Capítulo 18

Descanse en paz

El callejón estaba oscuro. Demasiado oscuro. Y había silencio. Demasiado silencio.

Max sacó la estaca de su bolsillo y se puso de cuclillas, medio escondido, preparándose. La luz de la casi luna llena hacía que le escociera la piel. Le hacía querer echar correr. Le hacía querer arrancarse la ropa y dejar que la luz de la luna lo bañara. Le hacía querer encontrarse con alguien en concreto y tomarla, ahí mismo. Adentrarse en ella sin piedad, morderla y arañarla.

Una luna llena, y no estaría con Bella.

—Cuando vuelvas, cambiaré contigo. No podré correr, así que no podrás perseguirme, pero me esconderé y podrás encontrarme. Y será… más de lo que puedas imaginarte —le había prometido cuando él se había lamentado de su separación por teléfono.

Pero no le bastaba saber que con el tiempo estarían juntos. La quería ahora. Quería que le aseguraran que estaría con ella, sin que su padre pudiera hacer nada para evitarlo.

Y eso lo tenía muy sorprendido.

En el pasado, habría estado deseando sumarse a la batalla, lo habría visto como su deber. Pero ahora, a menos de veinticuatro horas de que llegara la hora, lo único que quería era irse a casa y abrazar a Bella.

Incluso saber que se acercaba un combate debería de haberlo ayudado durante los últimos días, pero no había sido así. Después de reflexionar sobre la información que les había dado Cyrus, por fin habían tomado la decisión sobre lo que iban a hacer. Atacarían al Devorador de Almas tres días antes de la ceremonia que pensaba celebrar, con el fin de evitar encontrarse con alguien de la lista de invitados. Mientras tanto, habían estado yendo de un lado a otro como tigres enjaulados.

Bueno, más o menos.

Bill y Ziggy habían pasado mucho tiempo a solas. Y le parecía bien. Max tenía una política muy estricta en lo que concernía a las relaciones homosexuales: haced lo que queráis con tal de que yo no tenga que verlo. Podía saltarse las reglas cuando se trataba de dos lesbianas sexys y gemelas, pero de ahí no pasaba. Si Ziggy y Bill querían trabajar en su relación o hacer lo que fuera en esa trastienda, bien. Mejor que en el sofá que Carrie limpiaba compulsivamente con la esperanza, en vano, de quitarle las manchas de sangre.

Y no porque no hubiera tenido otra cosa que hacer.

Max se estremeció al pensar en todo lo que Carrie estaba pasando.

Ya casi había curado la piel de Nathan y seguía tratándolo, había creado varios hombres grises nuevos, y estaba inmersa en una maníaca misión de limpiar la sangre de Bill del sofá sin dejar ni un momento de ponerles a todos cara de simpática para demostrarles que no iba a devorar sus almas.

Y mientras, Max se veía arañando las paredes, desesperado, y deseando que sus amigos comenzaran a luchar para no tener que quedarse mucho más tiempo por allí.

Y ahora parecía que habría otro retraso.

Oyó el ruido de unos frenos y después unas cuantas pisadas; las remilgadas pisadas de unos mocasines italianos.

Cyrus apareció en la boca del callejón.

Cuando estuvo claro que iba solo, Max giró la estaca en su mano y se la metió en el bolsillo trasero. Como un pistolero. Como Han Solo.

A regañadientes admitió que en el fondo sí que podía apetecerle un poco luchar.

—Muy amedrentador —dijo Cyrus—. ¿Por qué tenemos que vernos aquí? Creo que han dejado de pagar la factura de la basura.

—Lo sé. Es asqueroso. Quería que nos viéramos en un lugar público bien iluminado lleno de cámaras de televisión y que lleváramos camisetas a juego que dijeran «Somos vampiros» para que tu padre se asegurara de descubrir dónde estábamos, pero decidí que mejor no —volteó los ojos—. ¿Qué es tan importante para que hayamos tenido que vernos?

Cyrus no le hizo caso a todo lo que había dicho Max. Y era un poco de admirar.

—No sé cuándo tenéis planeado atacar, y tampoco quiero saberlo, pero creí que debía deciros que mi padre ha aumentado su seguridad.

—Qué bien. Tenemos refuerzos —le pareció mejor que ponerse a soltar improperios y a dar puñetazos contra la pared. ¿Por qué todo se les tenía que complicar tanto?

—Tiene un nigromante.

—Nos aseguraremos de llegar al nivel veintiséis en el videojuego de Elf Mage.

Cyrus al menos tuvo la decencia de reírse con el comentario.

—Comprendo tu incredulidad, pero ¿no eres un lupin? ¿No crees en la magia?

—Sé de magia —respondió bruscamente esperando que hubiera disimulado el hecho de que no sabía tanto—. Pero ¿un nigromante? ¿Qué va a hacer, leer el Necronomicón en voz alta y arruinar mi viaje de acampada?

—Va a levantar un ejército de muertos —Cyrus ni siquiera parpadeó.

Max sacudió la cabeza.

—Bueno, pues entonces estamos jodidos.

Cyrus se encogió de hombros.

—Si fuerais a por él ahora, os toparíais con un ejército de guardaespaldas humanos y vampiros. Si atacáis justo la noche del ritual, estarán muertos.

Y eso era lo que faltaba.

—¿Así que lo mejor, en tu opinión, es atacar en el momento más cercano a que el Devorador de Almas se haya convertido en un dios?

—No. No quiero deciros lo que tenéis que hacer. Eso depende de ti y del resto de tu variopinta banda de héroes. Yo simplemente estoy diciéndote lo que sé. Tiene una fuerza de vampiros y humanos que os supera en número. La noche del ritual serán sacrificados para alimentar las ambiciones de mi padre y a sus invitados. Sin embargo, en ese momento tendrá a un nigromante a su disposición, que no sólo llevará a cabo el ritual, sino que podría levantar cualquier número de cadáveres resucitados para aniquilaros. Cuándo decidáis atacar es vuestra elección y, por suerte, yo no tengo nada que ver. Pero me parecía justo que tomarais la decisión estando informados.

«Maldita sea».

Era mucho más fácil odiar a Cyrus cuando hacía el mal. Cuando hacía algo decente, Max se sentía un imbécil porque no le cayera bien.

—Gracias. Pasaré la información. ¿Y qué pasa contigo?

Cyrus pareció sorprenderse por el hecho de que pensaran en él.

—¿Qué pasa conmigo?

Max se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared.

—¿Dónde vas a estar cuando ataquemos? ¿Estarás del lado de tu padre o del nuestro?

—Estaré de mi lado —respondió simplemente e imitando la pose de Max, pero más relajado y contra la pared de enfrente.

—¿Tu lado? Sí, claro.

—Todo el mundo está de su propio lado y cualquiera que te diga lo contrario o te miente o se está mintiendo a sí mismo.

«Ya, seguro».

—Bueno, pues que pases buena noche, gilipollas.

Max se giró para alejarse y todos los músculos de su cuerpo le gritaban que debía partir a Cyrus en dos con sus propias manos. Y, para ser sincero, no estaba seguro de si el que pensaba eso era su yo vampiro o su yo hombre lobo. O si era simplemente Max Harrison, ese hombre que no toleraba las gilipolleces.

—Max, espera, por favor.

Max se giró.

—¿Qué?

—¿Cómo está ella? —pareció costarle formular la pregunta—. Quiero decir… ¿es feliz?

—Bueno, es una devoradora de almas, a su novio lo han despellejado vivo y su Iniciado, cuya muerte ha estado llorando, ha vuelto a la vida —Max se contuvo. Estaba claro que a ese tipo le importaba Carrie—. Pero diría que sí, que a pesar de las circunstancias, no se siente tan miserable como debería.

Cyrus asintió en silencio.

—Me alegro. No quiero verla sufrir, si puedo evitarlo.

—Le daré recuerdos de tu parte —Max se giró hacia la boca del callejón.

—No —la voz de Cyrus lo detuvo—. Por favor, no le digas que he preguntado por ella. Sería… sería más fácil que no lo supiera.

Max estaba dividido; se preguntaba a qué estaría jugando ese tipo, pero a la vez sentía lástima por él. Sin embargo, era muy fácil encontrar unas segundas intenciones en todo lo que Cyrus hacía y no era que Max tuviera prejuicios; era que estaba seguro de ello.

—No se lo diré.

Cyrus no siguió a Max fuera del callejón. Pues nada, si quería quedarse allí y disfrutar del asqueroso olor a basura, ¡todo para él!

Max, por su parte, se iba a hacer un poco de footing.

• • • • •

Diez noches no es tanto tiempo. Y cuando las reduces a seis y ya has desperdiciado una de ellas, el tiempo pasa muy deprisa.

Y más todavía si estás ocupado.

Había aumentado la frecuencia con que parcheaba la piel de Nathan. Justo antes de que se fuera a dormir por las mañanas, le cortaba tiras de la espalda y se las adhería al torso. Justo cuando se despertaba por la noche, repetía la misma operación. Se pasó esos seis días casi constantemente drogado y dolorido, pero se curó más deprisa de lo que me esperaba. Al quinto día, estaba sentado en la cama leyendo el periódico. No estoy segura de hasta qué punto entendía lo que leía dada la cantidad de morfina que le había administrado, pero a él le parecía muy entretenido.

Esa noche, Ziggy se había ido con Bill al hospital a robar una silla de ruedas y llevamos todos los muebles contra una pared del salón para que por lo menos tuviera un poco de movilidad.

—Es genial poder levantarme otra vez —dijo paseándose por el salón con la silla. Aparcó junto a su sillón favorito, lo miró con anhelo y después, como todo un hombre, aceptó el estado en que se encontraba.

—Es genial tenerte de vuelta, tío —dijo Bill. Parecía que fuera a darle una palmadita en el hombro, pero por el contrario, le tendió la mano. Cuando Nathan se limitó a farfullar una respuesta de lo más esquiva y no le estrechó la mano, Bill la bajó.

—Entonces… —Ziggy intentó disipar la tirantez del momento—. ¿Cuándo te van a quitar esos vendajes tan estilosos?

Nathan se miró el pecho como si le sorprendiera verse el torso con parches de gasa. Los vendajes cubrían una estrecha franja que no se había curado del todo y que se extendía desde las clavículas hasta casi la cinturilla del pantalón del pijama. Lo que se había curado se veía rosa y brillante y lleno de costuras, como Robert de Niro en Frankenstein.

—Es mejor dejar lo que está más reciente vendado para que no se seque —dije—. Y también por las infecciones, aunque eso a nosotros no nos importa.

—No voy a seros de mucha ayuda cuando os marchéis… ¿cuándo? ¿Esta noche? —me miró lleno de miedo y de esperanza a la vez—. Ya deberíais iros.

—Estamos esperando a que vuelva Max. Ha ido a recabar información de… —Ziggy me miró, como pidiéndome permiso para decirlo—. De Cyrus.

—Ah —Nathan asintió—. Bueno, a lo mejor yo puedo ayudaros a trazar el plan.

Bill se introdujo en la conversación.

—Parece que va a ser bastante fácil. Nos cargamos a casi todos esos humanos superfuertes cuando fuimos a buscarte. Y según Carrie, Jacob no puede hacer más solo, necesitaba a esa bruja —Bill se detuvo—. La que Carrie se comió.

—Sí, sé lo que le pasó a Dahlia —dijo Nathan secamente—. Imagino que Max se habrá enterado por Cyrus de qué clase de refuerzos ha reunido el Devorador de Almas.

—Si es que lo ha hecho. Quiero decir, no tenía muy buen aspecto cuando nos marchamos —Ziggy me miró—. Bueno, al menos eso es lo que dijo Carrie.

—Tienes razón, no tenía buen aspecto. Pero eso no significa que no tenga a unos cuantos secuaces imbéciles ocupándose de la seguridad.

—Sería mejor si los secuaces imbéciles fueran la seguridad —Bill me miró—. ¿Cuántos hombres grises tenemos?

Había estado ocupada. No sólo con Nathan, sino creando nuevos gólems.

Todo el poder que había tenido antes lo había obtenido de un poco de la sangre de Dahlia y esa pequeña parte de poder me había parecido impresionante. Ahora, con toda la sangre de Dahlia y su alma, su esencia, también tenía todo su poder. Crear a Henry me había costado mucho y por eso me había dado miedo volver a intentarlo. Crear a Henry Dos me había supuesto un poco de barro, unas cuantas gotas de sangre y la concentración que necesitaría para jugar al solitario con las cartas. Después de eso, había sido cada vez más fácil. Increíblemente fácil. Incluso había llegado a aburrirme y me había puesto a experimentar. El primer Henry lo hice con ceniza. Para Henry Dos había utilizado un poco de arena de un camino cercano. Henry Uno salió gris, mientras que Henry Dos era de un color marrón topo. Utilicé tierra para macetas y el resultado fue un extraño marrón oscuro con motas descoloridas ahí donde había estado el vermífugo. Aplasté un poco de tiza rosa y creé un Henry rosa llamado Henrietta.

Había experimentado utilizando más material para intentar hacer gólems más grandes, pero siempre salían del mismo tamaño y forma, aunque un poco más densos. En el sentido físico. Todos tenían la misma inteligencia.

Había hecho treinta hasta el momento y los teníamos debajo de una lona en una esquina de la librería.

Cuando se lo dije a Bill y a Ziggy, se quedaron blancos.

—¿Quieres decir que hemos estado pasando por delante de ellos todas las mañanas? ¿Que hemos estado durmiendo con ellos al lado? —Ziggy chasqueaba con los nudillos mientras hablaba.

—Son inofensivos. De verdad —fue una tontería decir eso. Eran tan inofensivos que uno había matado a Bill—. A menos que les dé unas instrucciones muy, muy, estúpidas.

—Bueno, olvidémonos de eso, ¿de acuerdo? —me sorprendió la actitud de Bill. O ya había superado el impacto de convertirse en vampiro, o estaba demasiado distraído como para enfadarse conmigo.

Ziggy también dejó el tema.

—Sólo quiero saber cómo vamos a meter a treinta en la furgoneta. Quiero decir, ¿vamos a decirles que se amontonen usando la técnica de albañilería con leños?

—Podríamos… si yo hubiera sabido qué es eso cuando los creé, cosa que, por cierto, desconozco. Podrías explicarme qué es eso de la albañilería con leños y entonces podría crear otro Henry y pedirle que los coloque a todos siguiendo esa técnica.

—Es buena idea —dijo Bill—. No puedo recordar cómo de alto es un leño…

La puerta se abrió y Max entró, extrañamente sonrojado para ser un vampiro. Tal vez era cosa de hombres lobo, lo cual también habría explicado las hojas y el césped que llevaba adheridos a la ropa. Vio a Nathan en la silla de ruedas y se sobresaltó.

—¡Estás levantado!

Nathan le sonrió.

—Estaban debatiendo sobre cómo meter a treinta gólems en la parte trasera de la furgoneta. ¿Sabes lo que es la albañilería con leños?

—Olvidadlo. No iremos esta noche.

El miedo se apoderó de mi estómago.

—Vas a decirnos algo que no queremos escuchar.

Él asintió con gesto sombrío.

—Cyrus me ha dicho que su padre ya tiene una enorme fuerza de seguridad. Y la buena noticia es que se los van a comer a todos antes del ritual. Pero el tipo que hará el ritual es capaz de levantar a un ejército de muertos para que nos ataquen.

—¿Un nigromante? —Nathan se movió en la silla con la misma expresión de entusiasmo que habría tenido un niño subido a un autobús con destino a Disneyland—. ¿De verdad tiene un nigromante?

—Supongo —dijo Max encogiéndose de hombros—. A mí no me parece tan genial.

—A mí tampoco —añadió Ziggy—. No soy muy fan de los zombies.

—Nosotros tenemos treinta gólems. ¿Por qué no nos ceñimos al plan?

No era que estuviera deseando que me mataran, pero me parecía terriblemente decepcionante que ésa fuera a ser la noche en la que se podría solucionar el problema que nos había estado preocupando la mayor parte del año y que ahora tuviéramos que volver a esperar.

—Treinta gólems que luchan igual que tú —señaló Nathan—. No es exactamente un batallón de primera. Están bien para luchar contra zombies que van por ahí tambaleándose, pero si vais a luchar contra humanos y vampiros armados, vais a tener que correr mucho.

Le di una palmada en la cabeza.

—Muchas gracias.

—Pero tiene razón —dijo Bill mientras se cubría la cabeza—. No me pegues, pero tiene razón. Si no sabemos exactamente cómo es de grande su fuerza, estaríamos malgastando tiempo y haciendo peligrar nuestras vidas.

Max asintió.

—Y Cyrus no me ha dicho cuántos guardaespaldas tiene el Devorador de Almas. Aun así, no sabemos cuántos zombies puede crear ese nigromante.

—Tantos como cadáveres haya —Nathan fue hasta la ventana y descorrió las cortinas, como si desde ahí pudiera ver toda la ciudad.

—Y Grand Rapids tiene más cementerios que cualquier otra ciudad del planeta. Fantástico.

Max tenía razón. Había probablemente más gente muerta que viva en esa ciudad. Si lograba levantarlos a todos…

—Pero es bastante sencillo. Carrie puede hacer más gólems, mandarlos a los cementerios y ordenarles que vayan matando a los zombies según salen por las puertas.

—No es nada práctico —dijo Nathan desechando la idea.

—Nada práctico, pero puede que sea nuestra solución —me cubrí la cara con las manos—. Claro que tendríamos que encontrar y contar todos los cementerios.

—¿Y cuántas puertas hay en cada uno? —añadió Bill.

«Imbéciles, también podríais proteger los cementerios y evitar que penetrara la magia», sugirió Dahlia dentro de mi cabeza.

—¿Qué? —pregunté y todos me miraron.

«Proteger los cementerios. Idiota».

«¿Cómo lo hago?».

Odié preguntarle, pero si estaba de humor para colaborar, yo no iba a desaprovecharlo.

«¿Por qué estás diciéndome esto?».

«Porque si te matan, yo quedo libre. Y creo que la única persona lo suficientemente fuerte para matarte es Jacob».

Claro. Aunque que pensara que moriría de manos del Devorador de Almas no me inspiraba confianza.

—Podemos proteger los cementerios.

Bill, Max y Ziggy respondieron a la vez con distintas variantes de «¿qué significa eso?», pero Nathan giró su silla y dijo:

—Es una idea excelente.

—Genial, es excelente, pero ¿qué significa? —me preguntó Max.

Por suerte, antes de tener que admitir que no tenía la más mínima idea, Nathan habló por mí.

—Significa que haríamos un hechizo que funcionara como una barrera entre el hechizo del nigromante y los cadáveres que estuviera intentando resucitar.

—¿Y cuánto tiempo nos llevaría? Tengo todos los poderes de Dahlia —«tal vez no todos», me susurró en la cabeza—, así que podría hacerlo sin problema, pero si tenemos que ir de cementerio en cementerio, no sé cómo vamos a hacerlo.

—No tendrías que ir. Tengo por lo menos siete hechizos de protección y podríamos echarles un vistazo esta noche. La mayoría suponen hacer un pequeño conjuro con los ingredientes y después esparcirlos alrededor del perímetro que quieres proteger.

—Entonces, podríamos hacer el hechizo y después separarnos y esparcirlo —se me iluminó la cara—. Ahora Max puede salir a la luz del día. Lo que no podamos cubrir nosotros, lo hará él.

—Pero yo también quiero ir —dijo Nathan con desesperación—. No voy a ser capaz de ayudar en la gran batalla, así que por lo menos quiero poder hacer esto.

—Como ha dicho Carrie, podríamos dividirnos —interpuso Bill—. Ella podría ir con Ziggy y yo contigo.

—Y yo podría hacer el turno de día —concluyó Max—. Perfecto. Vamos a hacer magia, chicos.

Nathan habló intentando no mirar a Bill.

—Tal vez yo debería ir con Carrie, contando con que el hechizo funcione. Aún estoy muy débil y estoy seguro de que ella no querría…

Vi lo que pretendía. Quería evitar estar a solas con Bill y yo, pensando que podría ser bueno para que aceptara la relación de su hijo, dije:

—¡No, no pasa nada! Estarás bien, seguro.

—Dime qué libros necesitas y te los traeré —se ofreció Max—. Tengo que bajar a llamar a Bella de todos modos.

Nathan suspiró.

—Tráeme un boli y te los apunto.

«¿De verdad crees que podéis lograrlo?», se burló Dahlia en mi mente.

«Recuerda, si me pones la zancadilla, puede que salga de ésta viva. Por tu bien, será mejor que cooperes para que Jacob pueda vengarte».

Ella se rió. O al menos, su alma atrapada en mí imitó el loco sonido de sus carcajadas. En ese momento, casi cancelé la idea de proteger los cementerios. Pero entonces me pregunté si eso era lo que Dahlia había querido que hiciera en un principio.