27

 

 

 

Fue el trece de enero cuando Lilian tuvo a su bebé tras una cesárea programada por el grupo de ginecología del hospital. Y si ya le gustaba el número trece, ahora lo adoraba.

Era un niño precioso, largo y delgado, con un poco de pelo oscuro y unos bonitos ojos azules. Todo el mundo dijo que se parecía a Alfonso y nada a ella. Sin embargo, Lilian creyó reconocer los ojos, la boca… de Andrés.

—¿Cómo le vais a llamar? —preguntó Claudia en el cuarto del hospital.

—Adrián —contestó Lilian sonriente.

Por supuesto Alfonso había deseado ponerle su nombre, pero ella se negó.

Lilian no podía sentirse más feliz. Contempló a su hijo una y otra vez sin creerse que por fin lo había logrado.

Puede que no tuviera más hijos, pero Adrián le bastaba. Tendría el apellido Torres, pero ella intuía que no era suyo. Lo contempló con emoción. Una carita tan perfecta solo podía ser fruto del amor de Andrés. Deseaba creerlo, necesitaba que fuera así. Pero era suyo, solo suyo y de nadie más. Su precioso bebé le pertenecía, a ella. Únicamente a ella.

Como si los demás se hubieran confabulado para que no hubiera ninguna duda. Todos absolutamente, conocidos, familia, amigos, afirmaban cuando lo veían que el niño era un calco de su padre. Y por supuesto si todos lo veían así, Alfonso no iba a ser menos.

Incluso cuando contemplaba sus propias fotos de bebé comparándolas con su hijo veía un parecido tan enorme que apartó para siempre la duda de su mente. Lilian pensaba lo contrario, el niño era clavado a Andrés. Tenía que ser de él. Ella deseaba con todo su corazón que no fuera de su marido.

Por supuesto se guardó para sí tales pensamientos. Ni siquiera su madre había insinuado nada. Le parecía imposible que no lo hubiera percibido o tal vez no quería darse por enterada.

 

 

Paseaba con su madre y el niño por el paseo marítimo cuando escuchó una voz que la llamaba por su nombre a sus espaldas. Se volvió y reconoció al instante a Pilar Freire, la madre de Andrés.

—Lilian, guapa. ¡Cuánto tiempo! —exclamó acercándose para darle un par de besos.

Ángela no pudo disimular cierto gesto de desagradó al verla.

—Mamá, esta es Pilar, la madre de Andrés —dijo con cierta timidez.

—Hola —respondió sin mucho entusiasmo.

La mujer, al contrario, sonrió y le dio dos besos.

—Encantada.

Luego se volvió hacia Lilian y se fijó en Adrián.

—¿Y este niño? —preguntó Pilar acercándose a la silla de paseo.

Lilian sonrió.

—Es mi hijo. Ya tiene ocho meses.

La mujer se acercó más y observó al niño que la miraba a su vez.

—¡Qué preciosidad! ¿Se parece a ti, Lilian? —preguntó sin perder la sonrisa— ¿Cómo se llama?

—Se llama Adrián y se parece a su padre —respondió.

Ángela se puso tensa y afirmó que tenían que irse ya mientras su hija la miró extrañada por el comentario. Pero Pilar no se dio por aludida y siguió observando al niño.

—Es precioso, Lilian. Cuan… cuánto me alegro —afirmó sin dejar de contemplar al chiquillo.

Esos ojos… le recordaban a alguien.

—Tenemos que irnos —afirmó Ángela mientras movía la silla—. Se hace tarde, Lilian. Vamos…

—Sí, tenemos que irnos, Pilar —acertó a decir—. Me he alegrado de verla.

La mujer sonrió.

—A mí también, Liliana. Y saber que tienes un niño tan precioso me hace muy feliz.

—Gracias, Pilar.

Le dio un beso y se alejó. Le hubiera gustado preguntarle por Andrés. No tenía ni idea de dónde estaba, aunque suponía que se habría ido de la ciudad.

Su madre ya había caminado varios pasos hacia adelante. Lilian tuvo que andar rápido para alcanzarla. Cuando lo hizo le reprochó su actitud.

—No soporto a esa mujer —dijo Ángela.

Lilian la miró extrañada.

—¿La conocías?

—En la vida hablé con ella pero sé muy bien que es la madre de Andrés.

—Ah, pues nunca me habías comentado nada. Quiero decir que en todos los años, cuando Andrés y yo íbamos a la universidad, cuando te lo presenté. ¿Sabías quien eran sus padres?

—Supongo que sí —respondió apurada.

—¿Supones? No entiendo nada. Las veces que te hablé de sus padres y no me dijiste que los conocías… ¿por qué?

—Ay, Lilian. Y yo qué sé…

Adrián empezó a llorar. Lilian se detuvo para atenderle y Ángela aprovechó para cambiar de tema.

Sabía perfectamente que Pilar era la madre de Andrés, y sabía muy bien que era la viuda de Juan Luis Salgado. Nunca había dicho a ninguno de sus tres hijos que el amor de su vida, el primer amor, por el que había estado a punto de abandonarlo todo aun siendo casi una cría, no era otro que el padre de Andrés.

Nunca superó que un hombre como Juan Luis prefiriera la sofisticación y el libertinaje de una mujer mundana, moderna e incluso de una edad similar a la suya que a todo lo que ella podía ofrecerle: juventud, inexperiencia y castidad.

Juan Luis, aun siendo bastante mayor, no dudó en presentarse ante sus padres para aclararles que estaba enamorado de su hija, con la cual esperaba contraer matrimonio. Los padres de Ángela pensaron que era un buen partido, pero la consideraban demasiado joven, así que le dijeron que tendría que esperar al menos un año para poder salir como novios. Juan Luis prometió esperar esos diez o doce meses. Se escribieron cartas, y se veían alguna vez como amigos. Ella estaba tan ilusionada. Se enamoró perdidamente de él. Y que fuera bastante más joven era un aliciente más para su pura y casta relación.

Sin embargo, el cuento de hadas se terminó cuando Pilar se cruzó en la vida de Juan Luis. Ángela sufrió un gran desengaño que no superó hasta conocer a Santiago.

Como le había dicho una vez a Lilian, Santiago era un buen hombre, honesto, trabajador y aunque nunca sintió esa pasión del primer amor, había aprendido a amarlo.

Apenas se había cruzado con el matrimonio Salgado a lo largo de los años, pero él era un hostelero conocido en la zona, que incluso salía en la prensa local de vez en cuando. Ella leía las noticias con avidez y hasta lloró su muerte al enterarse.

Cuando Lilian se presentó con Andrés Salgado en su casa, con veinte años, creyó morir. Sabía muy bien de quién era hijo. No podía volver a repetirse la historia. Su hija enamorada del vástago de Juan Luis. No, no podía ser.

Por eso nunca lo vio con buenos ojos y seguía viéndolo así. Ni por lo más remoto quería pensar que su nieto Adrián pudiera tener sangre de aquella familia. El niño tenía cierto parecido con Andrés. Él y su hija habían tenido una relación y no, prefería no pensarlo. No deseaba admitirlo.

Maldecía en ese instante haberse encontrado con Pilar. Esperaba que la mujer no llegara a las mismas conclusiones que ella. Ese niño era de Alfonso Torres y de su hija, y nadie iba a hacerla cambiar de idea.

 

Pilar no dejó de preguntarse si el niño de Lilian sería de Andrés. Tenían cierto parecido aunque tampoco conocía al marido de la joven para poder juzgar a quién se parecía más. Lo cierto es que su hijo y Lilian habían tenido una relación, y no de una sola noche. No paró de darle vueltas al asunto. Si era hijo de Andrés, era su nieto. Decidió que llamaría a su hijo a Londres.

Andrés despertó con el sonido del teléfono. Encendió la luz y miró el reloj. Todavía eran las ocho de la mañana. Se preguntó quién sería el inoportuno que llamaba un domingo a esa hora. Descolgó con desgana mientras la chica que dormía a su lado se movió para cambiar de postura y darle la espalda.

—Mamá… —murmuró—. ¿Ocurre algo? Es domingo…

Pilar estaba deseando hablar con él y no pudo esperar más para llamar. Lo había intentado la tarde anterior al llegar a casa, después de ver a Lilian con el niño.

Aparte de preguntar cómo estaba, cómo le iba la vida y cuándo pensaba regresar, le comentó su encuentro con Lilian y su madre. Le habló de Adrián, y después de darle toda clase de detalles sobre él, le soltó finalmente:

—¿Puede ser hijo tuyo?

Andrés se quedó sin palabras.

—… Claro que no, mamá. No lo creo.

—¿Estás seguro, Andrés? Estuviste con ella hasta poco antes de irte a Londres.

Él no deseaba preocuparla.

—No, mamá. Ya habíamos roto mucho antes. No puede ser hijo mío. Puedes estar tranquila.

—No sé, a mí me recuerda a ti cuando eras como él.

—No creo, mamá. Lilian me lo hubiera dicho. Imagino que sigue casada… —dijo deseando escuchar que no.

—No lo sé, pero supongo. Ahora que lo dices, sí, llevaba anillo.

—El niño es de su marido, mamá. Olvídate del tema. No te obsesiones con esa idea.

 

Después de colgar, Andrés ya no pudo dormir. Empezó a darle vueltas a la posibilidad de que fuera hijo suyo. Ocho meses, pensó. Podría ser perfectamente. Pero no, Lilian, no… y Alfonso menos… Un hombre como Alfonso no iba a admitir un niño que no fuera suyo. A no ser que lo ignorara, pero entonces ¿por qué Lilian iba a ocultárselo? Claro que no deseaba saber nada de él. Tampoco se lo iba decir en esas circunstancias. ¿Se parecería a él de verdad o eran imaginaciones de su madre? Después de todo, seguía casada con Torres, así que sería hijo de Alfonso.

Se alegró por ella. Había conseguido su sueño de ser madre. Pero sintió un profundo dolor al pensar que continuaba al lado de Alfonso. Su marido podía tenerla, tocarla, besarla, mientras que él…

Observó a Melanie, una joven rubia que había conocido días antes y con la que había pasado la noche. Hacía tanto tiempo que no estaba con una mujer, desde Lilian… Melanie no significaba nada más una salida a tanto tiempo de castidad. La chica había ido a por él sin ningún reparo. Él le advirtió que no quería compromisos ni relaciones serias. A ella le pareció estupenda su postura. Solo deseaba acostarse con él. No buscaba nada más. Andrés había acabado cediendo pero ahora se sentía lleno de remordimiento. No le debía castidad a Lilian, no iba a tener nada con ella pero le daba la impresión que la estaba traicionando. Y después de haber escuchado a su madre, se sentía mucho peor. ¿Sería posible que ese niño fuera suyo?

Lilian ocupaba todos sus pensamientos. Se moría por verla…

Éramos tan felices, se dijo.

Cerró los ojos y se esforzó en recodar las facciones, las miradas, las expresiones de su rostro, ternura, ironía, burla, ira. Podía ser tan vulnerable a veces. Le conmovió y le dolió tanto pensar en ella que decidió prescindir de la presencia de Melanie el resto del día. No estaba para nadie, y mucho menos para otra mujer.

La chica lo miró sorprendida cuando le dijo que deseaba estar solo, invitándola a que cogiera sus cosas y se fuera.

Fue un domingo extraño, lleno de desasosiego y angustia. Le mortificaba pensar en Lilian pero no podía apartarla de su mente.

Él tan opuesto al matrimonio, a los compromisos, hubiera dado todo por ser su marido y también padre de aquel niño. Un niño, que según su madre, era clavadito a él.

Adrián Salgado, pensó. Suena bien. Maravillosamente bien.