02
Ángela estaba terminando de recoger la cocina cuando pensó en llamar a Lilian para invitarla a cenar al día siguiente, viernes, junto a Alfonso. También invitaría a su otra hija, Claudia, que aunque no se había casado aún, vivía con su novio. Tanto ella como su marido esperaban que decidieran formalizar la situación de una vez, ya que llevaban varios años de relación. Su otro hijo, el segundo de los tres, Nicolás, residía desde hacía años en Tenerife.
Todavía no le habían dado nietos y estaba deseando que alguno de sus vástagos tuviera descendencia.
Pero Nicolás no parecía estar por la labor pues solo llevaba casado un año y medio. Y tanto él como su nuera, Andrea, no tenían ninguna prisa. A Claudia, la más pequeña, sin trabajo estable, pues aunque había estudiado enfermería, solo la llamaban para sustituciones, y con veintitrés años, ni se le pasaba por la cabeza la idea de ser madre aún, así que su única esperanza era Lilian, pero no había conseguido quedarse embarazada. Sabía que tanto ella como Alfonso deseaban niños, y lamentaba que no hubieran podido ser padres todavía. Puede que ahora que ya estaban establecidos y habían dejado de viajar de un lado a otro, tuvieran más suerte.
Se dirigió al salón donde su marido, Santiago, dormitaba en una de las butacas. Tenía tres años más que ella y se había jubilado hacía unos meses. Ahora le daba por hacer maquetas de barcos, y leer toda clase de periódicos, aparte de entretenerse durante horas con el canal de deportes de la televisión.
Santiago abrió los ojos al escuchar a Ángela descolgar el teléfono.
—Voy a llamar a las chicas para que vengan a cenar mañana. Eso si no tienen planes —exclamó en voz alta.
Su marido no dijo nada, lo que significaba que estaba de acuerdo. Ángela se puso las gafas de cerca para mirar la agenda, aunque sabía los números de memoria.
—¡Vaya! Liliana no contesta…
A su marido le resultó extraño que la llamara por su nombre completo. Para ellos siempre había sido Lilian. Dedujo que su mujer estaba molesta o preocupada por su hija mayor, ya que solo en esas ocasiones utilizaba todas las sílabas para nombrarla.
Después de unos minutos consiguió hablar con Claudia, que se mostró encantada con la invitación de su madre. Luego marcó de nuevo el número de Lilian pero siguió sin dar respuesta.
—¿Por qué no la llamas al móvil? —preguntó su marido.
Así lo hizo. Ángela ya iba a colgar cuando por fin escuchó la voz de su hija.
—¿Mamá?
—Te he estado llamando a casa. Pensé que comerías allí…
Lilian pareció titubear al responder. No se oía bien. Había mucho ruido a su alrededor. Ángela no pudo distinguir con claridad sus primeras palabras pero lo último que entendió casi hubiera preferido no escucharlo.
—Es… estoy comiendo… sí… estoy… con… con Andrés.
El silencio de su madre no dejó a Lilian la menor duda de que su respuesta no le había gustado.
—¿Mamá?
—Te llamaré más tarde. Cuando estés en la tienda…
Colgó molesta, dejándola sin palabras.
Santiago la conocía tan bien como para percibir por la expresión de su rostro que estaba enfadada.
—¿Qué pasa? —preguntó— ¿Hay algún problema?
Se levantó airada del sofá y lo miró con cara de disgusto.
—Espero que no, Santiago —suspiró mientras él la miraba sin comprender por encima de las gafas.
—Se trata de Andrés.
—¿Qué Andrés? —inquirió sin dejar de mirarla.
—Aquel muchacho que fue medio novio de Lilian, creo, porque nunca llegué a saber qué había entre ellos.
Él se quedó pensando.
—Ah, sí. Lo recuerdo. Se pasaba el día aquí.
—Pues ha vuelto, y no me gusta. No me gusta —exclamó mientras recogía la taza vacía que su marido había dejado sobre la mesa.
Santiago ahora sí puso cara de no entender nada.
—¿Ha vuelto a dónde?
Su mujer movió la cabeza con indignación.
—Aquí, y ahora está comiendo con tu hija. ¿Qué te parece? —preguntó cruzando los brazos sobre el pecho.
Se encogió de hombros.
—¿Qué me tiene que parecer?
—Hoy lo he visto en la tienda, y no me gustó cómo se miraban. Los dos… Lilian está casada. No tiene por qué ir con él a comer ni a ningún sitio.
Su marido refunfuñó algo que ella no logró entender, pero viendo su gesto de desaprobación fue capaz de intuir que estaba de acuerdo con ella.
—Hablaré muy seriamente con Lilian. En cuanto pueda —dijo Ángela en tono amenazante—. No me gusta nada este asunto, pero nada.
Salió del salón y volvió a la cocina a terminar de recoger.
Ángela había visto con muy buenos ojos a Alfonso desde el momento en que su hija se lo presentó. Le gustó como novio y ahora mucho más como marido. Era un hombre culto, educado, inteligente, con futuro prometedor y sin duda, un buen esposo. También estaba segura de que sería un buen padre. Puede que fuera reservado, eso no podía discutirlo, a veces demasiado serio, pero era decente y digno de admiración. Era muy atractivo. Claro que Andrés también lo era… y sabía que Lilian había estado muy enamorada de él. Recordaba perfectamente cómo en aquellos años de universidad, el chico era el centro de su universo, y no daba un paso sin su amigo del alma. La había visto ilusionada, feliz, pero también derramando alguna que otra lágrima, y sufriendo por él. Más, cuando el joven decidió irse a Londres y fueron perdiendo el contacto.
Le conoció alguna que otra pareja, pero nada serio, aparte de Felipe. Como madre le aconsejó que se olvidara de Andrés para siempre y aunque Lilian intentaba convencerla de que ya no pensaba en él, nunca pudo engañarla. Pero era ley de vida. Pocas veces un amor tan fuerte como el que su hija había sentido por Andrés era correspondido. Ella lo sabía muy bien. Al final cuando empezó a salir con Alfonso, intuyó que había encontrado al hombre perfecto. Se había casado por propia voluntad. Nadie la había persuadido para hacerlo. Su yerno era lo que toda madre aspiraba para una hija. Además hacían una estupenda pareja. En el momento que Dios les concediera el anhelo de su primer niño, formarían una familia perfecta.