26

 

 

 

Alfonso había llegado a un acuerdo con Maite, le abonaría algo más de dinero al mes, pero no tanto como esta había pedido. Lo que realmente deseaba era librarse de aquella carga, pero ahora que Lilian lo sabía, era mucho más difícil. Su mujer estaba totalmente de acuerdo de que debía aportarle ayuda a la niña, pues podía hacerlo sin problema ya que consideraba que era su deber. Pero Alfonso desconfiaba que Rebeca fuera suya. Y aun siendo verdad, no sentía ningún interés en ella. Se hubiera hecho la prueba de paternidad en su momento, pero su abogado se lo desaconsejó, temiendo que saliera más perjudicado de lo que ya estaba y lo dejó pasar, convencido de que Miss Brady cumpliría su promesa de no aparecer nunca en su vida. Pero no lo había cumplido. Todo le había salido mal, aun así, dejó de preocuparse. Lilian tampoco había vuelto a hablar de divorcio. Estaba pendiente de su embarazo, que era su felicidad, y lo demás parecía que había dejado de importarle.

Durante aquellos meses la relación entre ambos había sido difícil aunque se toleraban. Hacía mucho que no compartían la misma cama. Él se había trasladado a otra habitación. Se pasaba el día trabajando, regresaba muy tarde, cada vez más. Era como dos desconocidos viviendo bajo el mismo techo. Ambos habían logrado aislarse uno del otro. Se cruzaban y ni se miraban.

Cuando él quería que lo acompañara a alguna cena de negocios se lo decía días antes y no le valía ninguna excusa que ella pudiera poner, pero en las últimas semanas del embarazo tuvo que estar casi a reposo absoluto. Ángela se hizo cargo de todo.

Claudia las visitaba con frecuencia, y de vez en cuando le llevaba algún obsequio para su futuro sobrino.

Sabían que sería un niño. Un varón al que no habían elegido todavía un nombre, pero al que habían preparado una bonita habitación con las paredes pintadas en tono azul, y que había decorado según los gustos de Lilian. Alfonso no se había opuesto. Al contrario. Cada día estaba más convencido de que el niño era suyo. Nunca quiso pensar otra cosa porque no le interesaba.

Por otro lado, lo último que sabía de Andrés Salgado era que estaba en Londres. Había dejado su trabajo en el hotel, y desaparecido de sus vidas, algo que le producía una gran satisfacción.

También había roto con Eva. Se lo dijo la última noche que estuvieron juntos en el apartamento.

—Lilian y yo vamos a ser padres —dijo Alfonso.

—No os vais a divorciar —dijo ella cerrando los ojos por un instante—. Lo suponía…

—Es mi mujer, Eva.

Ella se rió.

—Vaya, ahora es tu mujer. Una mujer a la que engañas con todas las que puedes. ¡Qué bonito!

—No es cierto —contestó él molesto.

—No seas cínico, Alfonso. Aparte de mí, ha habido muchas. ¿Crees que soy idiota?

—Nunca creí que lo fueras. Todo lo contrario.

—¿Y qué va a pasar ahora conmigo?

Él no contestó.

—Podías habérmelo dicho antes de llevarme a la cama, ¿no te parece? —dijo en alto tono de voz.

—Eva, no me montes una escenita, por favor.

—¿Prefieres que me alegre al enterarme que todo este tiempo que he invertido en ti se ha terminado de la noche a la mañana? ¿Es por Lilian o es que tienes a otra esperando para ocupar mi lugar?

—No quiero discutir contigo.

—¿Crees que ese hijo que espera es tuyo?

Él la miró enfadado.

—Por supuesto, es mío. Ni te atrevas a insinuar otra cosa.

Ella sonrió con malicia.

—Vamos, tú sabes como yo que te ha engañado con Andrés Salgado.

—Eso es mentira. Lilian no me ha sido infiel. No tiene valor para hacerlo. Es demasiado débil —mintió, no porque quisiera defenderla si no por orgullo propio.

—La subestimas, Alfonso. Yo sí estoy segura de que te ha puesto los cuernos.

—¿Quieres callarte? —le gritó encolerizado.

—Vaya. Eso ya no te gusta ¿verdad?

Él se acercó a ella y la agarró por el cuello zarandeándola.

—Podría hacerte pedazos si quisiera. No me provoques ni vuelvas a insinuar nada parecido jamás —amenazó después de soltarla.

El tono y los ojos de Alfonso ahora eran gélidos.

—Maldita puta. Todas sois iguales.

Ella estaba blanca. Temblaba. Le tuvo miedo.

—Vete, Alfonso. No quiero volver a verte —balbuceó nerviosa.

—Tendremos que volver a vernos. Somos familia, querida… —dijo sonriendo.

Eva cerró de un portazo cuando salió.

—¡Maldito hijo de puta! —dijo entre sollozos.

Alfonso tenía un nuevo entretenimiento, una joven muy seductora y bonita, llamada Lorena a la que había conseguido que Ignacio contratara como auxiliar administrativo, ya que estaban buscando gente para ese puesto. La chica aceptó encantada. Tenía un buen sueldo, y se codeaba con gente importante, como Borja, el hijo de Ignacio, por el que sintió desde el primer momento una fuerte atracción. Sin embargo, era fiel a Alfonso y no ponía los ojos en otro que no fuera él, aunque solo le interesara por los regalos caros que le hacía. Podía permitírselo. Su empresa tenía la exclusiva con las obras de urbanismo de casi toda la región. Nunca había estado mejor.

Ganaba mucho más dinero y no le importaba derrocharlo con su nueva querida, que le complacía en todos los sentidos.

Ahora que Lilian y él no tenían ningún tipo de vida sexual, Lorena era una mujer muy apetecible. Le había gustado desde el primer día, cuando apareció en el cumpleaños de Asunción, acompañada de Andrés.

 

Parecía como si el destino se empeñara en cruzar sus vidas y sus mujeres. Maite, Lorena, Lilian. No, Lilian había sido suya mucho antes que de Andrés. Se rió al pensarlo.

Ella era su mejor trofeo. Jamás la dejaría marchar.