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Seis meses después Adrián caminaba por el salón de su abuela Pilar bajo la vigilancia de esta y de los padres de Lilian. Los tres sonreían observando al pequeño que ahora vivía con sus padres en el ático que habían comprado en pleno centro de la ciudad, no muy lejos de hotel donde ambos trabajaban.

Ángela había conseguido admitir en su familia a los Salgado. Tenía que reconocer que nunca había visto tan feliz a su hija, y que Pilar era una bellísima persona.

El niño se quedaba en ocasiones con una abuela y otras con la otra, pero la mayoría de las veces, se reunían las dos para poder disfrutar juntas del pequeño. Lilian había pensado en llevarlo a la guardería para no causarles trastornos, pero los tres abuelos se negaron en rotundo. Hasta que no tuviera edad para empezar la etapa escolar, no pensaban dejarlo en manos de ninguna extraña, como mucho a Esmeralda y a Georgina, las chicas que ayudaban en ambas casas con las tareas domésticas.

La pareja pensaba en casarse en el siguiente verano, y aunque Pilar anhelaba una boda por todo lo alto, ellos se negaron. Deseaban una boda sencilla, civil, y a la que asistiera solo la familia y los amigos más íntimos.

 

La noticia de la muerte de Alfonso en un absurdo accidente de coche en Brasil dejó a Lilian consternada por un tiempo. A pesar de todo, no le deseaba tan triste y prematuro final. Supo entender que su ex marido era solo un enfermo, un loco…, traumatizado por una infancia difícil y una madre posesiva que había conseguido que en el fondo detestara a las mujeres, o gran parte de ellas.

Al no tener familiares directos, Lilian se encargó de que incineraran su cuerpo y depositaran sus cenizas en la tumba de sus padres, tal y como él hubiera querido. Era lo único que podía hacer por él. No sabía si se lo merecía o no, pero ella prefirió actuar de ese modo, aunque nadie se lo agradeciera.

No se sabía nada de Eva, aunque se rumoreaba que había vuelto para rehacer su vida y ahora vivía en Mallorca, nadie podía asegurarlo. Las relaciones de sus padres con Gracia y el marido de esta se rompieron. Tanto Santiago como Ángela no podían asimilar lo que una propia prima hubiera podido traicionar a su hija de esa manera teniendo la misma sangre.

 

 

Lilian se sentía feliz. Ahora tenía lo que siempre había deseado, un hijo y el amor del hombre de su vida, Andrés Salgado.

—¿Has terminado? —preguntó ella después de entrar en el despacho donde Andrés revisaba unos papeles.

—Sí. Cuando quieras nos vamos —respondió cerrando la carpeta.

Ella negó con la cabeza.

—Hummm, mejor no…

Él la miró confuso.

—Mira lo que tengo —dijo ella abriendo la mano y mostrándole una tarjeta

Él la cogió. Era la llave electrónica de la habitación trescientos trece.

—Está vacía. Así que me he tomado la libertad de apoderarme de la llave. ¿Qué te parece? —dijo sentándose sobre sus rodillas.

—Me parece que deberíamos subir.

—Eso pensaba yo… —dijo besándolo—. ¿O prefieres hacerlo aquí? —susurró mientras le aflojaba la corbata.

—Hummm… creo que para todo lo que quiero hacerte, será mejor que subamos —respondió mientras deslizaba su mano bajo la falda de Lilian.

Ella se sonrojó.

—¿Quieres que suba y te espere? Como la primera vez que lo hicimos.

A él le encantó la idea.

—De acuerdo. Subo en cinco minutos.

Poco después en la habitación trescientos trece, se entregaron uno al otro como si se tratara de la primera vez. Disfrutaron del juego de la seducción, del placer, de los orgasmos más increíbles… Bajo el tenue sonido de la lluvia y como fondo, la vieja canción de I wish I were blind, que sonaba en el CD. Su canción, sus sueños, sus deseos se hicieron realidad una vez más.

—Te quiero, Lilian —susurró él antes de besarla de nuevo.

Ella no respondió, solo lo besó.

Ya no perderían más besos. No dejarían ninguno en ningún lugar de camino.

Ya no habría jamás, más besos perdidos.

 

 

 

FIN