30
Tardó varios días en asimilar lo ocurrido con su amiga. Aunque esta la llamó en varias ocasiones, intentando disculparse, en un principio Lilian no estaba por perdonarla, pero el día justo antes de que volviera a Suecia, llamó a Olga para invitarla a casa a merendar y pasar un rato juntas. Su amiga se volvió a disculpar, asegurando que no había sido su intención herirla y que reconocía su error. Lilian la perdonó y se dieron un fuerte abrazo. Después de todo era su única amiga.
Olga le confirmó el gran parecido que tenía Adrián con Andrés.
—Tienes que decírselo, Lilian. En serio, tiene derecho a saberlo. Quizás sea la manera de que puedas dejar a Alfonso.
Pero Lilian le confesó que en algunos momentos se sentía desesperada ante su situación.
Por otro lado, Andrés estaba impaciente por recibir su llamada pero temía que no sucediera nunca. Entonces tendría que ser él quien se presentara en su casa o donde estuviera, con tal de habla con ella y aclarar todas sus dudas.
No pensaba volver a Londres. Se reincorporó a su trabajo al hotel y alquiló un apartamento céntrico para él solo. Su madre comprendió que no iba a vivir siempre en la casa familiar, pero por eso no dejó de sentirlo. Había estado tanto tiempo lejos de ella que deseaba tenerlo a su lado. Por lo menos hasta que viviera con una mujer y formalizara su vida.
Pilar seguía afirmando que el niño de Lilian era clavadito a él a su edad y aunque no deseaba atosigarlo, le decía un día y otro también que tenía que averiguar la verdad.
—Dame tiempo, mamá —respondía—, primero tengo que conseguir que Lilian quiera verme.
—¿Quieres que la llame y la invite a casa a merendar una tarde?
—No, mamá. Tranquilízate. Ni se te ocurra. Déjamelo a mí. No se te ocurra llamarla.
—Bueno, hijo. No, no lo haré. Yo solo quiero ayudar.
—La mejor forma de que me ayudes es no haciendo nada, mamá.
—Están bien. Lo que tú digas.
Por fin, Andrés recibió la llamada tan esperada una semana después. Estaba colocando unos libros en la estantería cuando el móvil empezó a sonar. En ese momento pensó que podría ser cualquiera menos ella. El teléfono que estaba encima de la mesa reflejó en la pantalla el nombre Lilian, y se apresuró a cogerlo, dejando caer los libros sobre el sofá. La conversación fue breve, ella afirmaba que podía verlo al día siguiente por la tarde, y él le dio la dirección de su apartamento, así podrían hablar a solas sin que nadie los interrumpiera. Sabía muy bien que solo iban a hablar y que no debía de intentar nada más, aunque le supusiera un gran esfuerzo no tocarla.
A las cinco pasadas el timbre del portal sonó. Andrés abrió desde arriba y pudo ver por el vídeoportero que reflejaba la imagen de la entrada que estaba preciosa.
Lilian había dejado a Adrián en casa con Esmeralda, ya que sus padres habían ido a Covadonga con la abuela Asunción, algo que hacían todos los años por una promesa hecha a la Virgen. Siempre iban el mismo día del año, a no ser que tuviera motivos serios para no asistir. Lilian no recordaba que era en esa fecha.
—Lilian, ya habíamos quedado en ir con la abuela. Ya sabes la ilusión que le hace ir este día que fue cuando se casó con tu abuelo, que en paz descanse —le dijo su madre la noche anterior por teléfono.
—No te preocupes mamá, lo dejaré con Esmeralda. Será poco tiempo, solo es una entrevista de trabajo.
Sintió tener que mentirles pero no podía decirles nada de Andrés, y mucho menos que iba a verlo. Su madre se hubiera puesto como una loca.
Antes de entrar en el portal miró hacia todos lados. No sabía por qué pero a veces le daba la impresión de que la seguían. No vio nada raro ni nada sospechoso, por lo que desterró la idea.
Subió por la escalera los dos pisos, no esperó ni al ascensor. Al desembocar por el pasillo, lo pudo ver apoyado en el marco de la puerta. Sintió que se le caía el alma en pedazos y que su corazón se desbocaba al tiempo que sus ojos se llenaban de lágrimas.
Él parecía tener la misma sensación. Tragó saliva cuando la tuvo frente a él, y tuvo que sobreponerse para no dejarse llevar por las emociones que estaba sintiendo.
—Lilian… —susurró.
La invitó a pasar, y ella entró sin siquiera sonreír ni decirle nada.
—Disculpa el desorden pero estoy instalándome… —dijo mirándola—. Pasa…
Numerosas cajas con libros y muchas más cosas estaban en el suelo.
—Pasa, ven, siéntate. Ponte cómoda… —repitió llevándola hasta el salón.
—No, no quiero sentarme —afirmó ella volviéndose hacia él—. Dime lo que tengas que decirme…
Él comprendió que no iba a ser fácil. Ella estaba tensa. No parecía sentirse cómoda ante él.
—Mejor siéntate. ¿Quieres tomar algo?
—No. Gracias. Tengo mucha prisa, Andrés. No me hagas perder el tiempo —dijo poniéndose a la defensiva. Estaba intentando hacerse la dura, la fuerte, intentando hacerle creer que no le afectaba para nada el tenerlo delante.
—Bien. Yo tampoco estoy para perder el tiempo —respondió molesto—. Pero te pido que te sientes. Lo que tengo que decirte es largo, te cansarás de pie…
Ella soltó un bufido pero accedió y se sentó en una de las butacas. Él se sentó frente a ella.
—Lilian… sobre todo lo que pasó en Londres…
Empezó a relatarle todo lo que sabía, desde el primer día que conocieron a Alfonso en su bar, hasta la relación de este con Miss Brady, que no era otra que Maite Martínez; lo que pasó después que ella desconocía totalmente, y la última conversación que había tenido con la joven días antes de emprender el vuelo a España.
Ella escuchó todo sin casi pestañear, sin dejar de mirarlo, pero con la expresión de que no se creía nada. Cuando él terminó se quedaron en silencio durante unos segundos.
—¿Por qué tendría que creerte? —dijo de pronto.
Él le sostuvo la mirada y respondió.
—Es la verdad, Lilian. Te lo juro. No te estoy mintiendo.
Ella se levantó.
—Creo que venir ha sido un gran error —afirmó—. Todo en realidad ha sido un gran error. Nunca debí liarme contigo.
Él, de pie, se acercó.
—Lilian…
La cogió por los brazos y la miró, pero ella bajó los ojos.
—Lilian… mírame.
Ella levantó la vista.
—Dime que no me quieres. Que no sientes nada por mí y te dejaré en paz pero dímelo… dímelo mirándome a los ojos. Vamos, dímelo…
Ella intentó decírselo pero no le salieron las palabras. Sus ojos estaban humedecidos por las lágrimas.
—Vamos, dímelo… —volvió a insistir Andrés.
Ella rompió a llorar.
—No… no… te… quie… quiero… —dijo entre sollozos—. Y déjame, me tengo que ir —afirmó empujándolo.
En vez de soltarla, la abrazó.
—Lilian… —susurró—, cariño… Te he echado tanto de menos. Te quiero tanto.
Pero ella le pidió por favor que la soltara. Andrés obedeció.
—Adiós, Andrés. Es lo mejor… sigue con tu vida. Yo seguiré con la mía. No dudo de que parte de lo que me has dicho sea cierto, pero todo eso que dices de Alfonso no puede ser verdad. Él no es como dices. Jamás haría algo así. No, Andrés, no te creo… Lo siento, Si pensabas recuperarme de este modo, te has equivocado.
—No, Lilian, escucha. Por favor, te lo ruego…
Intentó abrazarla de nuevo pero ella se escabulló de sus brazos.
—Por favor. Tengo que irme.
Él se dio por vencido. La dejó marchar. Sabía que no iba ser nada fácil convencerla. Además no le había hablado del niño. Ninguno de los dos lo había mencionado. Pero si ni siquiera le creía, cómo iba a decirle que el niño no podía ser de Alfonso. Desolado, se dejó caer en el sillón.
—Maldita sea… —exclamó.
Lilian estuvo un rato en el coche tratando de comprender todo lo que Andrés le había explicado. Algunas cosas ella misma las había podido comprobar. Miss Brady era Maite Martínez, una chica que trabajaba en el bar de Andrés y John cuando Alfonso la conoció. Vale, se habían liado y como resultado Maite tuvo una niña, Rebeca, de la que afirmó siempre que Alfonso Torres era su padre. En ese tiempo, ella estaba comprometida con él. Tenían fecha de boda y en cuanto volviera de Londres se casarían. Por temor a las advertencias de la joven que amenazaba con decirlo todo, Alfonso accedió a pasarle un dinero mensual para ayuda de la manutención de Rebeca. Hasta ahí todo bien, pero todo lo demás… no, Andrés intentaba reconquistarla al tiempo que se vengaba de su marido. No, por ahí no iba a pasar de nuevo. Se separaría de Alfonso en cuanto pudiera pero no deseaba volver con Andrés. Haría su vida sola con su hijo. Estaba segura de que ese era el mejor camino para seguir adelante.
No pudo dejar de pensar en Andrés en los días siguientes. ¡Cómo podía amarlo tanto! Lo perdonaba, claro que sí. Lo perdonaba todo, aunque no volviera con él.
—Este sábado es la cena benéfica —anunció Alfonso al llegar a casa una noche.
—No me apetece ir, Alfonso.
—Lo siento pero tienes que venir. Ya he dicho que sí, y he pagado el cubierto. Habíamos quedado en que me acompañarías a ciertos eventos, y este es importante. Así que vendrás y no me busques excusas. El año pasado estabas con el embarazo y a reposo, pero esta vez no. A Adrián lo dejaremos con tus padres.
Ella no dijo nada. Había leído en la invitación que otra vez se celebraba en el hotel Princesa del Norte, y temía encontrarse allí con Andrés.
—¿Por qué no vas con Eva? —preguntó de pronto.
Alfonso sonrió cínicamente.
—Hace siglos que no sé nada de tu prima. No sé si irá por su cuenta. Conmigo no.
Lilian no sabía qué creer al respecto. Si estaba con Alfonso, esta vez eran muy discretos. Se imaginaba que tenía a otra, pero por más que intentó averiguarlo, no descubrió nada.
♡
Esta vez no fue Eva, ni tampoco había rastro de Lorena, pero sí estaba Andrés. Lilian no supo dónde meterse cuando lo vio a lo lejos sonriendo y hablando con otras personas. Alfonso, que tampoco lo esperaba, se sintió molesto cuando lo distinguió entre los presentes, pero sabía canalizar sus emociones de modo que no se apreciara lo que sentía por dentro. Miró a Lilian sonriente.
—Vaya, tu amiguito ha vuelto —dijo en voz baja.
Ella no respondió nada pero él pudo darse cuenta de su turbación. Andrés evitó saludarlos, y se alejó todo lo que pudo de la pareja.
La cena estuvo bien, como todos los años. Compartieron la mesa con otros conocidos, y con Carolina e Ignacio.
—¿Bailarás conmigo una pieza? —preguntó Ignacio mirándola.
¡Dios! ¡Había baile! Con eso sí que no contaba. Palideció. Después de las rifas, la música empezó a sonar y diversas parejas salieron encantadas a bailar, entre ellos, el matrimonio de Carolina.
Alfonso siguió hablando con otro comensal mientras permanecían sentados a la mesa. Ella buscó a Andrés con la mirada. Lo había evitado durante toda la noche, apenas se había fijado en él. Estuvo muy callada escuchando a Carolina hablando de su perfecto hijo Borja y de su no tan perfecta posible nuera: Lorena, que no era de su agrado, entre otras cosas porque era casi cinco años mayor que su hijo. Lilian se guardó mucho de dar su opinión sobre la joven. Por un momento se preguntó si esta comentaría de ella y de Andrés. No le extrañaba que lo hubiera hecho ya, pero sabiendo cómo era Carolina, seguro que lo hubiera insinuado sutilmente. Quiso pensar que la chica no había abierto la boca. Y en efecto, acertó. Alfonso se encargó de dejarle muy claro que no iba a permitir comentarios sobre su esposa ni sobre él. Incluso llegó a amenazarla con hacer que la despidieran o contarle directamente a Borja que habían sido amantes, algo por lo que el muchacho no iba a pasar. Incluso tenía pruebas porque Alfonso intentaba no dejar nada fuera de su control. La joven le aseguró que el secreto moriría con ella.
—Más te vale, jovencita. Más te vale…
Lorena le tenía miedo. No iba a negarlo. En lo poco que duró su relación pudo comprobar que Alfonso no era ningún santo y llegó a compadecer a Lilian e incluso a entenderla. Teniendo al alcance a un hombre como Andrés, que era todo dulzura y delicadeza, era de locos quedarse con Torres.
Ahora estaba feliz con Borja. Aparte de un encanto, era el hijo único de una acaudalada familia, y le daba todos los caprichos. El chico manejaba mucho dinero para ser tan joven y se desvivía por ella. Solo tenía que abrir la boca para que él hiciera lo imposible por conseguírselo. No podía pedir más.
Ignacio la invitó a bailar y aunque a ella no le apetecía mucho, pensó que sería una descortesía no aceptar. Además seguro que si le decía que no, tendría que soportar a Alfonso echándoselo en cara. Aceptó afirmando que solo bailaría una pieza.
Andrés que estaba a su vez observándola desde lejos, al verla bailando se acercó a una de sus amigas, nueva en el personal del hotel, y casi la obligó a que le aceptara el baile. Se acercó todo lo que pudo a donde estaba Lilian. Tanto que casi chocan entre ellos.
Allí, los dos, a pocos pasos uno del otro no dejaron de mirarse todo el tiempo que duró la música. Ella estaba deseando terminar porque le parecía que no podría aguantarlo más… y él deseando que no acabara nunca porque al menos podría contemplarla como lo estaba haciendo. Cuando la música cesó ella volvió a su sitio.
—Bailas muy bien —le dijo Ignacio.
—Gracias —respondió intentando sonreír.
No quiso levantar los ojos para no seguir viendo a Andrés, que seguía bailando con la chica desconocida. Después de unos minutos, cuando la música se detuvo, lo buscó con lo vista pero no pudo encontrarlo. Por un lado, respiró aliviada. Decidió seguir con la conversación que mantenía Carolina con las otras mujeres hablando de las últimas tendencias de moda. No es que le importara mucho pero le serviría para distraerse y no pensar.
Sintió que se le erizaba la piel y que se emocionaba una vez más hasta las lágrimas cuando pudo escuchar la música que sonaba por los altavoces. Alguien que no podía ser otro que Andrés, había puesto el CD de Bruce Springsteen con «su canción»…
Levantó la vista. Estaba observándola mientras la música continuaba. Algunas parejas bailaban. Él no. Andrés solo mantenía los ojos clavados en los suyos. Aunque estaba a cierta distancia, no dejaban de mirarse.
Lilian ya no atendió a nada. Abrumada por todo lo que estaba sintiendo, decidió salir del salón. Iría al baño a serenarse un poco. Cuando se calmó, salió y se encontró a Andrés en el pasillo, que acercándose, le dijo en voz baja: ven.
Ella no hizo nada por contradecirle porque no quería montar ningún número ante las personas que iban y salían de los lavabos.
Entraron en un cuarto. Ya dentro, él cerró con pestillo. Ella lo miró confusa.
—¿Qué quieres? —preguntó.
—A ti, Lilian. Eso es lo que quiero…
—¿Por qué no me dejas en paz? —preguntó ella—. Estoy ahí con mi marido y tú no haces otra cosa que provocarme, mirándome, poniendo nuestra canción. Por favor, Andrés, ¿qué pretendes? Lo único que intento es hacer las cosa bien, pero no me dejas, no me dejas… —repitió—. No puedo ni vivir sabiendo que estás ahí mirándome, observándome… no puedooooo…. —repitió casi con desesperación.
—¿Crees que es fácil para mí, Lilian?
—Estoy casada —dijo ella—. Tengo un hijo.
—Lo sé.
—Es mi responsabilidad. Tengo que cuidar de él, de mi hijo, Andrés. Entiéndelo. Alfonso es mi marido y…
—No puedo soportar verte con él —afirmó él acercándose—. No puedo soportar pensar que te toca, que te besa. Que te tiene…
Ella negó con la cabeza.
—Hace mucho que ni me toca, ni me besa, ni soy suya…. —susurró.
Él se conmovió al oírla y se acercó más.
—Pues yo sí deseo besarte, Lilian. No te imaginas cuánto…
Sujetándole el rostro con ambas manos besó sus labios con suavidad. Y al ver que no respondía volvió a intentarlo entreabriendo los labios y buscando su lengua. Ella ya no pudo resistirse más, le devolvió el beso, buscó su lengua… quiso saborearlo una vez más, otra vez los besos perdidos, los besos que añoraba, los que tanto deseaba…
Fue ella quien se separó.
—Debería volver —dijo acercándose a la puerta.
—Lilian… —dijo él haciendo que ella se girara para mirarlo. —Llámame. Por favor, llámame… —repitió con gesto triste.
Ella no dijo nada. Salió del cuarto y lo dejó solo. Fue al lavabo y se miró al espejo. ¿Por qué tenía que amarlo tanto? ¿Por qué no podía vivir sin él?
La voz de Carolina que entraba en ese momento la hizo volver a la realidad.
—Ah, Lilian, pensábamos que te había pasado algo. ¿Estás bien?
—Sí, es que tenía mucho calor, y salí a refrescarme un poco.
—Sí, la verdad que estás toda colorada.
Ella sonrió. Ambas volvieron al salón. Ni Alfonso ni ningún otro percibieron que en ese mismo momento, detrás de las dos mujeres, Andrés también regresaba a la estancia.
Poco después se fueron. No habló ni una sola palabra durante el trayecto a casa. Alfonso tampoco. Cuando llegaron, ella subió a la habitación y él permaneció un rato en el estudio. Luego se fue a dormir al otro cuarto. Hacía tiempo que ni compartían el mismo lecho.
♡
Al día siguiente volvió a insistirle a Alfonso de que firmara los papeles del divorcio de una vez por todas porque ya no aguantaba más. Ambos estaban en el estudio.
—No creo que te convenga un divorcio, querida. Ya te he dicho que te quitaré la custodia y me quedaré con Adrián.
—No. No podrás.
—¿Estás segura? —preguntó con los ojos fijos en ella.
Abrió un cajón del escritorio con una llave y sacó un sobre. Lo abrió y sacando unas fotos se las dio.
—Es inútil que las rompas. Tengo muchas más.
Lilian observó perpleja diversas fotos en las que estaba con Andrés. ¡Lorena! Había sido ella, por eso les seguía a todas partes. Fotos en el hotel, en la cafetería, en el restaurante, en la tienda donde le había comprado el oso de peluche…
—Esto fue hace tiempo, Alfonso, antes de nacer Adrián. Tú también me has engañado cientos veces.
—¿Ah, sí? ¿Tienes pruebas?...
—Esto no te servirá. Es el pasado. Ahora no hay nada entre Andrés y yo. Soy una buena madre. Todo el mundo lo sabe…
Él cogió otro sobre del cajón y volvió a sacar otras fotos.
—Y… ¿estas de cuándo son?
Ahora sí que se quedó atónita. Varias fotos de ella entrando en el portal de Andrés, llamando al timbre…
—Pero…
—¿Qué crees que va a decir el juez cuándo mi abogado le demuestre que mi maravillosa esposa deja a su hijo al cuidado de la chica de servicio, para ir a ver a su amante? ¿Crees que pensará que eres una buena madre? ¿Que te preocupas de él o más bien qué prefieres comportarte como una puta con ese desgraciado?
—No, eso no es cierto…
—Puedo demostrar que en ese piso vive Andrés Salgado y que tú fuiste a verlo, a encontrarte con él.
—No, no… no es verdad. Pero, ¿has hecho que me siguiesen? ¿Cómo has sido capaz?
Él soltó una carcajada sarcástica.
—¿Creías que me la ibas a jugar, querida? No, Alfonso Torres jamás pierde, jamás. Solo fallé una vez, con la zorra de Maite, pero no, tuvo suerte esa maldita hija de puta, pero tú no, Lilian. Tú me perteneces… y no, no te voy a dejar irte con ese muerto de hambre de Andrés Salgado ni con nadie…
Lilian sintió miedo. No era capaz de reconocerlo. Su voz, sus palabras incluso su mirada parecía la de otra persona.
—Yo tengo el dinero, Lilian. Me necesitas.
Ella negó con la cabeza.
—No, Alfonso. Te dejaré. Me llevaré a mi hijo.
—Y ¿al perro? ¿También te lo llevarás? —Volvió a reírse—. Ese maldito chucho también tuvo mucha suerte. Lo lógico hubiera sido que se muriera en el bosque donde lo dejé, y no que regresara…
Lilian lo miró asustada.
—¿Fuiste tú? ¿Quisiste deshacerte de Andy? Pero ¿por qué?
—Andy ¿le pusiste así por ese amante tuyo? ¡Muy mal, Lilian! Quise castigarte Lilian, por eso lo hice. Quería que sufrieras porque te importaba mucho más que yo…
Ella negó con la cabeza.
—No estás bien, Alfonso. Necesitas ayuda. Déjame ayudarte.
Él golpeo la mesa con furia.
—Estoy perfectamente —gritó mientras de un manotazo tiró al suelo varias cosas que había sobre la mesa.
Estaba fuera de sí. Tanto que Lilian no era capaz ni de moverse porque estaba tan asustada que los músculos no le respondían.
—No te irás ni te llevarás a mi hijo ¡No lo permitiré! No dejaré que te vayas.
—No es tu hijo —dijo ella casi sin pensarlo al tiempo que se acercaba a la puerta.
Él se rió otra vez con esa risa que le daba miedo. Con un par de zancadas, llegó hasta ella y dándole un fuerte empujón la hizo caer al suelo mientras él cerraba la puerta con el pestillo.
—Lo sé, Lilian. Sé perfectamente que no es mi hijo —dijo volviéndose hacia ella que se levantaba del suelo agarrándose a la silla—. ¿Por qué crees que nos hicimos la pruebas en la clínica de mi amigo Humberto Casal? Pero qué ingenua eres, cariño. Tengo Astenospermia. ¿Sabes lo que es? Sí, sí, mis espermatozoides son lentos y pocos —respondió antes de que ella contestara—. Había una posibilidad entre muchas de que te quedaras embarazada, siento tener que decírtelo a estas alturas de nuestro matrimonio, Lilian. Si te digo la verdad ni siquiera sé cómo tuviste dos abortos. ¡Fue un milagro! —exclamó—. Por eso cuando te quedaste embarazada de Adrián tuve mis dudas, y al principio hasta me lo creí, pensé que era mío, pero, no, es un bastardo, hijo de tu amante, un maldito bastardo… pero… —cambió el tono de voz y poniendo gesto compungido le dijo—: ¿Me perdonarás por no habértelo dicho antes? Temía que me dejaras, no podía decírtelo… —añadió a la vez que la zarandeaba con fuerza—. Nooooo, no podía decírtelo…
¡Dios, estaba loco! ¡Completamente loco! Andrés le había explicado que después de que Maite le dijera que estaba embarazada y que no iba a abortar, sufrió una fuerte agresión, que casi la mata. Alguien la golpeó salvajemente para luego empujarla por las escaleras dejándola inconsciente. La rápida llegada de una de sus compañeras de piso, que llamó a la ambulancia, fue lo que la salvó, tanto a ella como al bebé.
El atacante, un joven extranjero, fue apresado, pero alguien pagó la fianza. Pocos días después apareció muerto en un callejón, según la policía debido a un atraco. Tanto John como Andrés pensaron siempre que Alfonso estaba detrás de esos hechos, pero nuca pudieron probarlo. Ambos decidieron investigar por su cuenta y le dijeron a Alfonso que lo denunciarían, pero él no solo se rió de ellos si no que les retó a que lo demostraran. Poco después fue cuando aceptó pasar dinero para ayudar a Maite. Él regresaba a España para casarse con Lilian.
—Entonces tú. Tú… intentaste matarla… —El miedo se apoderó de ella.
—¿Yo qué, Lilian? —gritó enfurecido. De pronto cambió su expresión iracunda por una sonrisa—. ¿A Maite? Oh, Lilian, cariño, lo hice por ti, mi vida… ella pensaba llamarte y decírtelo todo, y eso no podía ser…, no… cariño… iba a estropear nuestra boda… no, no podía ser… no podía dejar que lo hiciera. Por eso contraté a aquel inútil… que hizo todo mal. Yo no fui, Lilian. Fue él. Desgraciadamente alguien lo atracó días después. No se supo quién. Fue fácil, la policía no iba a preocuparse por un inmigrante que vivía en la calle, traficaba con drogas y mataba por dinero. Fue sumamente fácil contratar a otro tipo que se encargara de él. Fue un trabajo limpio, sin huellas, sin rastros. ¿Te sorprende? Oh, no me conoces. Soy capaz de cualquier cosa por conseguir lo que me propongo. Por eso mismo tú no vas a ir a ninguna parte, Lilian. Te quedarás conmigo.
Ella negó con la cabeza. No daba crédito a lo que estaba oyendo. Aturdida intentó escabullirse de él y escapar pero Alfonso la retuvo con facilidad.
—¡Déjame salir…! —gritó.
—No querida, no vas a ninguna parte. Es más, te vienes conmigo. Ya tengo todo preparado, nos iremos esta noche a Brasil. Vamos a empezar de nuevo.
—¿Qué? Pero ¿qué dices? ¿Empezar de nuevo?
—He sacado todo el dinero que he podido. Me van a embargar todo, Lilian. La policía va a venir por mí. Tenemos que huir esta misma noche.
Ella no entendía nada de lo que su marido estaba hablando.
—¿Qué has hecho, Alfonso?
—Ganar dinero, Lilian. Ser un triunfador, y eso aquí no se perdona. ¿No lo entiendes? Ignacio, Cristóbal, Mauricio. Todos estamos implicados…
—No, no —exclamó intentando llegar hasta la puerta.
Volvió a agarrarla por el brazo y tiró de ella con brusquedad haciendo que chocara contra su cuerpo. Lilian intentó darle patadas, abofetearlo pero él tenía mucha más fuerza. Sujetándola vigorosamente, la golpeó dos veces en el rostro haciendo que se tambaleara y cayera al suelo.
—¿Ves lo que me obligas a hacer, Lilian? No eres una chica buena, no te portas bien. En realidad te has portado muy mal. Te has comportado como una puta… y eso a tu marido no le gusta nada. Tienes que aprender a ser una buena chica, Lilian. Ahora vamos a emprender una nueva vida, cariño. Iremos a buscar a Adrián a casa de tus padres y nos iremos esta misma noche —dijo levantándola del suelo a la fuerza.
Ella gritó de pánico. Ahora sí que temblaba aterrorizada. Empezó a llorar. Le sangraba la nariz y estaba muy asustada.
—¿Te he lastimado? No quería hacerlo, cariño. Vamos, ven… —dijo dándole un pañuelo.
Ahora la abrazó pero sujetándole los brazos, para que no intentar nada con las manos. La tenía inmovilizada.
—Por favor, Alfonso —suplicó—, no me hagas daño… por favor… —murmuró con una voz casi inaudible.
—No me vas a dejar ¿verdad? No me dejarás. Seremos la familia que siempre quisimos ser. Los dos, con nuestro hijo Adrián. Porque Adrián es nuestro hijo ¿verdad, cariño?
Ella asintió con la cabeza.
—Sí, es nuestro hijo. Es de los dos… —respondió entre lágrimas.
De pronto escucharon al perro ladrar. El animal había entrado en la casa y por su instinto, presintió el peligro. Estaba tras la puerta. Ladraba y gruñía al mismo tiempo que arañaba la madera con sus patas. Sus ladridos eran más cada vez más fuertes. Alfonso se puso nervioso y soltándola, fue a abrir con la intención de echarlo. Al hacerlo el perro se abalanzó contra él. Momento que Lilian aprovechó para salir corriendo.
Las llaves del coche… ¿Dónde estaban?... en la cómoda, sí… no era capaz de pensar, estaba tan conmocionada y tan aturdida. La nariz había dejado de sangrar pero le dolía mucho la cara, en realidad todo el cuerpo.
Pero pensó en Andy… no…, no podía dejar que Alfonso le hiciera algo.
—Andyyyyyyyyyyyy… —gritó cuanto pudo… silbó…
Al fin el perro apareció y ella le abrió la puerta para que subiera al coche. Cerró con el seguro justo en el momento que Alfonso aparecía.
—¿A dónde vas, Lilian? No me dejes, Lilian… —gritó intentando aferrarse a la puerta cerrada, mientras el perro saltaba de un lado al otro del Chrysler sin dejar de ladrar y gruñir—, esto es el fin, Lilian. No puedes dejarme ahora, no puedes… —gritaba fuera de sí.
Ella arrancó el motor y aceleró sin ver porque la cegaban las lágrimas, la lluvia que caía incesante y estaba aterrorizada por el miedo. Salió a toda velocidad después de que con el mando a distancia abriera el portón de entrada a la casa. Por el espejo pudo ver a Alfonso, que seguía gritando su nombre, pero se tranquilizó al ver que no salía tras ella.
Más que correr voló en su automóvil hasta la casa de sus padres. Había llamado desde el móvil, diciendo que iba para allá, rogándoles que por nada del mundo atendieran las llamadas que Alfonso pudiera hacerles.
Había sido una buena idea llevar el teléfono en el bolsillo del pantalón vaquero. Lo había guardado allí, temiendo que su marido interceptara las posibles llamadas de Andrés, si a ella no le daba tiempo a cogerlo.
Adrián estaba en casa de los abuelos. No quería ni imaginarse que su marido llegara primero y se llevara al niño. La escucharon tan alterada que la esperaron impacientes y no respondieron al teléfono siguiendo sus indicaciones. Tal y como Lilian había dicho, Alfonso no paró de llamar en los minutos siguientes.
Santiago tuvo el presentimiento de que lo que sucedía era algo muy serio. Decidió bajar al portal a esperarla. Cuando divisó el coche que se metía en el parking cercano, fue hacia allí a toda prisa.
Se quedó paralizado cuando la vio acercarse. Tenía las huellas de un fuerte golpe en la cara. Estaba envuelta en lágrimas y se abrazó a él desconsolada.
—¡Papá…!
—¡Dios Mío! Lilian… ¿Alfonso? ¿Ha sido él? ¡Lo mataré! Te juro que lo mataré…
El perro daba vueltas alrededor gimiendo.
—Vamos a casa, papá —suplicó ella.
Mientras subían en el ascensor iban en silencio. Ella conmocionada, sin creer todo lo que había pasado aún y su padre pensando que mataría a su yerno en cuanto apareciera. Él que nunca había puesto la mano encima a ninguno de sus hijos… ¡Que ese desgraciado de Alfonso hubiera sido capaz de hacer algo así! Lo mataría…
Y si él había quedado paralizado. Ángela lanzó un grito cuando la vio ante ella. Lo mismo que su hermana que había llegado pocos minutos antes.
—Lilian…
—Mamá…
La abrazó con fuerza y ambas lloraron mientras Santiago no paraba de decir que lo mataría.
—¿Dónde está Adrián? —preguntó Lilian entre sollozos.
—Está durmiendo la siesta. Pero tienes que ir al hospital, Lilian. Tienen que verte…
—Estoy bien, estoy bien… —dijo sentándose en el sofá.
—Lo que hay que hacer es denunciarlo, papá —exclamó Claudia—. Id los dos, llamaré a Enrique para que venga y esté aquí con mamá y conmigo. Tenéis que ir al hospital o a un centro de salud y luego a poner la denuncia. Tienes que hacerlo, Lilian.
—Yo solo quiero divorciarme… —dijo confundida—. Yo…Alfonso, va a huir del país. Lo tiene todo planeado…
Les contó todo lo que Alfonso había dicho sobre el dinero y su plan de huida.
—Entonces, la policía se encargará de él —afirmó Claudia—. Pero denúncialo, Lilian. Te ha golpeado. Tienes que hacerlo.
—Sí, sí, claro. Lo haré. Ahora solo quiero ver a Adrián.
Fue hasta la habitación y lo contempló unos minutos con los ojos llenos lágrimas. Agradeció que no hubiera estado en casa. Todo hubiera sido mucho más duro y más difícil. Seguro que Alfonso se lo hubiera arrebatado y amenazado con llevárselo o sabe Dios con qué cosas. No podía creerse aún todo lo que había sucedido ni de dónde sacó la fuerza para salir corriendo de esa manera sin mirar atrás ni pensar en nada.
Acompañada de su padre fue a la policía a hacer todos los trámites de la denuncia.
Cuando la policía fuera por Alfonso, no habría rastro alguno de él por ningún lado.
Aquella noche, Lilian, se quedó en casa de sus padres. Se tomó un ansiolítico para poder tranquilizarse. Miró a su hijo que dormía plácidamente en la misma habitación. La que había sido suya toda la vida hasta que se fue para casarse con Alfonso. No era capaz de creerse que había estado casada con un loco. Estaba conmocionada por todo lo ocurrido. Pero ella solo deseaba estar con su hijo, cuidarlo, protegerlo. No le importaba otra cosa.
Al día siguiente nadie sabía dónde estaba su marido. No daba señales de vida. Lilian se imaginó que estaría con su amiga, quizás la misma Eva, y que tal vez había huido a Brasil como tenían planeado. Sus padres no la dejaban sola ni un minuto. Temían que Alfonso intentara algo.
Lilian tuvo que hablar con la policía. Aseguró que no sabía nada de los negocios de Alfonso, incluso se quedó pasmada cuando descubrió que su marido tenía dos cuentas bancarias que ella desconocía, una fuera del país a donde desviaba grandes cantidades de dinero. De hecho el saldo que le había dejado a ella era mínimo. Con eso no tendría ni para mantener al niño más de dos meses. Se confirmó que ella no estaba implicada en nada y aseguró que declararía contra Alfonso si fuera necesario.
Dos días después, Santiago al leer periódico se encontró con la noticia de que Ignacio y varios funcionarios, habían sido detenidos por prevaricación urbanística y delitos de cohecho. Alfonso Torres, al parecer, se había fugado, con su supuesta amante Eva. Estaba en busca y captura.
Tanto su mujer como su hija leyeron cómo llevaban siendo investigados varios meses por el cuerpo policial.
—No puedo creerlo —exclamó Ángela.
Lilian no dijo nada.
—Tendrás que perdonarme, Lilian. Yo nunca pensé… que Eva y él… nunca… parecía tan correcto, tan honrado… —dijo avergonzada.
—No te preocupes, mamá. Yo tampoco pude creer a Andrés cuando me contó todo lo sucedido en Londres…
—Deberías de llamarlo —dijo su padre—. No, no me mires así Ángela… y explícale de una vez a tu hija por qué nunca te agradó ese muchacho.
Lilian miró a su madre que bajaba la cabeza ruborizada.
—¿Mamá? —preguntó sin entender nada.
—Espera un segundo.
Ángela suspiró. Se levantó y se dirigió a la habitación. Allí en lo más alto del armario encontró caja cerrada con un pequeño candado. Buscó la llave en un cajón y la abrió. Luego regresó al salón con la caja en las manos.
—Hija, tengo que contarte algo —miró a su marido como abochornada de que escuchara lo que iba a decir—, el padre de Andrés fue mi primer novio, más bien pretendiente. Aquel que prometió a mis padres que me esperaría, porque ellos consideraban que era demasiado joven para salir con él…
—¿Ehhhhhh? —exclamó Lilian incrédula—. Pero…
—Déjame que continúe. Prometió esperarme pero Pilar Freire se cruzó en su camino y lo conquistó. Por eso, cuando llegaste aquella tarde con Andrés a casa, no sé qué pensé; tal vez que a ti te podría pasar lo mismo, y no, no quería hacerme a la idea de que tuviéramos que emparentar con los Salgado de ninguna manera. Por eso confieso que le cogí antipatía desde ese día…
Lilian estaba atónita.
—Pero ¿por qué no me lo dijiste antes? Y ¿qué guardas en esa caja?
Su madre se encogió de hombros.
—No sé, Lilian, no fui capaz. Cuando te alejaste de él, ya no tenía importancia.
—Pero ¿cómo sabías que era su hijo?
—Sus padres habían salido en la prensa más de una vez. Y me aprendí los nombres de sus hijos, no sé por qué, pero al verlo, me imaginé que era él. Había visto una foto días antes en el periódico en que estaba toda la familia y reconocí al muchacho. Cuando me dijiste horas después lo del hotel, ya no tuve la menor duda. Al día siguiente lo comprobé en el recorte de periódico. Era el hijo menor de Juan Luis.
Abrió la caja y sacó las viejas cartas de amor que este le escribió en su noviazgo y varios recortes del periódico local, donde se le podía ver en fotos. En una de ellas estaba con su familia. Lilian pudo distinguir a Andrés en algunos recortes de niño y adolescente.
Levantó la vista y miró a su padre que sonreía. Pensó que era un hombre excepcional, que aun sabiendo que su esposa se había casado sin amarlo tanto como él a ella, respetó y permitió que guardara esos secretos de antaño que conservaba como una reliquia.
—Me alegro de teneros aquí —dijo Lilian sonriendo—. No sé qué haría sin vosotros. Sin los dos… —añadió para que su madre no se sintiera excluida.
Ambos sonrieron.
Al mismo tiempo, Andrés que acababa de llegar al hotel y se encontró con la noticia de la huida de Alfonso Torres al mirar el periódico.
John por su parte también desayunaba un café con churros en una cafetería del puerto deportivo y ojeaba la prensa. Se quedó sorprendido con la noticia pero le alegró infinitamente. No tardó en llamar a Andrés que estaba comentando lo mismo con su hermano Juan.
—Ya le llegó la hora a ese maldito cabrón —dijo John riéndose.
Pero Andrés no se rió. Él solo pensaba en Lilian. Quería saber cómo estaba. Dónde… y cómo se sentía. Tenía que haber sido un duro golpe para ella.
En cuanto pudo, la llamó al móvil. Espero inquieto a que respondiera. Ya iba a colgar cuando escuchó su voz.
—¿Andrés?
—Lilian, me he enterado por la prensa. ¿Cómo estás? ¿Quieres que vaya? ¿Estás en casa? ¿Dónde estás?
No sabía que decirle. Él desconocía gran parte de lo ocurrido.
—Estoy en casa de mis padres —respondió ella.
—Ah… entiendo…
Dio por hecho de que no era el mejor sitio para verla.
—¿Tú, dónde estás?
Él respondió que estaba en el hotel.
—Hoy es que…, no es un buen día para verte, Andrés. Dejemos que esto se calme un poco. Pero te llamaré, te lo prometo. Tenemos que hablar.
—Claro —dijo él—. Lo entiendo. Esperaré tu llamada.
♡
Esa misma tarde, acompañada de su padre y Enrique, fue a por sus cosas, y por las del niño para llevárselo a casa de sus padres. No había rastro de Alfonso por ningún lado, pero encontró el estudio medio destrozado. Seguro que en ataque de furia se había puesto a tirar todo al suelo, las fotos, los cuadros. Los tres se quedaron mudos ante aquel estrago.
—Vamos, hija —dijo su padre—, salgamos de aquí.
Dos días después el abogado de Alfonso contactó con Lilian para decirle que tenía en su poder los papeles del divorcio, firmados por su cliente, pero aseguró no saber nada de él ni cuál era su paradero. Al parecer los había dejado firmados el mismo día de la cena benéfica.
Así había sido. Torres recibió un chivatazo de que la policía estaba tras él y su única opción era escapar. Sabía que acabaría en prisión y que le embargarían todos sus bienes, incluida la casa.
Convencido por Eva, que supo camelarlo para que firmara los papeles del divorcio, ya que estaba al corriente de todo y estaba dispuesta a huir con él, Alfonso firmó, aunque pensando que solo los usaría en caso extremo, porque lo que realmente pretendía era desaparecer con Lilian y el niño.
Cuando su esposa salió huyendo de él. Entró en el estudio y destrozó todo en un ataque de locura. Llamó a sus suegros varias veces sin conseguir que respondieran. Lleno de ira cogió parte de sus cosas, y fue en busca de Eva. Esta para que dejara de preocuparse por Lilian, afirmó que ella podría darle todo lo que necesitaba pero no podían perder más tiempo. Tenían que irse.
Él aunque furioso, se dejó guiar por Eva. Esa misma tarde salieron para Madrid, en el coche de su amante, y a media noche tomaron el avión rumbo a Sudamérica.
Al día siguiente su abogado se puso en contacto con él para decirle cómo estaban las cosas. Ya no había vuelta atrás, no podía regresar. Alfonso le concedió el poder de darle los papeles a su mujer para que obtuviera el divorcio.
—El hijo es de Andrés —le decía Eva—, siempre lo hemos sabido. ¿Para qué lo quieres? Ni siquiera te importa.
Era cierto. Al principio se había encariñado con él, pero según fue pasando el tiempo se fue convenciendo de que no había sido un milagro. Aquel niño era de Andrés Salgado. No había más que verlo. Si Eva no hubiera insistido tanto en ello, tal vez seguiría obstinado en considerarlo como suyo, pero su amante le había abierto los ojos. Por eso dejó de interesarle. Cada vez llegaba más tarde para no verlo, y en el fin de semana, a no ser por los eventos oficiales en que tenía que aparecer con su familia, siempre estuvo lejos de su esposa y Adrián. Se escondía en el piso de Eva o en el club de golf con sus amigos, aun así su insistencia por seguir con Lilian y aparentar ser una familia feliz, le podía.
El vuelco de los acontecimientos no había hecho posible seguir con esa farsa. Lilian había ganado la partida, pensó. Pero no, no del todo. Embargarían los bienes, la casa y se quedaría sin nada. Tendría que empezar de cero. Apenas le había dejado dinero en las cuentas bancarias.
Se rio para sus adentros. Cuando Lilian se enterara de todo, él ya estaría en tierras brasileñas.