29
Asunción contemplaba con una sonrisa a su único bisnieto.
—Es igual que su padre —afirmó.
—¿A que sí? —preguntó Ángela—. Es la viva imagen de Alfonso.
A Lilian se le escapó un suspiro sin querer y la abuela soltó una risa que hizo que su hija y nieta la miraran sorprendidas.
—¿Creéis que soy tonta? Este niño es igual que Andrés, no se parece nada a Alfonso.
—Pero ¿qué dices, mamá? —refunfuñó Ángela enfadada—. ¡Qué cosas se te ocurren!
Lilian miró a su madre pero permaneció en silencio.
—Puede que sea vieja pero tengo ojos en la cara. Desde el primer momento en que le vi, lo adiviné —replicó la mujer.
—No, mamá, no es verdad —volvió a decir Ángela.
La abuela alargó la mano y la apoyó en el brazo de Lilian que seguía sin decir nada, sentada en el sofá.
—Lilian, miente a quien te parezca conveniente pero no a mí. Nada me convencerá de que Alfonso ha engendrado a ese niño. No soy tonta. Sé que andabas con Andrés, tu madre me lo contó.
Lilian miró a su madre perpleja.
—Mamá… pero…
—Yo no puedo tener secretos para tu abuela. En eso no te pareces nada a mí, tú te lo reservas todo. Nunca has tenido confianza suficiente conmigo —se quejó Ángela.
Se preguntó por qué oír a su madre le cansaba tanto. Tal vez se debía que estaba harta de escuchar sus reproches indirectos hacia ella. Volvió la vista a su abuela, que sonreía observándola.
—Tranquila, cariño. Hay cosas en la vida que no se pueden evitar. Siempre has querido a Andrés. Fue una equivocación casarte con Alfonso. Sabía que no serías feliz con él.
Aunque Ángela volvió a refunfuñar por el comentario, Lilian se vio obligada a reconocer que su abuela comprendía mucho mejor las cosas de lo que ella y su madre creían. Nunca le había comentado nada de sus problemas matrimoniales, aunque puede que lo supiera desde siempre. Sin embargo, nunca se había entrometido ni preguntado nada.
Lilian suspiró y aprovechando que sonaba el móvil que tenía sobre la mesa, se levantó y salió de la habitación mirando la pantalla del teléfono. No era nadie que tuviera en la agenda, y el número no le sonaba familiar. Aun así respondió:
—Diga…
Se quedó paralizada cuando escuchó la voz de Andrés al otro lado de la línea.
—¿Lilian?
—¿Sí?
Entró en el despacho de Alfonso y cerró la puerta para asegurarse de que nadie podía oírla. Estaba tan nerviosa que ni le salían las palabras.
—¿An... drés…?
Pudo percibir que Andrés estaba tan nervioso o más que ella. Le temblaba la voz e imploró que no colgara el teléfono, que lo escuchara. Le dijo que había vuelto hacía unos días y aseguró que necesitaba verla. Deseaba hablar con ella, rogó, suplicó… mientras que Lilian aturdida y emocionada no era capaz de decir palabra.
—Por favor, Lilian. Necesito hablar contigo. Por favor…
—Ahora no es el mejor momento, Andrés.
—Por favor, Lilian. Es importante, muy importante…
—Te llamaré yo —dijo—. Es lo mejor. Pero dame tiempo. Ahora no…
Colgó sin esperar su respuesta. Tardó unos minutos en reponerse y volver al salón donde su madre y su abuela entretenían al niño. También había llegado Claudia, que al verla, exclamó:
—¡Qué cara traes! Estás pálida ¿Qué te pasa?
Trató de sonreír.
—Nada. No me pasa nada.
—¿Te encuentras bien? —preguntó su madre ahora.
—Perfectamente. Solo estoy algo cansada —añadió sonriendo.
Aquella noche Alfonso llegó más temprano de lo habitual, pero Lilian ya había cenado.
—¿No cenas? —preguntó.
—Como nunca sé a la hora que vas a llegar, para qué voy a esperarte. Hoy has venido mucho más temprano, aunque Adrián ya está dormido.
Él no respondió. Por semana apenas veía al niño. Llegaba demasiado tarde, y no solía comer en casa. Pero no parecía preocuparle mucho. O al menos, no lo aparentaba.
Lilian sin saber por qué comenzó a llorar.
—¿Qué te ocurre? —preguntó Alfonso.
Ella negó con la cabeza. Salió del comedor y se fue al salón donde continuó llorando. No sabía muy bien por qué lo hacía, no era por nada en particular y era por todo. El hecho de sentirse aislada, y atada a Alfonso, la llamada de Andrés, los sentimientos confusos hacia este que la estaban volviendo loca, los problemas para comunicarse con su madre, con su marido…
Cuando consiguió calmarse se sentó en una de las sillas con la mirada perdida al ventanal. Llovía. Intentó pensar cuándo había llorado por última vez. No era fácil, porque lo había hecho en numerosas ocasiones en los últimos meses.
Se dirigió a la cocina donde se preparó un té. Alfonso entró poco después. Observó sus ojos enrojecidos, y el pelo despeinado.
No intentó consolarla. Ni siquiera le preguntó el motivo de su desasosiego. Se giró y volvió a salir. Minutos después regresó. Lilian estaba inmóvil y mirando hacia afuera. Percibió lo sola que se encontraba. Podía acercase a ella, intentar reconquistarla pero sabía muy bien que todo había terminado entre ellos desde hacía mucho tiempo. Ahora dudaba si la había amado alguna vez, pero de todos modos no quería perderla.
Ella se dio la vuelta.
—¿Estás ahí? —preguntó en un susurro.
—Sí. Me voy a dormir. Hasta mañana.
Ella no respondió.
—Si me necesitas. Estoy arriba.
Mientras subía por la escalera se preguntó por qué le habría dicho eso. ¿Acaso se estaba ablandando? Verla llorar le había afectado, no podía negarlo, pero no, no iba a permitir ese chantaje emocional de Lilian para que cediera ante el divorcio. Había sido un truco bien pensado, se dijo, pero no, no. Podría llorar todo lo que quisiera, jamás cambiaría de idea, antes sería capaz de… sí, vamos Alfonso, escuchó en su interior, admítelo, serías capaz de matarla. Muy capaz… se contestó a sí mismo.
Lilian intentó dormir pero una enorme intranquilidad se había apoderado de ella. No tenía que haberse tomado un té, era estimulante. Hubiera sido mejor una tila o cualquier otra infusión. No paró de dar vueltas de un lado a otro de la cama. No podía dejar de pensar en Andrés. Si se decidía a llamarlo, no pensaba decirle que Adrián era hijo suyo. No podía hacerlo. Aunque quizás no lo fuera. El parecido físico podría ser casualidad. De algún modo Andrés y Alfonso tenían cierto parecido. Seguro que sí, por eso estaba casada con él, porque se parecían. ¡Qué estupidez! Estuvo a punto de decir en voz alta. ¿Cómo puedo pensar algo así? No se parecían en nada, ni físicamente ni de otra manera. Andrés significaba ternura, encanto, y también tentación, ¿Por qué negarlo? También amor, porque seguía enamorada, nunca había dejado de estarlo. Alfonso era la cara opuesta, y no, hacía mucho tiempo que no sentía nada por él. Había llegado a odiarlo, pero ahora ya más bien, le era totalmente indiferente.
Pensó en la bonita sortija que le había regalado en Navidad. ¿De qué le servía todo aquello? Las joyas, la ropa cara, los bolsos de marca… todos los regalos que su marido le había hecho no significaban nada. Solo eran cosas materiales. En los años de matrimonio faltaron los detalles pequeños, los que realmente gustaban. ¿Cuántas veces le había dicho que la amaba? Casi podía contarlas con los dedos de una sola mano.
♡
Recibió una llamada de Olga que había llegado unos días antes a visitar a su madre, que estaba recién operada. Como apenas tenía tiempo libre y venía con las fechas de vuelta señaladas, decidieron quedar para tomar un café esa misma tarde.
Lilian prefirió dejar a Adrián con sus padres y después, se acercó hasta la cafetería donde su amiga la esperaba.
Se sorprendió al ver que no estaba sola. Otra amiga de Olga estaba con ella. Eso le suponía un obstáculo para poder hablar en confianza, ahora tendrían que hablar de temas sin importancia y no entrar en intimidades.
Se saludaron con mucho afecto.
—¡Hacía siglos que no te veía! —exclamó Beatriz— Estás fenomenal.
—Gracias. Perdonad que me haya retrasado pero he tenido que dejar al niño con mi madre primero y el tráfico estaba imposible —dijo mientras se quitaba el pañuelo del cuello y lo metía en el bolso. También se desabrochó la gabardina de color claro que llevaba. Le preguntó a Olga por su madre y esta le respondió que estaba mejor.
—¿Qué quieres tomar? —preguntó Beatriz, ya que ellas tenían sobre la mesa dos tazas de café— A ver si viene el camarero… —añadió alzando la vista.
—¿Qué tal Adrián? —dijo Olga sonriendo.
—Ufff… ha crecido mucho desde que lo viste en febrero.
—Estaba casi recién nacido… —afirmó riéndose—. Y sí, ya vi en las fotos que me enviaste que está precioso.
El camarero por fin se acercó y Lilian pidió un té americano con mucha canela.
—¿Has pensado en hablar con Andrés? —preguntó de pronto Olga.
Beatriz la miró y puso un gesto de sorpresa ante las palabras de su amiga.
—Olga… —susurró como queriendo avisarla de su metedura de pata.
Lilian comprendió que también lo sabía pero Olga sonrió y siguió hablando.
—Creo que él debería saberlo. Tiene todo el derecho. No puedes seguir ocultándoselo.
Lilian la estaba mirando sin ser capaz de creer que estuviera hablando con toda naturalidad ante Beatriz.
—No creo que sea de tu incumbencia, Olga —contestó molesta.
—Solo es un consejo. Yo en tu lugar lo haría.
—No estás en mi lugar. Y déjame decirte que me has demostrado que tampoco puedo confiar en ti. ¿Se lo has dicho a todo el mundo? Te creía mi amiga… y no que…
—Lo soy, Lilian. Lo soy…
—Olga. No puedo creer que tú… ¡bah! Olvídalo. Mejor me voy…
—¿Eh? Vamos, Lilian, sabes que Beatriz es como una hermana para mí. Puedes confiar en ella —se excusó Olga, mientras Beatriz abochornada no sabía dónde meterse.
—No lo dudo. Pero tú has traicionado mi confianza —respondió con voz enérgica—. Me voy…
Se levantó al mismo tiempo que el camarero llegaba a servirle el té.
—Pero… ¿se va? —preguntó el chico.
Lilian no respondió y con paso apresurado se dirigió hasta la salida. Llevaba los ojos llenos de lágrimas. Ahora sí que no tenía a nadie. Se había quedado completamente sola.