24

El desafío

Al día siguiente muy temprano Fernando vino a despertarme.

—Doctor —me dijo— vengo a inferir a usted una molestia. Tengo que arreglar un asunto de honor con el comandante Flores, que me ha insultado anoche. No he creído conveniente encargar el arreglo de este negocio a ninguno de mis capitanes, y suplico a usted que me sirva de testigo. Entre usted y yo no han mediado relaciones de amistad; pero creo que no rehusará usted prestarme este servicio de caballeros.

—No tengo inconveniente —respondí—; estoy a la disposición de usted.

Contóme entonces el lance de la noche anterior, y me dio sus instrucciones. Quería batirse el mismo día, y escogía como arma la espada. Era un duelo a muerte.

Fui a ver a Flores, recibióme con arrogancia, designó como su testigo a un amigo suyo de Guadalajara, a quien citó para una hora después.

—No habrá dificultad ninguna —me dijo— dentro de tres horas Valle estará complacido.

Me despedí inmediatamente y fui a dar aviso a Fernando del pronto arreglo de aquel negocio; pero aún estaba hablando con él cuando un ayudante vino a llamarle de parte del coronel, y con urgencia. Encontró a su jefe indignado.

—Sé que ha desafiado usted a muerte al comandante Flores, por yo no sé qué palabras le dijo a usted anoche en el baile.

—¿Él se lo ha dicho a usted, mi coronel?

—Él me lo ha dicho.

—Pues bien, es cierto; me ha ofendido gravemente, y yo he creído conveniente reparar este agravio retándole. Sería yo un hombre despreciable si no lo hiciese así.

—Y ¿usted no sabe que nuestras leyes militares prohíben bajo severísimas penas el duelo? ¿Usted no sabe que va a hacerse reo de un delito grave, y que yo estoy resuelto a imponer a usted un castigo terrible si insiste en su propósito? Caballero, yo no permito en mi cuerpo, ni menos en estas circunstancias, semejantes lances de espadachines; yo haré fusilar, conforme a Ordenanza, al que intente siquiera, estando como estamos, frente al enemigo, promover duelos por cualquier motivo. ¿Es usted valiente? ¿Está usted ofendido? Pues tiempo hay para probar su valor combatiendo por su patria y para lavar su ofensa, procurando en el primer combate portarse mejor que la persona que le insultó. Un militar no se pertenece, su vida es de la patria, y arriesgarla en otra cosa que en su defensa, es traicionar a sus banderas. ¡Habríamos de dar el escándalo de un desafío delante de los franceses! Batallas son las que debe usted desear y no lances de honor; matando o muriendo usted, quedaría deshonrado en un desafío personal. El comandante Flores ha probado su temple de alma en los combates, no necesita dar nuevas pruebas de ello, y en cuanto a la ofensa que haya podido inferir a usted, él le invitará, llegado el caso, a avanzar sobre el enemigo, y entonces el que se quede atrás será el que tenga que confesarse vencido. Así deben hacerse los desafíos en tiempo de guerra, y no exponiendo a la vergüenza a su cuerpo y a los jefes con reyertas personales, estériles para la causa que defendemos y criminales a los ojos de la sociedad. He ordenado a Flores que no acepte el reto de usted, y si tanto él como usted intentan llevarle a cabo a pesar de mis órdenes, el general tendrá conocimiento de ello, y yo ofrezco a ustedes que los haré fusilar. Así es que usted prescinde de su propósito, retira usted toda indicación y dentro de pocos días yo proporcionaré a ustedes una liza más noble, más honrosa; y como es preciso castigar a usted por este conato de infracción del Código Militar, usted permanecerá arrestado hasta que salgamos de Guadalajara, que será bien pronto.

—Está bien, mi coronel —contestó Valle, comprendiendo que su jefe tenía razón en todo; pero indignándose interiormente de que Enrique hubiera corrido a denunciar al coronel aquella ocurrencia.

El razonamiento del jefe era enteramente justo; pero la cólera hervía aún en el pecho del joven ofendido, y aquel desprecio lanzado por su enemigo delante de Clemencia le manchaba el rostro como un bofetón o un latigazo. Algo hubiera dado por no pertenecer al ejército o por hallarse lejos de la guerra y frente a frente de un rival tan soberbio como insolente.

El duelo no se llevó a cabo, y Valle se desesperaba pensando que Clemencia supondría que él se había resignado a sufrir en silencio la atroz injuria que había recibido en presencia de ella.

—Doctor —me dijo, llorando de desesperación— no me queda más recurso que el suicidio.

—El suicidio sería peor, amigo mío —le respondí— y me asombro de que usted, regularmente tan juicioso, no pueda dominar ahora ese sentimiento de cólera pueril. Realmente el coronel tiene razón; un desafío cuando los franceses van a llegar, sería inexcusable. La espada de usted no debe cruzarse sino con la de los enemigos de la patria. En el primer combate usted se cubrirá de gloria o morirá, y de una u otra manera quedará bien puesto a los ojos de su rival y los de esa señorita, que sería la primera en censurar a usted una querella personal en los momentos mismos en que el enemigo se presenta frente a nosotros. ¡Qué duelo, ni qué suicidio! El combate mañana, y olvidemos hoy esas miserias de salón que sólo pueden afectar a quien, llevando una vida ociosa, no tiene otro campo más hermoso en qué demostrar el temple de una alma altiva y honrada.

Logré por fin convencer a Valle, que se resignó a callar y sufrir, con la esperanza de hacerse matar en el primer encuentro. Entre tanto permaneció arrestado y no volvió a ver a nadie en Guadalajara, encerrado como estaba en su alojamiento, en donde pasó todavía unos seis días de tormento y de impaciencia.

Por fin se dio la orden de marcha y el cuerpo salió de Guadalajara con dirección a Sayula. Esto sucedió el día 2 de enero de 1864. El día 1°, y cuando se hacían los aprestos de marcha, el coronel del cuerpo, en nombre del general Arteaga, puso en manos de Flores el despacho de teniente coronel, que el general en jefe del ejército acababa de enviarle, por recomendaciones de buenos amigos que el comandante tenía en el cuartel general.

Clemencia. Cuentos de invierno
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