Capítulo 5

Sin corazón

Ziggy seguía inconsciente cuando volvimos a la librería.

—Quédate con él —me ordenó Nathan—. Si se despierta… déjalo inconsciente otra vez.

No fue la sugerencia más tierna y paternal, pero tenía razón. Si Ziggy pudiera, volvería junto a su Creador.

Por si Dahlia seguía dentro, Nathan registró la librería. Cuando vio que estaba limpia, bajaron a Ziggy al escondite que tenían bajo la tienda.

—No puedo decir que me alegre de volver a ver este lugar —murmuré mientras los seguía por los inclinados escalones.

Se oyó un golpe seco y Bill maldijo.

—Aquí abajo no hay mucho espacio para la cabeza —le advirtió Nathan demasiado tarde.

La guarida era un bajo y angosto espacio con el suelo sucio y muros de manipostería que estaban desmoronándose. Los sacos de dormir, el botiquín y el farol de camping seguían donde los habíamos dejado, al igual que las bolsas vacías de sangre que habíamos consumido mientras estábamos escondidos. Pero ahora no teníamos sangre y Bill era humano.

—Espero que no vayamos a estar mucho tiempo aquí.

Le había susurrado esa frase a Nathan, pero el espacio era demasiado pequeño y estaba demasiado abarrotado como para tener intimidad. La mirada de Bill se posó en los dos mientras ayudaba a Nathan a meter a Ziggy en el saco de dormir.

—Yo no doy de comer en vena, ¿de acuerdo? Así que, chicos, necesitáis un plan.

—Vamos a volver a Chicago en cuanto se ponga el sol —respondió Nathan—. Ése es el plan.

Se sentó en el suelo y apoyó la cabeza contra la áspera piedra de la pared. Bill se sentó al otro lado del refugio y yo me situé al lado de Nathan.

—¿De verdad te parece que es un plan tan inteligente? —le pregunté—. Quiero decir, ¿sabiendo que el Devorador de Almas tiene su corazón y que…?

—¡Ya sé lo que tiene el Devorador de Almas! —Nathan estalló. Se golpeó la cabeza contra la piedra, sólo una vez, y la echó hacia delante para apoyar la frente sobre las manos. Sus siguientes palabras fueron más suaves—. Esto es un desastre.

Puse la cabeza sobre su hombro y una mano en su espalda. No se me da bien reconfortar con palabras.

—No podemos volver a Chicago —dije—. Por lo menos, no ahora. El Devorador de Almas estará buscándonos y nos seguirá hasta allí. No podemos ir hasta que tengamos recursos para protegernos.

—Allí tenemos seguridad —argumentó Nathan, pero lo interrumpí.

—¿Y qué pasa con esas criaturas? ¿Quién crees que los detendrá? ¿El portero? ¿El conserje? ¿El presidente de la comunidad? —había alzado la voz y volví a bajarla—. ¿Has pensado en cuánta gente morirá cuando deje sueltas esas cosas por Chicago?

—Pero el libro, el libro de hechizos de Dahlia…

—Está en el coche. No soy imbécil, Nathan. No dejaría algo así. Tenemos que quedarnos aquí, donde podemos vigilar de cerca lo que trama el Devorador de Almas.

Vi que iba a protestar de nuevo, pero se dio por vencido y se dirigió a Bill.

—Gracias por tu ayuda. Has hecho más de lo que te habría pedido.

Bill levantó una mano y la dejó caer con claro agotamiento.

—No es nada. Quiero decir, sí que es algo, pero si fuera mi hijo, querría que alguien me ayudara.

—¿Tienes hijos?

Era algo en lo que no había pensado. ¿Lo había apartado de su familia cuando existía la posibilidad de que lo mataran?

—No. Pero si lo tuviera, me gustaría. Tienes razón. Si volvemos a casa de Max, van a seguiros. Y si ese tal Devorador de Almas va a seguiros allá donde vayáis, bueno, ¿por qué no os quedáis donde podáis echarle un ojo, en lugar de dejaros sorprender y despertaros muertos?

Nathan resopló.

—Bueno, cuando tú, un humano que tiene poco conocimiento de la situación, lo pone de ese modo, no puedo discutirlo.

Cuando se esfuerza, Nathan puede ser un auténtico cretino.

—Le he dado todos los detalles de camino aquí. Para salvarte. Algo a lo que él ha ayudado. Estarías en el salón de tu Creador tomando té ahora mismo si no hubiera venido. Así que, ¿puedes por lo menos tratarlo como un ser humano que se merece un respeto?

Nos quedamos sentados en silencio un minuto. Observé el rostro de Nathan, impresionada más que nunca mientras lo veía sanarse. Aún me dolía la cabeza. Seguro que tendría el cráneo fracturado durante varios días. La presión que sentía detrás de los ojos me obligó a bajar los párpados y el sueño comenzó a dificultar mis pensamientos. En cuanto me quedé dormida, me desperté.

—Lo siento, estoy quedándome dormida.

Nathan me dio una palmadita en el hombro y me animó a que me apoyara sobre él.

—Vamos, descansa.

—No —protesté—. Tenemos que estar atentos y…

Con un atribulado suspiro, me rodeó con su brazo. No por los hombros, sino por la cabeza, y me cubrió la boca con la mano mientras me llevaba hacia él.

Bill se rió y Nathan bajó el brazo hasta mis hombros. Abrí los ojos un momento y vi a Ziggy, que seguía inconsciente, como sacado de un sueño. Estaba vivo. Y había vuelto a casa.

• • • • •

La mañana llegó demasiado pronto. Últimamente siempre parecía llegar demasiado pronto, pensó Max.

Cuando la noche era su momento para estar despierto y moverse por ahí, limpiar, hacer la colada, ir al bar y salir, era como si tuviera tiempo de sobra para hacerlo todo. Incluso se había aburrido en ocasiones. Pero ahora, cuando tenía que apartarse de la calidez de Bella, de su suave cuerpo, la noche parecía injustamente corta.

Ahora el alba se avecinaba por el horizonte y con él una inevitable separación. Estaba intentando con todas sus fuerzas no mostrarse taciturno, pero era más difícil de lo que se había esperado. Unos meses antes, habría estado anhelando una pelea, cualquier clase de peligro que rompiera la monotonía del día a día. Y nunca se le había ocurrido entonces preocuparse por lo que sucedería si no sobrevivía. Bella ahora era su día a día y le aterrorizaba pensar que podía no volver a su lado.

Suponía que era el ejemplo perfecto del «ten cuidado con lo que deseas».

Levantándose de la cama con tanto cuidado como pudo para no despertarla hasta que fuera absolutamente necesario, recogió los vaqueros que estaban tirados en el suelo. Se los puso, colocó una tetera sobre la placa caliente que había junto al lavabo del cuarto de baño y salió al balcón mientras esperaba a que se calentara.

El cielo sobre el lago era azul teñido de negro y lentamente estaba volviéndose dorado cerca del horizonte. Algunas mañanas veía un color rosa reflejado en las nubes. Algunas mañanas, el sol parecía aparecer sin más; un momento era de noche y al instante ya era de día, sin que apenas se notara el cambio. No era algo que hubiera experimentado nunca en su vida de humano y absolutamente nada que se hubiera quedado a observar a propósito durante sus días como vampiro.

Normalmente, contemplar el amanecer lo ponía de muy buen humor, pero ahora, mientras el sol se levantaba por el este, su mirada estaba posada en la pista de aterrizaje al borde del acantilado. El jet aparcado allí tenía las luces encendidas y un pequeño camión estaba parado a su lado.

—Genial, no me saquéis de aquí con tanta prisa.

—¿Max? —dijo la adormilada voz de Bella—. ¿Ya estás despierto?

Él entró en el dormitorio y se le hizo un nudo en la garganta al ver cómo Bella intentaba sentarse en la cama para llegar hasta su bata, que parecía estar imposiblemente lejos. ¿Cómo se apañaría cuando él no estuviera? Claro, seguro que algunos de sus parientes la ayudarían, pero ¿cómo iban a poder estar ahí para todo lo que ella necesitara? ¿Cómo podía alguien cuidarla mejor que él? Era otra razón por la que tendría que asegurarse de mantenerse con vida y volver a su lado.

Como si le hubiera leído el pensamiento, la expresión de Bella se ensombreció.

—No me mires con tanta lástima. Puedo valerme por mí misma.

—Lo sé —respondió él intentando no sonar condescendiente y dándole la bata al mismo tiempo.

—Lo único que me preocupa es que no tengas todo lo que necesitas. Que te… desatiendan.

—¿Crees que yo permitiría que me desatiendan?

—Creo que tu familia se ocupará mucho mejor de ti que de mí, si la situación fuera a la inversa.

Max la ayudó a meter los brazos en las mangas de la bata lamentando dejar de ver esa tersa y bronceada piel, aunque no quería ser tan superficial como para añadir a su lista de razones para sobrevivir la frase: «Volver a ver a mi novia desnuda».

—Puede que eso sea verdad —asintió Bella y después, lentamente, dijo—: He… he estado pensando. Sobre lo de marcharte.

El olor de la sangre lo alertó sobre la posibilidad de que se sobrecalentara y corrió al cuarto de baño a retirar la tetera.

—Te escucho.

—He pensado que tal vez… —vaciló, como si le costara hablar.

Max supuso que debería preocuparle que ella pensara que la separación era una buena idea, que pensara que debían hacerla permanente. Pero conocía a Bella demasiado bien y estaba lo suficientemente seguro de su relación como para saber que lo que iba a decirle sería algo parecido a: «Quiero hacer algo increíblemente estúpido y peligroso para protegerte y que sé que rechazarás rotundamente».

—Quiero reunir a algunas de las mujeres, las otras hechiceras, y mantener el contacto contigo mientras estás fuera. Puede que seamos de ayuda…

—Hasta que tu padre lo descubra, me odie, os destierre y…

—Mi padre no va a desterrarme. A veces temo que no pueda tomar las mejores decisiones para el grupo cuando actúa a la vez como mi padre y como líder de la manada —cerró los ojos—. Me preocupa lo que sucederá cuando los hombres lobo se involucren en esta lucha. Mi padre sólo cree que va a librarse potencialmente de un fastidio.

—Gracias.

—No sabe cómo se enfurecerá el Devorador de Almas ni qué repercusiones podrían afectar a la manada —miró a Max con sus dorados ojos llenos de súplica—. Por favor, mantente en contacto conmigo. Iré reuniendo apoyos discretamente y cuando llegue el momento, si es que llega, podré entrar en acción.

Una cosa que a Bella no se le daba bien… la única que no se le daba bien, aparte de ser humilde o ser fea… era quedarse de brazos cruzados. Y la comprendía.

Hubo momentos en el pasado en que se había vuelto loco esperando órdenes del Movimiento para que actuara e hiciera lo que él ya sabía que tenía que hacer. Pero no confiaba en que el padre de Bella no la desterrara o, incluso, que no le hiciera daño. Después de todo, Julián era el hombre que había tatuado múltiples versos de una antigua profecía en la piel de Bella cuando era una adolescente. Podría ser una diferencia cultural lo que impedía que Max comprendiera los motivos de Julián, pero ¡a la mierda con la cultura! No estaba dispuesto a permitir que la extraña vendetta del padre de Bella le hiciera daño a ella.

Por otro lado, Bella había sido adolescente y seguro que había desafiado las órdenes de su padre cientos de veces sin que la descubrieran. Y con una jerarquía de manada o sin ella, las tías de Bella eran unas criaturas aterradoras que enfurecerían si alguien, incluido Julián, se anduviera con tejemanejes.

—Bien —accedió—. Haz lo que tengas que hacer, pero yo no quiero tener nada que ver.

—Vamos —dijo ella extendiendo los brazos hacia él—. Ayúdame a sentarme en la silla. Después, sírvete un poco de sangre y veremos el amanecer juntos.

Era la única despedida que sabía que obtendría de ella.

• • • • •

Me desperté, desorientada, con el sonido de Nathan maldiciendo y el de unos zapatos raspando el sucio suelo. Mi cerebro fue consciente a regañadientes, todo un inconveniente en un momento en el que un verdadero infierno estaba desatándose a mí alrededor. Me puse de pie y me golpeé mi dolorida cabeza con uno de los focos que había en el techo. Cuando terminé de soltar improperios y de frotarme la cabeza, finalmente vi lo que estaba pasando.

Ziggy se había despertado. Había subido la mitad de la escalera y ahora Nathan estaba sujetándole una pierna e intentando apartarlo de la trampilla. Bill estaba apoyado contra la pared, con las manos en la garganta e impactado.

—¡Carrie! —gritó Nathan—. ¡Ayúdalo antes de que muera desangrado!

Fui de rodillas hasta su lado. La sangre brotaba de entre sus dedos y estaba manchándole la camiseta.

—Me ha mordido. Me ha mordido.

—Imagino que nunca te había mordido un vampiro —comencé a decir, completamente calmada, completamente ajena al forcejeo que tenía detrás de mí. Si lograba que hablara, podría salvarlo—. Duele muchísimo, ¿verdad?

Bill tenía la frente cubierta de sudor y no me miraba, sino que miraba a través de mí.

—Me ha mordido.

—Lo sé. Deja que…

Con delicadeza, le aparté las manos de la herida. Me había preparado a que la sangre me salpicara, pero por suerte no lo hizo. Le levanté la camiseta y con ella hice presión sobre la herida. Detrás de mí, Nathan le gritaba a Ziggy:

—¡Siéntate y hablaremos de esto!

—¡Y una mierda!

Se oyó un golpe y me imaginé el pie de Ziggy golpeando el pecho de Nathan. Oí un ruido contra la madera y la trampilla se abrió de golpe.

—¡Si no vuelvo, va a matarme!

Agarré la mano de Bill y se la coloqué sobre la herida.

—No ha dañado nada grave, pero tienes que apretar así hasta que pare la hemorragia. No demasiado fuerte —alargué la mano detrás de mí para agarrar el saco de dormir y se lo eché sobre los hombros. No sé cómo lo hice, pero logré resistirme a relamerme su sangre de mis dedos—. ¿Estás bien?

Asintió hacia el punto donde estaba desarrollándose la pelea, se humedeció los labios y dijo:

—Ayúdalo.

Ziggy se liberó de Nathan y terminó de subir los escalones hasta la librería. Nathan y yo salimos corriendo detrás de él a tiempo de ver la puerta abrirse y dejar entrar al abrasador sol. Ziggy logró cerrarla antes de estallar en llamas, pero cuando se dejó caer al suelo, jadeando y con la espalda pegada contra la madera arañada, su rostro estaba naranja de las quemaduras.

—¡Maldita luz del sol! —bramó con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás con gesto de derrota—. Voy a morir.

—No vas a morir —le aseguré, sabiendo que no se refería a las quemaduras.

Ziggy negó con la cabeza y se subió la camiseta, mostrándonos la cicatriz que ya habíamos visto.

—Jacob tiene mi corazón. Me matará.

—Jacob —murmuró Nathan detrás de mí con claro desdén en la voz.

Sabía qué cosas le irritaban sin necesidad de sentirlo a través del lazo de sangre. Había oído ese mismo tono de voz en Nathan cuando me había permitido entrar en sus recuerdos. El poder del Devorador de Almas sobre sus Iniciados era más profundo que la sangre que compartían. Jacob Seymour era un hombre poderoso, despiadado y carismático. Si no conquistaba a una persona con sus promesas de poder, la aterrorizaba con su crueldad. Pero siempre, siempre, esa persona quedaba impresionada con su forma de hacerla sentir como si fuera la única que le importaba.

Yo sabía que casi me había sentido así.

—Ziggy, no te matará —comencé a decirle interrumpiendo lo que Nathan iba a decir porque, fuera lo que fuera, que no sería constructivo—. Tiene tu corazón, pero había tenido el de Cyrus durante años. Nunca le hizo nada y al final se lo devolvió.

—Pero Cyrus jamás se alejó de él —Ziggy escupió las palabras prácticamente—. Va a pensar que lo he traicionado. Va a pensar que no…

—Va a pensar lo que quieras que piense —lo interrumpió Nathan. Su rostro era una máscara de dolor. No quería oír que su hijo amaba a un monstruo—. No has estado bloqueándolo del lazo de sangre. Sabe que te hemos raptado.

—Sí —asintió enérgicamente—. Lo sabe. Volverá a por mí.

—¿Es eso lo que quieres de verdad? —lo lamentaba por él. Sabía lo que era sentir algo tan fuerte por una persona tan destructiva. Claro que también me aterrorizaba pensar que Ziggy pudiera enviarle una señal que trajera al Devorador de Almas directo hasta nosotros—. No tienes que volver con él…

—No —dijo Nathan rápidamente—. No, no le hagas pensar en eso.

Abrí la boca para protestar, pero él sacudió la cabeza con tanta vehemencia que volví a cerrarla.

—Si no piensa en ello, no le transmitirá nada a Jacob. Además, no ha tenido la práctica que he tenido yo para ocultar sus pensamientos. El Devorador de Almas verá a través de él sin problema.

—Bueno, pues será mejor que empiece a practicar —dije sonando más dura de lo que pretendía—. No podemos permitirnos que le transmita todos nuestros planes al enemigo.

—Vuestro enemigo —contestó Ziggy bruscamente. Se levantó.

—¿Tengo que atarte a algo? —preguntó Nathan caminando hacia su hijo con una mirada nada paternal.

Hay que reconocer que Ziggy ni se estremeció ante la mirada de Nathan.

—Jacob es mi Creador. Algunos nos mantenemos leales.

—Puede que sea tu Creador, pero tú sigues siendo mi hijo —le respondió Nathan con los puños apretados—. Y no pienso volver a perderte.

Cuando lo agarró, Ziggy retrocedió, pero Nathan no pretendía hacerle daño a su hijo. Lo rodeó por los brazos y lo apartó de la puerta. Y mientras yo veía al chico mantenerse impasible, estoico, su padre lo abrazó.

No sabía qué había pasado para que Ziggy pasara de ser un chaval tranquilo y simpático al hastiado zángano que parecía ahora. Pero tampoco quería saberlo… ya había oído bastantes historias sobre la crueldad del Devorador de Almas.

Mientras Nathan hundía la cara en los hombros de su hijo, vi la mano de Ziggy alzarse para posarse sobre el pelo de su padre. Fue un momento tan íntimo que me giré para ir a ver cómo se encontraba Bill. No me preocupaba dejar a Nathan a solas con Ziggy. No le haría daño. Ya había tenido oportunidad de matarlo una vez y no lo había hecho. Es más, si creíamos a Ziggy, él pensaba que devolviendo a Nathan al lado del Devorador de Almas lo salvaría, no lo condenaría. Me pregunté cuánto costaría hacer que se le borrara esa idea de la cabeza y si merecería la pena o no.

El cuello de Bill dejó de sangrar sin tener que hacer más, gracias a Dios, pero el mordisco seguía teniendo mal aspecto.

—¿Quieres algo para el dolor?

El hombre se estremeció y sacudió la cabeza.

—No, soy duro.

—No tienes que impresionarme —enarqué una ceja y le acerqué el botiquín—. No se lo diré a nadie.

—Eres una buena tía para ser un vampiro —dijo con una sonrisa forzada—. Aunque los otros dos…

—No empieces con los otros dos —lo reprendí en broma.

Su sonrisa se relajó.

—¿Cómo no voy a hacerlo? Me ha mordido, ¿lo recuerdas?

—Sí. Y los mordiscos duelen más de lo que la gente se cree —le puse una gasa limpia sobre la herida y se la sujeté con esparadrapo.

—En las películas nunca lo reflejan bien. Siempre hacen que parezca erótico. Como el sexo, ¿sabes?

—Sí —un recuerdo de estar sentada en mi apartamento un viernes por la noche viendo a Gary Oldman haciendo de Drácula y seduciendo y convirtiendo a Winona Ryder, que hacía de Mina, se me pasó por la mente. Si hubiera sabido lo complicado que era ser vampiro, no me habría parecido tan romántico entonces—. Claro que no tengo que llevar un corsé, así que supongo que eso compensa algo.

—¿Qué has dicho? —preguntó Bill con una carcajada—. No creo que esté tan lejos como para haberte oído mal.

—Nada.

Ziggy bajó por las escaleras con Nathan detrás.

—Casi se ha puesto el sol —dijo el chico tocando su rostro, que se había curado con rapidez—. Pronto saldrán a por nosotros.

—Necesitamos un escondite mejor —propuso Bill, que se dio otro golpe en la cabeza—. Este no es tan seguro como me gustaría para mi cuello.

—Ya tenemos un plan —anunció Nathan—. Pero todos estamos agotados. Vamos a descansar un poco más y registraremos el apartamento después.

—Personalmente, no me importa lo que hagáis —interpuso Bill—. Con tal de que podáis encontrar comida que no tenga receptores de dolor.

Ziggy pareció algo avergonzado cuando recogió una gota de sangre del suelo. Después, alzó la mirada y extendió una mano hacia Bill.

—Lo siento, tío. No sé qué estaba haciendo.

—Lo sabías —respondió Bill, pero no lo dijo enfadado, simplemente dijo la verdad—. Has pasado un mal día.

—Y que lo digas.

Una ligera sonrisa jugueteó sobre la boca de Ziggy, un fantasma del chico que solía ser. Me resultaba doloroso verlo.

—Tal vez debería volver con Jacob. No porque quiera… O tal vez quiero. No lo sé. Pero si estoy aquí, siento que voy a delataros. Y no quiero, pero me obligará a hacerlo. Se le da muy bien.

—Llevará tiempo —Nathan me indicó que me sentara a su lado, como si necesitara apoyo moral para hablar con su hijo—, pero puede hacerse. Yo he bloqueado al Devorador de Almas de mi cabeza durante casi un siglo y Carrie logró bloquear a Cyrus cuando estaba viviendo bajo su techo. No es imposible anular el lazo de sangre.

—No —dijo Ziggy con tristeza—. Pero es imposible querer hacerlo.

En eso estaba de acuerdo.

Como una huérfana, así me había sentido cuando había matado a mi Creador. Si era sincera conmigo misma, tenía que decir que lo había sentido con cada traición, y que esa sensación había ido creciendo como una bola de nieve hasta que le atravesé el corazón con el cuchillo. Para alguien como Ziggy, un chico con pocos nexos familiares, el vínculo que suponía el lazo de sangre era un poderoso afrodisíaco. A mí me había hecho hacer cosas que no habría hecho de otro modo.

Muy a mi pesar, cedí ante la idea de que Ziggy pudiera acabar siendo nuestro enemigo.

Él de verdad creía que jamás nos traicionaría a propósito, pero el anhelo por su Creador podía tentarlo a hacer cosas que no habría hecho normalmente. No me parecía una idea realista que pudiéramos evitar que Jacob supiera de nuestro paradero durante mucho tiempo. Lo único que tenía que hacer Ziggy era salir a comprar un paquete de cigarrillos y podría entregarnos a todos.

Nathan apoyó la espalda contra la dura pared y echó la cabeza atrás en un intento de acomodarse, con sus largas piernas casi tocando a Bill en un espacio tan pequeño. El humano imitó la postura de Nathan y se quedó dormido. No le tenía rencor por no confiar en nosotros. Después de todo, el vampiro que le acababa de arrancar un trozo de piel estaba acurrucado en el suelo a su lado.

Me acerqué a Nathan y apoyé la cabeza sobre su pecho.

«¿Cómo estás?», le susurré a través del lazo de sangre.

«Muerto de miedo. Pero sobreviviré».

Puso un dedo bajo mi barbilla y me llevó la cara hasta la suya. Sus labios me rozaron suavemente, pero lo suficiente como para poder sentir su aliento.

«Siento que hayamos discutido».

«No, yo lo siento».

La distancia entre los dos, primero emocional y después física, era más intensamente dolorosa ahora que estaba resuelta. Tocarlo era una tortura porque no podía tenerlo del modo que yo quería.

«No he hecho nada bien desde…».

Me interrumpió delicadamente poniéndome un dedo sobre los labios, y eso que no había hablado con palabras.

«Lo sé. Dejémoslo». Le sonreí.

«Dudo mucho que tengamos un momento mejor. Me parece que las cosas se van a complicar un poco. Y no quiero esperar a un momento mejor. Lo único que quiero es… que las cosas vuelvan a ser como antes, como si nada hubiera pasado».

Su mirada se posó en los otros dos ocupantes del refugio.

«No me parece el lugar adecuado».

Suspiré y cerré los ojos, poniendo una mano sobre su pecho. Él puso la suya encima.

«Podría intentarlo de mil formas distintas, aunque, hiciera lo que hiciera, seguiría sin poder decirlo de la forma adecuada. Pero quiero lo que imaginé aquella primera noche que te conocí».

«¿Y qué fue?».

Giré la palma hacia arriba y le dejé entrelazar sus dedos con los míos. La sensación de salir de mi propio cuerpo para entrar en su memoria me sorprendió, incluso después de todas las veces que lo había experimentado. Cuando Cyrus había sido mi Creador, a menudo había mirado dentro de su memoria, pero me parecía que de eso habían pasado años, y Nathan rara vez me dejaba ver lo que había en su mente de esa forma. Ahora, cuando me adapté a la sensación de verme metida en el mundo de otra persona, los colores en mi visión comenzaron a transformarse en objetos y me vi, todos esos meses atrás, en la librería con mi abrigo negro y una gorra de béisbol sobre mi lacio cabello rubio. Se me veía furiosa cuando le grité:

—Sí, tengo preguntas. ¿Quién demonios eres? ¿Por qué me han atacado cuando he cruzado esa puerta? ¿Y qué te hace pensar que soy un vampiro?

En aquel momento había pensado que se habría puesto furioso al verme entrar en su tienda con todas esas preguntas hostiles, pero la sensación que saqué de sus recuerdos fue de diversión. ¿De verdad le había parecido divertido… le había resultado graciosa?

Ese recuerdo dio paso bruscamente a la imagen de los dos de pie en el salón de su apartamento, esa misma noche, justo después de que me hubiera dicho que me mataría si no me unía al Movimiento.

Claro que también recuerdo haberme sentido atraída por él y lo inapropiado que eso me había resultado en el momento. Me vi humedecerme los labios, intentando parecer más valiente de lo que me sentía mientras decía:

—¿Te parezco la clase de chica que sale huyendo de los problemas?

Yo no fui la única que había sentido las chispas saltar. El recuerdo de Nathan se mantuvo ahí, pero su cerebro desprendía otra serie de imágenes al azar. Yo, bajo él en su cama; caminando entre las hojas caídas en un parque un día soleado; mi rostro, sonrojado por el vino y la luz de las velas; acunando a un bebé en brazos; y después el rostro de su mujer y él pensando: «Dios, cuánto me recuerda a ella».

Me aparté de ese recuerdo y cuando mi visión se aclaró y ya estaba de vuelta en mi cuerpo, lo miré y susurré:

—Creía que no me parecía en nada a tu esposa.

Él sonrió.

—Y no te pareces. No desde que te conozco bien. Pero por aquel entonces… bueno… sólo quería llevarte a la cama.

Le di una palmadita a su mano y apoyé la cabeza en su hombro.

«Bien hecho entonces. Pero en serio, ¿y qué era todo eso? ¿Lo de tener bebés y los paseos románticos? ¿Los chicos de verdad pensáis en esa clase de cosas?».

«Claro que sí… Espero».

Dejó escapar una lánguida carcajada.

«Aunque fue una estupidez estar pensando en esas cosas… en tener hijos, en estar expuestos a la luz del sol. Ni siquiera sé si te gustan los niños».

«Demasiado tarde para pensar en eso ahora».

Él suspiró y el dolor que salió de ese gesto hizo pedazos mi corazón. Después, con una forzada alegría, añadió: «La verdad es que es una suerte lo de no tener ni que planteárnoslo. Si fuéramos humanos, podríamos no estar de acuerdo y entonces, ¿qué? No estaríamos juntos».

«¿Eso te dio problemas con tus novias humanas?».

Sentí un poco de celos, por ridículo que parezca. Había mencionado que tuvo una novia, pero nunca le había preguntado más por el tema.

«Quiero decir, ¿os supuso algún problema?».

«La única mujer después de Marianne, además de ti, fue Linda. Y… ¡puff! fue un desastre». Bajo mi mejilla, lo noté reír.

Aun así, me pregunté si tendría razón, si seguiríamos juntos de no tener el vínculo que nos unía. Tal vez nuestra relación había pasado por un montón de tribulaciones, pero teníamos la oportunidad de que esa relación durara más que toda una vida.

Esa idea me golpeó con la fuerza de un martillo.

Nathan era mi Creador; durante todo el tiempo que viviéramos, estaríamos unidos el uno al otro. Y si nuestra relación romántica no duraba todo ese tiempo, viendo que hasta el momento la cosa no iba muy bien, ¿qué pasaría entonces? Pero si duraba, ¿qué pasaría?

Por primera vez reflexioné seriamente sobre lo que suponían las relaciones entre vampiros y me asustó más que cualquier monstruo con el que me hubiera topado hasta el momento. Nathan y yo podíamos terminar juntos para siempre, literalmente. Y ¿sería porque de verdad lo queríamos así o por alguna fuerza mística que lo provocaba?

Sintió mi inquietud y me acarició la cara.

«Esa relación terminó porque ella estaba preparada para algo que yo no. Estábamos mal sincronizados. Por eso y porque fue difícil fingir que no era un vampiro. Pero ninguna de esas dos circunstancias se aplica a nosotros».

Me reí de mí misma.

—Lo sé.

—¿Y me quieres? —me preguntó deslizando su dedo pulgar sobre mis labios a la vez que se inclinaba para besarme.

Esos miedos momentáneos, junto con los que había arrastrado durante meses, ahora me parecían ridículos ante la posibilidad de perderlo. Sonreí contra su boca.

—Sí. Te quiero.

Me besó, tan despacio y con tanta ternura que perdí la noción del tiempo antes de que finalmente terminara y ese momento me pareciera una tortura. Ziggy se movió.

—No estaréis dándoos el lote, ¿verdad?

Nathan le dio una palmadita en la cabeza.

—Vuelve a dormir. Esto es para adultos.

Ziggy se rió.

—Sí. Pero que la cosa no se ponga muy de adultos. Soy un chaval, recordadlo.

—Eres un fastidio, eso es lo que eres —dijo Nathan con una voz llena de alivio, amor y felicidad a pesar de todo lo que nos esperaba—. Me alegra que hayas vuelto.

—Lo sabía.

—¿Qué sabías?

Ziggy bostezó.

—Lo de vosotros dos. Sabía que acabaríais juntos.

—Ah, bueno, yo también lo sabía —respondió Nathan—. Lo único que no tenía seguro era cómo sucedería.

—Pero olvidáis que hay mucha información que Ziggy no sabe —dije.

—¿Y qué es? —preguntó él de pronto, alarmado y ansioso por saber al mismo tiempo.

—Nathan es mi Creador —respondí con un bostezo.

Antes de que Ziggy pudiera responder, Nathan interpuso:

—Es una historia muy larga. Mejor la dejamos para otro momento.

—Como quieras. Despertadme cuando se ponga el sol.

«Intenta dormir tú también», le dije a Nathan cuando me dio un beso en la cabeza.

Y si me respondió, no lo oí.