Capítulo 11
Cuando la insistente señal del artefacto alcanzó a los enjambres zerg de Char, propagó una onda de choque como una avalancha mental a través de la Reina de Espadas. Mientras descansaba en su creciente colmena, la pulsante transmisión martilló las sienes de Sarah Kerrigan con un impulso electromagnético. De algún modo esta estruendosa llamada se adaptó a las nuevas resonancias de su cabeza, a la señal de recepción genética que había sido incorporada en los zerg desde la instauración de su ADN.
La tambaleante señal provocó que el caparazón orgánico de su colmena reluciera, como si también recibiera la llamada largamente olvidada. El material de exoesqueleto que constituía los muros de la colmena comenzó a resonar en respuesta.
A su alrededor, los zerg reaccionaron con frenesí como si la señal activara algún recuerdo instintivo en su interior. Los monstruosos hidraliscos se encabritaron, siseando y cortando el aire con sus garras, preparados para lanzar una andanada de mortíferas púas a cualquier criatura que percibieran como enemiga.
Los zerglinos en forma de perro se volvieron salvajes, atacando a los zánganos y a las larvas, desgarrándolos a trozos. La señal alienígena aporreó la cabeza de Kerrigan, pero apretó los dientes e impuso orden en su mente. Con todo su poder psi, se concentró e intentó controlar los instintos de sus zerglinos. Necesitaba detenerlos antes de que acabaran con más miembros de su colmena.
En su vida anterior, había sido entrenada en el programa de Fantasmas Confederados. Los terráqueos le habían aplicado un tratamiento neuronal para apaciguar sus poderes psi latentes. Le habían implantado quirúrgicamente un Amortiguador Psíquico para controlarla, para convertirla en una buena agente de inteligencia y espionaje. Sarah Kerrigan se había visto forzada a asesinar a incontables enemigos y aprendido a considerar la vida misma como un fugaz y desechable producto.
Había recibido un buen entrenamiento. Pero Kerrigan había sido traicionada por los humanos a los que servía, que la abandonaron a su muerte en el campo de batalla infestado por los zerg de Tarsonis. La mujer que había sido Sarah Kerrigan se convirtió en la Reina de Espadas, y cargaba sola con el peso del futuro de los zerg.
Si podía controlarlos.
La señal continuó, implacable. Desde las regiones exteriores de la diseminada colmena, podía oír el vibrante rugido de un ultralisco mientras aullaba su miedo y confusión. Calmó al monstruo del tamaño de un mamut, y a continuación continuó con los demás que estaban causando demasiada destrucción. Con una mano de hierro, volvió a forzar la disciplina sobre su colmena.
La palpitante señal se detuvo al fin. El silencio descendió como una avalancha sobre los enjambres. Kerrigan soltó un profundo suspiro, permitiendo que sus sistemas biológicos se sosegaran, y sintiendo que la colmena regresaba a un estado normal aunque aún agitado. Comenzó a reflexionar.
El pulso transmitido despertó algún recuerdo instintivo e involuntario que los xel'naga habían plantado en su interior. La Reina de Espadas sabía en lo más profundo de su transformado ser que el origen de esta señal debía ser increíblemente antiguo, diseñado por la misma raza que había creado a los protoss y a los zerg.
Aunque empleaba gran parte de su mente para mantener vigilada a la inquieta raza de los zerg, billones y billones de criaturas, dejó que parte de sus pensamientos cavilaran sobre lo que había experimentado. Sabía que los zerg debían investigar, «debían poseer», lo que fuera que hubiese enviado esta poderosa señal.
Tomando finalmente una decisión, Kerrigan llamó a todos los componentes de la nueva prole que había reunido tras la destrucción de la Supermente. Tenía una misión para la Progenie Kukulkan, que había llamado así en honor de un dios serpiente maya de las antiguas leyendas terrestres. Consideraba el título muy apropiado. La Progenie Kukulkan era uno de los enjambres más temible de la diseminada raza zerg. Podía confiar en ellos.
Cuando la Progenie estuvo agrupada, con todos sus superamos, mutaliscos, hidraliscos, zerglinos, ultraliscos, reinas y zánganos, todo lo necesario para una impresionante fuerza de asalto, Kerrigan la envió desde las humeantes ruinas de Char hasta el espacio como mortíferos insectos.
Sus órdenes, perfectamente claras incluso en las tenebrosas mentes de los diversos zerg, eran encontrar el objeto que había enviado la señal… y tomar posesión del mismo a toda costa.