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Una semana después, los emails, lo mensajes al teléfono, las llamadas… se habían acabado. Iban a ser solo amigos y podrían estar en contacto del mismo modo que antes, pero ninguno quería dar un primer paso que tal vez sirviera para malinterpretar las intenciones, y aunque los dos se morían por tener noticias del otro, fueron incapaces de llamarse o de escribirse. Mejor así, sería más fácil, pensaron casi al unísono mientras miraban los correos del día.

Lilian buscaba en la nevera un refresco cuando sonó su móvil. Una voz desconocida le anunciaba que habían encontrado un perro a casi quince kilómetros de donde vivían. Según los datos del chip, el perro le pertenecía. Se hallaba en una clínica veterinaria y estaba vivo. Soltó un chillido de emoción al escucharlo. Iría a buscarlo en ese mismo momento. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Andy, su precioso perro, estaba sano y salvo. No podía creerlo.

Algo magullado, casi en los huesos, pero vivo, fue como Lilian encontró a su setter irlandés. Se quedó impresionada cuando lo vio. El perro se volvió loco de alegría. Lo habían encontrado cerca de la autopista.

—Fue una suerte que no lo atropellara ningún coche —comentó el veterinario.

Ella, agradecida, además de pagar los gastos de la clínica le dejó una buena propina y prometió enviarle una botella de buen vino por Navidad.

Cuando llegó a casa, el perro temblaba como un flan. Parecía temer algo, como si tuviera miedo.

—¿Qué te pasa, Andy? Vamos, precioso, ya estamos en casa.

Alfonso se asomó por la puerta del salón. Se quedó de piedra cuando vio al perro. Ella emocionada le explicó lo sucedido mientras el perro no se apartaba de su lado.

—Ya tienes en qué entretenerte —murmuró Alfonso—, en cuidar a tu perrito. Se llama Andy por él ¿verdad?

—¿Eh? —respondió evitando su mirada.

—Nunca lo había pensado, pero tiene su lógica. Andrés pero en inglés y en diminutivo. ¡Qué lista, Lilian! Me sorprendes.

—Le puse ese nombre porque se me ocurrió. Me gustó y nada más. No sé por qué tengo que dar explicaciones también por el nombre de un perro, Alfonso. No seas ridículo.

—Si te hace feliz llamarlo así. Mirándolo bien hasta tiene gracia.

Ella no dijo ni una palabra.

Él se empezó a reír.

—Lilian, Lilian… —murmuró—, a mí no puedes engañarme.

Salió de la cocina y se dirigió al salón con una gran sonrisa. Se sirvió un poco de brandy se lo bebió de un trago sintiendo cómo le quemaba en la garganta. Tenía que haberse deshecho del maldito perro de otro modo, no dejarlo suelto en el monte. Nunca pensó que sobreviviría. Un animal tan mimado y casero como Andy jamás conseguiría salir de allí. Era evidente que se había equivocado. Maldijo su suerte. No sabía siquiera por qué había hecho algo así, quizás porque Lilian adoraba a ese animal, y lo quería mucho más que a él. Había sido un modo de castigarla. Sí, en el fondo había sido eso. Pero no lo había planeado, simplemente le irritó no encontrarla en casa y que no hubiese respondido a sus llamadas en toda la tarde. Estaba furioso y ver al setter acercándose moviendo la cola, tan contento para recibirlo, le enfureció más. Lo había subido al coche y se lo había llevado al bosque dejándolo suelto. Incluso había tirado el collar a un contenedor que encontró de camino.

Al menos lo de alejar a Andrés de su mujer había dado resultado. En realidad, Juan Salgado no había pensado nunca en enviar a Andrés a la montaña, pero cuando Alfonso le ofreció la posibilidad de ampliar el negocio, ya que aseguró que tenía buenos contactos en la consejería de urbanismo y que le ayudaría a cambio de desterrar a su hermano menor lo más lejos posible de Lilian, no lo dudó.

No sabía cómo hacerlo, pero el accidente de Luis le vino de perlas. Alfonso se sintió satisfecho con la decisión de Juan. Ahora este podía esperar sentado por su ayuda, jamás haría algo por un Salgado, hermano de Andrés, el casi seguro amante de su mujer. Porque aunque no tenía pruebas para demostrarlo, sospechaba que era así. Por supuesto, Juan se había hecho el loco cuando le insinuó la posibilidad, pero después de todo era su hermano. No iba a llegar a tanto como a delatarlo.

 

 

Lilian observó con curiosidad durante el resto del día, cómo Andy rehuía a Alfonso.

—Parece que te tiene miedo —comentó.

Él se encogió de hombros.

—Serán las secuelas de haber estado perdido tanto tiempo.

Ella se quedó mirándolo con atención.

—¿Qué pasa?

—Tú… no… no habrás sido tú quien… no serías capaz ¿verdad?

—¿Capaz de qué…?

Ella no contestó.

—¿Te estás volviendo paranoica? ¿Crees que he tenido algo que ver con su desaparición?

—No lo sé…

—Lo dicho, estás cada días más loca, lo mismo que tu perro —respondió irritado.

Pero Lilian no se quedó nada tranquila con su respuesta.

Aquella noche lo dejó dormir en la alfombra de su habitación a pesar de las protestas de Alfonso. Por lo general dormía en el garaje, pero desde que habían llegado a casa esa tarde, el animal la seguía a todas partes, como si tuviera miedo separarse de ella. En cuanto aparecía Alfonso, Andy se acurrucaba a los pies de su dueña o se ponía a temblar literalmente.

Lilian miraba a su marido con desconfianza cada vez que observaba este comportamiento. Que a Alfonso no le gustaran los animales era un hecho, pero de ahí a pensar… no, seguro que Andy estaba asustado por algo, puede que algún hombre parecido a Alfonso le hubiera golpeado o echado a patadas de algún sitio. Pensó que había sido una suerte que llevara el chip y que lo hubiera recogido un veterinario. Mejor imposible.