05

 

 

 

En los años que Andrés vivió en Londres, compartía con John y otro chico de origen asiático un antiguo apartamento en Clerkenwell, a pocos pasos del bar que ambos regentaban. Por entonces llevaba una vida desordenada y algo caótica. Trabajaba demasiadas horas y dormía poco, pero aun así disfrutaba de paseos bajo los árboles de Kessington Gardens o Hyde Park donde corría en bicicleta o hacía deporte. En ocasiones se escapaba a Oxford, Cambridge o visitaba otras ciudades cercanas.

Muchas veces pensaba en Lilian. A veces la extrañaba, pero habían tomado rumbos diferentes. Ella ansiaba formar un familia, ser madre. Él solo quería ver mundo, perderse y no echar raíces en ningún sitio. Le horrorizaba la palabra compromiso o matrimonio y por ese motivo se cuidó mucho de las chicas que lo asediaban con tales fines. En ese momento mantenía una relación con Maite, otra española afincada en Londres que trabajaba junto a ellos y hacía las tapas más estupendas de la ciudad.

La asidua clientela era una mezcla variopinta de expatriados, brasileños, cubanos, españoles, italianos, todo tipo de nacionalidades y cómo no, ingleses encantados con el ambiente y sobre todo con la comida.

La primera vez que Andrés y Alfonso coincidieron fue un sábado al anochecer cuando un grupo de ejecutivos vestidos con traje y corbata entraron en el bar. El que parecía más estirado de todos, con pelo engominado y aspecto impecable pidió las bebidas en un casi perfecto inglés, aunque no tardó en presentarse como español por lo que mantuvo una amena charla con John acerca de sus orígenes.

Ambos eran españoles, solo que Alfonso era del norte de la misma región que Andrés pero de distintas ciudades. Eso les dio confianza para hablar los primeros días. Después de la noche a la mañana, la actitud de Alfonso cambió.

Solía aparecer casi a diario y se tomaba una cerveza o un whisky. A veces llegaba solo y otras en compañía de algún amigo o compañero de trabajo. A pesar del trato amable y cercano que John o el mismo Andrés le otorgaban, sobre todo por compartir nacionalidad, Alfonso se mostraba distante e incluso llegaba a mirarlos con cierto aire de superioridad sin darles la más mínima confianza.

Ya habían averiguado que el tipo en cuestión era un arquitecto que trabajaba en una oficina muy importante realizando proyectos no solo para las Islas Británicas sino con proyección al resto de Europa.

Con la única que se mostraba simpático y galante eran con Maite. Cuando esta ayudaba en la barra, Alfonso trataba por todos los medios de entablar una conversación con ella, y aunque se mostraba más bien reacia a los requerimientos del arquitecto aprovechaba los enfados con Andrés para darle charla y dedicarle sonrisas seductoras. Era del todo halagador que alguien como Alfonso posara sus ojos en una simple camarera.

—No te conviene, Maite —le advirtió John más de una vez.

Pero ella hacía oídos sordos de sus consejos.

—Pero qué envidiosos sois —respondió ofendida mirando a Andrés que a su vez la observaba de reojo—. No pienso pasarme la vida sirviendo copas en un bar y menos con vosotros. Me ha invitado a cenar y pienso aceptar.

Andrés y John se miraron. ¿Hablaba en serio?

Después de todo Maite solo tenía veinte años. Había dejado los estudios y se había ido a Londres con la idea de buscar un trabajo. Para empezar no le había importado aceptar servir copas en un bar y hacer tapas en la cocina. Pero sus aspiraciones no eran esas. Estaba ahorrando para poder matricularse en cursos de maquillaje para televisión y cine, algo a lo que quería dedicarse en el futuro.

Andrés le había gustado desde el primer momento y que tuviera diez años más que ella no le importó. Ninguno de los dos buscaba una relación estable ni para siempre. Él la satisfacía sexualmente y le llenaba los espacios de soledad. A él le pasaba un tanto de lo mismo. No vivían juntos. Maite compartía apartamento con otras dos chicas en el bloque de al lado y cuando les apetecía, despertaban en la misma cama.

En más de una ocasión se habían enfadado y roto su relación para luego volver a caer uno en brazos del otro. Cuando Alfonso la invitó a cenar una noche, Andrés y ella solo se consideraban amigos.

Alfonso pensaba que la chica era bastante joven, atractiva, y seguramente carecía de pudor alguno, por lo que llevársela a la cama en su primera cita, no le costaría mucho. No se equivocó. Invitarla a un restaurante caro, y comportarse como el mejor de los caballeros era la mejor táctica para que una jovencita no acostumbrada a tales refinamientos, cayera rendida a sus pies a las pocas horas de conocerlo.

Eso le sucedió a Maite la noche que aceptó la invitación de Alfonso. Se sintió avergonzada por no ir adecuadamente vestida y abochornada por parecer una colegiala al lado de su acompañante, pero esa sensación se fue de su cabeza cuando comprobó que al arquitecto no le producía ningún malestar, más bien todo lo contrario. Y si el poder de seducción de Alfonso había funcionado con Lilian, este no tenía la menor duda de que la joven perdería la cabeza por un hombre como él. ¿Qué podía ofrecerle Andrés o el otro tipo llamado John? Nada más que una invitación a un cine, a bailar o a cenar en cualquier pequeño restaurante atestado de inmigrantes chinos o hindúes.

La vida en Londres era demasiado cara para dos simples camareros por muy dueños del pub que fuesen. Y a esa pobre muchacha, seguro que el sueldo le daba para poco más que pagar el minúsculo apartamento donde vivía.