21

 

 

 

Lilian miró el calendario. Faltaban dos días para su cumpleaños. Treinta y cinco, pensó. Casi nada, cómo pasaba el tiempo.

Estaba preocupada. Tenía que haber tenido el periodo hacía unos días, claro que no siempre era regular. Esperaba que fuera un retraso sin importancia. Se sentía bien. No había vuelto a tener mareos ni náuseas. Que le hubiera sucedido el día del cumpleaños de su madre, no tenía nada que ver con un posible embarazo. De eso estaba segura.

Su vida seguía con la misma rutina que siempre pero sin Andrés. Se enteró de su marcha al día siguiente. Se había acercado al hotel con la intención de ver los próximos planes de la galería, y la misma Lorena le informó. Y no solo eso, Juan la llamó aparte para decirle que no necesitarían más de su colaboración. De momento suspendían el proyecto de exposiciones y en último caso de continuar, sería Lorena la encargada de llevarlo a cabo.

—Entiendo —había contestado con un hilo de voz.

—Lilian, no es nada personal, créeme. Pero es mejor así —dijo Juan.

—Sí, lo entiendo. Gracias de todos modos.

—De nada, Lilian.

Volvió a casa desilusionada y de pésimo humor. Estuvo pendiente de los emails durante los días siguientes hasta que por fin recibió uno de Andrés explicándole los motivos de su viaje y el por qué no había podido despedirse de ella.

Ella le ocultó lo sucedido con Juan. Sabía muy bien que él se lo tomaría muy mal y no deseaba enfrentar a los dos hermanos.

Ahora Alfonso estaba encantado. Andrés no estaba y ella no tenía motivos para pasar por el hotel. Aunque compartían la misma cama, él había respetado su deseo de no tener sexo. No la contradecía, por lo que no había discusiones. No es que hablaran mucho, pero casi mejor. Él seguía con su vida, con sus proyectos, su trabajo, y ella, con la suya.

Se tuvo que despedir de Olga, ya que regresaba a Suecia. Había ido a visitarla varias veces y se había quedado prendada de los preciosos niños de su amiga. A saber cuándo volvería a verlos. Le dio mucha tristeza.

También visitó a su hermana, a su abuela y finalmente a su madre.

Arreglaron las cosas. Ella prometió que intentaría salvar su matrimonio. Que se olvidaría de Andrés.

Ángela suspiró tranquila. Terminaron dándose un abrazo. Lilian lo hizo por evitar problemas. Por supuesto que estaba dispuesta a seguir viendo a Andrés. Tal vez no ya como amante, pero sí como amiga. No era nada malo, aunque su madre no lo entendiera.

Todos los días miraba el correo electrónico esperando encontrar algo suyo, pero desde que se había ido, apenas habían intercambiado cuatro o cinco mensajes. Suponía que él tenía poco tiempo para conectarse. Le había dicho que estaba mucho más ocupado de lo que pensó en un principio. La nieve empezaba a caer y tenían que tener todo a punto para el siguiente fin de semana en que sin duda, empezarían a llegar huéspedes amantes del esquí.

El día de su cumpleaños. Lilian, recibió un montón de regalos. Ella no pensaba celebrar nada especial. Llegó a casa agotada después de haberse pasado la tarde del sábado con su madre y su hermana, que habían insistido en que las acompañara a hacer compras. No podía imaginarse que estaban confabuladas con Alfonso para prepararle una fiesta sorpresa.

Ya en casa, se encontró con toda la familia reunida, con amistades de Alfonso, y detrás de ella, su madre y su hermana muertas de risa por haber conseguido engañarla.

Tal vez tenía que haberse alegrado pero no le agradó. Fingió estar encantada y aceptó los regalos y las bromas con la mejor de las sonrisas. En realidad se sentía muy cansada.

Alfonso le regaló una pulsera preciosa que le dio delante de todos. Ella hubiera preferido estar a solas. Él la besó ante todas las miradas presentes y tuvo que tragarse su orgullo y no rechazarlo. Sabía que lo estaba haciendo a propósito, porque no podía ponerse en evidencia ante su abuela, sus padres, y para más colmo, todos verían en él al marido galante y atento.

Por la mañana también había recibido un bonito ramo de flores que venían con una tarjeta. Eran trece bonitas rosas rojas. Cuando miró la tarjeta pudo leer: Trescientos trece. Una tarjeta que guardó en su joyero.

Agradeció que en ese momento Alfonso no estuviera en casa. Era temprano y había salido a hacer footing. Al regresar le preguntó quién se las había enviado, ella afirmó que el personal del hotel.

—Como han prescindido de mí para la galería, habrán querido quedar bien.

—Ah ¡Qué curioso! —exclamó Alfonso—, son trece, no doce. ¡Qué raro! ¿No te parece?

Ella se encogió de hombros.

—Ni idea.

Pero sí tenía muy claro porque eran trece: el número preferido de los dos, porque ambos habían nacido el día trece y porque sus encuentros también tenían relación con el número trece…

Alfonso no se imaginaba ni por casualidad todo lo que expresaba aquel bonito ramo.

Era su lenguaje secreto, el de Andrés y ella, pensó Lilian, como en los viejos tiempos.

 

Eva también estaba en la fiesta. Se saludaron sin mucho entusiasmo por ambas partes. Como ella no había elegido a los invitados, no solo tuvo que soportar a su prima, también a Carolina, Ignacio y algún que otro amigo de Alfonso con el que no simpatizaba mucho. Le agradó sin embargo ver a otros conocidos, y sobre todo a su abuela con la que siempre había mantenido una estupenda relación. Incluso pensaba que siempre se había llevado mejor con ella que con su propia madre.

Recordó la cantidad de veces que iba a casa de sus abuelos, y Andrés la acompañaba. Era cuando su abuelo Matías les pedía un cigarrillo a escondidas de su esposa, pues estaba enfermo y no podía fumar, pero ella y Andrés siempre le daban unos cuantos, pues les daba lástima negárselos.

La primera vez que Andrés probó las rosquillas caseras de Asunción, afirmó que nunca las había comido tan deliciosas. Desde entonces, la abuela los invitaba a merendar de vez en cuando para que Andrés pudiera disfrutar de sus rosquillas y otros dulces que hacía, sintiéndose muy orgullosa de que él joven alabara tanto su arte culinario. Él era tan goloso que todo le servía. Y mientras Lilian se comía tres o cuatro rosquillas, él era capaz de devorar la fuente entera.

A Ángela en cambio nunca le agradaron sus visitas. Pocas veces le había invitado a algo que no fuera un refresco, no por tacañería ni mucho menos, simplemente pensaba que cuanto menos tiempo estuviera junto a Lilian, mejor. No le agradaba. Nunca lo ocultó y Lilian tampoco podía olvidar los muchos enfrentamientos que había tenido con ella por causa de él. Ahora es como si todo se volviera a repetir pensaba mientras observaba a su madre feliz de ser la anfitriona, junto a Alfonso. Tal para cual, pensó.

En un momento que se quedó sola en la cocina con el propósito de coger hielo del congelador, Eva entró de repente. Hacía mucho que no conversaban.

—¿Qué tal te va? —preguntó Eva con una sonrisa.

—Muy bien. ¿Y a ti?

—Bien.

Eva la observaba con especial interés. Ella intrigada le preguntó si deseaba algo especial.

—Preguntarte una cosa. Me han llegado rumores de que quieres divorciarte de Alfonso.

Lilian sonrió pero no respondió.

—¿Es que ya no lo quieres o es que tienes a otro?

Siguió sin contestar.

—Puedes estar tranquila. No se lo voy a decir a nadie. Te lo aseguro. ¿Es Andrés?

—¿Te envía Alfonso para que me interrogues? —preguntó sarcástica.

—Claro que no. ¿Por qué?

—No sé. Últimamente habláis mucho, ¿no?

—No irás a imaginar cosas. Yo soy incapaz de quitarle el marido a alguien y mucho menos a ti.

—Oh, claro… —respondió sonriendo.

Se quedaron en silencio y luego Lilian continuó hablando.

—Yo siempre te he caído mal. Lo sé. Siempre has envidiado todo lo que he tenido. No vengas aquí haciéndote la tonta. Conozco muy bien tu juego.

Eva sonrió y sin darse por aludida preguntó:

—¿Es Andrés, verdad?

Lilian sonrió de nuevo.

—¿Quieres hacerme el favor de dejarme sola? Tu compañía, Eva, no me agrada.

—Por supuesto.

Su prima dio media vuelta y salió de la cocina con paso apresurado.

Luego entró su hermana interesada en saber cómo le iban las cosas con Andrés. Pero Lilian le dijo que no era el momento de hablar del tema.

—¿Por qué accediste a lo de la fiesta sorpresa, Claudia?

—Que no soporte a Alfonso, no quiere decir que no se celebre tu cumpleaños, hermanita. Y además, como para decirle que no a mamá, ¿no te parece? Últimamente está de un humor… uff… —dijo, haciendo una mueca de burla.

—Pues la verdad, me siento tan cansada hoy, que lo que menos me apetecía era una fiesta, Claudia.

—No te preocupes, nos iremos pronto. Di que te encuentras mal, y ya está.

—No, no hace falta. Lo soportaré —añadió sonriendo.

En realidad no quería alarmar a su madre de nuevo, ni quedarse tan pronto a solas con Alfonso. Aunque hasta ahora la había respetado, dudaba mucho que esa noche accediera a seguir haciéndolo. Seguramente diría que por ser su cumpleaños, y con unas copas de más. No quiso ni pensarlo, casi valía más que todos se quedaran hasta el día siguiente. Aunque eso no iba a ser posible…

Cuando por fin se fueron todos, después de que su hermana y su madre le ayudaran a recoger, mientras Alfonso volvía a encerrarse en el estudio, Lilian abrió el portátil. Descubrió emocionada un mensaje de Andrés que le llegó al alma:

 

Me encuentro aquí tan solo, Lilian, pensando que es tu cumpleaños, pensando en lo mucho que me gustaría verte y poder regalarte un beso. Porque, ¿quién te va a besar por mí, Lilian? Recuerda que pienso en ti. No te olvido.

Me hubiera gustado enviarte trescientas trece rosas pero me parecieron demasiadas. Te quiero.

 

¿Quién iba a besarla por él? Nadie podría besarla nunca como Andrés. Le apeteció llorar. Le escribió:

 

Nadie, Andrés. Nadie me besará nunca como lo haces tú. Estoy deseando verte y que me regales todos esos besos que dices que quieres darme. Los aceptaré uno por uno. No sabes cuánto te echo de menos. Yo tampoco te olvido. Trescientas trece rosas, sí, eran demasiadas…

Yo también te quiero.

 

Cerró el portátil y se fue a la cama. Estaba medio dormida cuando Alfonso se acostó a su lado. Ella dio un respingo al sentir el roce de su cuerpo. Pero no la tocó. Se durmió enseguida mientras ella solo era capaz de pensar en Andrés.

Cuando despertó por la mañana sintió que todo su cuerpo se estremecía de gusto. ¡Dios!, pensó.

Había tenido un fantástico sueño erótico con Andrés. Se tumbó boca abajo y hundió la cabeza en la almohada esperando que se calmara la maravillosa sensación que todavía sentía. Se alegró de ver que su marido no estaba en la habitación. Había enloquecido de deseo y temía haber gemido o pronunciado el nombre de Andrés. Había sido tan real que parecía más que auténtico. Sonrió al comprobar que hasta en sueños Andrés la hacía vibrar de puro placer.

 

Dos días después compró un test de embarazo en la farmacia, porque estaba preocupada. Comprobó que daba negativo. Sus sentimientos fueron contradictorios, por un lado hubiera deseado estar embarazada pero el temor de pensar que pudiera ser un hijo de Andrés y no de su marido, le hizo sentirse aliviada y tranquila.

 

Sin embargo, tenía que empezar de nuevo a intentarlo. Quería tener un bebé. Ser madre era su máxima ilusión, su mayor anhelo. Pero ¿cómo iba a volver a acostarse con Alfonso? No, no podía hacerlo porque no podría soportarlo.

Por su lado, Alfonso ya se estaba cansando de ser el sacrificado esposo que había prometido acceder a sus deseos. Más por orgullo que por otra cosa, la idea de que no quisiera sexo con él le irritaba. Cuando se metía en la cama, ella se giraba hasta el otro extremo para no rozarlo siquiera, y él por no contrariarla, se volvía de espaldas para no verla, porque lo que realmente deseaba era hacerle entender que era suya, solo suya, le gustara o no. Por otro lado no tenía pruebas de que realmente le hubiera estado siendo infiel con aquel desgraciado de Andrés. Ella en ningún momento lo había admitido. Pero sí quería el divorcio, y por ahí no estaba dispuesto a pasar. Ideó su plan. Intentaría acercarse con ternura, engatusarla. Le hablaría de la necesidad de buscar ese hijo que ella tanto deseaba. Tenía que hacerlo porque no iba a permitir que se le escapara y ahora que Andrés estaba lejos, no podía dejar pasar esa oportunidad.

Lilian estaba leyendo un libro en la cama cuando él entró en el cuarto. Estaba tan ensimismada con la lectura que ni lo miró. Alfonso se acercó y con suavidad le quitó la novela de las manos.

—¿Qué haces? —preguntó ella.

—Vamos, cariño. Deja el libro. —Se acercó la besó en la mejilla. Ella no reaccionó.

—Te quiero mucho ¿Sabes, Lilian? Te deseo tanto… quiero hacerte el amor, ahora.

Intentó besarla en la boca pero ella torció la cara de modo que el beso se quedó en el aire.

—No, Alfonso —dijo ella en un susurro.

—¿Por qué?

—No se pueden forzar las cosas. Y no me apetece.

—Yo no estoy forzando nada, Lilian —dijo intentado mantener la calma.

Ella no contestó.

—Estamos casados. Eres mi mujer —exclamó algo más alterado—. Tienes unas obligaciones conmigo.

—Nunca creí que fuera una obligación, Alfonso —respondió alzando la voz.

—Pero ¿se puede saber qué es lo que te pasa? ¿Te has vuelto loca? Ya estoy harto de tus payasadas, Lilian.

—No, no estoy loca. Simplemente, no quiero. Y de una vez por todas, quiero que vayas asumiendo lo del divorcio —dijo saliendo por el otro lado de la cama.

Él se levantó y fue hacia ella para impedirle que llegara hasta la puerta. La sujetó con fuerza por un brazo.

—Tú no vas a ningún lado —ordenó enfadado.

—Suéltame —protestó Lilian.

La soltó pero ella permaneció quieta mirando al suelo.

—Escúchame, por favor —dijo más suavemente—. Perdóname, Lilian. No debí exaltarme tanto. Perdóname, por favor.

Lo miró.

—Mira, Lilian. Tienes que entenderme. Me haces mucha falta. Estoy desesperado —dijo—. Pero si no quieres hacer el amor, está bien. Esperaré, esperaré el tiempo necesario. Lo importante es que tú estés feliz, cariño. No, no llores.

Le caían las lágrimas sin poder evitarlo. Ya no sabía si lloraba por las palabras de Alfonso que le hacían sentirse tan culpable, por estar lejos de Andrés o por ella misma.

—No me dejes, Lilian. Yo sí estoy muy enamorado de ti.

La abrazó. Ella no se lo impidió. Se sentía tan desdichada en ese momento.

—Hemos pasado muy malos momentos, cariño. Lo sé. Pero tenemos que luchar por nuestro matrimonio. Podemos superarlo. ¿Por qué no lo intentamos? —preguntó sin soltarla—. Démonos una oportunidad por recuperar lo que teníamos, cariño.

Ella siguió sin decir nada.

—Mírame, Lilian, por favor.

Levantó los ojos y fijó su mirada en él.

—Sé que algunas veces no me he portado bien contigo, lo sé. Pero comprende lo que me duele tanto que me rechaces. Te quiero tanto que no podría vivir sin ti, cariño.

Fue caminando hacia la cama tirando de ella con suavidad.

—¿Quieres tener ese niño, Lilian? Debemos intentarlo.

Claro que quería ese bebé, lo deseaba tanto.

Suavemente la dejó caer sobre las sábanas, y la besó en los labios. Ella no respondió al beso. Se quedó inerte, estática. No movió ni un solo músculo. Sintió cómo él se colocaba entre sus piernas. Luego la penetró. Aunque lanzó un quejido, la sujetó como le gustaba hacer siempre para que no se revolviera.

 

Ella no sintió otra cosa que apatía. Mientras él la embestía excitado, los ojos de Lilian estaban llenos de lágrimas. Pensó que estaba traicionando a Andrés. Ahora tenía que romper con él. Era lo justo. Tenía que hacerlo. Se sentiría fatal si no lo hacía. Y por otro lado, si cortaba la relación, se encontraría mucho peor. Mal de cualquiera de las dos formas, esa era la única verdad.

Cuando Alfonso terminó se sintió orgulloso y feliz.

—¿Te ha gustado? —preguntó—. ¿A qué no ha sido tan terrible?

¡Cómo podía preguntarle algo así! ¿Acaso no se había dado cuenta de su pasividad, de su desidia? ¿¡Encima se burlaba de ella!? Claro que a él nunca le había importado si disfrutaba o no. No respondió a su pregunta. Le dio la espalda. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Intentaría salvar su matrimonio? ¿Merecería la pena?

Lo único cierto era que entre Andrés y su marido había un abismo insalvable, pero no podía lanzarse al vacío y estrellarse. Fue convenciéndose a sí misma de que iba a tomar la decisión correcta dejando a Andrés para intentar recuperar su vida.

Quería creérselo, necesitaba creérselo. Debía de ser así, para bien o para mal, con todas las consecuencias que eso supondría. Renunciar a una pasión que tal vez fuera efímera por la solidez de una familia. La aventura con Andrés le había condicionado tanto que no veía más allá de la habitación trescientos trece. Pero la vida era mucho más que un cuarto en un hotel. Porque tarde o temprano la pasión se acabaría, por mucho que le pesara o no quisiera reconocerlo. Lo mejor era olvidarlo. No pensar en él, ni siquiera leer sus mensajes.

Le daría la última oportunidad a Alfonso aunque solo fuera por lo que una vez habían tenido. Sí, se dijo, solo una oportunidad, la última.

 

Al día siguiente, envió un email Andrés.

Él había estado tan ocupado que llevaba dos días sin abrir el portátil. Por fin en un momento de respiro, en la soledad de su habitación ya cerca de la una de la madrugada, se dispuso comprobar los emails recibidos y sonrió con satisfacción cuando vio el nombre de Lilian en uno de ellos.

Lo abrió ansioso por leerlo:

 

Andrés,

He estado pensando en nosotros, y creo que no podemos seguir así. Yo… yo voy a intentarlo con Alfonso. Quiero recuperar mi matrimonio. Espero que lo comprendas. Siempre seré tu amiga. Cuenta conmigo para lo que sea.

 

Lo leyó una vez, dos, tres… ¿Su amiga?

Desilusionado cerró la tapa del portátil. Alfonso Torres había ganado la partida, y él pagaba las consecuencias de sus errores. Su madre tenía razón, la había dejado escapar y ahora ya era demasiado tarde.

No podía soportar dejarla. Se sintió agobiado por la culpa, por estar lejos, por haber aceptado la propuesta de su hermano, y pensó en ella, deseándola, amándola, recordando sus pecas, su sonrisa, sus ojos, su boca…

Una hora después escribió:

 

Lilian,

Te deseo lo mejor. Lo sabes. Si esa es tu decisión… solo te pido una cosa, sé muy feliz.

Andrés.

 

Sí, lo respetaba pero no le hacía ninguna ilusión. Tal vez si le hubiera dicho la verdad… pero no, eso habría sido un gran error. Lilian nunca lo hubiera creído y habrían terminado con su amistad. Estaba convencido.

Tres días después Lilian volvió a encontrar un mensaje suyo. Un mensaje que ponía de asunto: Te extraño.

Estuvo a punto de eliminarlo pero necesitaba leerlo. Lo abrió:

 

Te extraño, Lilian. Por favor, no me apartes de tu vida. No puedes hacerme esto. No te imaginas el daño que me estás haciendo con tu decisión de alejarte de mí. Por favor, Lilian. No me dejes. No juegues conmigo.

 

Leer aquellas palabras solo sirvieron para desarmarla por dentro. Él era el culpable de que se sintiera así. Nunca tenía que haber vuelto a aparecer en su vida. ¿Le estaba haciendo daño? ¿Pensaba que estaba jugando con él? No fue capaz de responder nada. En ese momento, no se sintió con fuerzas.

Fue al día siguiente cuando decidió contestar el email de Andrés. Volvió a decirle lo mismo. Iba a intentar salvar su matrimonio. Confesó que aunque no se arrepentía de nada, pero no podía seguir en esa situación. No solo por ella, sino por los dos.

 

Lo siento, Andrés. Pero no puedo. Nos encontramos demasiado tarde. Sabíamos que esto iba a terminar. Cada uno debe seguir su camino. Te deseo lo mejor. Tú lo sabes.

 

Lo que Andrés no podía imaginarse era el enorme esfuerzo que le había costado escribir esas palabras, ni que tenía los ojos llenos de lágrimas y el corazón encogido al hacerlo.

Él se sintió desolado ante su respuesta. Se dijo a sí mismo que la dejaría en paz, la olvidaría. No pensaba preocuparse más. Tal vez fuera más feliz con Alfonso de lo que aparentaba.

—¡Qué importa, ya! —exclamó en voz alta.

Se sirvió un whisky y en la soledad de su habitación, levantó el vaso y haciendo ademán de un brindis murmuró:

«Por ti, Lilian. Que seas muy feliz».