Capítulo 9

Mientras se arrellanaba en el trono, recién instalado en la restaurada capital de Korhal, el Emperador Arcturus Mengsk sentía que se había vengado al fin por tantos años de actividades guerrilleras, confabuladas contra la represiva Confederación Terráquea.

El trono le hacía sentirse bien, como si siempre se lo hubiese merecido. Y se sentía poderoso.

Al fondo, una holoproyección se encontraba en marcha, repitiendo el magnífico discurso que había pronunciado ante todos los seres humanos en el evento de su autocoronación. Mengsk nunca se cansaba de escuchar esas palabras.

—Seguidores terráqueos, acudo a vosotros, tras los recientes acontecimientos, para emitir una llamada a la razón. Ningún humano debe negar los peligros de nuestra época. Aunque hemos luchado unos contra otros, divididos por la mezquina contienda de nuestra historia común, la marea de un conflicto mayor se cierne sobre nosotros, amenazando con destruir todo lo que hemos logrado.

Muy dramático. Muy convincente. Mengsk había practicado el discurso muchas veces ante numerosos consejeros.

Habían pasado meses desde el derrocamiento de la Confederación Terráquea, cuando el propio Mengsk se las había arreglado para atraer a los malvados zerg al planeta capital de Tarsonis. Allí, los voraces alienígenas habían hecho el trabajo destructivo de Mengsk por él. Y mejor aún, se las había ingeniado para hacer creer que él era la esperanza de todos los humanos, un caballero en su brillante armadura.

Su imagen continuó hablando.

—Ya es hora como nación y como individuos de que dejemos a un lado nuestras largas desavenencias y nos unamos. La marea de una nueva guerra nos amenaza, y debemos buscar refugio en un terreno más elevado a fin de que no seamos barridos por la inundación. ¿Con nuestros enemigos sin obstáculos, quién se volverá para protegeros?

«Buenas palabras —pensó—, un bonito eslogan». Valía la pena repetirlo.

No obstante, mucho quedaba aún por hacer. El Emperador Mengsk tenía muchas palabras que pronunciar, muchos gobiernos que restablecer, muchos cabezas de turco que depositar.

Y ahora había recibido este extraño mensaje desde la colonia olvidada de Bhekar Ro.

Mengsk se revolvió en su trono, contemplando una transcripción del comunicado. Quería revisar todas y cada una de las palabras de su conversación con el alcalde de la colonia, Jacob Nikolai. «Nunca había oído hablar de él antes».

Pasando sus bien cuidados dedos por la tupida barba, Mengsk frunció el ceño, preguntándose qué hacer en esa situación. Su instinto inicial había sido ignorar la petición de ayuda. Bhekar Ro no se encontraba en la lista de los mundos importantes sobre los que el nuevo emperador necesitaba asegurar su dominio. Hasta la Confederación les había abandonado. ¿Por qué debería preocuparse por un puñado de sucios granjeros en un mundo tan alejado del que nadie había oído hablar?

Molestos sonidos derivaron hasta él desde las salas que rodeaban la cámara del trono: estrepitosos martilleos, zumbidos de los cortadores de diamantes y chispas de los soldadores láser. Ahora que tenía el control del gobierno terráqueo, Mengsk había ordenado la construcción a gran escala de los mundos devastados, comenzando con la restauración de Korhal, que permanecía desolada tras las atrocidades de la Confederación.

Por encima del fragor, su holodiscurso continuó.

—La devastación causada por los invasores alienígenas es evidente. Hemos contemplado nuestros hogares y comunidades destruidos por los certeros ataques de los protoss, hemos visto de primera mano a nuestros amigos y amados consumirse por la pesadilla zerg. Aunque impredecibles e inimaginables, son los símbolos de los tiempos en los que vivimos.

La infraestructura dañada por la invasión zerg y los ataques protoss en Mar Sara y Chau Sara necesitaba ser restituida y reconstruida… aunque podían esperar. Primero el emperador tenía que descubrir cómo exprimir más impuestos de la población de forma que pudiera reabastecer su tesorería imperial. Cualquier planeta que no ovacionara la presencia de Mengsk lo bastante alto encontraría dificultades a la hora de recibir fondos e ingenieros civiles para sus proyectos de construcción.

—La hora de aliarnos bajo una nueva bandera ha llegado, mis seguidores terráqueos. En la unidad yace la fuerza. Muchas de las facciones disidentes se nos han unido ya. Entre todas forjaremos un conjunto indivisible, bajo la autoridad de un solo trono. Y desde ese trono vigilaré por vosotros.

Decidió asegurarse de que este discurso de coronación fuese impartido a todos los jóvenes estudiantes del nuevo Dominio. Modificar la historia podría convertirse en un trabajo a tiempo completo…

Mengsk se sirvió una copa de vino klavva, la apuró de un solo trago, y a continuación se sirvió otra que se propuso saborear. La decisión sobre el extraño objeto alienígena de Bhekar Ro reposaba sobre sus hombros. No podía dejársela a cualquier otro… era la desventaja de ser emperador. Pero Arcturus Mengsk se había granjeado el título, se había granjeado su posición, y se reprendió a sí mismo por quejarse de los servicios menores de un gran gobernante.

¿Qué habrían descubierto esos colonos exactamente? Estaba de acuerdo con enviar ayuda, pero ¿valdría realmente la pena investigarlo?

Uno de sus ayudantes uniformados marchó enérgicamente hacia la opulenta sala del trono y le mostró el saludo del puño alzado que había sido empleado por los Hijos de Korhal. El saludo pronto sería implantado a lo largo y ancho del Dominio Terráqueo.

El ayudante le tendió un documento enrollado, que Mengsk abrió y estudió. ¡Ah, la lista diaria de las ejecuciones programadas! El emperador recorrió los numerosos nombres con su uña y reconoció a algunos de ellos. No recordaba cuáles eran sus crímenes, y ahora no tenía tiempo para revisarlos todos. Demasiados detalles molestos. La mayoría debieron haber sido prisioneros políticos o sediciosos que rehusaron ceder las riendas de la Confederación Terráquea.

Comenzó a comprobar los casos uno por uno, pero entonces decidió que tenía asuntos más urgentes que atender. Estampó simplemente el sello de «Aprobado» y se lo devolvió a su ayudante, que levantó de nuevo el puño y no tardó en retirarse para entregar el documento debidamente rubricado al Departamento de Ejecuciones.

Otro trabajo bien hecho.

Su holodiscurso estaba a punto de terminar.

—Desde este día en adelante no permitiré que ningún humano combata contra otro humano. No permitiré que el órgano terráqueo conspire contra este Nuevo Orden. Y no permitiré que ningún hombre se vincule con los poderes alienígenas. Y a todos los enemigos de la humanidad: no nos pongáis ningún impedimento, porque ganaremos, a toda costa.

Mengsk clavó la vista en el resumen de la conversación que había mantenido con el Alcalde Nikolai. «¿Qué hacer?», caviló. No había motivos para sospechar que estos colonos estuviesen mintiendo sobre su descubrimiento, ya que se encontraban tan lejos de la política galáctica que no sabían quién era el Emperador Mengsk, ni siquiera habían «oído» hablar del Dominio Terráqueo.

Aún así, ¿a quién le interesaba si algún patán había desenterrado una brillante roca y no supiera de qué se trataba?

A menos que la cosa tuviese algún valor. El Emperador Mengsk nunca reaccionaba espontáneamente. ¿Y si esa «cosa» alienígena fuera algo importante, algo que no debiera ignorar? Podría ser una nueva amenaza, algo siniestro abandonado por los zerg o por los protoss, extrañas razas que aún embargaban su corazón de terror, aunque los hubiese usado en sus propios fines para aplastar a sus anteriores rivales.

¿Y si se arriesgaba a desechar este descubrimiento sin investigarlo? ¿Y si el artefacto fuese un poderoso depósito de conocimientos? ¿Y si contenía valiosos recursos… o incluso un arma? Los artefactos alienígenas eran sumamente raros. El Emperador Arcturus Mengsk sabía que necesitaría toda la ayuda que pudiera conseguir mientras afianzaba su poder.

Se dirigió a su sala táctica y activó el resplandeciente mapa estelar en tres dimensiones que mostraba el Sector Koprulu. Recorrió con la mirada las estrellas y sistemas planetarios, y pidió al ordenador que añadiera la posición de la colonia de Bhekar Ro, usando las coordenadas de origen de la comunicación anterior. Los colonos habían permanecido en calma durante tanto tiempo que habían desaparecido de los bancos de datos de la Confederación. Mengsk se recordó la incompetencia de sus predecesores.

Estudió el área circundante, y a continuación pidió una visualización táctica que mostrara dónde estaban estacionadas todas sus naves en ese sector. Con una sonrisa en su barbudo rostro decidió enviar al General Edmund Duke y a su Escuadrón Alfa a investigar. En cualquier caso, necesitaban algo que hacer.

El ceñudo general, que ya se encontraba en las cercanías, era prescindible hasta ese punto. La misión le mantendría a él y a sus marines ocupados, y Mengsk dudaba de que los colonos se quejaran en demasía del severo oficial. El emperador no pensaba darle al General Duke una asignación más interesante… mientras le mantuviera apartado de Korhal durante un buen tiempo.

Aunque Duke había realizado un juramento de lealtad al nuevo Dominio, había luchado en el bando de la Confederación durante mucho años. Mengsk se mostraba reacio a disponer de un enérgico líder militar con tanta potencia de fuego cerca de él y que se terminara aburriendo.

El general era un aguerrido líder militar que había jurado defender su nuevo gobierno… y tales hombres no realizaban juramentos a la ligera. No desconfiaba del comandante del todo. El emperador decidió darle a Duke y al Escuadrón Alfa una oportunidad de demostrar su lealtad.

El holoproyector se rebobinó solo y comenzó a reproducir de nuevo el discurso de coronación.

—Seguidores terráqueos, acudo a vosotros, tras los recientes acontecimientos, para emitir una llamada a la razón…

Consideró apagarlo, pero decidió escucharlo una vez más.

Mengsk escribió las órdenes que enviarían al Escuadrón Alfa a Bhekar Ro y las transmitió al departamento de comunicaciones.