Capítulo 6
Octavia y Lars permanecieron en la base del acantilado, donde las grandes rocas y las cataratas de lodo se habían desplomado y desmoronado para dejar expuesto el objeto alienígena.
Octavia se recostó contra la robo-cosechadora. La pardusca mugre gris se desprendió del costado del gigantesco tractor. Pasando una mano a través de sus rizos castaños, continuó evaluando la ominosa construcción pulsante desde la distancia. Pero Lars, como era usual, brincó hacia delante, con su curiosidad arrollando a su sentido común.
Su hermano siempre había deseado ser el primero, correr el más rápido, construir la estructura más alta, alcanzar la cima de la colina antes de que Octavia o alguno de sus jóvenes compañeros colonos lo hiciera. Ahora Lars empleaba sus manos y pies para trepar por los escabrosos bordes de las rocas que se habían desprendido durante la tormenta y el terremoto de la noche anterior.
Le siguió, respirando pesadamente ante la rancia atmósfera. El lodo recién derribado tenía unas extrañas manchas, como si se hubiese echado a perder hacía tiempo. Los colonos sabían por experiencia que sólo algunas cosechas podían sobrevivir en el suelo de Bhekar Ro. Octavia estaba acostumbrada al olor, por supuesto, y apenas lo advertía excepto después de una fuerte lluvia. En las holocintas había presenciado exuberantes mundos agrícolas, frondosos campos con cosechas. Nunca supo si creer en tales fantasías.
Ahora trepaba detrás de su hermano, sus manos y pies tornándose más sucios a cada momento. La suciedad era sólo otra parte de sus desapacibles vidas diarias como granjeros.
—¡Eh, mira esto! —gritó Lars, y en pocos instantes se encaramó hasta aproximarse a las suaves y curvadas paredes de la extraña estructura.
Proyectándose desde la reciente zona expuesta se encontraban cristales gigantes como copos de nieve, fragmentos de material transparente que borbotaban con extraña energía, cada fragmento más grande que su brazo. Octavia presionó una mano contra la superficie resbaladiza, descubriendo que estaban dolorosamente frías, pero no heladas. Una extraña sensación como un zumbido eléctrico recorrió las espirales de su palma y dedos como si algún tipo de energía estuviese trazando su estructura celular y estudiándola.
—«Esto» sí que es interesante —dijo Lars, sus avellanados ojos resplandecientes de asombro—. ¿Para qué crees que podríamos utilizarlos? Te apuesto a que podríamos llevarnos todo un cargamento de estos cristales con la robo-cosechadora.
—¿Para qué? ¿Para fabricar collares gigantes y vendérselos a las mujeres de los granjeros? —bromeó Octavia, apartando su mano de la formación cristalina. Sus dedos continuaban zumbando.
Lars mostró su arrogante sonrisa.
—No sé si a las mujeres de los granjeros, pero a una tal Cyn McCarthy sí le gustaría uno.
Octavia enarcó una ceja. Así que su disponible hermano se había percatado por fin de que la hermosa y joven viuda estaba interesada por él románticamente. Lejos estaba de Octavia el desalentarlo. ¡Quizá no fuese tan torpe como había pensado!
—De acuerdo, Lars, admito que los cristales «podrían» ser útiles. Pero antes de que empieces a trazar grandiosos planes, deja que sea práctica… sólo por algunos minutos, ¿vale? Sugiero que echemos un vistazo. Y ten cuidado de no alterar nada hasta que lo entendamos mejor.
Lars sonrió burlonamente y escaló la ladera de nuevo hacia la deslumbrante y laberíntica estructura.
—Bueno, la única forma de descubrir más es husmear por los alrededores. Dividámonos y así podremos cubrir más terreno.
—Dividirse nunca es una buena idea —dijo Octavia, sabiendo que la advertencia sería ignorada por su entusiasta hermano.
—Ten cuidado y yo tendré cuidado —manifestó—, y estaremos de regreso para arreglar los sismógrafos al mediodía.
Octavia no movió los labios y no se molestó en contradecirle. Los sismógrafos eran la menor de sus preocupaciones.
Las hermosas protuberancias cristalinas sobresalían en un extraño ángulo como las púas de una encrespada lagartija. Lars se desplazó hacia la insólita fachada del objeto, fascinado por los misterios que pudiera encontrar.
Octavia se movió con mayor lentitud, deteniéndose para estudiar los cristales, intentando entender cómo crecían, de donde provenían. Parecía como si hubiesen sido plantados en torno a ese sepultado objeto como… ¿marcadores? ¿Defensas? ¿Alguna clase de mensaje?
Jadeante y sudoroso, aunque el esfuerzo no disminuyera su exuberante sonrisa, Lars alcanzó la sorprendente y arremolinante formación que constituía las paredes y aberturas del gigantesco objeto. El material estructural era de un verde oscuro brillante, debido a algún tipo de limo bioluminiscente. Retrocedió, evaluando la enorme estructura. Por su ceñida frente y sus ojos en movimiento, Octavia podía asegurar que su hermano no estaba intentando entender el artefacto, sino simplemente estaba tratando de elegir la mejor forma de penetrar en su interior.
Lars tocó el material expuesto. Toda la tierra y el polvo se habían descascarado, como si el objeto tuviese algún tipo de carga estática que repeliera la mugre y la suciedad. Golpeó el muro con sus nudillos, y a continuación apoyó la mano.
—Algún tipo de zumbido. No sabría decir si el material es plástico o vidrio o alguna clase de extrusión orgánica. Interesante.
—Prometiste que tendrías cuidado —le recordó—. Tengo un mal pálpito sobre todo esto.
Bajó la vista hacia ella con sus cejas enarcadas.
—Siempre tienes malos pálpitos, Octavia.
Su hermano desechó sus preocupaciones, pero Lars nunca había sido tan sensitivo como lo era ella. Octavia poseía un talento natural para predecir acontecimientos, para sentir cuándo evitar una situación certera. No tenía pruebas de ello, por supuesto, pero estaba segura de que sus premoniciones eran correctas.
—¿Y cuando me he equivocado, Lars?
No respondió.
Se arrodilló junto a uno de los cristales más grandes y lo tocó de nuevo, recorriendo su resbaladiza superficie con las manos. El extraño zumbido de energía la embargó de nuevo, intentando comunicarle algo que no podía comprender. En torno a toda esta estructura, Octavia sintió una durmiente presencia, algo indescriptible, sepultado y aún no despertado.
Un ramalazo de inexplicable energía rozó su mente, pero no supo cómo perseguir ese sentimiento, cómo explorarlo. Era una insólita sensación de sondeo, pero lo que fuera que la producía estaba claro que no la entendía o no reconocía su humanidad.
Tragó saliva con tremendo esfuerzo ante su garganta seca y se distanció del poderoso cristal. La conexión en su mente se había desvanecido, pero no del todo.
Lars continuaba dichoso con sus exploraciones, introduciendo su cabeza en las aberturas más pequeñas y finalmente penetrando en un enorme orificio circular que conducía a las profundidades de la estructura.
Octavia se desplazó con mayor lentitud, alcanzando la cima y contemplando la oscura y fría abertura por donde su hermano había desaparecido. Extraños hedores flotaban desde el interior, como una rica mezcla de pajas y hojas, algo crepitante y vivo. Aunque el poder contenido en el interior del artefacto la intimidaba, no sentía que fuese particularmente maligno o amenazante. Sólo… diferente a todo lo que se había encontrado antes.
La voz de su hermano acudió hasta ella, reverberada aunque amortiguada por las sólidas paredes de la estructura.
—¡Octavia, ven aquí! ¡No vas a creerte esto!
Avanzó hacia delante, con la mirada fija en las sombras. Oyó ruido de pasos mientras Lars se apresuraba en volver con ella. Sus ojos estaban radiantes.
—¡Estos pasillos están tachonados con más cristales y otros extraños objetos! Podemos usar una piqueta o un cortador láser para separarlos de las paredes.
—Ni siquiera sabes lo que son, Lars —replicó.
—Te apuesto a que nos dan un montón de créditos por ellos.
No entró en el artefacto, pero se llevó en cambio sus sucias manos a las caderas.
—¿Quién te las compraría, Lars? ¿Y con qué? ¿Con cosechas? ¿Con equipamiento? Nadie en Refugio Libre tiene dinero. Y nuestra colonia no ha comerciado con nadie desde antes de que naciéramos.
Con su sonrisa burlona, Lars redujo su tono de voz como si temiera que alguien pudiera estar escuchándoles a escondidas.
—Todo esto va más allá de lo que Bhekar Ro puede manejar, Octavia. Creo que en cuanto volvamos, deberíamos contactar con el gobierno terráqueo. ¡Seremos ricos! Imagina lo que nos pueden dar por todo esto. Incluso tienes que admitir que resulta interesante… el hallazgo de una nueva forma de vida. Nuestra colonia puede adquirir nuevos equipos, nuevas semillas, quizá hasta nuevos trabajadores para reforzar nuestra población. Hemos perdido tantas familias en los últimos años…
Octavia sintió un peso en su corazón mientras recordaba a sus padres muertos, a todos los especialistas, y a las buenas personas que habían muerto en las plagas de esporas o en desastres naturales o en cualquier otra tragedia que hubiese asediado Bhekar Ro desde su formación. Sintió el optimismo de su hermano y se imaginó todas las maravillas que acababa de describir, percatándose de que, por una vez, Lars podía tener algo de razón en sus ambiciones.
Pero entonces la incredulidad la envolvió. Aun cuando el artefacto resultara ser algo admirable, reuniendo todos los criterios que Lars esperaba que tuviera, el enlace de comunicación de la colonia con la Confederación Terráquea había dejado de emplearse durante treinta y cinco de los cuarenta años que Refugio Libre había existido como asentamiento humano. Los colonos habían venido aquí para alejarse de los gobiernos terráqueos, para vivir por ellos mismos y ser autosuficientes. Sus padres y abuelos habían odiado cualquier interferencia u opresión, y pocos colonos estarían de acuerdo con llamar su atención de nuevo.
—No creo que los demás estén de acuerdo, especialmente el Alcalde Nik —dijo Octavia—. No estoy muy convencida de que algo como esto valga la pena si consigue que la Confederación vuelva a respirar sobre nuestros cogotes. Acuérdate de las historias que el abuelo solía contarnos. Podría llegar a dañar nuestra forma de vida.
Ahora Lars la miraba asombrado.
—¿Nuestra «forma de vida»? ¿Podría ser peor? Haz una lista de pros y contras por ti misma y convéncete. —Se giró y se introdujo con rapidez en los resplandecientes corredores.
Octavia le siguió, aún percibiendo la opresiva presencia mental a su alrededor, sintiendo que se volvía más poderosa. Lars se apresuró por alejarse, deteniéndose para golpear las paredes con su puño, escuchar el eco, e intentar descubrir diferencias.
Las estriaciones de color recorrían los muros como vetas de mineral… o quizá como vasos sanguíneos de una criatura alienígena. Olfateó, y luego estudió la pared con cuidado. Intentó rascarla con sus uñas, pero no pudo dejar ninguna marca. Sacudió la cabeza y siguió adelante.
Lars siempre había soñado con ser un prospector, un arqueólogo, o un explorador en este mundo en su mayoría inexplorado. Pero nadie de Bhekar Ro tenía muchas posibilidades de ser más que un simple granjero, trabajando cada hora del lúgubre día sólo para mantener la colonia en funcionamiento. Octavia no tenía ningún derecho para acabar con el deleite de su hermano. Había estado esperando una oportunidad como ésa toda su vida.
Octavia sintió una oposición repentina para adentrarse más profundamente en las cámaras del artefacto, como si el aire fuese más denso a su alrededor. La extraña energía psíquica formaba un muro que la forzaba a retroceder.
Lars no pareció sentirlo. Se volvió para examinar un arco en el túnel que se curvaba a la izquierda, y vio un cúmulo de objetos en forma de colmenas compuestas de algo meloso y translúcido. Parecían grandes joyas que hubiesen crecido en los muros.
—¡Venid con papá! —Permaneciendo en la abertura arqueada del túnel secundario, Lars alargó una de sus manos al cúmulo. No obstante, tan pronto como aferró una de las brillantes protuberancias, toda la luz y la atmósfera del artefacto cambiaron ligeramente. Era como si hubiese activado algo.
Su mano permaneció firmemente sujeta al nódulo. Su rostro cayó, y un instante después, se congeló. Octavia percibió una crepitación de energía fluyendo a través de él. Todos los fragmentos de cristal que se proyectaban desde las paredes y aquellos fuera del artefacto resplandecieron con mayor intensidad, como si hubiesen sido encendidos.
—¡Lars! —gritó.
Pero él no podía moverse, no podía siquiera hacer un ruido.
Chirriantes haces de luz salieron despedidos como relámpagos, conectando un cristal con otro en una especie de telaraña. La luz brillante rebotó corredor abajo, cegando a Octavia. Intentó moverse, pero todo ocurrió muy deprisa.
Lars permanecía en el interior de la abertura arqueada como un insecto atrapado en una diapositiva microscópica, y los brillantes haces de luz de los cristales lo inundaron como reflectores, escaneándolo, colisionando contra su cuerpo. En un instante, su piel se tornó completamente blanca. Sus huesos y músculos resplandecieron desde el interior, como si todas sus células se hubiesen convertido en pura energía.
A continuación las propias paredes asumieron el mismo fulgor blanco, como si estuviesen absorbiendo a Lars hasta su último átomo. De improviso, los relámpagos se detuvieron. Todas las luces se desvanecieron hasta recuperar su anterior y extraña penumbra.
Y Lars había desaparecido. Ni siquiera quedó una sombra de él.
Dos de los cristales más grandes fuera del artefacto se hicieron añicos, y las chispas llamearon por los corredores, haciendo estallar otros cristales en una reacción en cadena, como si Lars hubiese sido algo desagradable, una sustancia que este artefacto no podía digerir.
El humo se encrespó a través de los túneles. Los estridentes sonidos se silenciaron, dejando sólo el débil eco de un grito. Octavia no podía asegurar si era el último sonido efectuado por su hermano o sus propios llantos.
Tras un segundo de calma, cuanto más resplandecieron los muros de nuevo, más relucieron los cristales más grandes. Los relámpagos crepitaron. Lars había despertado algo ominoso, y Octavia se preguntó si su muerte podría traer la destrucción de todos ellos.
Octavia se volvió y gateó por el túnel hasta la abertura. Hacia la luz del día. Corrió con mayor rapidez, con el terror reflejado en sus amplios ojos, con su mente entumecida. Demasiadas cosas estaban pasando. Quería regresar y buscar a su hermano, para ver si quedaba algo de su cuerpo.
Pero su instinto de conservación se impuso. Sabía que el artefacto no se habría saciado aún.
Octavia saltó fuera de la abertura y cayó sobre los cantos rodados esparcidos por la ladera, manteniendo de algún modo sus pies bajo ella; descendió de una roca a otra, balanceándose con las manos y extendiendo los brazos para mantener el equilibrio.
La ladera vibró con mayor intensidad. Ahora todos los cristales que le habían parecido tan hermosos hace un momento parecían como armas cargadas, liberándose sus reservas de energía desde el interior de su estructura atómica.
Su retirada fue toda una confusión.
De algún modo, más rápida de lo que hubiese creído posible, se dirigió de nuevo a la robo-cosechadora, apoyada como estaba sobre las cadenas incrustadas en el barro. Tras ella, sobre la pronunciada ladera, los cristales se activaron. Relámpagos que centellearon como telarañas azules los conectaron todos, extrayendo su poder y tejiéndolo en un nudo de energía hasta que todas las hebras descarriadas convergieron.
Finalmente, una baliza de luz y sonido, algún tipo de transmisión gigantesca, ascendió hasta el cielo y se perdió por entre las estrellas. No iba dirigida a ella, sino a algún punto distante. A algo «no humano».
La onda expansiva abofeteó a Octavia, enviándola repantigada sobre el quebradizo suelo. Apenas podía mantenerse mientras la pulsante señal erizaba y desgarraba la atmósfera.
Jadeante y frenética, gateó hacia la posición de la robo-cosechadora. Se aferró a la puerta del vehículo acorazado, mientras su cabeza palpitaba y sus oídos zumbaban. Se arrojó al interior, cerró la puerta con fuerza, y se desplomó en el asiento. Apenas podía oír algo.
Por un momento se sintió protegida, pero no lo bastante. Moviéndose a ciegas, puso en marcha el motor del enorme vehículo, dio media vuelta, y aplastó el quebradizo terreno a la máxima velocidad, dejando rocas destrozadas y nubes de polvo tras de sí a medida que cruzaba el valle. Tenía que regresar a Refugio Libre.
Octavia no podía pensar, no podía siquiera ordenar en su mente lo que le había ocurrido a su hermano, lo que había visto con sus propios ojos.
Pero sabía que tenía que avisar a los otros colonos.