Capítulo 21
Aterrada, magullada, y exhausta, Octavia no tenía tiempo para descansar o titubear. Refugio Libre estaba en peligro, y la adrenalina la consumía como un fuego láser a través de sus venas.
Era pasada la medianoche cuando dejó atrás la pequeña alambrada y descendió por una de las calles del pueblo. Tocando la bocina, condujo la pobre oruga de Rastin directamente hacia la casa del Alcalde Nikolai en el centro de la ciudad y lo despertó de un sonoro sueño. Pese a sus legañosos ojos y el estado desgreñado de su pelo rubio, se despabiló al instante a medida que Octavia le relataba en lo que se habían convertido Viejo Azul y Rastin.
—No sé que eran esas criaturas, Nik, pero sí sé que eran alienígenas… y estaban persiguiéndome.
—Octavia —gimió—, nunca has demostrado tener una imaginación hiperactiva. Pero ¿cuántas veces has llegado corriendo a la ciudad, y has dado la voz de alarma sobre posibles alienígenas?
Le llevó a rastras hacia la oruga de Rastin, donde vio las docenas de púas venenosas que sobresalían como un alfiletero de la parte trasera. El último grupo de monstruos las había disparado contra ella. El hombre no pudo negar la evidencia ante sus propios ojos.
Dejando a Octavia para notificar apropiadamente a los colonos, el Alcalde Nikolai se excusó y pasó las dos horas siguientes en la estación de comunicaciones dentro de su oficina doméstica, intentando contactar con las familias de las granjas periféricas mediante el sistema de comunicaciones de corto alcance.
Octavia despertó a Cyn McCarthy así como también a Kiernan, Kirsten, Wes, Jon, y Gregor de sus camas. Envió a los jóvenes como mensajeros de casa en casa para que los otros colonos conociesen el peligro que se avecinaba. Luego corrió hasta la sirena de tormentas y la activó para alertar a las granjas circundantes tan rápidamente como fuese posible, aunque no supieran aún a qué clase de peligro se enfrentaban hasta que los mensajeros les informasen.
Con el tiempo el primer centenar de colonos se reunió en la calle a las afueras de la sala de juntas. Octavia estuvo encantada de descubrir que Abdel Bradshaw ya se encontraba en el interior. Su esposa, Shayna, en vez de discutir o criticar, había tomado la iniciativa de comenzar a instalar los catres y situar los suministros médicos.
—En caso de que tengamos heridos —explicó.
Octavia asintió.
—Avísame si necesitas ayuda.
Mientras Cyn y Kirsten se quedaban para ayudar a los Bradshaw, Octavia salió a la calle para hablar con los adormilados colonos. Una multitud se había reunido en torno al dañado oruga, murmurando con temor y estupefacción. Un chico de unos doce años se abrió paso hasta una de las sobresalientes púas, pero Octavia se interpuso ante él para detenerlo.
—¡Podría ser venenosa! —advirtió. Los otros permanecieron apartados.
Después, organizó a los aldeanos en grupos de trabajo, cada uno con una asignación diferente. Envió una docena de los más adolescentes a la sala de juntas para que cuidaran de los niños más jóvenes de la colonia, de modo que sus padres pudieran atender a sus deberes sin preocupaciones.
Durante lo que le parecieron horas, Octavia decretó órdenes, respondió preguntas, consideró sugerencias, tomó decisiones, y dirigió el tráfico al tiempo que los aldeanos traían suministros y armas a la zona de reunión central. Envió a Cyn con un grupo para fortificar la alambrada del perímetro de la ciudad. Después de un par de horas, el Alcalde Nikolai salió de su casa, con aspecto perturbado.
—¿Hablaste con todos? —preguntó Octavia.
Frunció el ceño.
—Con casi todos, excepto con trece familias. No pude contactar con ellos.
El estómago le dio un vuelco. Había visto lo que le había ocurrido a Rastin y a su perro, infestados de algún modo con la amenaza alienígena. ¿Habrían corrido ya la misma suerte otros colonos?
—Quizá algunos oyeran la sirena de tormenta —sugirió, sabiendo que tenía pocas probabilidades de estar en lo cierto.
El Alcalde Nikolai dejó vagar la mirada a su alrededor ante los bulliciosos colonos. Aunque sólo acababa de amanecer, el pueblo ya se encontraba bien despierto y envuelto en una frenética actividad.
—La verdad es que no veo a ninguno de ellos.
—Tienes que seguir intentándolo. —Sugirió Octavia.
Justo entonces, sus mensajeros regresaron de sus recados y corrieron hacia Octavia, esperando recibir sus próximas instrucciones.
—Jon, eres bueno con la maquinaria. Ve a la estación de comunicaciones del alcalde e intenta contactar con las familias perdidas hasta que alguien te responda. Wes, tienes buenos ojos. Quiero que subas a la torre de observación.
Kiernan y Gregor, buscad a todos los que hayan traído sus robo-cosechadoras a la ciudad y arreglad cualquier barrenero de cantos rodados y lanzallamas que no funcione bien. Asegúrate de que al menos una de nuestras máquinas agrícolas esté estacionada en cada una de las calles principales de las ocho puertas de la ciudad.
Los jóvenes se alejaron en direcciones separadas. Cyn McCarthy regresó para informar, dirigiéndose al alcalde y a Octavia al mismo tiempo.
—La alambrada que rodea Refugio Libre está reforzada, pero aún están usando varias de las robo-cosechadoras para excavar una trinchera en torno al perímetro.
El Alcalde Nikolai le dedicó una sombría inclinación de cabeza.
—Menos mal que pude hablar con los colonos para que se prepararan. Sí, menos mal.
Octavia y Cyn intercambiaron una mirada, pero antes de que pudiera replicarle, Wes soltó un grito desde la torre de observación.
—¡Allí vienen! ¡Alienígenas! ¡Será mejor que subas y lo veas por ti misma!
El Alcalde Nikolai, Cyn, y Octavia corrieron hacia el puesto y subieron por la escalera de metal hasta la torre de observación. Con el amanecer justo empezando a surgir por el horizonte, fueron capaces de observar a la amenaza aproximándose.
A no más de dos kilómetros, una oleada de criaturas marchaba, gateaba, saltaba, y corría hacia la ciudad.
El alcalde tragó saliva convulsamente.
—Es… un ejército —susurró Cyn con horror.
Duros y lustrosos caparazones proporcionaban armadura a algunas de las criaturas. Las más pequeñas corrían como lagartos con ojos rojos, y largas colas. Algunos volaban en el aire, batiendo alas correosas como dragones. Cada tipo parecía tener más garras y dientes de las que cualquier criatura viviente necesitara para sobrevivir.
Esos monstruos habían sido engendrados sólo para una cosa.
Mientras la luz del día expandía su iluminación, los colonos podían ver que una buena veintena de las figuras que se aproximaban eran claramente humanas… o lo había sido. Los colonos estaban infestados por las criaturas, justo como Rastin. Todos lucían miembros extra, tentáculos, y ojos.
Enferma en su corazón, Octavia dijo:
—Creo que ya sabemos lo que les pasó a nuestras familias desaparecidas.
Con paralizante horror, el Alcalde Nikolai contempló al implacable ejército acercándose.
—Deben de ser miles. ¿Cómo podemos luchar contra eso?
Octavia apretó los dientes.
—No creo que tengamos otra opción.