03
Lilian no recordaba haberse reído tanto como lo estaba haciendo con Andrés cuando él empezó a hacer memoria y a hablar de las viejas anécdotas que habían vivido juntos. Había olvidado muchos detalles que él seguía relatando, consiguiendo que llorara de risa. Pero cuando le tocó a ella el turno de hablar del pasado, a él le ocurrió lo mismo.
—Todavía tengo el peluche —dijo Lilian sonriendo.
—¿Qué peluche?
—Aquel gatito de color rosa chicle que me regalaste en un cumpleaños junto a una pulsera plateada. La pulsera la perdí. No sé ni dónde ni cuándo… —añadió con gesto compungido—. Pero me quedé con el detalle tierno. También tengo un perro, que se llama Andy.
Andrés sabía que Lilian siempre había querido tener un perro pero nunca logró convencer a sus padres a que cedieran a sus deseos.
—¿Tienes un perro? ¡Lo conseguiste!
Ella asintió con la cabeza.
—Un setter irlandés. El que es pelirrojo, como mi madre. Quiero decir que mi madre es pelirroja de verdad. No teñida —añadió riéndose y preguntándose al mismo tiempo por qué había dicho tal tontería. Andrés sabía muy bien que su madre era pelirroja.
—Por cierto, creo que a la señora «Ángela Soriano» —dijo con tono burlón—, no le gustó mucho verme en la tienda. Nunca le caí muy bien, todavía no sé por qué. Siempre me miraba muy seria cuando aparecíamos por tu casa y no me esperaba.
Lilian se rió al recordarlo. Cuando llegaba con Andrés y se encerraban en la habitación, su madre buscaba miles de pretextos para que él no permaneciera mucho tiempo en la casa. Y cuando Lilian se enfrentaba a ella por tener tan poca consideración hacia su amigo, le respondía que no eran horas de visitas, que tenía que ayudar a su hermana con los deberes, o miles de excusas que nadie lograba entender. En cambio, cuando ella era la que iba a casa de los Salgado, todos se desvivían por atenderla.
En más de una ocasión lo comentó en un afán de comparar los dos comportamientos y solo consiguió que su madre se enfadara mucho más.
—A la madre de ese chico se lo dan todo hecho o casi todo. Sus hijos son mayores y no tiene que atender a una niña pequeña como yo —solía chillar enfadada.
—Y tú qué sabes, si ni siquiera la conoces —replicaba su hija.
—Me lo imagino. ¿No vive en un hotel?
—No, mamá. Vive en un piso como nosotros. Eso sí, mucho más grande que este —añadía complacida.
—Y tienen chica de servicio, que tú misma me lo dijiste más de una vez.
Ahí Lilian optó por callarse. Pero también pensaba que Andrés no tenía la culpa de que sus padres vivieran en un piso más modesto o que hubieran tenido una hija a destiempo que se llevaba doce años con ella.
Casi siempre que salía el nombre de Andrés a relucir, madre e hija acababan discutiendo. Luego se lo contaba a él que lejos de molestarse, se reía afirmando que lo mejor era no hacerle caso.
—¿Para qué vas a discutir, Lilian? —preguntaba—. Pasa del tema.
—No puedo. Es superior a mí —afirmaba convencida.
De eso habían pasado ya años, pensó mientras lo observaba con detalle. ¡Qué guapo estaba! Tal y como había pensado en su encuentro en el tren, Andrés había mejorado con la edad.
—Así que tu perro se llama Andy… —dijo él soltando una risita.
—¿No te gusta el nombre?
—No, quiero decir, sí, me encanta.
Ella sonrió.
—A mí también. —Bajó los ojos y luego volvió a mirarlo— A mi marido no le entusiasmó mucho la idea de que tuviéramos un perro, aunque con la excusa de que tiene un pequeño jardín por donde trotar, conseguí convencerlo. No le gustan mucho los animales, por no decir nada —aclaró.
Le explicó que vivía en un chalé de una moderna urbanización construido por la empresa de Alfonso, que él había adquirido poco antes de casarse. Afirmó que estaba situado en un lugar muy tranquilo, en el campo, pero que odiaba tener que desplazarse en coche a todos los sitios. Hubiera preferido vivir en la ciudad, donde tenía tiendas, cafeterías o restaurantes por todos lados, y en pleno centro puestos ya a elegir.
Se quedaron callados unos segundos. Él la observó con detenimiento hasta que Lilian acabó por desviar la mirada.
—Hablando de Alfonso, tengo que llamarlo. Perdona un momento. Saldré para poder coger cobertura. Aquí no se oye nada.
—Bien. Mientras pagaré la cuenta.
Se levantó y salió del restaurante. Su marido no tardó en contestar. Ella le preguntó si pasaría a recogerla por la tienda cuando terminara de trabajar.
—Imposible, Lilian. Tengo una reunión. No sé a qué hora terminaré.
—Está bien. Te espero en casa —respondió desilusionada.
—Perfecto. Y ahora tengo que dejarte. Hasta luego.
Lilian no contestó. Guardaba el móvil en el bolso cuando Andrés se acercó.
—¿Todo bien? —preguntó él.
Ella trató de sonreír.
—Sí, todo bien, Andrés.
Pero no, no era cierto. Nada iba bien. Alfonso no tenía nunca tiempo para ella. Cuando no eran reuniones, eran entrevistas con clientes o estudios de proyectos, revisiones de su libro, partidas de golf que según él, eran compromisos inevitables… pero ella no tenía ningún interés en jugar al golf ni a ninguna otra cosa. Solo quería un marido con el que salir y alternar, con el que pasar el tiempo. No le parecía que fuera pedir demasiado. Y el único juego que le apetecía era el de la cama, algo que él también había ido dejando cada vez más a un lado. En el último mes habían tenido tan poco sexo, que Lilian estaba convencida de que su marido empezaba a evitarla o tenía a otra con quien desahogarse. Eso, muchas veces la inquietaba. Sabía que Alfonso gustaba a las mujeres y durante su estancia en Alemania, llegó a sospechar que tenía un lío con una compañera de trabajo. Nunca pudo averiguarlo y cuando una vez se lo insinuó, se puso como un loco, acusándola de estar chiflada y de ver fantasmas donde no los había. Nunca se quedó muy conforme con las explicaciones que él daba cuando llegaba demasiado tarde de la empresa. Siempre había estado con la mosca detrás de la oreja. Todavía ahora lo estaba…
♡
Se despidieron en la esquina de la calle donde estaba la tienda.
Andrés le dijo que estaría unos días de viaje. No ocultó que deseaba volver a verla, y hasta se interesó por conocer a Alfonso.
—Vale —dijo ella—. Lo hablaré con él. Estoy segura de que le encantará conocerte —añadió no muy convencida.
—Bien. Entonces te llamaré. Me siguen encantado tus pecas —bromeó él pellizcándole con suavidad la mejilla.
Ella sonrió.
—Hasta pronto, Andrés.
Lo vio alejarse. Todavía sonreía cuando abrió la puerta y entró. Iba pensando en él. No estaba segura de querer volver a verlo. Se había alejado de su vida cuando más lo necesitaba. Pero había sido una velada estupenda. Extraña, después de todo. Había pasado tanto tiempo…
Su prima Eva había llegado unos minutos antes y desde lejos pudo observar a la pareja hablando en la esquina. Colgaba el teléfono cuando Lilian saludó sonriente.
—Tu madre acaba de llamar y no parecía muy contenta.
—Ya la llamaré más tarde —respondió cambiando su sonrisa por gesto de fastidio.
—¿Qué tal con Andrés Salgado? —preguntó con tono irónico—.Os acabo de ver… —añadió con gesto suspicaz.
—Bien —respondió sin más.
Si deseaba sonsacarle algo, ella no estaba por la labor de hablar. Se dirigió a la trastienda donde dejó el bolso. Luego fue al baño y se contempló en el espejo. Sonrió al verse las cuatro pecas que bailaban en su nariz. Estaban casi en verano y todos los años le ocurría lo mismo. Recordó cómo le fastidiaba verlas en la adolescencia. Solo cuando Andrés declaró estar enamorado de ellas, empezó a quererlas. Era la única de sus hermanos que las tenía. Las había heredado de su madre, que tenía la piel blanca y pecosa. De ella también eran los ojos de color claro entre azul y verde. El resto de los genes no pertenecían a los Soriano, su familia materna, sino a los Marcos, la de su de padre.
Ángela volvió a telefonear un poco más tarde. Con la excusa de que había demasiada gente en la tienda, Lilian aseguró que la llamaría en cuanto llegara a casa.
Su madre colgó ofendida. Nunca había demasiados compradores en el establecimiento. Le sonó a disculpa. No se quedó tranquila. Todo lo contrario.
En efecto, no había nada más que un señor mayor que charlaba con Eva sobre un cuadro en el que estaba interesado, pero Lilian no deseaba hablar por teléfono en ese momento. Sabía muy bien qué iba a decir su madre, algo con referencia a Andrés que no le causaría ninguna gracia, más bien le molestaría.
—¿Qué me cuentas de Andrés? —inquirió su prima en cuanto se quedaron solas.
Eva había conocido a Andrés como el amigo inseparable de Lilian. Nunca llegó a entender lo que había entre ellos. Aunque solo eran compañeros de clase, se pasaban el día juntos. Muchos incluso creían que eran pareja.
A pesar de ser familia porque sus madres eran primas, y llevarse pocos meses de diferencia, nunca habían tenido demasiada confianza entre sí, y mucho menos cuando llegaron a la adolescencia. Lilian recordaba que cuando decía estar interesada en un chico, Eva no tardaba ni una semana en meterse en medio y quitárselo.
Cuando tuvo su primer novio, Felipe, temió que intentara entrometerse entre ellos, pero esta vez no mostró interés en el chico. Lilian no podía entender que tuviera tal poder de seducción para que la mayoría de los muchachos cayeran rendidos a sus pies. No era especialmente guapa, ni tenía un cuerpo espectacular, pero tenía que reconocer que no era nada tímida, todo lo contrario, quizás pecaba de atrevida.
Por ese motivo, cuando Lilian le presentó a Andrés y le dejó bien claro que el joven tenía pareja, pensó lo peor. Eva coquetearía con él como había hecho con casi todos sus amigos, comprometidos o no. Eso no le suponía problema alguno. No se equivocó, solo que esta vez no dio resultado. Andrés no sintió el más mínimo interés y a Lilian la llenó de orgullo. Puede que no fuera su novio y que solo les uniera una relación de amistad, pero si con alguien no quería verlo era de pareja con su prima.
Ahora, Eva estaba divorciada. Después de haber tenido numerosos novios terminó casándose con un apuesto anticuario mucho mayor que ella. Él había abierto el negocio que regentaba. El matrimonio solo duró un par de años. Gerardo se quedó con la casa y ella con el comercio. Lo último que sabía de su ex era que había cambiado de lugar de residencia y formado una nueva familia.
Eva no tenía pareja estable ni la deseaba, pero algo se despertó en ella al volver a ver a Andrés, uno de los pocos hombres que la habían rechazado en sus treinta y cinco años de vida, por eso volvió a mirar a Lilian con recelo. Viendo que no estaba dispuesta a decir ni una palabra sobre su amigo, no tardó en preguntarle otra vez por él.
—Nos encontramos el otro día en el tren —aclaró Lilian— Quedó en pasar a visitarme para conocer la tienda. Hemos comido juntos y nada más.
—¿Cuánto tiempo llevabas sin verlo?
—Unos diez años más o menos —contestó mirándola.
—¿Y qué has sentido al estar con él de nuevo? —inquirió.
Lilian sonrió.
—Siempre es agradable encontrar a viejos amigos. ¿No crees?
—Sí… supongo…
No volvieron a mencionar el tema. Eva dio por supuesto que le incomodaba hablar de él, así que no insistió.
No habían pasado ni diez minutos de su llegada a casa cuando sonó el teléfono. Lilian descolgó sabiendo muy bien que sería su madre. Se llevó el inalámbrico a la cocina y se sentó en una de las sillas, mientras saludaba con desgana.
—Hola, mamá —dijo mientras tamborileaba con los dedos sobre la madera de la mesa.
Su madre se saltó el saludo y le habló de la cena del día siguiente.
—Me gustaría que vinierais a cenar mañana. Tu hermana y Enrique también van a venir.
—Bien. Si Alfonso no tiene ningún compromiso —contestó.
—Hablando de otra cosa ¿Has vuelto a retomar tu amistad con ese muchacho?
Lilian suspiró.
—Mamá, ya te lo dije. Lo encontré en el tren el otro día. Hacía diez años que no nos veíamos. Hablamos. Fue a visitarme a la tienda y ya está. ¿Qué tiene de malo?
—También fuiste a comer con él.
A Lilian le apeteció colgar el auricular pero se contuvo. Apoyó la cabeza sobre la mesa y no dijo nada.
—No creo que esté bien. No sé qué va a decir tu marido.
Ahora sí que no estaba dispuesta a seguir escuchando.
—Nos vemos mañana, mamá.
—Lilian…, pero… Lilian…
No pudo decir más porque su hija le había colgado el teléfono.
A veces Lilian deseaba vivir a mil kilómetros de distancia de su madre. Aunque la había echado mucho de menos en los años que había estado fuera, añoraba a veces ese alejamiento. No le gustaba que se metiera en su vida o se preocupara tanto por lo que hacía o dejaba de hacer.
Suponía que todas las madres serían iguales, solía decirse a sí misma para controlarse y no responderle mal.
♡
Alfonso no estaba muy conforme con ir a cenar a casa de sus suegros pero no se atrevió a negarse. Ya lo había hecho más de una vez y era su mujer la que tenía que buscar una excusa ante sus padres.
No es que no apreciara a los padres de su esposa. Eran buenas personas, y siempre se habían comportado bien con él, pero le aburrían y no tenían muchos temas de conversación. Y qué decir de la hermana de Lilian y su novio con los que nunca simpatizó y a los que solo soportaba. No tenía nada en común con ellos. Sus ideas partidarias de la antiglobalización y detractoras del capitalismo no comulgaban con él ni con su estilo de vida. Con el único que congeniaba algo más era con Nicolás, el hermano de Lilian, pero se veían en Navidad y poco más. Por supuesto, la misma antipatía que él demostraba a su cuñada, y el novio de esta, era totalmente correspondida. Solo se toleraban. Evitaban hablar de temas que les hacía enfrentarse, porque él no estaba por la labor de callarse y Claudia mucho menos. A pesar de tener solo veintitrés años era muy decidida y le gustaba decir las cosas claras sin importarle si ofendía o no al resto. Alfonso siempre consideró que por la diferencia de edad con sus hermanos, toda la familia había sido y seguía siendo demasiado permisiva con la joven. Le habían consentido en exceso y por eso no tenía respeto alguno a las personas que no compartían sus ideales.
—A su edad, yo tenía que estar a las diez y media en casa —se quejó Lilian una vez cuando a los diecisiete años Claudia ya regresaba de madrugada.
—Ya, hija, pero son otros tiempos —solía decir su madre—. No es que me guste pero todas lo hacen.
Era cierto. Todo lo que Lilian no pudo hacer de adolescente se le fue permitido a su hermana y con menos edad.
—Ya. Yo por ser la mayor me llevé la peor parte.
—No exageres. Solo te imponíamos un horario, Lilian. Cualquiera que te oiga pensará que estuviste en un campo de concentración —protestaba su madre.
—Poco menos… —replicaba ella riéndose y abrazándola—. Por eso me quejo.
—Anda, anda… —contestaba su madre entre risas.
Lilian se alegró de ver a su hermana. Le dio un gran abrazo y un par de besos al tiempo que le reprochaba la escasez de visitas a su casa.
—Pues ahora menos te voy a visitar, Lilian. Empiezo el lunes a trabajar —afirmó sonriendo—. He firmado contrato por dos meses, algo es algo.
—Oh, eso es estupendo —respondió Lilian.
—¿No te lo ha dicho, mamá? —preguntó extrañada de que no estuviera enterada aún.
—No…
Miró a su madre que no se dio por aludida y por su gesto adivinó que seguía ofendida porque le hubiera colgado el teléfono el día anterior.
—¡Qué raro! Si mamá no puede tener nada callado… —dijo la chica.
Lilian se rió por el comentario.
—¿Va a tardar mucho la cena? —preguntó Santiago entrando en la cocina.
—Enseguida… —respondió su mujer mientras abría el armario para sacar unas copas que colocó sobre la mesa.
—Vamos, chicas. Ayudadme y llevadlas al comedor.
—Claro, mamá —respondió Lilian.
La cena transcurrió tranquila sin altercado alguno por ningún miembro de la familia. Claudia se limitó a hablar de trabajo, los hombres de fútbol, y tanto Ángela como su hija mayor estuvieron bastante calladas.
Cuando Lilian ayudó a recoger la mesa junto a su hermana y entró en la cocina para depositar los platos en el lavavajillas, su madre no dudo en sacar el tema de Andrés.
—Claudia ¿Quieres servir el café? —preguntó dándole la bandeja.
—Por supuesto.
Ángela cerró la puerta en cuanto su hija menor salió.
—No quiero meterme en tu vida pero no creo que sea prudente lo que estás haciendo.
Su hija la miró atónita.
—¿Hacer? ¿Qué se supone que estoy haciendo? —contestó molesta.
—Verte con Andrés. No sabía que siguieras siendo su amiga.
Lilian torció el gesto y luego volvió a mirar a su madre.
—¿Y por qué no íbamos a ser amigos? Nunca nos enfadamos, solo dejamos de vernos. Él se fue a Londres y yo seguí con mi vida.
—¿Y a Alfonso le parece bien? —preguntó Ángela cruzándose de brazos y mirándola con severidad.
—Pero… ¿Qué quieres decir? —respondió poniendo gesto de hastío.
—Ya sabes a qué me refiero.
—No, no lo sé —dijo molesta—. Si lo supiera no te preguntaría ¿No crees?
—Vamos, Lilian. Siempre estuviste enamorada de Andrés. No lo niegues.
Lilian no dijo nada pero miró para otro lado. Le fastidió mucho que su madre se lo recordara. No deseaba hablar de eso y menos cuando ya habían pasado tantos años.
—¿Vas a decirme que no? —inquirió su madre—. Sabes muy bien que no me estoy inventando nada.
—Nunca hubo nada entre nosotros. Solo fuimos amigos —respondió mirándola—. ¿Es que a estas alturas todavía no lo sabes?
—A mí no puedes engañarme. El otro día vi cómo lo mirabas.
—Ah, qué bien —respondió sarcástica—. Y según tú, ¿cómo lo miraba? ¿Con amor? ¿Con deseo? ¿Como una gata en celo o algo así?
—Lilian —la reprendió su madre—. No te burles. Estoy hablando en serio. Y tengo que decir que a pesar de todo, me alegré de verlo después de tantísimo tiempo.
Lilian la miró incrédula. ¡Qué gran mentira! Pensó. Durante diez años estaba segura de que su madre se había alegrado y mucho, de no ver a Andrés Salgado en sus vidas.
—Ya… —susurró por lo bajo.
En ese momento Claudia volvió a entrar y dejaron de hablar.
—¿Pasa algo? —preguntó.
Ninguna de las dos contestó.
Lilian aprovechó para coger el bote de sacarina que su padre acababa de pedir en voz alta desde el comedor y salió.
Después del café, Alfonso afirmó que estaba cansado y deseaba irse a casa. Por primera vez, Lilian no insistió en quedarse un poco más. También alegó estar cansada. Besó a su hermana y sonrió a los demás al despedirse.
Sí, había hablado a su marido de Andrés. La noche anterior le había explicado lo de su encuentro en el tren y que habían comido juntos. Alfonso no le dio mayor importancia. A diferencia de Andrés, no mostró ningún deseo de conocerlo. Él también había tenido muchas amigas antes de casarse y nunca hablaba de ellas. Su falta de interés por las cosas que no le tocaban directamente y que eran según él, de los demás, le traían sin cuidado. Andrés no era de su círculo de amigos ni de su ambiente, por lo tanto, no le interesaba lo más mínimo. A ella le molestó cuando lo dijo.
—Es amigo tuyo, Lilian y no te lo tomes a mal, pero yo no tengo tiempo ni de ver a los míos. No me importa que quedes con él para comer o tomar algo alguna vez. Pero yo no tengo interés en conocerlo.
—Mira que eres antipático —le reprochó—. Parece que lo único que te importa en la vida es el trabajo y ya te he dicho muchas veces que no hace falta que trabajes tantas horas. No lo necesitamos, Alfonso.
Él no contestó. Ignoró su comentario.
Quizás porque estaba pensando en la actitud de su marido o porque había salido bastante indignada de la casa de sus padres, Lilian inició una discusión durante el camino a casa.
—¿Mañana vas a tener una de tus largas y aburridas partidas de golf? —preguntó aun sabiendo la respuesta.
Sin apartar la vista de la carretera, su marido contestó.
—Ya te he dicho que tenemos que ir. Nos quedaremos allí a comer.
—¡Ja! Y mientras tú juegas, yo me paso la mañana tomando café con la estirada de Carolina y compañía. Olvídalo. Si ese es tu plan, no cuentes conmigo.
—Tengo que hacer vida social, Lilian —protestó—. Forma parte de mi trabajo. Y tú, como mi esposa, deberías de acompañarme.
—No, no pienso ir —casi le gritó—. ¿Crees que soy un objeto para exhibir ante tus estupendos amigos? Ni hablar. No me gusta el golf, me aburre ese prestigioso club y mucho más la gente que hay dentro. Te lo recuerdo por si todavía no te has enterado. ¡Odio ese maldito club!
Alfonso soltó un bufido pero se calló. Lilian tampoco dijo nada más. Estaba furiosa, él no tenía interés en sus amigos, le costaba un triunfo conseguir que fuera a pasar una velada con sus padres, no le gustaba Eva, no le gustaba la tienda, no le gustaba su hermana, no le gustaba ni el perro que los recibió dando saltos de alegría cuando llegaron a casa, y que él apartó con brusquedad para que no posara las patas en su pantalón claro. Lilian lo miró con rabia y por un momento pensó que por no gustarle, ya no le gustaba ni ella.
Alfonso se fue a su estudio donde estuvo revisando el correo electrónico y la agenda para el día siguiente, durante bastante tiempo. Después cuando se fue a la cama, su mujer dormía. Llevaba un corto camisón de raso y un mínimo tanga. Se sintió excitado al contemplarla y quiso hacerle el amor. La despertó besándola en los labios con ansiedad. Ella abrió los ojos y protestó.
—No… —murmuró.
Pero él se había colocado entre sus piernas y no tenía ninguna intención de dejarla.
—Vamos, Lilian. No me digas que no…
—No, ahora no. Déjame…
Intentó empujarlo sin conseguirlo y viendo que a él parecía provocarle más la situación acabó por rendirse. No hubo besos ni caricias. Él la penetró con fuerza haciéndola lanzar un quejido. No tuvo oportunidad de sentir placer porque tampoco puso voluntad alguna en conseguirlo. Cuando quiso darse cuenta, él ya había terminado.
Aunque no había sido demasiado frecuente en su vida sexual, no era la primera vez que les pasaba. Alfonso siempre lo había achacado al stress, al trabajo, al cansancio… Pero esta vez no se molestó en excusarse. Se durmió a los cinco segundos de apartarse de ella. Lilian se quedó inmóvil con la vista clavada en el techo hasta que el sueño la venció.
♡
Abrió los ojos y tuvo la impresión de que había despertado quince años antes. Había soñado con sus años universitarios pero se había visto tal y como era ahora y del mismo modo había aparecido Andrés.
Miró el reloj y comprobó que ya eran las diez, pero ese sábado no trabajaba. Se turnaba con Eva cada semana para abrir la tienda. Casi habría agradecido que le hubiera tocado a ella, así tendría algo que hacer.
Se giró y descubrió que Alfonso ya no estaba en la cama. Se quedó pensativa durante unos minutos y de pronto una sensación de angustia la invadió. Fue cuando su mente empezó a pensar en el futuro; se imaginó al lado de Alfonso asistiendo a cócteles y fiestas, al club de golf, sin niños, sin perro, lejos de su familia, de su hermana, de sus padres.
Un agudo dolor la atravesó. Las molestias menstruales empezaban a hacer acto de presencia. Otro mes más en que no había sido posible. Desilusionada se encerró en el cuarto de baño y se metió bajo la ducha.
No pudo escuchar el móvil que sonaba con insistencia sobre el tocador. Alfonso, que acaba de entrar en la habitación, respondió por ella.
Una voz masculina le saludó desde el otro lado de la línea presentándose como Andrés Salgado.
—No, Lilian no está en este momento. Y… —hizo una pequeña pausa como asegurándose de lo que iba a decir y prosiguió—, le rogaría por favor, que deje de molestarla. Mi esposa no tiene ningún interés en usted y, por supuesto, yo tampoco.
Andrés se sintió desconcertado ante las palabras de Alfonso, más que por lo dicho, por su tono ofendido. Se disculpó con educación y colgó.
Alfonso borró la llamada antes de que Lilian saliera del baño envuelta en una toalla.
—¿Hablabas con alguien? —preguntó al verlo.
Él sonrió.
—No. ¿Por qué?
—Por nada. Simplemente me pareció.
Le había mentido sin ninguna consideración. No era la primera vez y no se sentía avergonzado por ello. Comprendió en un instante lo mucho que los separaba, y lo poco que tenían en común. Él se sentía a otro nivel, en otra élite, en otro mundo. Sí, Lilian era preciosa. Alfonso había encontrado a la mujer ideal, habían dicho todos cuando anunció su boda, y no, no era como las otras con las que había salido, chicas sin ningún pudor, atrevidas, que se entregaban en la primera cita, y con la que había disfrutado de grandes placeres, pero a esas no las quería como esposas aunque se desvivieran por su persona.
Él disfrutaba de esa sensación. Le hacía sentirse poderoso ante ellas, seguro de sí mismo, pensando que cualquiera de esas chicas se arrastraría por el suelo por estar con él.
Le había sido infiel muchas veces. Se había dejado atrapar por Isabel, una antigua secretaria, que terminó dejando la empresa. También se había liado con compañeras de trabajo, pero para él, no significaban nada. Era simplemente deseo sexual. Con ninguna pensaba tener una aventura duradera. No les prometía amor ni fidelidad. Les decía con claridad que solo buscaba sexo, y las muy zorras, como él las calificaba, acababan cediendo. Seguro que pensaban que así ascenderían a mejores puestos o tendrían más concesiones. Cuando se cansaba de ellas, las dejaba y si le surgía otra oportunidad, no la desperdiciaba.
Lilian no era de ese tipo de mujeres. Había sido un regalo del destino y no estaba dispuesto a renunciar a ella jamás. No era perfecta pero sí lo suficiente bonita como para que sus amigos la contemplasen con admiración. Medía un metro setenta de estatura, tenía un buen cuerpo y unas facciones delicadas y suaves, lo mismo que su voz.
Era su esposa, su mujer, y con ella hacía el amor, mientras que a sus amantes las follaba, esa era la gran diferencia que seguro que ninguna era capaz a comprender. Con Lilian ejercía de hombre recatado, no demasiado activo sexualmente ya que no demostraba que le gustara demasiado esa parte de la vida del matrimonio. Lilian se quejaba de que era poco imaginativo, y no le gustaban nada los juegos preliminares. Hacían el amor casi siempre de la misma manera. Era tan metódico en todo, que hasta en ese aspecto de la vida, lo aplicaba. Pocas veces había querido experimentar cosas nuevas. Alfonso prefería la clásica postura del misionero donde además apenas la dejaba moverse. Él tenía el control, le gustaba someterla, dominarla… pero todo lo que no hacía con su bonita esposa, y que era a su gusto pura lujuria, se lo dejaba a las otras, a sus amantes, como solía denominarlas cuando pensaba en ellas.
Aparte de todo eso, Lilian deseaba un bebé que no acababa de llegar, y cuando había hablado de adopción, su marido se había negado con rotundidad. Si tenía un hijo, tendría que ser suyo. Sería un varón que heredaría las facciones de su madre y la inteligencia y genialidad de su padre. Esperarían un tiempo, y en último caso existían otras opciones médicas que podían intentar antes que decidirse a adoptar.
Prefería no tenerlos y estar solo con su mujer el resto de sus días que hacerse cargo de niños que no eran suyos, claro que esto a Lilian nunca se lo había dicho. Conociéndola pondría el grito en el cielo y lo acusaría con horribles calificativos como egoísta, o cosas peores. Después de todo, ahora estaba en un punto en que le importaba más el status social y su nivel económico que los sentimientos que pudiera sentir hacia su mujer, y no es que hubiera dejado de amarla, o tal vez sí, ni siquiera estaba seguro de ello.
—Me voy… —dijo él— Te veré más tarde. Si cambias de idea, estaré en el club.
Ella se sentó sobre la cama sin mirarlo.
—Ya ni compartimos el desayuno —susurró girando la vista hacia la ventana.
—Tal vez mañana, cariño. Tengo un poco de prisa. Me están esperando.
Se acercó a ella y la besó con un roce en los labios. Lilian no se inmutó. Lo vio salir y escuchó cómo bajaba la escalera y poco después el motor del coche. Siguió inmóvil en la misma posición que él la había dejado y por reiterada vez en poco tiempo volvió a sentir una terrible soledad.
♡
Mientras tanto Andrés estaba pensando en ella y en la actitud posesiva de su marido, ese tal Alfonso que era arquitecto, y al que trataba de imaginarse sin conseguir ningún perfil que encajara en los gustos que creía conocer de su antigua amiga. Ella siempre se había declarado incondicional de los chicos de ojos claros y pelo oscuro, y nunca le habían gustado los rubios. ¿Cómo sería su marido? ¿Rubio, moreno? ¿Alto? Tenía que reconocer que se moría de curiosidad. Esperaba que hubiese acertado al enamorarse, y que el arquitecto la tratara como se merecía, porque para él, Lilian era alguien muy especial, y ante todo, una bellísima persona.
Desde el primer día en que se conocieron en la biblioteca, se hicieron inseparables. No por ningún motivo especial ni porque quisieran ser pareja. De forma natural sin proponérselo se acostumbraron a compartir las clases y el tiempo libre.
Llegó el momento en que no podían estar el uno sin el otro, y buscaron todo tipo de disculpas para estar juntos. Entonces él mantenía una relación en la distancia con una joven rubia de la que afirmaba estar enamorado, y ella salía con Felipe. Cuando este aparecía algún que otro fin de semana, Andrés se esfumaba para encontrarse a su vez con su novia.
Después, cuando volvían a la rutina de todos los días, ninguno de los dos hablaba demasiado de cómo les había ido el fin de semana, ni de sus parejas respectivas. Ambos sentían una sensación extraña que se podía identificar con celos, pero estaban muy lejos de reconocerlo.
Lo que estaba claro era que el marido de Lilian no tenía ningún interés en él, según sus mismas palabras. Tal vez era mejor desaparecer del escenario y seguir con su vida. Era cierto que volver a verla le había ocasionado confusos sentimientos pero los achacó a la nostalgia y melancolía que se despertaron en su alma. Tenía que admitir que estaba mucho más guapa. Era evidente que vestía mucho mejor, con esa ropa cara de boutique, pero el estilo elegante y natural que mostraba lo había tenido siempre, aun cuando llevaba los vaqueros rotos y las zapatillas de deporte o las sencillas camisetas de tirantes. En sus sueños ilícitos siempre se le aparecía tal y como la recordaba. Era cuando la mente le jugaba malas pasadas y despertaba agitado y excitado, pensando que la tenía entre sus brazos y la besaba con verdadera pasión. Ni él mismo comprendía por qué después de los años, con las distintas parejas que había tenido, Lilian siguiera de vez en cuando surgiendo en su subconsciente trastornando y de qué manera sus sueños.
Pedazos de nostalgia anclados en la memoria, se decía a sí mismo. Parches que por un lado deseaba recomponer y por otro, quería olvidar.