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Tres días después Lilian miró el correo electrónico y se encontró con un email de Andrés. Sonriente lo abrió, aunque no pudo evitar sentirse decepcionada al leerlo:

 

Lilian,

No te preocupes más por lo de la galería. Creo que Lorena podrá encargarse de todo. No tienes que tratar de convencer a tu marido. Espero que estés bien.

Cuídate.

Andrés.

 

¡Cómo! Estaba diciéndole que ya no la necesitaba. Ahora que casi tenía convencido a Alfonso. Después de las ilusiones que se había hecho al respecto. ¿Ahora le estaba sugiriendo que no, que no iba a trabajar con Lorena? No tardó en responder. Fue escueta y directa:

 

No te entiendo, Andrés. ¿Ahora me estás diciendo que no me necesitas? ¿Es eso? ¿Para qué me lo ofreciste? ¿De qué vas?...

Lilian.

 

Andrés a leerlo pudo adivinar lo mal que le había parecido su mensaje. Se encontraba en un enorme dilema. Si lo que Alfonso había dicho sobre el problema para quedarse embarazada era cierto, no quería ser el causante de crearle estrés, o preocupaciones innecesarias de trabajo. También sabía que conociéndola prefería no hablarle del tema y por eso no le había mencionado nada sobre el asunto.

Por otro lado, Lorena tampoco parecía muy dispuesta a contar con la ayuda de Lilian. Le había insinuado que no le hacía falta para nada y que ella misma se encargaría de todo.

—Ya has visto lo que opina su marido —dijo—. Si se queda embarazada y tiene otro aborto, la culpa recaerá en ti, Andrés. Yo no me lo tomaría a broma. Además a mí, ese tío me da miedo —añadió riéndose.

¿Dos abortos? Había dicho Alfonso. No sabía qué hacer ni qué responderle. Estaba mirando la pantalla cuando Lorena entró.

—Andrés, ya me he puesto en contacto con David Moure. Será la primera exposición. ¿Te parece?

Él no la miró ni respondió.

—¿Andrés?

—Perdona, estaba pensando…

Le confesó que no sabía qué decirle a Lilian.

—Muy fácil. Dile que de momento hemos retrasado la exposición y que ya la llamarás.

Él le explicó que no podía hacer algo así. Lilian acabaría enterándose y quedaría fatal con ella.

—Te preocupa mucho lo que piense tu amiga por lo que veo.

—¿A ti no te preocuparía? —respondió—. Somos amigos desde hace casi veinte años.

 

—Está casada. Y he llegado a una conclusión. Está claro. ¿Quieres saber a cuál?

Él la miró, pero para asombro de la chica, no preguntó. No parecía tener interés alguno en las respuestas que ella pudiera darle.

—Está loca por ti. No hay más que verla. Casi se derrite cuando te vio. Y llamar al perro Andy , eso sí que es lo más —se rió—. Andy, por Dios, qué nombre más estúpido para un perro, ¿no te parece? Andy es el diminutivo de Andrés —aclaró como si él no lo supiera.

—¡¿Y?! ¡Cómo si quiere llamarlo Loreno! —exclamó molesto—. ¿Qué te importa cómo se llame? No has dicho más que tonterías. Lilian está casada y es muy feliz.

—¡Como te pones, chico! Pues déjame decirte que yo de ti, no jugaría con fuego, Andrés. Y no me liaría con una mujer casada…

Él la miró muy serio. No le gustó ni su tono ni sus palabras, así que le pidió educadamente que se fuera y le dejara solo, además de añadir que no era de su incumbencia su vida personal, y que no deseaba escuchar ningún otro comentario al respecto.

—Muy bien. Como quieras.

Lorena salió con paso ligero del despacho. Ahora estaba convencida de que sus sospechas eran ciertas. Esos dos se gustaban, no había más que verlos juntos. Claro que podía entender que Lilian se sintiera atraída por Andrés, aunque el marido no estaba nada mal tampoco. En cambio veía más difícil lo contrario. Sin embargo, al recordar las dulces miradas de su jefe hacia Lilian el domingo anterior, tuvo que admitir que los sentimientos de Andrés reflejaban mucho más que afecto de un amigo.

 

Andrés puso los dedos sobre el teclado y escribió:

 

Lilian,

Lo siento, pero de momento no vamos a contar contigo. Tal vez más adelante.

Seguimos en contacto.

Andrés.

 

Por supuesto a Lilian le sentó fatal su respuesta. Tanto que cerró la pantalla del portátil sin cerrar el programa.

—¡Mierda! —exclamó enfadada.

—¿Te pasa algo? —preguntó Alfonso apartando la vista del periódico.

En otro momento quizás no le hubiera comentado nada, pero estaba tan furiosa que le explicó lo sucedido.

—Bueno, cariño. Mejor así. No te preocupes.

Ella no dijo nada. Él se volvió a refugiar tras el periódico y sonrió. Le había salido muy bien la jugada. Un tanto a su favor.

 

 

Unos días después, Lilian se acercó al hotel. Quería ver a Andrés porque deseaba que le diera una explicación cara a cara.

Preguntó por él en la recepción. La chica la miró con desdén.

—¿De parte de quién ha dicho?

—De Liliana, o Lilian Marcos, mejor.

—Un momento…

La joven descolgó el teléfono y marcó un número de tres cifras.

Andrés respondió.

Cuando la recepcionista le comunicó que Lilian deseaba verle, dudó en si recibirla o no. Podía poner una excusa pero no podía hacerle eso. Además deseaba verla, no podía negarlo.

—Que alguien la acompañe hasta mi despacho —decidió.

La joven le pasó la orden a su compañero.

—Por aquí, por favor.

Ella lo siguió por el pasillo. Cuando abrió la puerta y entró, Andrés se levantó de la silla y se acercó a ella con una sonrisa. Le dio un par de besos.

—Hola, Andrés. Necesito hablar contigo.

—Bien. ¿Quieres sentarte?

Colgó su bolso del respaldo de la silla y se sentó. Él volvió a su sitio al otro lado de la mesa.

—Te escucho…

Fue directa.

—¿Por qué ahora no quieres que trabaje en la galería?

Andrés se inclinó hacia atrás en la silla giratoria y suspiró.

—Bueno… yo…

Ella lo miraba atenta.

—No sé, no…

—¿No qué? —preguntó nerviosa—. No entiendo tanto interés para nada. ¿Ha sido mi marido? ¿Ha sido él? ¿Qué te ha dicho? Dímelo.

—Es por lo del reposo y todo eso —aclaró él.

—¿Reposo? ¿De qué estás hablando? —preguntó perpleja.

—Está bien. Te lo diré —le explicó su conversación con Alfonso. Lo de los embarazos y aseguró que no estaba dispuesto a causarle problemas de ningún tipo.

—No puedo creerlo… —exclamó.

Ahora entendía la buena disposición de Alfonso en los últimos días. Su amabilidad, y su trato cariñoso.

—Será gilipollas —murmuró.

Andrés la miraba sorprendido.

—¿No es cierto?

—Sí y no. Bueno…

Le explicó sus dificultades para quedarse embarazada, pero ni lo estaba ni el médico le había ordenado nada. Confesó lo de los abortos y también lo mucho que deseaba ser madre. Se le acongojó la voz cuando dijo que tener un bebé era su mayor deseo en la vida.

Él sonrió. Le pareció tan dulce en ese momento, tan vulnerable. Alzó su mano y le hizo una caricia en el rostro.

—Seguro que lo tendrás —dijo él—. No te preocupes.

Ella esbozó media sonrisa. Lo observó. Estaba tan guapo con el pelo despeinado y otra vez esa barba incipiente. Y aquella sonrisa, la camisa azul clara, esta vez sin corbata.

—Él no quiere que acepte, Andrés. Por eso ha actuado así. ¿No te das cuenta? Pero yo sí quiero colaborar. No me digas que no ahora. Me has hecho hacerme ilusiones para nada. Me encuentro perfectamente. No estoy embarazada y si lo estuviera, yo sería la primera en cuidarme. Por favor, Andrés. Olvídate de Alfonso.

—¿Estás segura de que es lo que quieres?

—Por supuesto —afirmó convencida.

—¿Te enfrentarás a tu marido de nuevo? No me gustaría causarte problemas innecesarios.

—Discutiremos supongo —contestó ella con ingenuidad—. Pero tranquilo, Alfonso no es violento. Dará unas cuantas voces. No me hablará en un par de días pero acabará pasándole. Lo conozco.

Andrés trató de sonreír. Ojalá Lilian tuviera razón y su marido hubiera cambiado hasta el punto de no ser violento como ella afirmaba convencida. Lo dudaba mucho pues como su madre siempre solía decir: la gente no cambia nunca.

—¿Te pasa algo? —preguntó ella al verlo tan callado de repente.

—No, claro que no —sonrió—. Lilian Marcos estoy encantado de que vayas a formar parte de este hotel. Y ahora te invito a tomar una copa, te la debo —añadió poniéndose en pie. Ella hizo lo mismo. Salieron del despacho y se dirigieron a la cafetería.

Cuando poco después Lorena se acercó a la barra para pedir una cerveza los vio. Estaban en una mesa junto a la ventana. Sonreían y no paraban de hablar. Un sentimiento de rabia se apoderó de ella.

Maldita sea, pensó.

Los observó durante todo el tiempo que tardó en tomarse la caña de cerveza. Parecían encantados y felices. Y no tenía ni la menor duda, Andrés bebía los vientos por aquella mujer casada, y ella por él. Se estaban deshaciendo contemplándose el uno al otro.

 

 

Cuando salió del hotel decidió pasar por el despacho de Alfonso. Podrían comer juntos. De paso le comunicaría que había aceptado la oferta de Andrés. Esperaría a estar en el restaurante para que él no levantara demasiado la voz pero se encontró con que no había rastro suyo en la oficina.

—Ha salido a comer —le indicó su secretaria.

—¿Y sabes a dónde ha ido?

Le indicó la dirección de un restaurante cercano, a dos calles de donde se hallaban. Decidida fue en su busca. Entró y un camarero se acercó.

—¿Una mesa, señora?

—¿Eh? No, estoy buscando a una persona. Gracias.

Caminó dos pasos y lo vio sentado al fondo. Pero no estaba solo. Estaba con una mujer. Una mujer que no era otra que su prima Eva. Se quedó perpleja. Los observó. Solo hablaban. No parecía que hubiera nada extraño entre sus gestos ni en sus sonrisas, pero no le gustó nada verlos juntos.

—¿La puedo ayudar? —preguntó otro de los camareros.

—No, no, gracias. Pensaba que… pero no, no está aquí.

Dando media vuelta salió del restaurante. Fue en busca de su coche. Allí estuvo durante unos minutos poniendo en orden sus pensamientos. No podía ser que Alfonso estuviera liado con Eva. Nunca le había caído bien. Pero si se paraba a pensarlo, en la fiesta los había visto muy sonrientes, bromeaban entre ellos. También se había empeñado a acompañarla a su casa… había regresado tarde… pero no. No podía ser.

Puso el motor en marcha y regresó a casa. Por la tarde, mientas paseaba con el perro, recibió una llamada de su marido. Respondió sin ningún entusiasmo. Estaba enterado de que había ido a su oficina. Le preguntó directamente si había ido a buscarlo.

—No —mintió ella—, regresé a casa. Pensé que tal vez estabas reunido.

Él se sintió aliviado al escucharla.

—En efecto. Estoy a punto de firmar el contrato del siglo. Estaba con gente, Lilian. Era una comida de negocios.

Ella no respondió.

—Lilian, ¿me oyes?

—Lo siento. No tengo mucha cobertura. Estoy paseando con Andy. No se oye bien.

Colgó.

«Será farsante», dijo en voz alta como si el perro pudiera entenderla.

¿Qué debería de pensar, entonces? ¿Qué estaba liado con Eva? ¿O simplemente no le había dicho la verdad para que no se preocupara o pensara cosas extrañas con respecto a ellos? Ahora más que nunca deseaba empezar a trabajar en la galería. Eso la mantendría ocupada. No pensaba ceder ante el chantaje de Alfonso. Sabía que volvería a hablarle del estrés, del posible embarazo, y seguramente se pondría como loco al saber que ya había quedado en empezar el lunes. Pero le traía sin cuidado. Él no iba a gobernarle la vida. Para bien o para mal, tendría que asumirlo.

Se lo dijo mientras cenaban. Él dejó de comer y la miró.

—¿Cómo?

—Lo que has oído. Fui a ver a Andrés. El lunes empiezo. Puedes decir lo que quieras, gritarme o enfadarte. Es mi decisión y no pienso cambiar de idea.

Alfonso siguió mirándola sin decir nada.

—Muy sutil por tu parte lo de decirle Andrés mis problemas de fertilidad —prosiguió—. ¿Pensabas que así te daría resultado? Confieso que estuviste a punto de conseguirlo. Pero, ya ves…

—Creo que vas a cometer una terrible equivocación —dijo sin alterarse.

—Es importante para mí, Alfonso. Me aburro Me siento sola en esta casa. Necesito ocuparme de algo.

—Busca otra cosa que hacer. Ya te lo he dicho. Vete a clases de yoga. Haz manualidades, pinta… Podrías hacer miles de cosas sin moverte de casa. Y cosas que además te gustan.

—No te comprendo. ¿Qué pretendes? ¿Qué sea como tu madre o la mía? Que vivieron siempre pendientes de sus maridos, sin más mundo que ellos.

—Y de sus hijos…

Ella no respondió. Lo miró enfadada.

—¿Por qué no vas a un psiquiatra? Tal vez eso te ayude a aclarar tus ideas, y así dejarás de sentirte tan sola como dices.

Ella se rió sarcástica.

—Siempre tienes que tener la última palabra, ¿verdad?

El dio un fuerte puñetazo en la mesa haciendo que ella saltara del susto.

—¿Sabes, Lilian? Puede que Dios te esté haciendo un favor no concediéndote ese bebé, porque serías una pésima madre. Y lo único que estás consiguiendo con todo esto es acabar con nuestro matrimonio. ¿Eso es lo que quieres? Déjame decirte que jamás accederé a un divorcio. Nunca. No lo permitiré.

Cogió el periódico que estaba sobre la silla y se fue del comedor. Lilian se quedó sin habla. Era lo peor que podía decirle. Solo deseaba herirla. Y vaya si lo había conseguido. Alfonso cuando se enfadaba podía ser muy cruel con sus palabras. No era la primera vez que le había hecho sentir mal en una discusión.

Media hora después abrió el portátil y escribió a Andrés:

 

Andrés,

Alfonso está furioso. La verdad es que no sé qué hacer. Sé que no es justo pero me siento fatal por todo esto. Tal vez acabe inscribiéndome en clases de yoga. No, no me hagas caso. Solo me apetece llorar. Me hace sentirme tan culpable. Lo siento. No sé ni por qué te escribo. No debería de hacerlo. Tal vez borre este mensaje antes de enviarlo… yo… no…

 

No pudo seguir escribiendo porque las lágrimas la cegaron. Sin embargo, envió el mensaje y al minuto se arrepintió de haberlo hecho.

Pensó que al día siguiente tenía que ir al aeropuerto a recoger a sus padres que regresaban de un crucero por el Mediterráneo. No los había vuelto a ver desde el día del cumpleaños de la abuela.

Esperaba que su madre no le mencionara a Andrés. Suponía que se pondría al lado de Alfonso cuando se enterara de la nueva situación. Si él tuviera la delicadeza de no tocar el tema durante la comida, pero conociéndolo podía imaginárselo. Se haría la víctima una vez más, queriendo demostrar que era un marido entregado, comprensivo y respetuoso. Nada más lejos de la verdad.

Andrés leyó el mensaje dos horas más tarde de recibirlo:

 

Lilian,

Eres tú quien tiene que decidir lo que quieres hacer. Yo no puedo meterme en tu vida. Pero no dejes que te haga esto. Te hace sentir culpable a propósito. Tiene que respetar tus decisiones. No puede tratarte como si fueras de su propiedad.

Piénsalo, Lilian.

 

Lilian pensó que tenía toda la razón del mundo, pero para Andrés era muy fácil. Estaba libre. No tenía que dar explicaciones a nadie. Y después de todo, Alfonso era su marido. Tenía que convivir con él día a día. Lo amaba. Se había casado enamorada. Y además deseaba ser madre. No quería terminar en un divorcio. Tenía casi treinta y cinco años. No podía tirarlo todo por la borda y empezar de nuevo. Su matrimonio era un proyecto de vida. Formar una familia era lo que siempre había deseado.

Alfonso era un hombre inteligente. Tarde o temprano lo asumiría. Tal vez estuviera enfadado una semana, puede que dos, incluso un mes, pero se le pasaría. Estaba convencida.