Capítulo 30
Bajo la desmenuzada ladera de la montaña que mantenía el codiciado artefacto, las fuerzas protoss combatieron contra las criaturas zerg sobre el pedregoso suelo del valle.
Pero mientras los ocupados ejércitos alienígenas luchaban uno contra otro, las tres naves de evacuación enviadas por el Escuadrón Alfa transitaban como un rayo, transportando sus propios contingentes de infiltración.
Las naves de evacuación eran extraños navíos difíciles de maniobrar y propensos a fallos mecánicos, pero los atrevidos pilotos volaron sobre las estruendosas explosiones del campo de batalla. Se requerían grandes maniobras para sobrepasar las ondas de choque de la tormenta psiónica desatada por el Ejecutor Koronis.
Las Naves de Evacuación no disponían de armas y confiaban principalmente en la velocidad y en su blindaje. Esquivaban con lentitud y se movían con rapidez, intentando alcanzar su objetivo sin ser derribados.
Mutaliscos voladores, unos pocos rezagados que no combatían con ningún protoss, se situaron en su retaguardia. Dividiéndose, los pilotos de las tres naves de evacuación realizaron sus maniobras de evasión. Aunque la rociada ácida de los atacantes zerg agujereó y dañó sus gruesos cascos, las naves consiguieron llegar a la resquebrajada cadena montañosa y descender donde el enorme artefacto alienígena yacía expuesto.
Los antagonistas protoss y zerg redirigieron su potencia de fuego, enviando unos cuantos cazas para atacar a los entrometidos terráqueos. Mientras las naves de evacuación revoloteaban sobre el gigantesco objeto, los pilotos sabían que no disponían de mucho tiempo.
Liderados por el Teniente Scott del Norad III, un grupo de marines, Murciélagos de Fuego y cuatro vehículos magníficamente blindados llamados Goliath surgieron de las puertas desplegadas. Los Goliath, que se parecían tanto a tanques bípedos como a figuras humanoides, descendieron primero, con sus poderosas armaduras absorbiendo el impacto. Los marines y los Murciélagos de Fuego se deslizaron por sus cuerdas de enganche hasta aterrizar sobre los pedruscos que rodeaban la resplandeciente superficie del enrevesado exterior del artefacto.
—¡Vamos! ¡Vamos! —gritó el Teniente Scott, una orden decretada no sólo a sus hombres… sino también a las vulnerables naves de evacuación.
Tan pronto como el último marine se soltó de su cuerda, la primera nave de evacuación giró sobre sí y ascendió, apresurándose por alcanzar la aceleración máxima. Las otras naves la siguieron, formando un ala en el cielo.
Corriendo por entre los escombros, el Teniente Scott dirigió a sus tropas hacia la abertura más cercana del artefacto.
—¡Venga, entremos! Nuestras órdenes son cartografiar esta cosa y llevar de vuelta cualquier información o signo de inteligencia que podamos descubrir.
Levantando sus Empaladores gauss C-14 de ocho milímetros, los marines se precipitaron hacia la abertura. La entrada parecía menos un pasillo que algún tipo de burbuja de resina biopolímera. Un Goliath entró con el primer grupo, sus armas preparadas para defender al equipo. Los Murciélagos de Fuego les siguieron, buscando algo a lo que incinerar con sus lanzallamas de plasma Perdición.
Al tiempo que el Teniente Scott se preparaba para seguirlos, levantó la vista y desfalleció al ver a las naves de evacuación huir de un coordinado ataque enemigo. Los mutaliscos convergían sobre dos de las extrañas naves, y aunque los pilotos los esquivaban y daban una fantástica muestra de combate aéreo, los atacantes zerg demostraban ser demasiados para ellos. En poco tiempo, el ácido atravesó los motores, y el casco se rajó.
En un último movimiento estratégico, los condenados pilotos viraron hacia un cúmulo de tropas alienígenas terrestres, destruyendo a un puñado de zerg y protoss al tiempo que las dos naves de evacuación explotaban con el impacto. La última nave restante, aunque dañada, se alejó valientemente, huyendo por la ladera de la montaña, y regresando renqueante a la base de Refugio Libre.
El Teniente Scott siguió a sus tropas por los enrevesados pasadizos, y no tardaron mucho en encontrar resistencia. Dentro del túnel superior, tres poderosos Fanáticos protoss aparecieron ante ellos, con sus ojos llameantes y sus rostros sin boca dándoles todo el aspecto de una apariencia demoníaca.
—¡Cuidado! —advirtió Scott.
Los Fanáticos alzaron sus manos enguantadas y activaron las mortíferas cuchillas psiónicas. Los marines ya estaban abriendo fuego. Sus rifles gauss descargaron proyectiles explosivos sobre los protoss que les hicieron retroceder, al tiempo que los Fanáticos acuchillaban con sus crepitantes guadañas.
El Teniente Scott no había tenido tiempo para conocer a todos los hombres asignados a esta misión, por lo que no recordó de inmediato los nombres de los tres marines que se desplomaron gritando. Aunque los Empaladores de los soldados caídos aún chisporroteaban proyectiles de energía sobre el muro translúcido, el teniente señaló a uno de sus Goliath que avanzara.
El Goliath avanzó, su blindaje completamente activado, con sus cañones automáticos de treinta milímetros resplandeciendo. El arma disparó sin pausa hasta que el Fanático más cercano cayó de espaldas, muerto.
Seis Murciélagos de Fuego convergieron sobre los otros dos enemigos. Las llamas surgieron de sus armas Perdición. En un último esfuerzo, un Fanático protoss mató a uno de los Murciélagos con su cuchilla psiónica, pero los lanzallamas de los restantes encresparon a los dos alienígenas supervivientes. Todos cayeron muertos cerca de los tres marines que habían masacrado.
Scott reagrupó al escuadrón y le ordenó que avanzara, echando sólo un rápido vistazo a los martirizados marines.
—El reloj avanza. Pongámonos en marcha. —Sabía que esta misión dependía del dinamismo y la velocidad. No podía perder el tiempo en una ceremonia para conseguir que sus camaradas caídos descansasen con mayor comodidad.
Aunque el comando del teniente excedía el número de un escuadrón normal, planeaba entrar y salir, causando daño al enemigo sólo cuando atrajeran su atención. Nadie sabía exactamente lo que era este artefacto alienígena, pero pretendía descubrirlo y llevar al General Duke esa información.
El equipo profundizaría en el objeto, depositando localizadores para que pudieran encontrar el camino de vuelta. Scott miró su cronómetro para ver cuánto tiempo quedaba hasta su programado punto de reunión.
—Paquetes de estimulación, todos —ordenó—. Necesitamos un estímulo extra.
Dentro de cada armadura de combate de los marines y de los Murciélagos de Fuego, los sistemas de entrega química inyectaban una poderosa mezcla de adrenalina sintética y endorfinas. El Teniente Scott conocía el riesgo y los potenciales efectos secundarios, así como también la desobediencia incrementada causada por la droga amplificadora de agresión psicotrópica, pero su equipo necesitaba ahora la velocidad y los reflejos incrementados que los paquetes de estimulación proporcionaban.
Se adentraron más profundamente, descendiendo en espiral, hasta encontrar cuatro inmensas máquinas en forma de cangrejo. Los extraños alienígenas cibernéticos tenían cuatro patas articuladas y cuerpos redondos, cada uno encajonando un cerebro no precisamente humano. ¡Dragones!
Los Dragones parecían estar intentando salir del artefacto. Scott se percató de que si él hubiese sido el comandante militar protoss, habría enviado estos guerreros cibernéticos en un primer grupo de reconocimiento. Estos Dragones ya podrían estar transportando información vital. Sabía, sin embargo, que ninguna tecnología terráquea podría leer la encriptación de un dispositivo de grabación de datos trasladado por los Dragones. También sabía que no se atrevía a permitir que esa información cayera en manos del comandante protoss.
—¡Abran fuego! —gritó.
Como arañas enojadas, los Dragones retrocedieron, preparando sus disruptores de fase. Los Goliath activaron sus cañones automáticos gemelos, apuntando a dos de los cuatro guerreros cibernéticos. En los limitados túneles, la munición pesada causó más que simple destrucción sobre uno de los guerreros cibernéticos.
No obstante, los otros dos Dragones fueron capaces de disparar sus disruptores de antipartículas enfundadas en un campo cargado psíquicamente. Dos Murciélagos de Fuego, tres marines, y un Goliath cayeron con pesadez, sus cuerpos convertidos en gelatina por la fuerza.
Aullando de rabia y de sed de sangre, otros Murciélagos de Fuego se acercaron a ellos. Su alcance era más corto que el de los rifles gauss de los marines, pero sus lanzallamas Perdición se concentraron en el cuerpo central hasta que el fluido que contenía el cerebro alienígena comenzó a hervir.
Uno de los tanques explotó, propagando el líquido de soporte vital y enviando trozos de materia gris por las paredes del corredor. El otro Dragón se desplomó sobre su costado, con las cuatro patas crispándose y batiendo de un lado para otro, como un bicho que se estuviese ahogando con un insecticida.
Cubriendo su boca con una máscara protectora para bloquear el hedor ardiente de la muerte en el corredor, el Teniente Scott parpadeó ante el punzante humo en sus ojos y siguió guiando a los miembros supervivientes de su equipo.
—Tenemos un trabajo que hacer —dijo—. Lleguemos al núcleo de este objeto y volvamos a casa para la hora de cenar.