Capítulo 40

Octavia comprendía el riesgo a la perfección. Un ataque nuclear era inminente. Y si los militares terráqueos atacaban el antiguo artefacto alienígena, el objeto contraatacaría. No había forma de saber cuántos terráqueos, y protoss ya de paso, podrían morir en la repercusiones. Octavia no podía reunir la suficiente compasión para importarle si el enjambre zerg era aniquilado o no.

El General Duke la había tratado como si fuese una niña histérica que no supiese de lo que estaba hablando. Octavia tenía que admitir que no entendía lo bastante la situación en el Dominio Terráqueo, pero en este caso sabía más que el General Duke.

Ahora que sus esfuerzos por persuadirle para que renunciara a su mal aconsejado plan habían fracasado, sólo conocía un lugar para ir. Tomando un pequeño todoterreno, lo condujo a máxima velocidad hacia el peñasco en forma de hacha donde ella y la Templaria Oscura se habían encontrado por primera vez. Dejando el todoterreno detrás, gateó por la rocosa ladera de la colina, llamándola a gritos.

—¡Xerana! ¡Xerana!

No hubo voz de respuesta, por supuesto. La Templaria Oscura no podía haber sabido que Octavia venía aquí a hablar con ella.

Aún así, cuando se concentró sintió una presencia en la zona posterior de su mente. No Xerana, sin embargo. Era más parecido a algún tipo de tensión, una mezcla de emociones que no podía comprender, todas alzándose en un griterío mudo. Podía sentir que algo poderoso estaba a punto de ocurrir.

Desesperada, Octavia bloqueó todos los pensamientos de su mente y enfocó toda su concentración en una palabra: «¡Xerana!»

No tenía ni idea de cuánto tiempo permaneció allí, con ese pensamiento pulsando a través de su cerebro «¡Xerana! ¡Xerana!» pero de improviso la Templaria Oscura apareció. Parecía desgreñada y cansada.

Tan pronto como vio a la mujer alienígena, Octavia farfulló:

—Xerana, he fallado. Los militares no me escucharon. Van a lanzar un ataque nuclear. Tienes que detenerlos.

«Yo también hablé con mi pueblo. Y tampoco quisieron escucharme».

Una bola caliente se formó en el pozo del estomago de Octavia.

—Pero todos podrían morir. Tú misma lo dijiste. Tenemos que detenerlos.

«Ah. Pero sólo podemos ofrecerles nuestro conocimiento. No podemos tomar decisiones por ellos. La avaricia y los prejuicios han eliminado su sentido común. Lo que venga después… es consecuencia de sus actos».

—Pero los colonos de Refugio Libre no deberían morir por la estupidez de los demás —manifestó Octavia.

«No». La Templaria Oscura cerró sus resplandecientes ojos de fuego, como si se estuviese concentrando en un solo y profundo pensamiento.

Justo entonces, Octavia sintió que otra presencia volvía a su mente, borrando toda esperanza de otros pensamientos o discusiones. Se presionó las manos sobre las sienes al tiempo que el grito telepático se volvía más y más fuerte. Ya era demasiado tarde.