Capítulo 37

Tras contemplar cómo sus fuerzas eran completamente derrotadas «¡derrotadas!» el General Edmund Duke no estaba de humor para escuchar los rumores aterrorizados de una sucia colona. Pero Octavia Bren insistió en ser oída. Le contó su encuentro con la Templaria Oscura Xerana, una misteriosa erudita protoss que la advirtió sobre el antiguo artefacto.

No es que Duke pudiera hacer mucho al respecto. ¿Cómo pretendía que se tomara eso? Había contemplado cómo su ofensiva mejor preparada era convertida en una lista de bajas demasiado larga para caber en una docena de pantallas de ordenador. Al menos ahora, sin embargo, poseía algo de información… lo bastante para ponerle nervioso.

Cuando el Escuadrón Alfa había llegado aquí tras rastrear la señal alienígena y la llamada de auxilio de los colonos, el general había asumido que el artefacto expuesto sólo era otro EOG, Estúpido Objeto Gigantesco, no particularmente digno de un gran número de perdidas terráqueas, a menos que tuviese órdenes de hacerlo. A menudo aparecían extraños artefactos y misteriosas estructuras en muchos mundos abandonados, pero normalmente no tenían la menor importancia.

En este caso, estaba claro que los zerg y los protoss querían poseer el artefacto a toda costa… y Duke ya no disponía de la potencia de fuego para capturarlo en nombre del Emperador Arcturus Mengsk.

En su opinión profesional, eso era «malo».

—Gracias por su valoración, señorita —gruñó, para a continuación abrir un enlace de comunicación—. Sé exactamente cómo responder a esta situación. Llame a nuestro mejor Fantasma. Creo que McGregor Golding lo hará bien. Que se presente ante mí. —Levantó la vista para ver que la perturbada joven aún permanecía en su oficina—. ¿Hay algo más que quiera contarme, señorita Brown?

—Bren —corrigió—. Mi nombre es Octavia Bren.

Duke frunció el entrecejo, preguntándose qué importancia podría tener el nombre de esta civil en el gran esquema de las cosas.

—Si no es información táctica, señorita, es irrelevante. Ahora, si me disculpa, tengo una guerra que librar. No será fácil arrancar la victoria de las garras de la derrota.

Antes de que Octavia pudiese marcharse, la puerta de la residencia del Alcalde Nik se abrió y un esbelto hombre con armadura entró. Su pequeño rostro enjuto y sus enormes ojos castaños sobre los prominentes pómulos parecían increíblemente viejos, como si el joven ya hubiese visto lo bastante del universo para aburrirle. McGregor Golding permaneció en silencio, esperando a que el general hablase. Entonces, como si una fastidiosa distracción tirara de él, el joven se giró hacia Octavia.

Sintió como si estuviese bajo un haz de barrido tremendamente fuerte. Dentro de los contornos de su cerebro, sintió una presencia telepática, como un vándalo registrando una casa.

—Los civiles no importan, Agente Golding —dijo el General Duke, rompiendo la concentración de Octavia.

El Fantasma se volvió para mirar al general.

—Pero a ella merece la pena echarle un segundo vistazo, señor. Fui reclutado por el gobierno de la Confederación y entrenado para canalizar mis energías psiónicas. Puedo reconocer el talento. Esta mujer aquí presente posee un gran potencial. Podría convertirse en una buena Fantasma.

La piel se le encrespó.

—No en esta vida —dijo. En el breve vínculo mental que habían compartido, Octavia percibió que este hombre, este McGregor Golding, había sido criado y entrenado para ello. También había obtenido algo de comprensión sobre lo que el comandante del Escuadrón Alfa tenía en mente.

—Agente Golding —llamó el general—. Cambio de planes. Originalmente pretendíamos añadir este artefacto al arsenal terráqueo. Sin embargo, dado los recientes acontecimientos, debo admitir que no es probable que ocurra. Por tanto, no me queda más remedio que activar el Plan B.

—Sí, General —replicó el Fantasma—. «Plan B». Peor que perder esta escaramuza sería permitir que este objeto, o lo que sea, cayera en las despreciables manos de los zerg o protoss. Dada la elección, debemos asegurar que nadie tenga acceso a él.

El Fantasma permaneció inmóvil con su bruñido traje para ambientes hostiles, mientras sostenía su largo rifle de botes de metralla C-10.

—Estoy equipado con un dispositivo de camuflaje personal, señor. Una nave de evacuación podría llevarme al borde del campo de batalla, y desde allí abrirme paso hasta señalar un objetivo.

El General Duke asintió, plegando las manos sobre el ahora inmaculadamente limpio escritorio del alcalde.

—Llevaremos un crucero de batalla a la alta atmósfera, listo para desplegar todo un complemento de cabezas nucleares.

Octavia se enfureció por la calma con la que discutían una destrucción de tal magnitud.

—¡No puede bombardear Bhekar Ro! Es «nuestra» colonia. Éste es nuestro hogar, donde hemos trabajado y sudado y…

El General Duke indicó con la mano a los marines que se la llevaran de su oficina. Pálida, Octavia forcejeó y se debatió. La miró con abierta desaprobación.

—¿Acaso preferiría que perdiera la batalla, señorita Brown? —preguntó como si la respuesta fuese evidente.