Capítulo 22

Se acabó la fiesta

Sucedió muy deprisa.

Al minuto toda la sala se llenó de hombres. Hombres desnudos (algo con lo que Max no se sentía nada cómodo), pero la ropa no era una buena idea bajo la forma de un lobo.

El líder, un tipo que Max había visto entre la manada pero con el que nunca había hablado, había echado la cabeza atrás y había aullado. Su rostro había sido lo primero en cambiar; sus labios se habían replegado para estirarse sobre unas mandíbulas alargadas. Su pelo, negro y largo y recogido en una cola de caballo, se había soltado y fue haciéndose más largo hasta convertirse en una verdadera manta que lo envolvía. Cayó al suelo y sus manos y sus rodillas quedaron oscurecidas por el pelo, que iba extendiéndose por las extremidades. Sus brazos se retorcieron en la zona de los hombros hasta que se le salieron los codos y adoptaron forma de rodilla. Sus manos y pies se encogieron con un sonido húmedo.

Después, al instante, y donde había estado el líder de la manada, se encontraba el lobo más grande que Max había visto en su vida.

Se había esperado que fuera negro. Bella era negra cuando era un lobo. No sabía cómo era él ya que no había espejos en el bosque, pero había dado por hecho que todos se parecerían. Pero no ése. Ese enorme lobo era gris blanquecino.

Según Hollywood, los hombres lobo no parecían ni lobos ni perros. Eran sólo tipos con un importante exceso de vello corporal. La primera vez que Max había cambiado, había pensado en la película Un hombre lobo americano en París y había temido que si mataba a alguien mientras cazaba, ese alguien estuviera condenado a una muerte en vida, siguiéndolo por todas partes y apareciendo en los peores momentos posibles. Pero como en muchas otras cosas, Hollywood se equivocaba con los hombres lobo. Cuando Max había visto a Bella transformarse aquella primera vez, momentos antes de que él hubiera sufrido su primera transformación, había aprendido que los hombres lobo eran lobos de verdad y no humanos con mucho vello.

Una vez que su líder cambió, todos empezaron a cambiar.

Max sintió una presión en el pecho. No podía respirar. Cayó al suelo de rodillas e intentó llevarse la mano a las costillas para sofocar el dolor que parecía estar extendiéndose por sus extremidades, pero descubrió que ya no podía doblar los brazos como antes.

«No ha ido tan mal como la última vez».

Era extraño pensar eso cuando sentía como si lo estuvieran desmembrando poco a poco. Se miró su mano mutilada y en blanco y negro vio cómo se encogía hasta convertirse en una pata ancha y plana a la que le faltaba una mitad.

El dolor pasó e intentó levantarse, sin darse cuenta de que ya estaba de pie, sólo que sobre sus patas y pezuñas de lobo.

No creía que fuera a gustarle ser tan bajo durante una pelea.

El líder rugió y la manada se puso en marcha.

Corrieron y Max tuvo que contenerse para no adentrarse en el bosque que los rodeaba. Tenía un objetivo que cumplir. No tenía muy claros cuáles eran los detalles, pero sabía que tenía que actuar.

Algo cambió en el aire. Podía olerlo. Olía a magia. No sabía cómo, pero lo sabía.

La manada aceleró el paso y atravesó los árboles para salir a un amplio espacio abierto cubierto de césped. Allí no había nada. Nada contra lo que luchar.

Un grave estruendo sacudió el suelo y fue creciendo en intensidad. El líder se giró y aulló. No era el general Patton, pero el suyo fue el discurso previo a una batalla más inspirador que podía llegar a entender un perro.

Unas grietas se abrieron en el suelo. El enemigo estaba ahí. Sólo habían llegado un poco antes de tiempo.

• • • • •

—Están aquí. ¡Levántalos! —los labios del Devorador de Almas estaban blancos de furia cuando gritó al nigromante—. Los demás, ¡salid de aquí y protegerme!

Los asistentes se miraron y un murmullo de pavor se extendió entre ellos. Estaba claro que no estaban muy dispuestos a luchar.

—Hacedlo —ordenó el nigromante—. ¡De lo contrario os aniquilaré a todos!

La multitud corrió hacia la puerta principal y Cyrus me llevó con él.

—¡Tú no, Cyrus! —gritó el Devorador de Almas—. Te necesitaremos.

Él se detuvo, sin soltarme la mano. Sus ojos eran suplicantes detrás de la máscara, pero lo solté. Si me quedaba, el Devorador de Almas lo sabría y les diría a sus secuaces que acabaran conmigo. Una vez que todos ellos estuvieran fuera y distraídos por la batalla, yo podría empezar con la mía. Sólo esperaba encontrar un modo de salvar a Cyrus mientras tanto.

Me di la vuelta y seguí al gentío.

Los vampiros se detuvieron en las escaleras y miré hacia donde estaban mirando ellos. Cuarenta o cincuenta lobos acechaban junto a los árboles que bordeaban el jardín.

Los vampiros empezaron a quitarse las máscaras y me entró el pánico. Si me quitaba la mía, el Devorador de Almas podría reconocerme, o tal vez uno de sus secuaces. Había estado en la fiesta del Año Nuevo Vampiro y también en el burdel de Marzo. Existía la posibilidad de que alguno de esos vampiros me hubiera visto.

Pero no tuve que preocuparme de eso por mucho tiempo.

El suelo comenzó a rugir bajo nuestros pies y perdí el equilibrio cuando tembló y se rajó. La casa crujió y me pregunté qué sería más seguro, si correr hacia los lobos o quedarme junto a una casa que estaba a punto de derrumbarse. De las grietas que se abrieron en el suelo comenzó a salir el hedor a sulfuro y a algo peor, algo tremendamente asqueroso.

Apareció una mano esquelética, aferrándose a la tierra y seguida de un brazo envuelto en piel y tela hechas jirones. Y de cada grieta salían partes de cuerpos en distintos estados de descomposición.

Habíamos protegido los cementerios, pero nunca habíamos pensado en lo que podía haber estado enterrado debajo de la casa.

Los zombies apenas habían emergido del suelo cuando los lobos comenzaron a atacar. Me giré hacia el camino mirando hacia los árboles. Sólo tuve que mirar dos veces antes de ver a los gólems marchando en fila como militares. Sabía a quién tenía que darle las gracias por ello.

—¿Qué coño es eso? —gritó un vampiro que había a mi lado haciendo que los demás se fijaran en los gólems, que rompieron filas y echaron a correr hacia ellos.

Los hombres lobo luchaban contra los zombies, rompiendo huesos y reventando carne podrida. Pero los cadáveres que caían al suelo no morían, sino que peleaban con más fuerza.

Por encima del ocasional gemido de un lobo herido o el grito de un vampiro que caía a manos de los gólems, de los lobos o de los zombies… que no parecían saber de qué lado estaban… me fijé en que en la casa había un extraño silencio. No veía a nadie por las ventanas y tenía que encontrar a Cyrus y matar al Devorador de Almas antes de que se convirtiera en un dios.

Volví hacia los escalones del porche y ya tenía un pie encima cuando algo tiró de mí. Miré horrorizada la mano que sujetaba el bajo de mi túnica. Una piel podrida y roja con unas cuantas tiras de piel verde que colgaban de ella cubría los sucios huesos de unos dedos que parecían un guante hecho jirones. Los largos huesos del antebrazo parecían estar hundidos los unos con los otros hasta que me di cuenta de que lo que había entre ellos era arena y hierba. Una enorme larva salió de él y cayó al suelo.

El brazo, por muy horrible que fuera, no era nada comparado con la criatura unida a él, un zombie al que le faltaba medio cráneo y el resto del cuerpo por debajo de las costillas. La parte de cabeza que le quedaba le colgaba de la columna como un macabro collar.

Esa cosa me sujetó con un brazo e intentó subirse por mi túnica. Me la quité y sacudí los dedos que me habían agarrado la pierna por debajo de la tela. Subí corriendo las escaleras y entonces me di cuenta, demasiado tarde, de que no iba armada.

Era parte del plan al que Nathan había puesto objeciones y en el que yo había insistido. Al no saber si habría medidas de seguridad en la puerta, no había querido ir forrada de armas para no estropear el plan antes de llegar a poder ponerlo en marcha.

Por desgracia, aunque parecía que los vampiros que me rodeaban no se lo habían pensado dos veces para llevar cuchillos, estacas y espadas, no había vampiros muriendo a mi alrededor y dejándome que usara sus armas. Pensé en arrancar un trozo de la barandilla del porche y utilizarlo como una estaca, pero quería algo con mayor alcance.

En la esquina del porche una vampira con el pelo largo y pelirrojo blandía una espada contra un lobo. Me moví deprisa, antes de que pudiera herir al animal. Me subí a la barandilla y me abalancé sobre ella rezando para no caer sobre la espada. El lobo retrocedió un poco, obviamente sorprendido, y ella se giró confundida. Las dos caímos al suelo y se le cayó la espada. La agarré y se la clavé en el pecho. Ella estalló en llamas y cenizas y me aparté. El pelo me rozaba la cara y en ese momento me di cuenta de que en medio de toda esa confusión se me había caído la máscara.

El hombre lobo se quedó mirándome un momento y después, como si hubiera decidido que estaba de su parte, se giró y centró su atención en un zombie.

Un vampiro que había cerca había visto lo que había hecho. Era grande y supe que me daría problemas. Arremetió contra mí y eché a correr alrededor del lateral de la casa que daba al bosque; recé porque no hubiera más lobos esperando entre los árboles. El vampiro era rápido. Más que yo. Me adelantó, me levantó y me lanzó contra los rosales abandonados que había en el lateral de la casa.

El impacto me dejó sin aliento. De lo contrario, habría gritado de dolor por las espinas que me atravesaban la ropa. Intenté enfocar la vista cuando el vampiro se quitó la máscara y la capucha de su túnica.

—¿Me recuerdas?

No podía reconocerlo por la cara, que estaba transformada, pero su largo cabello rubio y su cuerpo me resultaban familiares. Ahora era musculoso, pero lo había estado todavía más cuando lo había conocido en el burdel de Marzo. Estaba claro que la enfermedad que había estado matándolo le había pasado factura antes de que lo hubieran convertido.

—Evan.

Se rió y el sonido resultó demoníaco dado su rostro transformado.

—Felicidades, te has convertido —dije mientras forcejeaba.

—No, gracias a ti —me enseñó los dientes—. Ibas a dejarme morir.

Transformé mi cara.

—¿Y qué? Vale, no te convertí en vampiro, pero no tengo tiempo para tu estúpida venganza personal.

—¿Por qué? ¿Porque tienes que matar al Devorador de Almas? Te he visto matar a esa vampira.

—Y no piensas permitir que mate a Jacob, bla, bla, bla… —acentué mi frase con un cabezazo que le hizo soltarme.

La espada seguía en el suelo, donde se me había caído, y fui a por ella. Él se recuperó rápidamente e hizo lo mismo. Yo llegué primero, pero me agarró impidiendo que me levantara. Intenté girarme y clavársela, pero estaba demasiado cerca y sabía que si me quitaba la espada, me convertiría en una brocheta.

Aun así, tenía que intentarlo. Cuando me giré y me puse de espaldas intentando liberarme y que no me quitara la espada, él gritó. Y después se levantó. Lo vi salir volando varios metros. Cayó al suelo y su asaltante se abalanzó sobre él.

Era un hombre lobo, un sucio hombre lobo gris amarillento. Le mordió la garganta y con eso acalló sus gritos.

Aproveché para levantarme y cuando me giré para salir corriendo, el lobo aulló y me di la vuelta, dispuesta a atacarlo si tenía que hacerlo.

—Soy de los buenos —le aseguré.

Pisó con su pezuña el pecho inmóvil de Evan y cuando miré, vi que le faltaba la mitad. Ahí estaría la mano mutilada de Max.

Me cubrí la boca, impactada, y la espada se me cayó de las manos.

Sí, ya sabía que estaría ahí, pero no me había esperado verlo transformado. Fue una situación extraña.

Aulló y después se alejó corriendo del cuerpo de Evan. Me pregunté cuánto tardaría en recuperarse y deseé que los hombres lobo no estuvieran haciendo su trabajo a medias. Pero no tenía tiempo para preocuparme por eso. Corrí al lado de Evan, que seguía inconsciente y me facilitó el trabajo de hundir la espada en su pecho. No me quedé a ver sus cenizas posarse sobre la hierba.

El jardín trasero estaba extrañamente calmado, teniendo en cuenta lo que estaba pasando en el delantero. Vi un cementerio y me pregunté si el nigromante había sido capaz de despertar a los muertos del otro jardín sin perturbar la paz de los de ése.

La puerta de atrás estaba en otro porche más pequeño, así que hasta que subí los escalones no vi que no había nadie dentro de la casa. Se habían marchado y se habían dejado atrás sus impresionantes herramientas. El círculo del suelo y el altar estaban exactamente igual que antes.

En ese momento pensé en el libro de hechizos de Dahlia y en todos los ingredientes y elementos llamativos que no habían servido más que para desviar la atención.

Estaban haciendo el ritual en otra parte.

Me giré y miré a mí alrededor, examinando el jardín desesperadamente.

¡El granero!

El jardín lateral situado entre el granero y la casa estaba cubierto de partes de cuerpos, pero en él no había una lucha inmediata que me impidiera el paso.

Fui pisando la dura tierra con tanta fuerza que estaba segura de que el Devorador de Almas me oiría llegar. Me obligué a ir más despacio y a arrastrar los pies.

La puerta estaba entreabierta y de ella salía un olor terrible. Me cubrí la boca con la manga de la camisa e intenté contener una arcada al mirar por la rendija.

Pude ver de dónde procedía el olor. Todas las víctimas humanas del Devorador de Almas, y las de sus invitados, debían de haberse almacenado ahí para deshacerse de ellas más tarde. Cuerpos descompuestos, hinchados por el calor y con los primeros signos de descomposición, estaban amontonados junto a las paredes del granero como sacos de arena. Formaban muros de unos seis metros. Fue una suerte que el nigromante no hubiera resucitado esos cuerpos porque de lo contrario habrían vencido a los gólems y a los hombres lobo con demasiada facilidad.

Cyrus estaba tendido en el suelo con las piernas separadas y lo tenían sujeto con unas cuerdas. Le habían quitado la túnica y su pálido pecho estaba desnudo por encima de sus pantalones negros. El Devorador de Almas estaba sentado en un trono muy parecido al que había en la casa, aunque éste parecía estar hecho de extremidades y torsos humanos. Se le veía de lo más tranquilo y sonriente mientras veía al nigromante hundir en un caldero un largo palo con una punta que acababa en una bola hecha de trapo. Cuando lo sacó, de la tela goteaba algo negro y alquitranado. Lo deslizó sobre el pecho de Cyrus, que se estremeció de dolor por el calor de esa sustancia y se resistió contra sus ataduras. Pero no se soltaron.

«Esto es todo ornamento. Este tío se cree que es David Copperfield o algo así», me informó Dahlia. «Lo único que tiene que hacer Jacob es beber la poción, beber la sangre de Cyrus y liberar las otras almas atrapadas en él. Entonces el nigromante tiene que venerarlo y ya estará todo hecho».

«¿El nigromante tiene que venerarlo?», pensé.

¿Acaso no había ya demasiados psicópatas que adoraban a Jacob Seymour?

«¿Qué le ha impedido convertirse en un dios antes?».

«Primero tenía que llevar a cabo ciertas misiones. Ya sabes, como cuando un santo tiene que hacer tres milagros para que lo nombren santo».

Dahlia me mostró una imagen de Jacob indicándole que le diera a Cyrus la poción con la que habían intentado crear un vampiro nato. Ese objetivo lo había logrado fácilmente. Después, vi a Dahlia acorralando a cinco vampiros (Marzo, la vampira madame del burdel entre ellos) para que Jacob pudiera destruir a su propia progenie de vampiros. Y, finalmente, Dahlia me mostró a Jacob sujetando un objeto con la mano y sumergiéndolo en la misteriosa llama verde que salía de un caldero. El mismo caldero que el que había en el granero ahora mismo.

«Forja la espada, salpícala con tu propia sangre y después haz la prueba del fuego. Ya no es un vampiro. Es más como… un dios a la espera».

«¿Entonces será más difícil de matar?».

No necesitaba que me respondiera a la pregunta. Me sequé el sudor de mis manos en los vaqueros, agarré la espada y sujeté la puerta.

«¿Y qué pasa con la piel de Nathan? ¿Qué pasa con los símbolos?».

«¿Qué crees que hay en el caldero? Además de algunas hierbas y agua bendita, claro».

La mandé callar mentalmente.

«Ha llegado la hora del espectáculo. ¿Estás conmigo o contra mí?».

«Contra ti», respondió sin vacilar. «Pero por suerte para ti, eso significa que voy a ayudarte».

En el pasado tampoco había intentado llegar a comprender a Dahlia.

—Lo que quieras —dije en voz baja y preparada a que tuviera un cambio de humor que me obligara a luchar contra ella internamente y a luchar contra el Devorador de Almas externamente.

Empujé la puerta.

Tanto Jacob como el nigromante alzaron la mirada enseguida. Cyrus, aún dolorido por la poción que ardía sobre su pecho, tardó más en fijarse en mí. Cuando lo hizo, pasó de una expresión de agonía a una exhausta sonrisa de alivio.

—¡Jacob Seymour! —grité alzando la espada con ambas manos y dispuesta a luchar. No podía creer que ésa fuera mi voz, tan fuerte que resonó por las paredes del granero.

El Devorador de Almas se levantó con los ojos cargados de furia y dijo:

—Por orden del Movimiento Voluntario para la Extinción de Vampiros, que ya no está en funcionamiento, estoy sentenciado a muerte por mis crímenes contra la humanidad. Ya lo he oído antes.

—No estoy aquí por ellos.

Agarré la espada con más fuerza.

—Lo hago por mí.