». No podía ocultarle nada.

—Lo sé.

—¿Cuándo va a terminar esto?

Tenía la horrible sensación de saber la respuesta, pero no podía decirla en voz alta. Por el contrario, le pregunté si quería una taza de té, me dijo que le encantaría, y fingimos que no había pasado nada, que no estaba pasando nada, y que no pasaría nada.

Fue un bonito cuento de hadas, al menos durante unas horas.

• • • • •

Max llamó a Cyrus y quedó en verse con él a media noche, en la vieja zona del cementerio en el lado este de la ciudad. No estaba demasiado lejos del apartamento y me pregunté si Cyrus sospecharía que yo podría aparecer.

La noche se había vuelto fría y una bruma pendía del aire. Unas lápidas salían de la tierra como dientes rotos mordisqueando la espesa neblina. Me sentí como si estuviera en una peli mala de vampiros.

Cyrus estaba de espaldas al camino y tenía la mano puesta sobre el pie de un ángel de cemento que había justo encima de su hombro. Bajo la tenue luz vi que llevaba una túnica roja brocada, como las que había llevado cuando lo conocí. Ahora tenía el pelo más corto que entonces y se parecía a uno de esos chicos que Ziggy había conocido y que jugaban a ser vampiros.

—Muy típico, ¿no crees? —pregunté, pero no con la mofa con la que me habría dirigido a él en el pasado—. ¿Ya sabes? Lo de quedar en un cementerio a las doce.

Su espalda se tensó ante el sonido de mi voz y se giró con verdadera rabia en el rostro.

—¿Dónde está tu hombre lobo? ¿Aullando a la luna?

—No hay necesidad de ser desagradable —lo reprendí—. Quería venir. Quería verte.

—¿Por qué? —se giró y fue hacia una cripta—. ¿Para poder decirme que es a mí a quien quieres? ¿Que es a mí a quien amas? ¿Para después cambiar de idea cuando te resulte conveniente amar a otro?

—Yo no soy la única culpable de eso —dije temblando de rabia—. Tú volviste corriendo con Dahlia en cuanto tus piernas pudieron llevarte, ¿verdad?

—¡Hice lo que tuve que hacer para sobrevivir! —avanzó hacia mí—. ¡Es todo lo que he estado haciendo desde que apareciste en mi vida!

—¿Así que me culpas? —alcé las manos y me reí con amargura—. Es culpa mía que tu vida haya sido miserable durante el último año. Pero yo nunca te pedí que me atacaras en aquella morgue, nunca te pedí que me convirtieras en vampiro, y nunca le pedí a nadie que te trajera de vuelta.

—¡Lo sé! —me agarró de los brazos y me empujó contra el ángel. Oí el cemento desmoronarse y la estatua balancearse en su pedestal.

Cyrus no pareció darse cuenta de que íbamos a acabar asesinados por un monumento. Tenía la cara a centímetros de la mía, los colmillos fuera y los rasgos de vampiro.

—¡No me trajiste de vuelta! ¡Tenías el libro de hechizos de Dahlia! ¡Podrías haberlo hecho sin problema!

Me llevó un momento descifrar esas palabras, que pronunció atragantado por la rabia. Su rostro recuperó su forma humana y él dio un paso atrás, temblando de furia. Yo me quedé donde estaba, abriendo y cerrando las manos mientras intentaba pensar en algo que decir.

No tuve la oportunidad. Emitió un sonido de disgusto y se alejó de mí por el camino.

—¡Espera! —eché a correr tras él—. ¿Quieres decir que pude haberte traído en lugar de que lo hiciera tu padre? —no sabía si sentirme insultada porque había esperado de mí que lo hiciera o si sentirme mal porque no se me hubiera ocurrido hacerlo—. Estás aquí, ¿por qué te importa?

—¿Que por qué me importa? —repitió con ira y desconcierto en el rostro—. Mi padre me trajo de vuelta para sacrificarme. Volveré a ese horrible lugar azul y no hay nada que pueda hacer para evitarlo.

Volvió a agarrarme, pero en esa ocasión yo estuve preparada. No era tan fuerte como lo había sido en el pasado y lo empujé. Cayó hacia atrás y fui hacia él.

—¿Quieres evitarlo? ¡Entonces deja de gimotear y ayúdanos! ¡Ayúdanos sin hacerlo con tus normas y sin preocuparte sólo por tus sentimientos!

—¿De verdad quieres eso? —se levantó—. ¿De verdad quieres que vuelva a estar en tu vida? ¿No destruirá eso la perfecta solución que te di con mi muerte?

Se me encogió el corazón.

—¿Crees que te quería muerto?

No podía mirarme a los ojos.

—Está claro que te facilitó tu elección. ¿A quién eliges, a tu Iniciado o a tu Creador?

Se me aceleró el corazón y me sentí mareada, pero no me desmayé ni perdí el equilibrio. Había tenido una revelación.

—Cyrus, aunque no hubieras muerto… no habría habido ninguna elección. No te quiero.

Ahora sabía exactamente lo que quería decir la gente cuando decían que se les había quitado un peso de encima. Era verdad, no amaba a Cyrus. Me sentía atraída hacia él, inexplicablemente, pero jamás podría ser feliz a su lado. Sólo podía ser feliz con Nathan. Lo que fuera que había sentido por Cyrus había sido fruto de los lazos de sangre que habíamos compartido o de un recuerdo de ellos. Pero Nathan… Había tenido sentimientos hacia él casi inmediatamente, antes de que incluso compartiéramos un lazo de sangre, pero se habían perdido entre la atracción física y mi desesperación por conocer el mundo al que me habían arrojado. Sin embargo, habían estado ahí todo el tiempo. Nathan tenía razón; sí que existía el amor a primera vista. Era la única clase de amor que existía.

Y yo no era la única que lo sabía. Cyrus también. Lo vi en su cara mientras me miraba. No lo había querido como él me había querido a mí. Menuda pareja habíamos hecho.

Se rió agachando la cabeza en gesto de derrota.

—Tienes razón. Tienes razón. No me quieres, y estoy condenado. Éste ha resultado ser un feliz encuentro, la verdad.

—Déjate de autocompasión. ¿Por qué iba a traerte tu padre de vuelta para volver a matarte?

—Por fin ha encontrado el ritual que necesita. ¿Recuerdas el truquito de Dahlia de incluir toda clase de ingredientes e instrucciones en sus hechizos? Al parecer no es una idea original. Él no necesitaba las almas de todos sus Iniciados. Ésos a los que había matado o que habían muerto como resultado de sus propias fechorías no serían aceptados por la metafísica del ritual. Pero sí que necesita cierto número, y para llegar a ese número, ahora nos necesita a dos.

—¿Pero por qué tú? Podría haber elegido a un vagabundo, haberlo convertido y utilizado. ¿Por qué tomarse la molestia de levantar a un muerto?

—Para castigarme —suspiró intensamente y ladeó la cabeza. Cuando abrió los ojos, brillaban con lágrimas como las estrellas que no podíamos ver por culpa de la polución de la ciudad. Pero Cyrus no lloraría delante de mí. No ahora, cuando era tan vulnerable en otros aspectos—. Él me dio la vida, no sólo una vez, y cree que yo la desperdicié. Quiere castigarme y enviar el mensaje de que mi debilidad es intolerable.

—¿Y vas a permitirlo? —comenzamos a caminar por el camino de grava y me dio la mano.

—Tiene mi corazón. No importa que yo lo permita o no.

—¿Y no se te ha ocurrido… escapar? —era verdad, el Devorador de Almas tenía su corazón, pero si quería a Cyrus para el ritual, no lo atravesaría con una estaca—. A menos que sólo necesitara tu corazón, estarías libre.

—Me encontraría. Y además, por mucho que odie estar muerto, odio mucho más estar vivo estos días.

Me mató oírlo decir eso. No lo amaba, pero estaba claro que no quería que sufriera así.

—No importa. De todos modos, aún necesita otro Iniciado, ¿no? A menos que tenga uno dispuesto a ir a esa matanza, no podrá hacer el ritual.

—Lo tiene. O parte de uno, al menos —me miró fijamente—. Seguro que esta parte te la imaginas. Eres una chica lista.

Sentí pánico y confusión.

No podía referirse al corazón de Ziggy porque lo tenía Bill. Y no podía referirse al de Nathan porque lo había visto latir en su pecho con mis propios ojos.

—No sé…

—Su piel, Carrie —pareció que Cyrus fuera a vomitar al pronunciar esas palabras—. Dahlia es una torturadora con mucha inventiva, pero no me puedo creer que eso se le hubiera ocurrido a ella sola.

Las cicatrices. Los símbolos grabados en el cuerpo de Nathan.

—El hechizo se llamaba «La Oscura Noche del Alma» —dije tartamudeando—. ¿Significa eso…?

—Mi padre puede reclamar el alma de Nolen. Así se hizo el hechizo en primer lugar. Cualquier cosa que hicieras para liberarlo del hechizo liberaría su alma y se la devolvería a él. Lo único que tiene que hacer es consumir los símbolos, y el alma de Nathan será suya, para siempre.

Se me revolvió el estómago al imaginarme al Devorador de Almas comiéndose la piel de Nathan, pero contuve el vómito.

—¿Entonces Nathan morirá si tu padre completa el ritual?

—No. Seguirá viviendo, supongo, hasta que él muera. Y después, en lugar de ir a ese mundo azul, iría dentro de mi padre. O donde sea que vayan las almas que ha consumido después de que se convierta en un dios.

Pensar en que a Nathan le arrebataran su alma fue algo tan horrible e inaceptable para mí que pasé de la rabia y fui directamente a una furia fría y calculada.

—Tenemos planeado atacar durante el ritual. Toda la información que puedas darme me valdrá. Y puedo intentar salvarte o…

—Oh, tengo toda clase de detalles con los que padre se ha deleitado torturándome. Quién estará allí, en qué consistirá… —dejó de caminar y me miró—. Va a ser peligroso, Carrie. Preferiría no ver cómo te hacen daño.

—No voy a retirarme de una batalla, lo sabes. ¿Puedes estar de mi lado? Cuando me… comí el alma de Dahlia eso me hizo la más poderosa de nuestro pequeño grupo. Yo voy a luchar contra tu padre, y no intento parecer invencible. Necesitaré ayuda.

Él chasqueó con la lengua en gesto de mofa.

—Bueno, bueno. Si ya estás tan segura de que fracasarás antes de haber siquiera empezado, tu misión está condenada.

Seguimos con nuestro paseo, pero estuvimos un buen rato sin hablar. Fue un silencio agradable, hasta que él volvió a parar para mirarme.

—Hay momentos en los que me gustaría haber hecho que las cosas fueran distintas contigo.

—¿Es éste uno de esos momentos? —no pude evitar preguntarlo—. ¿Qué habrías hecho?

—No habría intentado dominarte. Y no habría intentado seducirte. No habría intentado nada —se rió suavemente—. Creo que te diste cuenta de que lo estaba intentando y te molestó.

—Eres muy perspicaz. También podrías haber atenuado un poco ese narcisismo psicótico que tienes.

—Sí, ésa siempre ha sido mi ruina en las relaciones —se inclinó hacia delante como para besarme, pero entonces se detuvo a escasos milímetros de mi boca—. No, sería una mala idea.

No pude evitar quedarme sin aliento cuando le susurré:

—Me alegra que uno de los dos lo recuerde.

Se puso derecho y miró al cielo.

—Echo de menos las estrellas. Cuando todo esto pase, voy a marcharme a algún lugar donde pueda verlas estrellas.

—Cuando esto haya acabado, yo estaré muerta.

Soltar esas palabras fue como una liberación. No podría habérselas dicho a Nathan ya que lo habría preocupado demasiado. Y tal vez ésa era la auténtica diferencia entre los dos hombres. A Nathan lo amaba, pero no podía decirle la verdad en todo momento. A Cyrus no podía amarlo, pero podía ser egoísta con él. Cuando había creído que amaba a Cyrus, me había encantado estar con él. Era un poco triste.

Cyrus no discutió mi repentino pronto fatalista.

—Será lo mejor que te puede pasar. Te volverás loca pasando toda la eternidad con Dahlia.

Ahora que lo oía así, quería llorar. No quería morir, pero aun así había pronunciado esas palabras y había sellado mi destino. De pronto me sentí cansada y demasiado sensible. Contuve los sollozos.

—Tengo que ir con Nathan. Estaba muy herido cuando me lo llevé de casa de tu padre.

—Quiero que sepas que yo no tuve nada que ver con eso —dijo rápida y enérgicamente—. Ella intentó que me uniera, pero creo que la decepcioné. A decir verdad, no quería ver a Nolen y no quería que él me viera a mí.

—Bien —ya no quería oír más por si me decía una mentira. Ya no podía soportar más mentiras de él—. Dime cómo puedes ayudarme.

—Puedo colarte en el ritual. Los participantes irán igual vestidos, así que no te será difícil pasar desapercibida una vez que estés dentro. A partir de ahí, supongo que tendrás un plan.

Asentí.

—Pensaremos en algo.

—¿Y tú puedes ayudarme a mí? —me preguntó esperanzado y le respondí que haría todo lo que pudiera—. Muy bien. Te enviaré un disfraz. Esa noche podrás entrar sin que te molesten.

—Gracias.

Nos estrechamos la mano… una situación algo incómoda, y me marché.

Había avanzado unos pasos por el camino cuando me llamó.

—Carrie, hubo algo, ¿verdad? Quiero decir, entre los dos.

No podía mirarlo. Era demasiado doloroso pensar que en unos cuantos meses podríamos cruzarnos en ese reino de espíritus azules y no reconocernos el uno al otro. Después de todo lo que habíamos compartido, estaríamos solos.

—Sí, creo que sí.

A diferencia de Orfeo, no miré atrás cuando salí de la tierra de los muertos. Pero de todos modos el final de la historia habría sido el mismo.