Capítulo 2
La reina de las espadas.
Su nombre había sido una vez Sarah Kerrigan, cuando había sido otra persona… cuando había sido humana.
Cuando había sido «débil».
Se sentó de nuevo en el interior de los muros orgánicos de la floreciente colmena zerg. Monstruosas criaturas se desplazaron entre las sombras, guiadas por cada uno de sus pensamientos, funcionando para un propósito mayor.
Con sus poderes mentales y su control sobre estas abominables y destructivas criaturas, una Sarah Kerrigan transformada había establecido la nueva colmena sobre las demacradas ruinas del planeta Char. Era un mundo gris, marchitado y aún abrasado por la potente radiación cósmica. Este planeta había sido un campo de batalla. Sólo los más fuertes podían sobrevivir aquí.
La cruenta raza zerg sabía cómo adaptarse, cómo sobrevivir, y Sarah Kerrigan había hecho lo mismo para convertirse en uno de ellos. Instruida como una Fantasma con talentos psi, una agente telepática para el servicio de inteligencia y espionaje de la Confederación Terráquea, había sido capturada por la Supermente zerg y transformada.
Su piel, endurecida con una coraza de células polímeras, resplandecía de un verde aceitoso. Sus macilentos ojos amarillos estaban rodeados por parches oscuros de piel que podrían haber sido magulladuras o sombras. Su pelo se había convertido en púas de medusa… segmentos conectados como las patas afiladas de una araña venenosa. Cada púa se retorcía como estrías continuamente sepultadas a través de su cerebro. Su rostro aún mantenía una delicada belleza que podría serenar a una víctima humana en un momento de vacilación… proporcionándole el tiempo suficiente para atacar.
Cuando contemplaba su propio reflejo, Sarah Kerrigan rememoraba en ocasiones lo que había sentido siendo humana, siendo hermosa, para estándares humanos, y que incluso había comenzado a amar a un hombre llamado Jim Raynor, quien también había empezado a amarla a ella.
«Emociones y debilidades humanas».
Jim Raynor. Intentó no pensar en él. Ahora no tendría escrúpulos en matar al corpulento y bonachón humano con su mostacho de morsa, si tal cosa fuese necesaria. No se lamentaba de lo que le había ocurrido, ya que ahora tenía una misión más importante.
Sarah Kerrigan era mucho más que una simple zerg.
Las diversas crías zerg habían sido adaptadas y mutadas de otras especies que habían infectado durante su historia de conquistas. Extraídos de un extenso catálogo de ADN y atributos físicos, los zerg podían morar en cualquier parte. Los enjambres se sentían como en casa en el desapacible Char como lo habían estado en el exuberante mundo colonia de Mar Sara.
Una especie verdaderamente magnífica.
El enjambre zerg barrería los mundos de la galaxia, consumiendo e infestando todo lo que tocaran. Debido a su naturaleza, los zerg podían sufrir pérdidas catastróficas y aún así seguir llegando, seguir devorando.
Pero en la reciente guerra contra los protoss y la Confederación Terráquea, la todopoderosa Supermente había sido destruida. Y «eso» casi había significado el fin para los enjambres zerg.
Al principio, su victoria había parecido segura a medida que los zerg infestaban los dos mundos colonia terráqueos de Chau Sara y Mar Sara. Su número crecía mientras el resto de la Confederación permanecía abstraída ante el peligro. Pero entonces una flota de guerra protoss, nunca antes vista por los humanos, había esterilizado la faz de Chau Sara. Aunque el inesperado ataque erradicó la infestación zerg (y también acabó con millones de inocentes humanos), la Confederación Terráquea había respondido de inmediato a esta agresión no provocada. El comandante protoss no había tenido estómago suficiente para destruir el segundo mundo de Mar Sara, y de ese modo la infestación zerg se tornó desenfrenada.
Con el tiempo, los zerg aniquilaron la capital confederada de Tarsonis. Y Sarah Kerrigan, Fantasma humana, había sido traicionada por sus camaradas militares e infestada por los zerg. Reconociendo sus increíbles poderes telepáticos, la Supermente había decidido usarla para algo especial…
Pero entonces, sobre el casi conquistado planeta natal protoss de Aiur, un guerrero protoss había destruido a la Supermente en una explosión suicida que lo convirtió en un héroe y decapitó a la Colmena zerg.
Dejando a Sarah Kerrigan, la Reina de Espadas, para que recogiera los restos.
Ahora el control de la cruenta raza yacía en sus manos. Se enfrentó al tremendo desafío de transformar el planeta en un nuevo nexo para la raza zerg. Los enjambres emergerían de nuevo.
Bajo su guía, unos pocos supervivientes zánganos se habían metamorfoseado en criaderos. Los seguidores zerg de Kerrigan habían encontrado y entregado bastantes minerales y recursos para convertir aquellos criaderos en guaridas más sofisticadas… y más tarde en enjambres completos. Con las numerosas nuevas larvas generadas por los criaderos, había creado colonias de biomateria, extractores, y reservas de reproducción. Dentro de poco, la estera orgánica de los zerg se propagaría sobre la carbonizada superficie del planeta. La nutritiva sustancia ofrecía alimentos y energía a los diversos moradores de la nueva colonia.
Era todo lo que necesitaba para restaurar la damnificada, pero nunca vencida, raza de los zerg.
Kerrigan permanecía rodeada de luz. Su mente estaba repleta de detalles descritos por docenas de superamos supervivientes, enormes mentes que transportaban enjambres por separado en misiones dictadas por su Reina de Espadas. Nunca se relajaba, nunca dormía. Había mucho trabajo que hacer, muchos planes por cumplir… muchas venganzas por alcanzar.
Flexionó los dedos y extendió sus garras como cuchillas; podrían destripar a un oponente… «a cualquier oponente», desde el rebelde Arcturus Mengsk, que era quien le había traicionado, hasta el General Edmund Duke, cuya ineptitud había desembocado en su captura y transformación.
Observó una de las garras, mientras reflexionaba sobre cómo podría atravesar con ella la garganta del general y contemplar el derramamiento de su sangre fresca. Aunque no habían pretendido hacerle un favor, Edmund Duke y Arcturus Mengsk habían hecho lo posible hasta convertirla en la Reina de Espadas, hasta alcanzar el máximo poder y la furia de su potencial. ¿Cómo podría seguir enfadada con ellos después de eso?
Aún así… quería matarlos.
Los zerglinos se desplazaban en torno a la colmena, cada uno del tamaño de un perro que había tenido cuando era niña. Eran criaturas con caparazón de insecto moldeadas como lagartos, con temibles garras y largos colmillos. Los zerglinos eran poco más que simples máquinas de matar que podían descender como pirañas sobre un ejército enemigo y desgarrar a los soldados en pedazos.
Los encontraba hermosos, justo como una madre vería a cualquiera de sus preciados hijos. Acarició el resplandeciente y verdoso lomo del zerglino más cercano. En respuesta, recorrió con las garras su casi indestructible piel, para a continuación arrullarla con el leve contacto de sus colmillos, una caricia que podría considerarse de cariño…
Abominables hidraliscos patrullaban el perímetro de la colonia, una de las criaturas zerg más temibles. Guardianes voladores con aspecto de cangrejo surcaban el cielo sobre su cabeza, preparados para expeler ácido que destruiría cualquier amenaza terrestre.
El enjambre zerg se encontraba sano y salvo.
Sarah Kerrigan no estaba preocupada, y desde luego no tenía miedo, pero era cuidadosa. Se debatía con impaciencia sobre sus poderosos músculos, aunque podía verlo todo a través de los ojos de sus criaturas si así lo quería.
Junto con su restante ambición humana y la picazón emocional de la traición, también sentía el implacable afán de conquista que provenía de su nueva genética zerg.
Hacía eones, la misteriosa y antigua raza de los xel'naga había creado a la raza zerg, de impecable pureza y perfección. Kerrigan sonrió ante la deliciosa ironía. Los zerg habían sido tan perfectos que a la larga se volvieron contra sus creadores y los infestaron.
Ahora que el liderazgo de todos los enjambres recaía sobre ella, Kerrigan se prometió que conduciría a los zerg hasta el apogeo de su propio destino.
Pero cuando se sentó de nuevo en su colmena y contempló a las hormigueantes criaturas enfrascadas en sus labores, acumulando recursos y preparándose para la guerra, la Reina de Espadas sintió diminutos vestigios de simpatía humana aflorando en su corazón.
Sintió pena por aquellos que se interpusieran en su camino.