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Había pasado dos semanas y Andrés no sabía nada de Lilian. Estaba en su despacho cuando una llamada de recepción le informó de que tenía una visita. Al preguntar quién era, para ver si podía escabullirse, la chica le dijo que Lilian Marcos.

Sonrió y ordenó que la hicieran pasar. Se levantó de su asiento cuando la puerta se abrió. Lilian no venía sola. Empujaba una silla de bebé, y en ella estaba su hijo Adrián.

Andrés la miró a ella, después al niño, otra vez a ella… y tragó saliva consternado por las diversas emociones que estaba sintiendo. Los ojos se le humedecieron y ella que había cerrado la puerta se acercó a él.

—Vamos —dijo—, di algo…

Él la abrazó. Y en ese abrazo se condensaron todos sus sentimientos. Sabía que aquel niño era suyo. No hacía falta ni que ella le dijera nada.

—Lilian, cariño…

—Es tu hijo, Andrés. Lo supe desde que lo vi por primera vez. Es nuestro niño.

Él se agachó para poder contemplarlo de cerca. Adrián sonrió por primera vez a su verdadero padre y él se sintió embargado por la emoción. Era su hijo… su hijo… de él y de Lilian. Se sintió el hombre más feliz del mundo. Se levantó y acercándose otra vez a ella, la estrechó entre sus brazos.

—Quiero reconocerlo, Lilian. Me someteré a las pruebas de paternidad. Quiero que lleve mi apellido. Supongo que estarás de acuerdo…

Ella sonrió.

—Sí… pero antes tienes que hacer otra cosa, que ya no sé si te gustará tanto.

Él la miró confuso.

—Quiero que me beses. No deseo otra cosa. Solo que me beses.

Él sonrió de nuevo. La besó con tanta ternura que toda ella se estremeció. La besaba con suavidad como temiendo herirla. Ella se abrazó a él devolviéndole cada beso también con delicadeza hasta escucharon a Adrián protestar porque ninguno le prestaba atención. Se separaron y los dos se inclinaron sobre la silla para atenderlo.

—Creo que debemos subirlo a la habitación trescientos trece —dijo él bromeando—. Seguro que se divertirá mucho más.

Ella sonrió.

—Humm… ¿No crees que es demasiado pequeño aún? —preguntó al tiempo que levantaba al niño en brazos.

Se lo dio a él para que lo cogiera. Pensó que Adrián se pondría a llorar, pero no lo hizo. Se quedó tan tranquilo observando a su padre que lo miraba embelesado.

—Un pañuelo para la baba… —bromeó ella—, la tuya quiero decir.

Como si el niño supiera de qué hablaba soltó una risita.

Andrés alargó el brazo y estrechó a Lilian contra él. Ahora sí, ahora sí eran la familia que ella siempre había soñado tener.