Capítulo 10

Aquí está… Henry

Me desperté con un agudo dolor de cabeza centrado justo detrás de los ojos y, cuando los abrí, me entró el pánico al pensar que tal vez me había quedado ciega. Entonces recordé que me había quedado dormida en el suelo del dormitorio. Me senté y miré a mí alrededor. La luz del sol brillaba bordeando las persianas. ¿Cuánto había dormido? ¿Por qué no me había despertado nadie? Me dolía la espalda cuando intenté levantarme y sentí cómo me crujía la columna.

Tal vez habían intentado despertarme, pero no habían sido capaces. Había tenido unos sueños extraños, un batiburrillo de imágenes y recuerdos de mis padres. Alargué una mano en la semioscuridad para tocar algo. No me importaba qué; sólo quería asegurarme de que estaba despierta y no teniendo otro sueño raro. Mis dedos tocaron algo suave y cálido, como piel humana, pero sin la energía de algo vivo.

Me aparté ignorando mi dolor de cabeza.

—¡No me toques! —le grité a quien fuera que estaba en la habitación conmigo—. ¡Ayuda! ¡Max, Ziggy!

Cuando no vinieron inmediatamente, me puse de pie sin dejar de llamarlos y moviéndome a tientas hasta encontrar un interruptor. Me di un golpe en las espinillas con la cómoda, maldije y sólo entonces recordé que podía utilizar un hechizo para encender la luz.

—Iluminación —dije. Las bombillas de la mesita y de la pared se encendieron y mi visión inmediatamente se posó en el hombre que tenía delante de mí.

No había una forma concreta de describirlo.

Era completamente gris desde su cabeza calva hasta los pies. Es más, no tenía ni un pelo en todo el cuerpo. Ni cejas, ni vello corporal. Sólo una extensión de algo parecido a un plástico gris sobre una forma masculina. De no ser por los genitales, podría haber sido un muñeco Ken. Me miró con unos ojos grises, pero ni dijo nada ni se movió para acercarse a mí.

Recordé con más claridad lo que había sucedido la noche anterior.

Me vi utilizando la ceniza para el hechizo de Dahlia, sintiendo todo el poder y todos mis recuerdos saliendo de mí para formar esa cosa. Sólo podía mirarlo sin dejar de pensar: «Lo he creado yo».

Me acerqué con cuidado, aunque estaba bastante segura de que recordaba algo de mitología que decía que un gólem no podía hacer nada a menos que se le diera la orden. Decidí probar.

—Ponte el dedo en la nariz.

Lo hizo sin ni siquiera mirarme. Obediencia incuestionable.

—Da la vuelta —le ordené y me fijé en que hizo literalmente lo que le dije. No se dio la vuelta y se detuvo, sino que siguió girando hasta que le dije que se detuviera.

—Está bien —me quedé pensando mientras lo miraba. ¿Qué limitaciones tenía un gólem? Si le dijera que me preparara un suflé, ¿lo haría?

—Baila el Hokey Pokey —le ordené como prueba.

—Pon tu pie izquierdo dentro, pon tu pie izquierdo fuera… —cantó con una voz monótona.

—Ponle un poco más de gracia —le grité sin poder contener la risa y siguió cantando y bailando su canción de un modo más entusiasta—. Para —le dije y se detuvo inmediatamente a la vez que su exagerada expresión de felicidad se desvanecía para volver a mostrar el gesto inexpresivo de antes—. Bueno, al menos te sabes el Hokey Pokey. ¿Qué más sabes?

Simplemente me miró.

—Dime qué más sabes.

Inmediatamente, comenzó a hablar.

—Sé cualquier cosa que me mandes hacer. Sé exactamente lo mismo que tú.

Pensé en ello un minuto.

—Entonces, si te digo que cantes la partitura completa de Rigoletto

—Tú no te sabes la partitura completa de Rigoletto —respondió.

—Es verdad.

Seguía preguntándome qué había creado cuando la puerta del dormitorio se abrió de golpe. Bill y Ziggy entraron corriendo, algo ojerosos y adormilados.

—Carrie, ¿estás bien? —preguntó Bill, pero Ziggy fue a por el gólem en cuanto lo vio. La criatura no se movió para defenderse. Se quedó ahí mientras Ziggy lo tiraba al suelo.

—¡Ziggy, no! —grité, apartándolo del gólem—. Es mío. Lo he creado yo.

Hubo un momento de confusión y silencio. Después, con mucha cautela, Bill preguntó:

—¿Lo has creado?

El suelo del pasillo crujió y Max apareció en la puerta. Su mirada fue directamente al gólem y después me miró a mí, Confuso. Pero por lo menos no corrió hacia él con la intención de matarlo, como había hecho Ziggy.

—¿Qué coño está pasando?

El gólem estaba tendido en el suelo, justo donde había caído.

—Levántate —le dije con voz suave ofreciéndole mi mano para ayudarlo. No la tomó. «Claro», pensé, sintiéndome como una idiota. «Le has dicho que no te tocara».

Me giré hacia Bill y Ziggy, que estaban mirándome como si estuviera loca.

—He utilizado un hechizo del libro de Dahlia. Necesitábamos ayuda. Quiero decir, vamos a necesitar ayuda para que Nathan vuelva. Más mano de obra. Y ésta me parecía una solución bastante lógica.

—Entonces, ¿qué es? ¿Un zombie? —con cuidado, Ziggy se acercó a la criatura y alargó la mano para tocarla como si no acabara de arrojar a esa cosa al suelo—. Parece como de goma o algo así.

—Está hecho de ceniza. Y de sangre. No sé por qué tiene ese tacto. Para ser sincera, sólo lo he tocado por accidente y una vez —me encogí de hombros—. Es un gólem.

—¿Como en los cuentos? —preguntó Max con incredulidad—. ¿Tiene que hacer todo lo que le digas?

Asentí. Bill pensó en ello por un momento y después se dirigió al gólem.

—Eh, tú. Canta el Hokey Pokey.

La criatura no se movió.

—Creo que soy la única que puede hacerlo ya que he sido yo la que ha elaborado el hechizo. Gólem, haz lo que Bill te dice.

—Ahora, canta el Hokey Pokey —dijo Bill, pero cuando el gólem comenzó a obedecer, lo detuve.

—No creo que eso vaya a ayudarnos mucho ahora mismo —dijo Ziggy con gesto divertido—. ¿Puede luchar?

—No sé por qué no iba a poder luchar. Puede hacer todo lo que yo hago. Pero, claro, no puede hacer algo si yo no sé hacerlo.

—Entonces, descartamos soldar, hacerle el puente a un coche y cosas de ésas —Ziggy le dio un empujoncito al gólem—. ¿Y si aprendes a hacerlas?

—Sí, eso, ¿y si aprendo a hacerlas? —le pregunté al gólem. Cuando no respondió, cerré los ojos y dije—: Responde a mi pregunta.

—Tendrías que crear a otro como yo —dijo.

—Entonces, no puedes mejorarlo, tienes que crear un modelo nuevo. Pues eso es una desventaja.

Max se puso al lado de Bill y Ziggy para examinar a la criatura.

Ziggy negó con la cabeza.

—No, hombre, piensa en ello. Carrie es médico. Podría sernos muy útil. No para nosotros, pero pensad en ello a una escala global. Podría llevarlo a un hospital y él podría ayudar con transplantes de órganos y cosas así.

—Yo era médico de Urgencias —señalé—. No hacía muchas cirugías complicadas.

—Ya, pero piensa en lo útil que nos sería. Sobre todo si puedes crear más.

Bill se apartó del gólem, estaba claro que le inquietaba un poco.

Pensé en lo agonizante del proceso, en el dolor de cabeza que aún no se había ido.

—Vamos a conformarnos con éste por ahora, si no os importa. No creo que tenga tanta experiencia como para volver a hacerlo ahora mismo.

—¿Vamos a utilizarlo, entonces? —preguntó Ziggy—. Quiero decir, cuando vayamos a por Nathan.

Tragué saliva.

—Sí. No nos ha ido muy bien contra esas criaturas.

La mandíbula de Bill se tensó y él me miró. No dijo nada y me pregunté si estaba esperando a que se me ocurriera algo. Entonces, como un hombre que sale de un trance, se frotó las manos y nos miró a Ziggy y a mí.

—Está bien. Puedes hacer esto y puedes hacer lo del fuego, ¿nos enseñas qué más puedes hacer?

Ziggy lo interrumpió.

—Mala idea. Ahora mismo tiene un aspecto horrible y Nate siempre ha dicho que la magia agota a la gente. Como si a cambio de hacerla, tú perdieras algo.

—Bueno, gracias, me alegra tener el aspecto que quería —estaba demasiado cansada como para ofenderme—. Pero tienes razón. No creo que podamos confiar sólo en mí para esto.

—Podemos entrar allí a ciegas, abrirnos paso a base de machetazos —dijo Ziggy sin una gota de sarcasmo—. Me conozco el camino y creo que tenemos posibilidades de sacar a Nate de allí.

—En este momento estoy de acuerdo con lo que sea —dijo Bill—. Ya hemos perdido demasiado tiempo.

Nos quedamos sentados en silencio y después Max añadió:

—Pero por si acaso… Carrie, ¿qué más puedes hacer?

Me arrodillé y recogí el libro de hechizos de donde lo había dejado en el suelo.

—Hay un par de hechizos aquí que creo que reconozco. Por ejemplo, uno dice que noqueará a tu objetivo. Debe de ser el mismo que Dahlia usó con Bill. Y uno que lo lanzará hacia atrás para que no pueda llegar hasta ti. Pero creo que yo también me los invento.

—¿Como por ejemplo…? —preguntó Max y en lugar de responder, fui al salón. Sabía que me seguirían, pero no estaba mostrándome tan misteriosa a propósito. Estaba pensando.

Aparte de las pociones y los amuletos anotados en el libro, la mayoría de los hechizos de Dahlia no requerían más que una palabra y centrar tu atención. Tal y como estaba escrito, para realizar los hechizos hacía falta todo tipo de material de ocultismo, pero en realidad eso era una mera distracción, muchos adornos que tendrían muy poco impacto en el resultado final. En algunos casos harían que alguien desistiera al verlos y no intentara el hechizo. Pero ahora que yo sabía el secreto, que sabía que su poder provenía de dentro y no de ojos de sapo y tierra de una tumba, en teoría podía crear cualquier efecto que quisiera.

Una vez en el salón, fui a una estantería y posé la mirada en un libro en concreto cuyo logo de la editorial era una luna creciente. Sabía que a Nathan no le importaría perderlo. «Otro libro Wiccan 101», solía decir cuando un cliente salía de la tienda con ese volumen, así que supuse que nos sería más útil si lo sacrificábamos para la causa. Alargué la mano, dirigí mi concentración al libro y comenzó a deslizarse de la estantería hasta quedar suspendido en el aire. Imaginé lo que pasaría a continuación. Las tapas se abrirían, las páginas se arrancarían una a una y después se disolvería. Visualicé cómo las palabras «hazte pedazos» salían de mis labios para grabarse en el libro como con ácido y, cuando abrí los ojos, vi exactamente lo que había imaginado que sucedería y las expresiones de horror de los chicos, que lo presenciaron todo.

—¿Puedes hacerle eso… a la gente? —preguntó Bill en voz baja y con asombro. Alzó las manos y se apresuró a añadir—: Bueno, no quiero una demostración ni nada de eso, pero… ¿puedes enseñarnos?

—No lo sé, pero supongo que si yo puedo hacerlo, cualquiera puede —me senté y me fijé en que los tres se estremecieron. Lo ignoré y les expliqué cómo creía que funcionaba la magia; en especial les dije que no sabía cómo, pero que funcionaba y les conté cómo lo lograba.

Después de reunir unos cuantos libros más de la misma editorial, Max y Ziggy comenzaron a hacerlos trizas con su nuevo conocimiento.

Ziggy causó más daños que Max. En una batalla, ser capaz de desmembrar a tu enemigo resulta algo muy útil, pero teniendo en cuenta a qué nos enfrentábamos, deseé que pudiera hacerlo un poco más deprisa y sin murmurar lo que decía.

Max, por el contrario… Recordé haber leído algo sobre hombres lobo y sus habilidades; sobre todo que practicaban la magia. Max debió de haber adquirido mucha práctica porque destruyó su primer libro tan deprisa que apenas pude verlo y ni siquiera tuvo que decir nada.

—Guau —sabía que estaba mirándolo como si fuera un monstruo de circo, pero no pude evitarlo. Parecía casi más poderoso que Dahlia.

Pero él se limitó a encogerse de hombros.

—Supongo que esto viene con las palmas de las manos peludas.

—Creo que yo no estoy hecho para estas cosas —Bill sonó algo avergonzado, aún sosteniendo una copia intacta del Almanaque Mágico de Merlín.

Ziggy terminó de destruir su copia de Magia Sexual Wiccan para Uno, y me recordé meterme con Nathan más tarde por tener ese libro.

—¿Y eso por qué? ¿Por qué él no es tan bueno como nosotros? ¿Es cosa de vampiros?

—No puede ser por eso. Dahlia podía hacerlo antes de convertirse en vampiro.

Me pregunté si las brujas nacían o se hacían. Tal vez Nathan tuviera razón cuando dijo que las brujas peligrosas eran las únicas que tenían talento. La clase de poder que Dahlia tenía habría sido maligna incluso sin un conocimiento de hechizos y pociones.

Claro que no creía que yo tuviera un talento innato hacia el ocultismo. Si lo tuviera, me sentiría fatal por no haberlo usado para que me hubiera ido mejor en la facultad de Medicina. No, probablemente tenía más que ver con la sangre de Dahlia.

En Max podía entenderlo. Era un mestizo y, para mí, eso lo explicaba todo. Pero ¿por qué era Ziggy tan bueno con la magia? ¿Podría ser por la sangre del Devorador de Almas o…?

—¿Has bebido la sangre de Dahlia? —le pregunté sin ningún tacto.

Ziggy no me miró a los ojos, me daba la sensación de que no podía.

—No es para tanto. Yo he tomado la sangre de Dahlia —dije para animarlo a hablar—. No tienes que contarnos ni cómo ni por qué. Sólo me preguntaba si tendría algo que ver con lo bien que se te da la magia.

Él asintió como si estuviera preparándose para hablar. Alzó la mirada y la expresión que tenía en ella reflejaba cosas que yo no querría llegar a oír nunca.

—Sí, he tomado su sangre.

—Entonces, ¿si yo bebiera la sangre de esa tal Dahlia, también tendría poderes mágicos? No puedo creerme que haya dicho «poderes mágicos» en serio —señaló Bill.

—No pasa nada, te acostumbrarás a ello —le aseguró Max.

Me aclaré la voz.

—Si bebieras la sangre de Dahlia, te convertirías en vampiro. O, tal vez lo harías al morir. No sé lo que pasaría.

—Si bebieras la sangre de un vampiro, pero él no bebiera la tuya, te convertirías en los humanos que tiene el Devorador de Almas a su servicio —un escalofrío recorrió a Ziggy mientras hablaba—. Y eso sí que son malas noticias.

—Está bien, pues entonces me quedo con la poca ayuda que he podido aportar hasta el momento y con esto —Bill sacó su pistola—. ¿Se puede disparar a esas cosas, verdad?

—Totalmente —respondió Ziggy, que pareció algo decepcionado por no tener un arma—. Puede que no los detenga del todo, pero sí que los derriba. No son inmortales, sólo muy, muy, fuertes.

—Está bien, creo que tenemos un plan de ataque. ¿Cuándo queréis hacerlo?

—Ahora mismo —respondió Max.

—Los humanos suelen comer a la una. Pierden fuerza entre una comida y otra, así que si los atacamos como a las doce o doce y media, tenemos oportunidad de que estén débiles.

Pensé en ello.

—¿Y qué pasa con el Devorador de Almas? ¿O con Dahlia? ¿Qué horarios tienen?

—Una locura —respondió Ziggy sin vacilar—. Estarán allí o no. Tenemos que estar preparados para lo que sea.

—Yo estoy preparada. Tienen a Nathan. Podría haber diez Devoradores de Almas allí y me enfrentaría a cada uno de ellos —y lo decía en serio. Me incliné para mirar el reloj de la cocina—. Está bien, si vamos a medianoche tenemos dos horas para pensar y prepararnos. ¿Os parece tiempo suficiente?

Ziggy asintió y Bill afirmó diciendo:

—Y tanto.

—Bien. Reunid las armas que necesitéis. Y… —me estrujé el cerebro en busca de otro consejo inspirador, pero lo único que se me ocurrió fue—: Poneos zapatos cómodos.

—¿Qué vas a hacer? —me gritó Max mientras me alejaba por el pasillo.

—Voy a preocuparme —dije cerrando la puerta del dormitorio y admitiendo para mí que lo que de verdad iba a hacer era rezar.

• • • • •

Bill quería preguntarle algo y Ziggy lo sabía, no porque fuera vidente o algo así, sino porque cuando alguien no dejaba de mirarte de reojo, probablemente era porque estaba reuniendo valor para preguntarte algo.

Con su arsenal reunido y guardado en la furgoneta, Max se había excusado para llamar a casa. Solos, Ziggy y Bill estaban sentados en el sillón y tomando café porque la cerveza les pareció una mala idea y, además, porque tampoco les daba tiempo a ir a la licorería. Estar borracho sería mejor que estar sobrio para enfrentarse a una situación de vida o muerte, pero seguramente que reducía las posibilidades de sobrevivir.

—Bueno, ¿qué piensas de esto? —preguntó Bill, aunque Ziggy sabía que ésa no era la pregunta que estaba inquietándole.

—Creo que puede ser un suicidio, pero no tenemos otra opción. ¿Qué te parece a ti?

Bill se encogió de hombros.

—Nunca se sabe. Puede que tengamos posibilidades. Eres bastante bueno con eso de los hechizos, yo soy bueno luchando y Max es muy bueno en casi todo, aunque parece estar muy distraído por el tema de su familia. Pero si al final sólo pudieras luchar, sin magia por medio… ¿lo harías?

—¿Hacer qué? ¿Ir a buscar a Nathan?

Era una pregunta difícil. En el pasado, no habría tenido problemas para responderla, habría hecho lo que fuera por Nate. Pero después de los últimos meses…

—¿Puedo saber qué coño os pasó? —le preguntó Bill de pronto—. ¿Qué ha pasado con tu Creador o lo que sea que es? ¿Qué te hizo para que seas tan… frío?

—Yo no soy frío —lo dijo con un tono defensivo, más de lo que había pretendido—. Quiero decir, ahora mismo hay otras cosas en las que pensar. Nate se ha arriesgado por mí muchas veces, pero los últimos meses no he sobrevivido a base de abnegación, ¿sabes?

—Lo entiendo —Bill estiró el brazo sobre el respaldo del sofá, intentando parecer relajado—. Pero se trata del hombre al que consideras tu padre. ¿Cómo puedes pensar sólo en ti cuando hablamos de él?

—Porque yo siempre pienso en mí, en protegerme.

Ziggy se sorprendió a sí mismo con su respuesta.

—Y por eso cuando estabas con tu Creador, hacías lo que quería que hicieras. Y las cosas que quería que hicieras no servían más que para hacerte sentir peor —dijo Bill, y fue como si le hubiera leído la mente—. Yo viví una situación parecida cuando era joven. Con mi padre.

Ziggy sintió algo en el pecho, pero esa sensación de autoprotección lo obligó a ignorarlo.

—¿En serio? ¿Crees que tu padre te hizo el daño que mi Creador me ha hecho a mí?

—Sí —respondió Bill sin vacilar—. No la misma clase de daño, pero sí que me lo hizo.

Ziggy se echó atrás y apoyó la cabeza en el brazo de Bill. Lo que de verdad quería era abrazarlo, pero eso acabaría con todas sus defensas.

Bill sacudió la cabeza.

—Ahora no entraré en detalles, pero… si llegas al punto en el que empiezas a intentar convertirte en lo que otra gente quiere que seas, nadie te conocerá nunca. Nadie conocerá a tu verdadero yo.

Suspirando, Ziggy cerró los ojos.

—¿Quieres saber quién soy de verdad? No tengo esperanza. Hay tantas cosas malas en mí que nunca voy a superarlas.

—Eso no es verdad. Y no tienes que superar nada. Lo único que tienes que hacer es seguir adelante y dejar de pensar que si alguien te degradó fue porque te lo mereces.

Bill lo miró, no con lástima, sino con comprensión, y eso tuvo el mismo efecto que si le hubiera arrancado la piel y el músculo de los huesos, fue como si derrumbara el muro de autoprotección que había levantado a su alrededor.

—¿Cómo sé que eso no es lo que merezco? —Ziggy se inclinó hacia delante, no quería tocar a Bill por miedo a que sus dolidos sentimientos rezumaran por su piel y Bill pudiera ver lo dolido que estaba—. Tú no sabes lo que me hizo. ¿Cómo pudo hacerme esas cosas si no me las merecía?

—Porque, al parecer, es un cabrón enfermo —Bill apretó la mandíbula como si quisiera golpear algo. Resultaba agradable saber que alguien quería hacerle daño a alguien que te había hecho daño a ti—. Ziggy, eres increíble. Y no me refiero sólo en el terreno sexual, que también, pero ése no es el tema ahora mismo. Eres increíble porque has vivido muchas cosas y eso te ha destrozado y te has creado una armadura para protegerte. Pero no quiero que sientas que tienes que seguir haciéndolo.

—¿Por qué? ¿Qué vas a hacer al respecto?

¡Oh, no! Había sonado como si estuviera presionándolo para hacer algo.

Abrió la boca para retirar lo dicho, pero Bill pareció no darle importancia. Dio un sorbo de café antes de hablar.

—Nada, en realidad. ¿Qué demonios puedo hacer? Pero, como te he dicho antes, me gustas. No quiero que sufras.

—Gracias.

—Y creo que sufrirías si no hicieras todo lo que esté en tu mano para ayudar a Nathan.

—No importa. De todos modos, estaremos muertos antes de que tengamos oportunidad de hacer algo verdaderamente heroico.

Bill se rió.

—Puede que tengas razón. Sólo prométeme que si me pasa algo verdaderamente horrendo, acabarás con mi sufrimiento.

—¿Quieres decir que te coma o algo así?

Ziggy se quedó aliviado cuando Bill se rió ante el chiste en lugar de apartarse horrorizado.

—Se me ocurren cosas peores —le dijo Bill inclinándose hasta que sus labios casi se tocaron.

Agarró la mano de Ziggy y se la puso en el cuello, justo donde él lo había mordido aquella primera vez.

Ziggy tembló.

—Lo siento mu… —empezó a decir antes de que Bill cortara sus palabras con un beso.

Y entonces ya no sintió la necesidad de seguir disculpándose.

• • • • •

Antes de marcharnos, vestí a Henry (había decidido que el gólem tuviera un nombre) con unas ropas que Max me dejó. Henry tenía la misma constitución que él y me pregunté si habría elegido de un modo inconsciente darle esa forma a su cuerpo. La ropa no ocultaba del todo su piel gris, pero pensé que si alguien se fijaba en el camino desde el apartamento a la furgoneta diríamos que se debía a un extraño efecto secundario de un suplemento alimenticio a base de hierro.

—No va a sentarse detrás conmigo —dijo Ziggy cuando nos reunimos con Bill y con él en la calle—. Me da escalofríos.

—Puede sentarse en el asiento del copiloto —abrí la puerta y le indiqué—: Entra. Y abróchate el cinturón.

Vi a Henry hacer lo que le había dicho, en todo momento con ese inexpresivo gesto.

Bill abrió las puertas y nos indicó que entráramos; le dio una palmadita en la espalda a Ziggy y fue como si estuviéramos relajados a pesar de las circunstancias. Ponernos en acción pareció encender una esperanza que no me había dado cuenta que habíamos perdido.

Bill cerró las puertas y me estremecí al oír el ruido de las bisagras.

—Estoy deseando terminar con esto y volver a casa —dijo Ziggy como si estuviéramos dirigiéndonos a la Oficina de la Secretaría del Estado para renovar las matrículas, y deseé tener su misma valentía, aunque fuera fingida. Giró la cabeza y cuando se estiró vi un moretón sobresaliendo del cuello de su camiseta.

—Oh, joder, ¿todavía te dura eso de la pelea? —me acerqué para tocarlo, pero se subió el cuello de la camiseta.

—No. No es de la pelea.

«Ah, ya». Miré a otro lado para no ver el chupetón.

—Así que Bill y tú…

Bill se sentó al volante y terminó de decir desde el otro lado de las cortinas:

—Nos llevamos bien.

Ziggy se puso más colorado todavía, pero esbozó una pequeña sonrisa de satisfacción.

Por obvio que había parecido, ahora que estaba claro, no podía dejar de pensar en ello. No era asunto mío, pero no podía evitarlo. La situación era exactamente igual a cuando mi mejor amiga se echó un novio durante el primer año de universidad y el resto del grupo estábamos obsesionadas preguntándonos si lo habrían hecho ya o no.

De un modo más maternal, me preocupaba que Bill no valorara todo lo que Ziggy había pasado con Cyrus y con Jacob, si es que Ziggy se lo había mencionado. Ziggy era una persona muy reservada y si no le decía a Bill que fuera despacio, podría acabar sufriendo mucho. Si Bill creía que simplemente estaban divirtiéndose, ¿se atrevería Ziggy a decírselo si no pensaba lo mismo? ¿O se guardaría todo el dolor dentro y continuaría al ritmo que Bill marcara en su relación?

¿Y dejaría yo algún día de proyectar mi desastre de relación en los demás?

Sacudí la cabeza ante mi estupidez. Ziggy había madurado mucho… lo habían obligado a madurar, y Bill no era un adolescente. Me preocupaban cosas que estaban fuera de mi control y también otras sobre las que seguro no merecía la pena preocuparse.

«Sabes por qué lo haces, ¿verdad?», me pregunté, y era verdad.

Nathan no se había comunicado conmigo a través del lazo de sangre. Eso no significaba que estuviera muerto porque, si lo estaba, lo sabría. Significaba que estaba experimentando cosas que no quería que yo supiera. Una parte de mí se preocupó porque lo hubieran seducido para seguir los deseos de su Creador, al igual que Cyrus había sucumbido a las maquinaciones de su padre. Pero Nathan ya había cometido ese error antes y le había costado muy caro. No volvería a repetirlo.

La explicación más probable… y terrible… era que lo que fuera que estaban haciéndole era tan horroroso que no quería que yo lo supiera. Intenté imaginar la mayor crueldad de la que el Devorador de Almas sería capaz y tuve que parar para no echarme a llorar.

—Próxima parada, una muerte segura —intenté hacer un chiste, pero un enfermizo miedo fue apoderándose de mí cada vez más según el coche se ponía en marcha.

—Espero que volvamos aquí —dijo Ziggy, como si me hubiera leído el pensamiento.

Asentí.

—Te entiendo.