17

 

 

 

Olga Álvarez, su mejor amiga la esperaba en una cafetería del centro. Tenía el pelo castaño claro, algo ondulado y unos bonitos ojos de color caramelo. Se conocían desde el primer curso del instituto. Aunque en las primeras semanas cada una tenía un grupo diferente de amistades, y solo eran compañeras. Se habían hecho amigas después de que el profesor de Matemáticas no las dejara entrar clase por llegar tarde. Resignadas se dieron la vuelta y bajaron la escalera.

—Mejor —había exclamado Lilian—, odio las Matemáticas.

—Yo también. Y mucho más a las ocho y media de la mañana. ¿Nos vamos a la cafetería a tomar algo?

Congeniaron tanto que en las horas siguientes decidieron compartir pupitre. Así se pasaron varias semanas hasta que la profesora encargada de la clase decidió colocar a los alumnos por orden de lista y tuvieron que estar separadas el resto del curso.

Se dieron un fuerte abrazo. Ambas estaban emocionadas de verse.

—Lilian —dijo sonriendo—. Qué bien te veo, deja que te mire. Estás guapísima.

—Tú también, Olga. Estás estupenda.

Pidieron un café, apoyadas en la barra de la cafetería, y no tardaron en hablar de sus vidas y ponerse al día de todo.

Olga le enseñó la foto de sus niños, dos preciosidades, tan rubios como su padre.

—¡Son guapísimos! —exclamó Lilian al verlos—. ¿Por qué no los has traído contigo?

—No, no harían más que molestar. Los he dejado con mi madre, y con Erik. Me han dado libre hasta por la tarde. Así que tengo todo el día para ti.

—Estupendo.

—Y tú. ¿Qué tal? ¿Todavía no…?

Lilian negó con la cabeza.

—No, la cigüeña no quiere visitarme —afirmó con tono triste.

—Bueno, cuando menos lo esperes —dijo Olga sonriente.

—Sí, eso llevo diciendo desde hace cinco años. Hemos consultado con un especialista amigo de Alfonso, pero nos aseguró que está todo bien. No tenemos problemas, ni él ni yo.

—Entonces, ni te preocupes. Ya verás, cualquier día de estos nos das la sorpresa.

—Sí, supongo.

Tenían tanto que decirse. Olga le aseguró que era muy feliz al lado de Erik. Que aunque le había costado adaptarse a la vida de Suecia ahora no lo cambiaría por nada. Los niños y su marido era lo que más le importaba en la vida.

Lilian la escuchó atenta, alegrándose por ella.

—Y yo que no quería tener niños, y ya ves, ya tengo dos ¡Quién lo iba a decir! Aunque sí, ya he parado. Más, no. Con esos dos es suficiente. No te imaginas lo traviesos que son y la guerra que dan.

Lilian se rió por el comentario.

—Pero los adoro… —confesó Olga—. Lo mismo que a Erik, pero cuéntame, ¿tú que tal con Alfonso?

—Ahí estamos… —contestó —. Luego te cuento. Mejor cuando estés sentada —añadió sonriendo—. Ahora háblame de tu vida en Suecia. ¿Qué tal en el territorio vikingo? —dijo cogiéndola del brazo.

—De maravilla, Lilian, pero mucho frío, muchísimo.

—Bueno, para eso ya tienes a Erik, para que te dé calor.

Ambas se rieron. Después del café decidieron salir a pasear por el paseo marítimo. Lo recorrieron entero y luego decidieron acercarse hasta un céntrico restaurante para comer. Fue durante la comida cuando Lilian se sinceró, y se desahogó de una vez por todas. Le explicó que ya no amaba a su marido y que deseaba divorciarse.

—Creo, no, más bien estoy segura de que Alfonso me engaña. Y sospecho que desde hace mucho tiempo. Tal vez desde el principio de estar casados —dijo después de que el camarero les sirviera el primer plato.

Olga la miró compasiva pero no dijo nada. Lilian continuó.

—Necesitaba decírselo a alguien. Y estoy cansada de fingir que nuestro matrimonio es perfecto, Olga. Muy cansada. Además, yo he acabado por hacer lo mismo. Estoy engañando a mi marido. Ya sé que suena terrible pero… —bajó la vista como si se avergonzara ante su amiga.

—¿Cómo? —preguntó extrañada dejando el tenedor suspendido en el aire—. ¿Hablas en serio? Y ¿quién es él? —preguntó bromeando.

—Es en serio, Olga. No es ninguna broma.

—Ah… y... —tosió para aclararse la garganta después de tomar un sorbo de vino— ¿Quién es? ¿Lo conozco?...

—Andrés. Andrés Salgado, ¿Lo recuerdas? Apareció en mi vida de nuevo —se lo contó todo y sintió una gran liberación al hacerlo.

Olga la escuchó con atención incapaz de dar crédito a lo que estaba oyendo. Tal vez si se tratara de otra persona lo creería sin ninguna duda pero de Lilian. La miraba atónita.

—¿Me estás hablando en serio? —preguntó—. ¿Tú con Andrés Salgado, el hombre de tus sueños?

—¿Tanto te sorprende?

—La verdad es que sí, Lilian. Me sorprende todo, que te hayas atrevido engañar a Alfonso y que sea precisamente con él.

—Es que si he sido capaz es porque ha sido con él, de otro modo, tal vez nunca lo hubiera hecho. ¿No lo entiendes?

Se quedaron calladas unos instantes. Las dos tan serias que parecían estar en un funeral. Lilian la miraba esperando que dijera algo que la pudiera consolar, animar, porque estaba sintiendo una gran vergüenza al pensar que su mejor amiga no iba a comprender tampoco su situación.

Olga rompió la tensión del momento al ver la angustia reflejada en el rostro de Lilian.

—No pongas esa cara. Yo no te estoy juzgando, nunca lo haría.

—Solo quería desahogarme con alguien. No te imaginas lo que es tener todo esto dentro y no poder decirlo. La única amiga que tengo eres tú, y estás tan lejos —se quejó.

—Tranquila, Lilian. Puedes desahogarte conmigo, lo sabes. Cuéntame lo que quieras. Si has tomado una decisión como esa, conociéndote, sé que es porque tienes motivos. Nunca has sido una cabeza loca, ni una frívola. En este mundo todo sucede por alguna razón, estoy convencida.

—Ya, supongo. Yo no deseaba que Andrés volviera a cruzarse en mi camino. Lo había desterrado de mi mundo. Jamás pensé… Y es todo tan difícil. Asumir de pronto que tengo un amante, que estoy engañando a mi marido. Y para colmo, esta mañana… —suspiró— …mi madre…

Le relató el episodio sucedido horas antes con su progenitora. Su amiga la escuchó siguiendo cada una de sus palabras. Le dio la impresión de que Lilian estaba triste, de que se pondría a llorar de un momento a otro. Parecía que se sentía muy culpable.

No sabía qué aconsejarle. El tema era espinoso. Muy personal y muy íntimo. La observó unos segundos y pensó que lo mejor era animarla preguntándole por otras cuestiones más triviales y divertidas como el sexo.

—Y, cuéntame ¿sigue estando tan bueno? —preguntó Olga con una sonrisa. Porque el tío estaba… hummm… ¿Cómo es en la cama?

Lilian sonrió al escucharla.

—Está mucho mejor que antes. Ha ganado con la edad. Te lo puedo asegurar. Y además… —confesó—. Es todo tan excitante con él. Nunca en mi vida he pensado tanto en el sexo como ahora, lo reconozco. Nada que ver con Alfonso. Porque ya sabes cómo es mi marido. Metódico para todo, hasta para la cama. Ya lo había pensado antes pero ¡ahora lo veo tan claro! No le gusta improvisar, ni nada que se salga de lo normal. Incluso una vez llegó a decirme que era su mujer, no su puta.

—¿Quéeeeeeee? —exclamó Olga sorprendida.

—Lo que oyes. Me hizo sentir como si realmente lo fuera. Me avergoncé de tal manera que nunca más le insinué nada por el estilo.

—¡Dios, Lilian! ¿Qué le pediste? —dijo entre risas.

—No pienses nada extraño, Olga. Él rara vez lo quiere hacer en otro sitio que sea la cama, no le gustan los juegos ni nada que se salga de lo establecido. Estoy segura de que mis padres son más desinhibidos que él. Con Andrés en cambio, es todo tan natural, tan fácil, tan excitante…

De repente las dos se desternillaron de risa, tanto que la pareja que estaba en la mesa de al lado, las miraron con expresión interrogante.

—Creo que el mundo sería mucho más feliz si todos los hombres fueran como Andrés —exclamó Lilian divertida.

—Oye, oye, y como Erik también.

Rieron otra vez. Brindaron con el vino por ellos, ya con voz baja para no seguir llamando la atención del resto de los comensales que había alrededor.

 

Después cuando se pusieron más serias, Olga se dirigió a Lilian con cara de preocupación.

—Tienes que hacer algo. Tu felicidad depende de la elección que hagas. Lo sabes ¿verdad?

Lilian tomó un sorbo de vino antes de responder.

—Divorciarme de Alfonso. Pasado mañana regresa de Dubai. Se lo diré. No puedo hacer otra cosa —contestó—, es la única solución.

Olga permaneció en silencio unos segundos mientras Lilian esperaba que dijera algo. Por fin habló:

—Lilian, yo nunca entendí que te casaras con él. No os parecéis en nada. Y perdona que te diga esto, pero siempre me pareció un poco psicópata.

—¿Psicópata? No me hagas reír. Es un poco raro, muy metódico, ya lo sé, pero de ahí a psicópata no te pases, Olga. Nunca te ha caído bien, no hace falta que lo jures. Lo sé. ¿Psicópata? —volvió a decir al tiempo que se reía.

—No te rías, hablo en serio.

—No seas exagerada. Es un poco particular. Ya sabes: hay que tenerlo todo controlado y no saltarse ni una norma. Es tan disciplinado. En cambio mi madre lo adora, piensa que es el marido perfecto. Tan educado, inteligente, correcto…

—Y psicópata, recuerda que estudié Psicología, Lilian. Y Alfonso, no te ofendas, da todo el perfil.

Lilian se rió con gana. Pensaba que Olga estaba bromeando, pero no lo hacía. A Olga nunca le había gustado Alfonso. Había algo en él que no le agradaba, no sabía qué , pero estaba segura de que no era lo que pretendía aparentar. El maravilloso marido de su amiga era demasiado perfecto para ser verdad. Ella nunca se lo pudo creer. Todo era pura fachada. Estaba convencida.

—¿Te acuerdas cuando fuimos a echar las cartas a aquella vidente? ¿Cómo se llamaba? —preguntó Olga de pronto.

Lilian se empezó a reír. A los diecisiete años habían ido, por curiosidad, a ver a una señora que decían que acertaba con sus artes adivinatorios, el futuro.

—No recuerdo el nombre —respondió Lilian entre risas—. Pero sí que nos recibió en una sala llena de velas encendidas que daba más miedo que ella misma, pues tenía un aspecto muy aterrador.

—Es cierto… —afirmó después de soltar una carcajada—. Tenía un gato negro tan grande que parecía un puma en vez de un gato…

—Y me dijo que me casaría pero que también viviría una gran pasión. Y a ti que te casarías con un rubio extranjero… —añadió Lilian riéndose.

De repente las dos se quedaron calladas.

—¿Quieres decir que acertó? —preguntó Olga mirándola.

Lilian no supo qué responder.

—Tu gran pasión es Andrés, y mi rubio extranjero no puede ser otro que Erik. ¿Te das cuenta? La adivina nos predijo el futuro… —afirmo convencida—. Tú y yo no hicimos otra cosa que reírnos cuando salimos de allí y mira por donde, no nos habíamos creído ni una palabra.

Lilian tomó la copa de vino y sin dejar de sonreír dijo:

—Se llamaba Casandra o algo así. Ahora lo recuerdo.

—Pues brindemos por ella.

No sabían si habría sido una casualidad pero les hizo gracia comprobar que lo que había dicho la adivina, se aproximaba bastante a lo que ahora vivían.

—No es tan terrible, Lilian. Después de todo estás engañándolo con alguien a quien has amado toda tu vida —le dijo Olga al despedirse—. Míralo por el lado bueno. Ya puestos a elegir es con Andrés, no con cualquiera.

Lilian sonrió al escucharla. Ojalá fuera tan fácil, pensó.

Quedaron en volver a llamarse la siguiente semana ya que Lilian estaba deseando ver a los niños de su amiga. Luego se fue en busca de Andrés que acababa de enviarle un mensaje al móvil, diciéndole que la esperaba.

Por primera vez la llevó al pub de John. Le gustó el sitio. No era demasiado grande, y estaba decorado al estilo inglés. Tras la barra había un espejo donde se reflejaban los clientes. Una pared llena de botellas de todo tipo, y hasta un tablero para dardos. Estaba lleno de gente. Después de saludar a John y pedir dos cervezas, se fueron a sentar a una de las mesas del fondo. Era el rincón más íntimo, con luz tenue. Se escuchaba música lenta y suave. El mismo John les sirvió las bebidas

—Invita la casa —dijo al tiempo que guiñaba un ojo a Andrés.

—¡Qué menos! —respondió este, mientras Lilian observaba a su amigo con detalle. Físicamente no estaba nada mal: era alto y algo musculoso, con escaso pelo oscuro y ojos marrones.

—¿John es gay? —preguntó Lilian a Andrés cuando John se alejó de la mesa.

—¿Gay? ¿Qué te hace pensar que lo es? —preguntó divertido.

—No sé. Se me ocurrió. ¿Tiene novia? Porque no está nada mal.

—No, ahora no. Pero ha tenido unas cuantas. No quiere nada fijo, ya sabes.

—¡Qué miedo tenéis a los compromisos! —exclamó después de tomar un sorbo de la cerveza.

Andrés intentó besarla pero Lilian se apartó. No quería que John fuera testigo de su aventura. Una cosa era que se lo imaginara y otra muy distinta que lo viera con sus propios ojos.

—Tranquila. Él no va a decir nada. No te preocupes.

Aun así ella negó con la cabeza.

—Aquí no, Andrés.

Muy a pesar suyo, Andrés no lo intentó más.

—¿Por qué dijo tu amigo que conocía a Alfonso? —preguntó Lilian de pronto.

Él pareció dudar antes de responder.

—No, es que lo confundió con otra persona.

—Pero es curioso, Alfonso estuvo en Londres mucho tiempo trabajando. Y que tú y tu amigo también estuvierais allí…

—Hay muchos españoles en Londres, Lilian. Un tipo que iba por nuestro bar se parecía a Alfonso. Nada más.

Se callaron. John iba hacia ellos. Les colocó un plato con un par de montaditos de anchoa con queso y pimiento.

—No os acostumbréis —exclamó bromeando.

A Lilian que estaba muerta de hambre, se le hizo la boca agua.

—Humm… ¡Qué buena pinta! —murmuró mientas cogía uno—. ¿Tú no quieres? —preguntó viendo que él se había quedado muy pensativo mirándola.

—Sí, claro.

—Y, dime. ¿Qué hizo este tipo? Ese que se parece Alfonso —preguntó antes de dar un sorbo a la cerveza.

—No merece la pena hablar de ello. Olvídalo…

—No, vamos, dímelo. ¿Mató a alguien?

—No. Pero poco le faltó.

—¿En serio?

Él no respondió. No le apetecía hablar de ese asunto y menos con ella.

—Hablemos de otra cosa. ¿Pasarás la noche conmigo? —preguntó.

Ella asintió con la cabeza y sonrió para luego decir:

—Depende. ¿Tienes algún plan interesante para los dos? —inquirió coqueteando pegándose a él—. Dime que sí…

—Humm… Desnudarte y besarte muy lentamente por todo el cuerpo —le susurró al oído—, empezando por debajo de la falda. ¿Cómo lo ves?

Ella se acaloró solo con escucharlo y le tapó la boca con la mano para que no siguiera.

—Schhhhh…, cállate.

Pero él le apartó la mano y volvió a susurrarle una serie de detalles que hicieron que ella se sonrojara hasta las orejas.

—Schhhhhhhhhhh… —volvió a decir ella entre risas.

Él se rió con gana al verla tan ruborizada.

—Ah. Me acabo de acordar… ¡Espera un momento!

Se levantó y se acercó a John. Lilian observó cómo hablaban entre ellos unos segundos. Cuando Andrés regresó, se sentó a su lado sonriente.

—Quiero que escuches la música que John va a poner ahora.

Ella puso una expresión interrogante, mientras él no dejaba de sonreír. La música empezó a sonar. Lilian la reconoció en el primer acorde de la guitarra eléctrica.

 

«I love to see the cottonwood blossom in the early spring…1

1- Me encanta ver las flores de algodón al comienzo de la primavera.

 

—Oh… ¡The Boss!2 —miró a Andrés emocionada hasta las lágrimas.

2- El jefe, así denominan al cantante Bruce Springsteen, sus seguidores.

—Schhhhh…, escucha…

Él le tomó la mano y la apretó sin dejar de observarla. ¡Cuántas veces habían escuchado esa canción! Andrés le había contagiado su fanatismo por la música de Bruce Springsteen en sus años de universidad. Y esa canción era para cada uno muy especial. Los dos sentían lo mismo al escucharla, los dos en su silencio hubieran preferido quedarse ciegos que ver al otro en los brazos de sus respectivas parejas de entonces. Quizás por eso cuando oían esta canción por separado, sentían contradictorios sentimientos referentes a su idílica amistad.

Lilian todavía recordaba cuando se fueron con un grupo de amigos al concierto en Madrid. Felipe, su novio de entonces, que estaba estudiando allí, también se unió al evento. Andrés había sentido que se le rompía el alma cuando empezó a sonar la canción, y ella entre los brazos de su chico, no dejaba de mirarlo a él.

Por su parte, Lilian, cada una de las palabras dichas por Bruce las pudo leer en los ojos de Andrés. Había sentido unas ganas locas de ir a abrazarlo, pero no fue capaz. Y él hubiera querido estar en la piel del joven, no ser el compañero de clase, que tampoco podía dejar de mirarla.

Hacía años que no escuchaba esa canción. Así se lo dijo a Andrés.

—No puedo creer que no tengas el CD. Yo lo llevo en el coche. Lo pongo mucho. ¿Ya no escuchas a The Boss?

—Sí, alguna vez, pero esta canción hacía siglos que no la oía.

—Si te das cuenta parece que la han escrito para nosotros. Hoy siento lo mismo que entonces… cuando te veo con él...

—No, no hablemos de Alfonso, por favor. No lo estropeemos —dijo en un susurró bajando los ojos.

—Te regalaré el CD. Es nuestra canción, Lilian, siempre lo fue. Entonces y ahora. Y dime, ¿podemos escondernos en algún lugar para besarnos?

Ella se rió y lo besó emocionada.

—Humm… ¿No decías que aquí no? Si lo llego a saber, hubiera puesto la música, primero.

Lilian sonrió.

—Todavía me acuerdo de la enorme bronca que tuve con mi madre porque no me dejaba ir al concierto, ¿te acuerdas? —dijo entre risas—. Estuvo días sin hablarme, cuando se enteró de que iría a pesar de su oposición, y después cuando volví, por haber ido sin su permiso. Y eso que le rogaste, prometiendo que cuidarías de mí.

Andrés se acordaba muy bien de cómo Ángela le había dicho delante de él, que no iría al concierto de ninguna de las maneras. A lo que Lilian le respondió que ya había comprado la entrada y pensaba ir como fuera. Ella adivinó que la presencia de Andrés en esa riña la había salvado de que su madre le arreara un bofetón, porque estaba realmente sulfurada. Por ese motivo, se pasó el resto del día con Andrés, y no volvió hasta la hora de cenar, cuando el ambiente se había calmado un poco.

—Creo que eso le molestó mucho más. Y además se imaginó que te reunirías con tu novio. Se llamaba…

—Felipe… —aclaró ella.

—Confieso que me puse muy celoso. Apenas dormí pensando que estabas con él —dijo mirándola a los ojos sonriendo.

—Pero tú y yo no éramos nada, solo amigos. No tenías por qué…

—Puede, pero ese día en especial, odié a Felipe a muerte y aquella noche más que nunca. Menos mal que al día siguiente nos fuimos. No hubiera soportado verte más horas pegada a él.

—Por eso estabas tan raro. Ni me hablabas, ni me mirabas. Supuse que estabas enfadado. Me ignoraste en todo el viaje de vuelta.

Él se rió. También lo recordaba. Felipe se había portado muy bien con todos ellos. Les dejó pasar la noche en el piso que compartía con otros estudiantes. Todos llevaron saco de dormir para acostarse en el suelo, pero Lilian no lo utilizó. Se fue a la cama de su novio. Lo que ninguno de ellos llegó a saber nunca es que no hicieron otra cosa que besarse. No hicieron el amor como todos creían. Ella aseguró estar agotada y muerta de sueño. Habían llegado apenas cuatro horas antes de empezar el concierto después de pasarse mediodía en el tren, se habían acostado tardísimo, y al día siguiente tenían que madrugar para emprender el viaje de vuelta, porque para colmo estaban con exámenes. También saber que Andrés estaba a escasos metros de la habitación sirvió para frenar el poco deseo que ya sentía hacia Felipe.

—¿De qué te ríes? —preguntó Andrés.

—No pasó nada aquella noche. Yo ya tenía muchas dudas acerca de mis sentimientos hacia él. Le puse todo tipo de excusas, y como era un buen chico, lo aceptó. Pero lo cierto es que… —lo miró y volvió a sonreír—, de buena gana hubiera compartido tu saco de dormir.

—¿Por qué no lo hiciste? —preguntó él sorprendido de su confesión.

Ella soltó una risita.

—Entonces era una chica decente, no como ahora.

Se quedaron mirando como si fuera la primera vez que se veían. Con los sentimientos a flor de piel, deseando comerse a besos. Fue ella quien le acercó los labios. Ya no le importó que los vieran. En ese momento con aquella música de fondo, ya que John había vuelto a repetir la canción, se sentía feliz. El resto del mundo había dejado de existir y deseaban recuperar todos aquellos besos perdidos que habían dejado en el camino.

 

Una hora después, se despidieron de John y se fueron. Habían quedado con Juan y su esposa, además de con Lorena, y otros compañeros del hotel, para cenar en un restaurante mexicano.

Al principio, Lilian se sintió un poco inquieta y desconcertada ante la idea de que todos sabían que estaba casada. Se había quitado el anillo antes de la cita con Andrés y lo tenía guardado en el bolso. También evitó los gestos cariñosos, y acercarse demasiado a él, aunque estaba segura de que todos estaban al corriente de su relación.

Hacía tiempo que no se divertía tanto. Juan, a pesar de su imagen de hombre serio, era muy gracioso contando chistes. Físicamente, no se parecía en nada a Andrés, era bastante robusto y fuerte, de ojos también azules pero de facciones más duras que las de su hermano. También lo había conocido de joven, y ya entonces salía con la que ahora era su mujer. Juan la miró por un momento y sonrió.

—Lilian —dijo—, me acuerdo cuando venías a nuestra casa con Andrés, y os pasabais la tarde fumando y escuchando a Bruce Springsteen, aunque la excusa era que ibais a estudiar.

Ella se rió divertida.

—De vez en cuando estudiábamos —aclaró Andrés—. ¿A qué sí, Lilian?

—Muy de vez en cuando… —afirmó haciendo una mueca divertida.

Después de una estupenda cena y de tomarse varias margaritas, Juan pidió unos chupitos de tequila. Cuando Lilian se levantó poco después para ir al baño, pensó que debería de pedir un café bien cargado porque estaba un poco achispada.

A la vuelta se cruzó con Lorena y otra chica que la miraron de arriba abajo.

—Menuda puta… —escuchó a sus espaldas.

Sabía que iba por ella. No supo discernir cuál de las dos chicas lo había dicho. No se volvió ni dijo una sola palabra. Regresó a la mesa, y le comunicó a Andrés en voz baja, que deseaba irse de allí.

No tardaron en despedirse del resto. Cuando entró en el coche de Andrés estaba tan seria que él se inquietó.

—¿Qué te ocurre? —preguntó.

Lo miró y sonrió.

—Nada, estoy cansada. Y creo que he bebido demasiado —respondió sin mirarlo.

—¿Seguro? —preguntó extrañado de su cambio de humor.

—Sí, de verdad —volvió a sonreír—. Y, anda, pon un poco de música. ¿Dónde tienes el CD de nuestra canción?

La música hizo que se sintiera mejor. Lo miró en silencio mientras él conducía atento a la carretera. No podía describir lo que sentía por dentro. Nunca había sentido lo mismo por Alfonso. ¿Cómo había estado tan ciega? ¿Qué había hecho con su vida? Y lo que más le inquietaba, ¿qué iba a pasar ahora?

 

A llegar a la habitación, dejó que la cubriera de besos, se aferró a él porque deseaba sentirlo, amarlo, ser suya una vez más, aunque fuera solo por esa noche. Quizás la última. Al día siguiente volvería a su vida. A su realidad: a convivir con Alfonso, su marido.

Pasaron largo tiempo en el jacuzzi. Permanecían abrazados disfrutando del masaje del agua, hasta que empezaron a besarse y acariciarse e hicieron el amor hasta quedar rendidos.

—A veces me siento muy culpable —confesó entre los brazos de Andrés a la mañana siguiente.

—No digas eso, ¿por qué?

—Por lo que hago. ¿Cómo puedo estar haciendo algo así? —preguntó—. Tengo un marido…

—Un marido que te engaña. Y repito tus palabras.

Ella le había comentado sus sospechas y aunque Andrés no podía confirmarlo, no le causó extrañeza alguna. Podía apostar que sí, por ambos lados, tanto por Alfonso como por Eva.

—¿Qué va a pasar ahora, Andrés? —preguntó Lilian.

Él se estaba vistiendo y ella permanecía echada sobre la cama.

—¿A qué te refieres?

—¿Crees que debo dejar a Alfonso? — preguntó ella.

Él se quedó callado.

—Dime algo.

—Eso es algo que tienes que decidir tú, Lilian.

Lo miró desilusionada. Esperaba que le dijera que sí.

—Ya, tú tienes fobia a los compromisos. No has cambiado.

—No se trata de eso.

—¿Entonces?

—Piénsalo bien. ¿Eres capaz a renunciar a todo lo que tienes ahora, por mí? ¿Romperías con todo?

Lilian se quedó en silencio.

—Es una decisión muy difícil la que tienes que tomar. Me gustaría decirte que sí, que lo dejes todo, pero si no te hiciera feliz nunca me lo perdonaría, Lilian. Tú siempre has querido formar una familia, un hogar. Yo deseo estar contigo, pero no sé si tú lo quieres de verdad.

—Es muy duro romper con todo —afirmó ella—. Y tú tampoco estás seguro, ¿verdad?

Se le llenaron los ojos de lágrimas y se giró para que no pudiera verla.

—Lilian, yo solo te digo que lo pienses. No te estoy negando nada. Por favor, mírame.

Pero no lo miró.

—Voy a vestirme. —Se levantó de la cama, cogió la ropa y se metió en el baño.

Cuando ella ya salió vestida. Él estaba esperando.

—Me voy, Andrés. Y, perdona. Tienes razón, todo esto me sobrepasa. Tengo que pensar mucho, meditarlo con calma. Pensé que sería fácil tomar una decisión, pero no lo es, hay demasiadas cosas en juego.

Él se acercó. La besó.

—Te parecerá una tontería. Pero déjame salir primero. No quiero que nos vean… —dijo ella.

—Está bien. Como quieras.

Observó cómo abría la puerta para desaparecer tras ella. Se sintió el peor de los hombres por seguir ocultándole lo de Alfonso. Pero pensó que si se lo contaba y le explicaba todo lo que sabía, no lo iba a creer.

 

 

Lilian trataba de analiza sus sentimientos de forma racional. Buscaba disculpas fáciles para entenderse a sí misma y a su manera de proceder, pero de pronto surgía esa otra Lilian que la juzgaba convenciéndola de que se engañaba con ensoñaciones que pertenecían al pasado, a un sentimiento arraigado en su interior que convertían a Andrés en el centro de su vida. Pero ¿se estaba engañando de verdad?

Pasó muchas horas meditando, luchando contra su voluntad, intentando averiguar si la hostilidad que sentía hacia Alfonso era justificada o solo era una excusa para no sentirse mal por lo que estaba haciendo.

Cuando escuchaba la voz de su marido hablándole de los planes que iban a hacer juntos, aunque solo fuera ir al club de golf el fin de semana, se enfurecía y sentía rencor hacia él por considerarlo culpable de no estar con Andrés. Entonces buscaba cualquier pretexto para discutir y desahogar su enfado hasta quedarse sin aliento.

Y aunque se había acostumbrado a la actitud fría y al desdén de Alfonso cuando se enzarzaban en una riña, lo prefería a tener que tragárselo todo sola. En ocasiones le apetecía salir corriendo. No soportaba la altivez ni la forma humillante en la que se dirigía a ella en esas situaciones, y acababa sintiéndose dolida.

Después se refugiaba pensando en Andrés. Algún día estarían juntos, saldrían sin tener que esconderse, recordarían… Se dio cuenta de que en ese futuro, Alfonso estaba excluido. Y eso era, en ese momento, lo que más deseaba.

Había recibido un paquete traído por un mensajero esa mañana de sábado. Al abrirlo se encontró con el CD de Bruce Springsteen, con una nota que decía: «Nuestra canción”».

Cuando Alfonso regresó de comprar la prensa del día y al entrar en casa reconoció la voz del cantante, le incomodó.

—¿Otra vez te ha dado por este tío? Pensé que ya no perdías el tiempo escuchando su música —dijo molesto.

—Ya sé que no te gusta, pero a mí sí. Y tengo todo el derecho del mundo a oírlo.

—Al menos ¿puedes bajar el volumen?

Él siempre había detestado la música que a ella le gustaba. Cuando empezó a sonar su canción, Lilian se acercó a la cadena musical y subió el volumen a propósito.

Alfonso la miró enfadado.

—¿Qué haces, Lilian? Ya estaba suficientemente alto. ¿Estás sorda? Estoy intentando leer el periódico.

Como ella no se movió ni bajó la música, salió enfurruñado del salón y se fue al piso de arriba.

Lilian cerró los ojos y pudo ver el rostro de Andrés en su mente, mientras la letra que estaba escuchando le recorría por todo el cuerpo, erizando su piel y traspasándole el alma.

 

«And I wish I were blind when I see you with your man»3

3 - Desearía ser ciego cuanto te veo con tu hombre.

Sin quererlo sus ojos se llenaron de lágrimas.

 

 

Habían pasado dos semanas sin verse. Él tuvo numerosos compromisos de trabajo y a las horas que quedaba libre, a ella le era imposible escapar sin que Alfonso sospechara. También su madre parecía estar al acecho y aparecía por casa cuando menos lo esperaba o la llamaba con cualquier excusa. Lilian fue consciente de que intentaba controlarla.

En la última conversación que habían tenido madre e hija, esta había vuelto a insistir en que estaba pensando en serio lo del divorcio y que estaba buscando el momento oportuno para decírselo a Alfonso. Como era de esperar, Ángela se enfadó y trató de convencer a Lilian de que iba a cometer un tremendo error si daba ese paso. Pero una vez más, Lilian no quiso escucharla.

 

 

Caminaba por el pasillo rumbo al despacho de Juan donde se había citado con Lorena, Andrés, y otra parte del personal para una reunión. Una de las puertas de la izquierda estaba abierta, y al pasar, una mano la agarró y tiró de ella hacia adentro. Se asustó pero antes de que se dejara llevar por el susto, la boca de Andrés se posó sobre la suya, silenciando cualquier grito que pudiera lanzar. Entre risas, él la arrastró hasta la pared y le levantó la falda sin dejar de besarla, pegando su cuerpo al de ella.

—No, aquí no… —protestó Lilian.

—Mi despacho está ocupado —murmuró, mientras se arrodillaba y le separaba las piernas, que ella aún abrió más para dejarle paso. Se retorció de placer cuando sintió la boca de Andrés sobre su sexo.

Abrumada por la ansiedad de verse descubiertos, se excitó tanto que no fue capaz de decir nada y mucho menos negarse. No podía resistirse. Estaba presa de deseo, contagiada por la pasión de Andrés. Solo se escuchaban sus jadeos. Y mientras hacían el amor, medio vestidos, Lilian pensó que nadie podría satisfacerla nunca como él lo hacía.

Cuando terminaron y se arreglaron la ropa, estaban empapados de sudor.

—Oh, Dios, Andrés. No podemos salir así. Se van a dar cuenta. ¡Lorena! ¡Tu hermano! ¡Todos!

Él sonrió y la observó. Movió la cabeza

—Ahora que lo dices, estás toda despeinada, pero estás preciosa. Ven, subamos a la habitación. Nos arreglaremos allí. —Tomó el rostro de ella entre sus manos y volvió a besarla—. Vamos…

Ya en el baño Lilian se lavó la cara e hizo lo posible por recomponer su aspecto, echándose un poco de colorete, retocando los labios, y peinándose, mientras Andrés se cambiaba de camisa. Quedaron en llegar por separado. Primero apareció él, y cinco minutos después, ella abrió la puerta y entró sonriente.

—Perdón por el retraso —dijo—. Había un tráfico horrible, por eso no he podido llegar primero.

Lorena la miró de arriba abajo. Observó que tenía una carrera en la media. Llevaban largo rato esperando por los dos, y juraría haber visto el coche de Lilian en el aparcamiento mucho antes. Andrés bajó la mirada a la alfombra y no pudo reprimir una leve risa. Ella tuvo que desviar la vista para otro lado para no contagiarse.

 

Juan al igual que Lorena, había visto el Mini aparcado y no tardó en sacar conclusiones. Tosió como para aclararse la garganta, y aconsejó a su hermano, que permanecía de pie, que tomaran asiento, ya que la reunión podía alargarse más de lo que pensaban.

—Bien. Empecemos…

Apenas se miraron. Ella no paraba de retorcer un mechón de pelo que le caía sobre el ojo derecho e intentaba prestar atención a las palabras de Juan. Seguía reviviendo lo sucedido en aquel cuarto y le daba una enorme vergüenza tener que reconocer que había sido fantástico. La improvisación, el morbo, el juego... un laberinto excitante del que no creía poder salir. No se sentía con voluntad para hacerlo. Puede que no fuera lo correcto, pero romper las normas, algo que apenas había hecho en sus casi treinta y cinco años, era de lo más tentador.

 

 

Dos días después Lilian se quedó desconcertada al recibir una llamada de su madre.

—Me he encontrado con Alfonso esta mañana. Hemos estado hablando y me ha dicho que tenéis muchos problemas. Por supuesto, supongo que no tiene ni idea de lo tuyo y ese… ¿No te da vergüenza, Lilian? Me parece imposible que seas tú. No te reconozco.

Lilian se quedó sin habla. No podía entender que Alfonso hubiera hecho tal cosa. Dejó que su madre la sermoneara durante un buen rato. Escuchó en silencio sin decir nada.

—Tenéis que solucionarlo, Lilian. Alfonso te quiere.

—Vaya. Y ¿te ha contado que me ha puesto los cuernos cientos de veces y que tiene una aventura con Eva?

Su madre no respondió.

—No es ningún inocente, mamá. No puedo soportar que se haga la víctima.

—Espero que seas sensata y que esa tontería con Andrés se haya acabado. No renuncies a tu matrimonio, Lilian. Cometerás un gran error.

—Vale, mamá. ¿Ya has terminado?

La escuchó protestar y enfadada, colgó.

Cuando regresó Alfonso, Lilian se lo echó en cara.

—Te encanta hacerte la víctima. ¿Por qué has ido a contarle a mi madre nuestros problemas? —le dijo nada más entrar.

Alfonso aseguró que se habían encontrado por casualidad y que el tema había surgido sin buscarlo.

—Después de todo es tu madre. No es ninguna extraña. No sé por qué te enfadas.

Le pareció el colmo del cinismo. Cómo si a él le hubiera importado alguna vez lo que opinaran o dejaran de opinar sus padres, y así se lo dijo.

—¡Que poco me conoces, Lilian!

—En eso has acertado. Creo que no te conozco en absoluto.

Él la miró de arriba abajo y sonrió, pero no dijo nada.

 

 

Ángela estaba preocupada y enfadada al mismo tiempo. No paró de darle vueltas al tema de su hija Lilian.

—¿Qué te pasa? —preguntó Santiago—. ¿Te encuentras bien?

Ella lo miró y lanzó un suspiro. Si tú supieras…

—No sé para qué se tienen los hijos —dijo lamentándose —. Cuando son pequeños no dejas de preocuparte por ellos, y cuando son mayores, que crees que va a ser todo mucho más fácil, también te llenan de preocupaciones.

—¿A qué viene eso, Ángela? ¿Has tenido algún problema con las chicas? ¿Es Lilian?

Ella negó con la cabeza.

—No, nada. No me hagas mucho caso. Tonterías mías. Me ha dado por ahí.

—Pero será por algo —afirmó queriendo indagar—. ¿Habéis discutido?

—Bueno, ya sabes que no se le puede decir nada porque enseguida salta, y últimamente está de un humor... ¡Qué falta le haría quedarse embarazada de una vez! —exclamó disimulando.

—No sé para qué dices entonces que es mejor no tenerlos —respondió sonriendo ante la gran contradicción que acababa de decir.

—Tal vez así se daría cuenta de lo que duelen los hijos —afirmó tratando de sonreír.

—En eso tienes razón, Ángela. No se sabe hasta que se tienen.

Ella sonrió. Ya no deseaba hablar más del tema, temía lanzarse y soltarle todo a su marido. Sería un gran error, porque si ella misma no aprobaba el comportamiento de Lilian, su padre, muchísimo menos, y no deseaba más disgustos por ningún lado.

Recogió las tazas que estaban sobre la mesa de la sala y se fue a la cocina. ¿Qué madre no intenta ayudar a una hija a la que ve desviarse del camino? Pero aunque tuviera razón, Lilian nunca agradecería sus intentos por devolverle la sensatez. Su hija siempre recurría a la misma frase que llevaba escuchando muchos años: «Es mi vida, mamá. No tienes que entrometerte».

Las familias idílicas y felices cien por cien solo existen en las películas, se dijo, mientras buscaba el detergente para poner el lavavajillas. Y no podía quejarse, sus hijos eran buenas personas, no les había dado por el alcohol, u otras tragedias que recordaba de algunas de sus conocidas como la vecina del quinto, que de tres hijos, dos habían pasado varias veces por centros de desintoxicación por la droga, sin conseguir rehabilitarse del todo. Y no era porque les hubiera faltado dinero, ni cariño, ni medios de supervivencia. Lupe había sido siempre una madre entregada y seguía siéndolo, desviviéndose por ellos, desde pequeños.

Viendo esa situación y otras que conocía, tal vez debería dar gracias al cielo por que su único problema era que su hija se estaba acostando con otro hombre que no era su marido. Había perdido la cabeza por el dichoso Andrés.

El día que lo vio en la tienda, observando la ternura como su hija y él se miraban, adivinó que el antiguo amigo de Lilian no traería más que problemas. Y como siempre, no se había equivocado.