Capítulo 34
Con las defensas del perímetro de Refugio Libre en su lugar, el General Edmund Duke sintió que había hecho todo lo necesario para mantener a los colonos civiles a salvo. El día anterior, su primera escuadra de infiltración, encabezada por el Teniente Scott, había penetrado en el artefacto alienígena. Ahora Duke se preparaba para un asalto militar a gran escala.
Ya era hora de que el Escuadrón Alfa se pavoneara con todo su equipamiento.
Movilizó sus cruceros de batalla, Espectros, naves de evacuación, tanques de asedio Ardite, todas sus fuerzas de tierra, incluso los ciclodeslizadores Buitre. El general decidió no dejar nada en la retaguardia. Esperaba poder cargar simplemente sobre la refriega y hacer limpieza, ahora que los protoss y los zerg se habían debilitado unos a otros.
Ordenando a sus tropas que se desplazaran, el propio Duke permaneció en el centro de mando de la antigua casa del alcalde. Rascándose el mentón, observó las imágenes de reconocimiento de cómo sus fuerzas cruzaban los límites de la ladera de la montaña y se zambullían en el hostigado campo de batalla.
El asalto comenzó con un falange de marines y Murciélagos de Fuego que se deslizaron hasta el centro de la zona de guerra, flanqueados por el temible poder de los tanques de asedio del Escuadrón Alfa. Los tanques no perdieron el tiempo pasando a modo de asedio, lo que les habría permitido usar cañones de choque para ataques a larga distancia. Más bien, simplemente disparaban sobre cualquier alienígena que se moviera.
Avanzando implacablemente, los marines y los Murciélagos de Fuego barrieron a un lado la resistencia enemiga, deslizándose a través del área de combate como un cuchillo ardiente atravesando un budín congelado. Las tropas de tierra terráqueas adquirieron velocidad, arremetiendo con entusiasmo, contentos por dejar atrás su larga y aburrida travesía de servicio, durante la cual no habían hecho más que cartografiar mundos abandonados e inspeccionar cinturones de asteroides en busca de recursos. Los hombres del Escuadrón Alfa habían estado ansiosos por infligir algún daño a la escoria alienígena.
Contemplándolo todo vía pantalla remota, el General Duke batió las manos en señal de euforia. Alguien llamó a su puerta, y uno de los guardias de bajo rango dejó entrar a la civil Octavia Bren. El general le echó una mirada a la joven colona y manifestó:
—¿Es que no puede ver que estoy muy ocupado, niña? Estoy dirigiendo una batalla.
—Sí, General. Pero tengo algo de información que podría necesitar saber.
Frunció el ceño, no muy seguro de que esa sucia recolectora pudiese haber aprendido algo que su propia gente no hubiese ya descubierto. Impaciente, le hizo un gesto para que entrara, pero se giró para seguir observando la batalla.
El progreso de las tropas en la línea del frente había dejado lo que parecía ser un agujero irreparable en las defensas protoss y zerg, pero el general descubrió enseguida que era una grave especulación, que su entusiasmo era un poco prematuro.
—¡No, no! —aulló a la pantalla. Los marines y los Murciélagos de Fuego avanzaban tan rápidamente que el apoyo de tierra de los tanques de asedio y de los pesados Goliath no podía seguirlos.
Duke asió con fuerza su interfono de comunicaciones y gritó por él, esperando que sus órdenes fuesen oídas a través de la cacofonía del combate terrestre.
—¡Que todas las filas se reagrupen! Vuelvan bajo la protección de…
Los Dragones protoss en forma de araña marcharon sobre las colinas rocosas, aproximándose por la retaguardia de las expuestas tropas de tierra. Frente a ellos, feroces Fanáticos activaban sus destructivas cuchillas psiónicas y cargaban hacia los marines, atrapando a las tropas de tierra. Los Dragones y Fanáticos cayeron sobre los marines y Murciélagos de Fuego desde tres direcciones diferentes. Aunque los lanzallamas y rifles gauss enviaron una ventisca de destrucción en el aire, los Fanáticos protoss no se detuvieron. Los Dragones segaron a la infantería terráquea, y los Fanáticos vadearon entre ellos, acuchillando de izquierda a derecha, seccionando a tiras a los Murciélagos de Fuego y luego a los marines.
—¡Necesitamos cobertura aérea! ¡Cobertura aérea! —gritó Duke.
Con retraso, los veloces Espectros se zambulleron en picado, seguidos de cerca por los más lentos y pesados cruceros de batalla.
Los marines y Murciélagos de Fuego continuaron distribuyendo destrucción en su defensa, pero uno de los Templarios protoss se encaramó sobre una pila de rocas. Alzando sus manos de tres dedos hacia el cielo, invocó una temible tormenta psiónica que sumergió a los Espectros en la confusión, y golpeó con fiereza a los cazas monoplaza, impulsando a varios hacia el suelo como si hubiesen sido golpeados por un enorme matamoscas.
Seriamente dañados, los cruceros de batalla y los restantes Espectros intentaron retroceder, pero desde el otro lado del valle, un segundo Alto Templario lanzó otra tormenta psiónica que los martilleó desde el este.
Sólo uno de los cruceros de batalla y tres Espectros se las arreglaron para retroceder a la relativa seguridad de las colinas, huyendo renqueantes del peligroso valle y abandonando a las dañadas y destruidas naves terráqueas esparcidas por todo el campo de batalla.
Mientras las naves del Escuadrón Alfa sobrevolaban e intentaban evaluar su daño, una docena de hidraliscos emergió de debajo del terreno. Antes de que el capitán del crucero de batalla y los pilotos de los Espectros pudiesen ascender fuera del alcance, los hidraliscos los azotaron con una oleada tras otra de penetrantes púas que perforaron el casco del crucero y desfibraron sus motores. Las enormes naves colisionaron sobre las escarpadas colinas, mientras los tres Espectros eran convertidos en un confeti de metal y sangre antes de que pudiesen siquiera disparar un solo tiro.
—No tiene muy buena pinta, General —observó Octavia.
—¡Silencio! —gritó, escudriñando el mapa del campo de batalla y tratando de decidir qué ordenes dar.
Los restantes marines y Murciélagos de Fuego alejados de los tanques y Goliath, se vieron inmersos en mitad de un baño de sangre. Mientras giraban sus armas hacia los protoss que les atacaban, las criaturas zerg se acercaban desde el flanco y caían sobre ellos.
El General Duke reconoció a los zerglinos y a los guardianes, pero no al grupo de gigantescas criaturas con cuatro patas, largos hocicos caninos y espinoso pelaje azul. Nunca los había visto antes. Las nuevas bestias cargaron como lobos rabiosos, olfateando el terreno, y hundiéndose sobre cualquier punto débil de las defensas de los marines. El General Duke había observado muchos tipos de zerg antes, pero estos parecían ser una especie completamente nueva.
Octavia Bren clavó los ojos en la pantalla, conmocionada.
—¡Se parecen a Viejo Azul! Los alienígenas deben de haber adaptado algo de él.
—¿Sabe de dónde vienen esas cosas? —preguntó el general, volviéndose bruscamente hacia ella.
—Esos alienígenas… infestaron a un perro grande en una de nuestras haciendas periféricas. Se parecen a lo que quedó de él…
—¿Un perro? —Duke soltó un bufido de disgusto—. ¿Sus colonos tienen mascotas aquí? —Agarró el micrófono, aunque los marines parecían estar haciendo todo lo que podían, incluso sin sus órdenes directas—. Los zerg están causando mucho daño. Concentren su fuego sobre esos… esos perroliscos.
Uno de los marines levantó una mano en un gesto obsceno, y el General asumió que debía estar defendiéndose de un ataque desde el cielo.
Durante la refriega, ocho Destructores protoss avanzaron lentamente desde el noreste, como enormes orugas acorazadas intentando alcanzar la batalla. Duke sabía que los marines y los Murciélagos de Fuego perderían la escaramuza a menos que pudieran conseguir más apoyo aéreo.
Finalmente, los tanques de asedio y los elevados Goliath llegaron para enzarzarse con los Fanáticos y los Dragones. Los acorazados Goliath usaron misiles antiaéreos para machacar a los caminantes cibernéticos de cuatro patas. Un marine incluso se acercó a su pesada armadura e hizo pedazos la urna del cerebro que dirigía al Dragón.
Los tanques de asedio más allá del alcance de las cuchillas psiónicas de los Fanáticos golpearon una y otra vez.
Los marines y Murciélagos de Fuego nunca se detuvieron en su defensa, y bajo la atenta vigilancia del General Duke, la batalla cambió de rumbo y por fin consiguieron ganar ventaja.
Por el momento.
Pero no duró demasiado. Los Destructores protoss gatearon al fin dentro del alcance y liberaron sus Escarabajos, bombas voladoras que se acercaban a toda velocidad hacia sus objetivos y explotaban. Dos de los Goliath cayeron. Un puñado de marines fue masacrado en una sola explosión. Los tanques y Goliath se vieron forzados a volver su atención a los Destructores blindados. Entonces dos transportes protoss convergieron desde el oeste, descargando una tormenta de fuego con sus pequeños interceptores robóticos.
—Esto no es posible —dijo el General Duke—. No al Escuadrón Alfa. ¡No a mis mejores fuerzas!
La cegadora luz de explosiones hirió sus ojos mientras se quedaba mirando la pantalla táctica. El humo y el caos le hicieron imposible ver cualquier detalle. El terreno estaba salpicado con tantas tropas caídas que el general apenas podía discernir cuántos hombres permanecían vivos.
Los transportes protoss parecían saber exactamente qué hacer. Concentraron su ataque aéreo sobre los Goliath, y cuando los elevados caminantes acorazados fueron eliminados, los tanques de asedio terráqueos se quedaron indefensos, como desmadejados bidones de hojalata con dianas gigantes dibujadas sobre ellos.
El General Duke sólo pudo contemplar cómo el resto de sus tropas de asalto eran derrotadas.
Su voz estaba ronca, y habló como si se encontrase en una habitación vacía.
—Parece que he… subestimado la resistencia alienígena.