6. 3. Bernardo Gutiérrez de Lara y la 1ª República de Texas
E
l 6 de abril de 1813, en una breve ceremonia celebrada en San Antonio de Béxar, un líder visionario que se autotitulaba «el Ilustre Libertador», llamado Bernardo Gutiérrez de Lara, se nombró a sí mismo «Presidente Protector del Gobierno Provisional del Estado de Texas», al que declaró territorio independiente de la Corona española. Tras una solemne celebración otorgó una breve Constitución que proclamaba, al igual que había sucedido en Estados Unidos y Francia, que la soberanía residía en el pueblo.
Poco tiempo después, el día 18, un edicto del «Presidente Protector» animaba a establecerse en Texas a «los hombres libres de todas las naciones». Había nacido la que es conocida como Primera República de Texas, destinada a durar solo hasta el 18 de agosto del mismo año, en la que el pequeño ejército de Gutiérrez fue aplastado por las tropas del rey en el río Medina. Sin embargo, el «Libertador» no presenció su final, pues había sido depuesto por sus rivales el día 4 de agosto, lo que puso fin a su curiosa aventura.
Gutiérrez de Lara, al que la Historia destinó a ser el primer presidente de Texas, nació el 20 de agosto de 1774 y es uno de los más desconocidos líderes de la independencia mejicana, con la que se obsesionó, al igual que gran parte de la élite criolla de origen español. Su padre, Bernabé Gutiérrez de Lara, había sido uno de los impulsores de la colonización del Nuevo Santander y el fundador de la villa fronteriza de Revilla, uno de los principales asentamientos que los españoles situaron en torno a 1750 en el Río Grande.
El éxito del proceso de ocupación del «despoblado» movió a la Corona, en 1767, a iniciar el reparto de tierras entre los colonos y todo pareció marchar perfectamente durante unos años. Sin embargo, dos sucesos ocurridos en la última década del siglo alteraron profundamente las cosas y marcaron lo que iba a ser el rumbo de Texas en la primera mitad del siglo siguiente: el incremento progresivo de la violencia y el nacimiento del filibusterismo norteamericano. El primero tuvo su origen en la expansión ganadera que se estaba produciendo al norte del Río Grande. Las tribus indias vieron que su espacio natural estaba siendo progresivamente ocupado, pero los ocupantes ofrecían un atractivo botín que podía ser tomado sin demasiada dificultad.
A partir de 1790 los choques fueron aumentando en el Nuevo Santander, en Cohauíla y en Texas, y dos años después los apaches llegaron a atacar las villas de Reynosa y Camargo, poniendo en peligro el proceso colonizador. Los ranchos aislados estaban ahora amenazados y las tropas de la frontera eran insuficientes para proteger un territorio tan grande.
El segundo suceso importante fue la incursión en Texas de Philip Nolan. El destino de Nolan era Revilla, aunque nunca llegó hasta allí, pues como hemos visto fue abatido por las tropas españolas, en lo que hoy es el condado de Hill, el 21 de marzo de 1801. Fueron bastantes los tejanos que en su breve trato con él quedaron asombrados de los negocios que les ofrecía el comercio libre con los recién nacidos Estados Unidos. Además se generó la idea de que siempre que se quisiese actuar contra el gobierno español se podría obtener ayuda entre los emprendedores y ambiciosos norteamericanos. Por esta razón, cuando años después Bernardo Gutiérrez de Lara marchó hacia el norte en busca de apoyo para la causa de la independencia se dirigió a tres viejos compañeros de Nolan: Samuel Davenport, James Wilkinson y Juan Cortés.
Hidalgo y la lucha por la Independencia de México
El sistema político-económico que regía los destinos de Nueva España entró en crisis a raíz de la invasión francesa a España. El vacío creado en la península con la retención en Francia del rey Fernando VII y la necesidad de formar un gobierno local pusieron de manifiesto las profundas divisiones de la sociedad colonial, en la que los gachupines —españoles peninsulares— ocupaban los mejores puestos en detrimento de los criollos y de los mestizos e indios. Las enormes diferencias de clase y las injusticias impulsaron a grandes grupos sociales a la rebelión. El 16 de septiembre de 1810, el padre Hidalgo lanzó su famoso «Grito de Dolores», e inició el largo camino que más de diez años después llevó a México a su definitiva separación de España. Uno de los primeros criollos de Nuevo Santander que se unió a la causa de Hidalgo fue Bernardo Gutiérrez de Lara, quien arriesgando su hacienda y su vida marchó a Saltillo para unirse a las fuerzas revolucionarias.
Impresionados por su elocuencia y convencidos de su adhesión a la causa independentista, los responsables de la revolución condujeron al líder norteño a Monclova donde le otorgaron el rango de teniente coronel del ejército republicano y le asignaron la misión de promover la rebelión en Nuevo Santander, debiendo además encargarse de la organización del ejército rebelde local.
Enterado Gutiérrez de la detención en San Antonio de Béxar de los dos agentes que Hidalgo había enviado para lograr el apoyo de Estados Unidos, se ofreció voluntario para sustituirlos y se dirigió a Revilla a preparar el viaje. En esta ciudad conoció el desastre sufrido por las fuerzas de Hidalgo, la traición de Elizondo [75], y el fusilamiento de Jiménez, Allende, Aldama y del propio Hidalgo. Este quebranto le hizo acelerar sus planes y en cuanto pudo reunir un pequeño grupo de voluntarios, armas y dinero, partió hacia el norte. En total eran doce hombres, incluyendo la importante ayuda del capitán don José Menchaca, un convencido insurgente de San Antonio de Béxar.
Durante todo el viaje a través de Texas, la encendida elocuencia de Gutiérrez fue sumando adeptos a la causa republicana, al tiempo que sentaba las bases populares de lo que se pretendía fuera el nuevo gobierno de la provincia. Una vez alcanzada la Franja Neutral que separaba Texas de Estados Unidos, los revolucionarios estaban convencidos de que llegarían con facilidad al otro lado de la frontera, pero no fue así. Informados los militares españoles de Nacogdoches de la presencia de agentes del gobierno rebelde en la zona, dirigieron un ataque por sorpresa contra la débil fuerza de Gutiérrez, que perdió tres hombres en la escaramuza y, lo que era muy grave, toda la documentación que le acreditaba como representante del gobierno de México. El revés no le desanimó y en Natchitoches, ya en territorio norteamericano, decidió dirigirse a Natchez —capital del territorio de Misisipi—, enviando al capitán Menchaca a Béxar para obtener las credenciales que necesitaba e ir creando las bases de un gobierno provisional.
Gutiérrez partió de Natchez hacia el noreste y llegó a Nashville el 9 de noviembre de 1811 para presentar sus credenciales al general Thomas Overton, al que entregó además varias cartas. Una de ellas iba dirigida a los colonos del territorio en demanda de apoyo para su causa. Por fin, el 11 de diciembre llegó a Washington, siendo el primer enviado del nuevo gobierno de México que se presentaba ante el gobierno de Estados Unidos.
Gutiérrez logró una entrevista con Eutis, ministro de la Guerra, al que intentó convencer de la conveniencia del apoyo norteamericano a la causa criolla. Además de los innegables beneficios económicos que tendría la ayuda a México, España era aliada de Gran Bretaña, nación con la que Estados Unidos estaba al borde de un enfrentamiento bélico. La derrota realista debilitaría aún más a los ya quebrantados españoles, lo que permitiría a Estados Unidos expulsarlos de Florida Oriental, uno de los objetivos principales de su política exterior.
Eutis, aunque no quería una guerra abierta con España, ofreció tropas, armas, dinero, municiones y equipos a Gutiérrez, amparándose en que la compra de Luisiana también incluía Texas. Algo que el líder tejano negó, si bien propuso que se declarara «zona neutral»toda la provincia.
Mientras negociaba y preparaba un extenso informe sobre la revolución mejicana, que le había solicitado Eutis, Gutiérrez conoció la noticia de la rendición de Menchaca a los realistas y la retirada de los voluntarios extranjeros que apoyaban la causa independentista, la mayoría norteamericanos.
Este hecho condicionó en parte su entrevista con el secretario de Estado, Monroe, quien se pronunció en los mismos términos que Eutis, y llegó incluso a proponer el envío de un ejército de 50.000 hombres a Texas si Estados Unidos entraba en guerra con los británicos. Durante este período en la capital norteamericana, Gutiérrez obtuvo una muy buena impresión del funcionamiento del nuevo Estado, y llegó a convencerse de que la causa criolla no sería olvidada, pues no tenía duda de que la voluntad norteamericana era expulsar a los españoles de América y, principalmente, de México y el Caribe.
Después de realizar todas estas gestiones. Gutiérrez emprendió viaje marítimo a Natchitoches desde Filadelfia, vía Nueva Orleans, a donde llegó el 23 de marzo de 1812, y se enteró de la captura por los republicanos de Veracruz. Tras entrevistarse con el gobernador de Luisiana, Claiborne, partió hacia Natchitoches y se dedicó a preparar la expedición. El representante de Francia, Pailette [76] —que le ofreció 400 hombres—, más algunos indios de la región y apoyo de voluntarios angloamericanos estaba dispuestos a apoyar a los revolucionarios de Texas, y además abrió una suscripción para obtener fondos.
Sin embargo, tales actividades alarmaron a los agentes españoles de la región, que informaron a Washington. Onís, embajador español en Estados Unidos, formuló una queja formal y se previno al gobernador de Texas, Salcedo, quien pidió ayuda al virrey y comenzó a preparar sus escasas fuerzas para un enfrentamiento de envergadura, si bien de la metrópoli, envuelta en una brutal lucha por su supervivencia contra Napoleón, poca ayuda se podía esperar.
Por otra parte, la situación en México era caótica. Las lealtades duraban poco y la violencia reinaba en una gran parte de Nueva España. Bagenas, un desertor de las tropas españolas destacadas en Nacogdoches, comenzó a repartir panfletos entre los soldados. Alarmado, Bernardino Montero, comandante en jefe de la tropas españolas en la frontera, previno a Salcedo, pero los rumores, cada vez más alarmantes y disparatados, comenzaban a circular a gran velocidad, más aún cuando Bagenas fue capturado y se supo que dos agentes rebeldes se encontraban en Nuevo Santander promoviendo la revuelta. Pero Gutiérrez tenía aún grandes problemas por resolver. Girard, uno de sus intermediarios ante el ejército de Estados Unidos se entrevistó con el general Adair, que tenía el mando norteamericano en la región, a fin de concretar la ayuda.
En una carta que Girad dirigió a Gutiérrez planteaba todos los problemas que tenían ambas partes, desde el mando (¿aceptarían los norteamericanos un mando criollo?) hasta la fidelidad (¿por quién se combatiría?, ¿por la República Mejicana o por Estados Unidos?) Estos problemas se agravaron por el desconocimiento de cuál sería el verdadero apoyo con el que contarían. Lo que sí queda claro en el documento es que, aunque Adair no se pronunció, sí lo hizo el coronel Johnson, su ayudante de campo, en otra carta que envió a Augustus William Magee, un bostoniano que lideraba a los norteamericanos dispuestos a participar en la incursión en territorio español, pero al que se le dejó muy claro que no debía aceptar ninguna orden que no viniese de su gobierno y no debía implicarse en los aspectos políticos de la revolución mejicana.
El principal compañero de Gutiérrez de Lara en la aventura que se iniciaba, Magee, era un ex oficial del ejército de los Estados Unidos —de 33 años—, que se había graduado en la Academia Militar de Estados Unidos el 23 de enero de 1809, y había servido a las órdenes del general James Wilkinson, en el regimiento de Artillería destinado en Baton Rouge, antes de recibir destino más tarde en Fort Jessup, cerca de Natchitoches. A pesar de estar reconocido como uno de los militares americanos mejor informados sobre las relaciones con los españoles, no recibió el ascenso esperado, lo que le produjo una notable amargura. Durante su estancia en Fort Jessup ayudó a los colonos angloamericanos que se instalaban en la Franja Neutral —los freebooters— y mantuvo buenas relaciones con Peter Samuel Davenport y con Bernardo Gutiérrez de Lara, que le convencieron de la viabilidad de sus planes. El 22 de junio de 1812, viendo que sus posibilidades de ascenso estaban bloqueadas, dejó el ejército de los Estados Unidos y comenzó a reclutar los hombres de la expedición que iba a pasar a la historia con su nombre.
La guerra entre el Reino Unido y Estados Unidos que se declaró ese mes hizo que la situación no pudiera demorarse más y el 2 de agosto de 1812, las tropas de Magee, 150 hombres que cobraban 40 dólares al mes, cruzaban el río Sabine y entraban en Texas.
Bajo la bandera de la Libertad
El hombre sobre quien recayó el peso de sostener los derechos de España, Manuel María de Salcedo, gobernador español de Texas, no pasaba por sus mejores momentos. Había vivido en Luisiana con su padre, Juan Manuel de Salcedo, gobernador de la ex colonia francesa hasta diciembre de 1803, cuando la provincia fue entregada a los Estados Unidos y la familia regresó a España. Sus contactos en la Corte y su conocimiento de la región, facilitaron su nombramiento como gobernador de Texas por el Consejo de Indias el 24 de abril de 1807, y tras jurar el cargo en Cádiz, llegó a San Antonio de Béxar en el verano de 1808. Las tropas que debían de haberle acompañado para reforzar la provincia y impermeabilizar la frontera con los Estados Unidos quedaron en España, sumida ahora en la guerra contra la Francia napoleónica, lo que comprometió el éxito de su principal misión: detener el flujo continuo y no autorizado de extranjeros.
Sus esfuerzos para expulsar a los ocupantes ilegales estadounidenses de la Franja Neutral fueron inútiles, e informó el gobierno español de que si quería mantener Texas debía de reforzar la frontera con colonos procedentes de España o México. También propugnó el establecimiento de nuevos establecimientos para aumentar el comercio con los indios, y así calmar a las tribus y proteger los puestos de las llanuras, y solicitó más soldados para proteger el este de su provincia, pues las milicias locales eran incapaces de conseguirlo. En la primavera de 1810 hizo una inspección a la frontera con Luisiana y la visión de la dura realidad, le hizo considerar su opinión sobre los colonos angloamericanos, mostrándose contrario a los militares, que eran partidarios de tomar represalias contra los emigrantes ilegales. En sus contactos con los norteamericanos, muchos de los cuales habían vivido décadas bajo el gobierno español en la propia Luisiana, en Missouri o Florida, aconsejó a sus líderes que negociaran algún acuerdo oficial con el gobierno español para acceder legalmente al territorio. En cualquier caso, era consciente de que el problema de la Texas española era casi imposible de solucionar y se dejó llevar por los acontecimientos.
El 22 de enero de 1811, Salcedo fue hecho prisionero por los rebeldes mejicanos. Logró escapar y ser restituido como gobernador, pero cuando llegaron noticias a San Antonio de Béxar de la incursión de Magee y de Gutiérrez de Lara, sabía que la población del territorio estaba dramáticamente dividida.
Los exploradores de la fuerza norteamericana se encontraron al entrar en territorio español con un tren de muías, mandado por Juan Zambrano, que se dirigía a territorio de Estados Unidos. Tras atacar a la caravana, persiguieron a sus integrantes hasta las puertas de Nacogdoches, que fue tomada sin resistencia, pues los pocos leales a España se retiraron a San Antonio seguidos por los exploradores de Magee.
En Nacogdoches, los hombres de Magee y Gutiérrez izaron la bandera verde de la nueva república, y don Bernardo hizo públicos cuatro edictos dirigidos al pueblo, «los honorables y queridos compatriotas en Texas».
Optimistas y esperanzados, el 13 de septiembre de 1812 los hombres del Ejército Republicano del Norte («unido, bien armado y determinado a asaltar al mismísimo infierno») marcharon hacia la posición fortificada de La Bahía, atravesando el rio Colorado. La Bahía, la mejor fortaleza de la costa tejana, con sus muros de piedra y sus excelentes defensas, fue tomada sin apenas oposición y Gutiérrez decidió convertirla en un bastión para su ofensiva contra la capital; sin embargo, los españoles estaban está vez preparados.
Tras concentrar sus fuerzas en San Antonio, el gobernador Salcedo y el teniente Herrera reunieron todas las tropas de que disponían, incluyendo las compañías que guarnecían la frontera frente a los indios, y se dirigieron a La Bahía. Llegaron el 11 de noviembre y de inmediato lanzaron un violento ataque contra las posiciones republicanas, que fue rechazado a duras penas.
Consciente de la debilidad del enemigo, pero al mismo tiempo incapaz de asaltar sus recios muros de piedra, Salcedo ordenó el bloqueo del fuerte y se preparó para una agotadora guerra de posiciones, dando la orden de atrincherarse a sus hombres.
El ambiente en el fuerte sitiado no era bueno, pues el coronel Magee tenía grandes desavenencias con Gutiérrez y tras una votación se decidió la rendición. Salcedo accedió a liberar a los extranjeros, pero recordó que los mejicanos eran traidores a España y al rey y que no iban a ser perdonados. Ante tal situación y en un gesto que les honra, los voluntarios extranjeros decidieron no abandonar a sus compañeros mejicanos y continuar la lucha.
Las tropas realistas lanzaron varios ataques que fracasaron ante la decidida defensa de los republicanos. Los norteamericanos, armados muchos de ellos con sus rifles largos de caza, alcanzaban blancos a una gran distancia, por lo que el avance a campo descubierto de los hombres de Salcedo era muy arriesgado. Pero los defensores no podían romper el bloqueo y la desesperación cundía entre los defensores.
Parece ser que Magee —que estaba enfermo— era partidario de llegar a un acuerdo de rendición, aunque los norteamericanos no querían abandonar a sus camaradas. El 6 de febrero de 1813 Magee falleció y algunos sospecharon que se había suicidado. Su sucesor en el mando fue el coronel Kemper, un virginiano valeroso y capaz, que llegó a la conclusión, visto el fracaso de Gutiérrez de obtener refuerzos, de que la única solución era un ataque frontal contra las trincheras realistas.
Al amanecer del 2 de marzo las tropas republicanas realizaron una salida y tras una lucha feroz que duró hasta las cuatro de la tarde, hicieron retroceder a sus enemigos. Salcedo lideró dos ofensivas más contra La Bahía, pero ambas fracasaron y el 19 de marzo el Ejército Republicano del Norte marchó hacia la capital a lo largo del río San Antonio, muy reforzado con los voluntarios que se le habían ido sumando hasta totalizar 900 hombres, que incluían desde indios tonkawas y pobladores locales hasta voluntarios de Luisiana. Las fuerzas del gobernador Salcedo y las del coronel don Simón Herrera —gobernador de Nuevo León— trataron de detenerles en Salado Creek, donde se dio el combate conocido como batalla de Rosilla o de Salado —la primera a campo abierto de la historia de Texas, en la que los desmoralizados y aturdidos reclutas del ejército realista fueron derrotados, a pesar de contar con 1.200 hombres y 6 cañones, y sufriendo en la lucha 330 bajas y 60 prisioneros.
Ya sin apenas oposición, las tropas de Gutiérrez avanzaron hacia San Antonio y las tropas de Salcedo fueron retirándose acosadas hasta la Misión de la Concepción, muy cerca de la capital, donde los republicanos hicieron un alto para reorganizarse y preparar el asalto. Era el 2 de abril de 1813.
Salcedo había preparado un documento de doce puntos para aceptar una rendición honorable, pues la mayor parte de los reclutas mejicanos del ejército realista estaban dispuestos a pasarse al enemigo, como de hecho sucedió. Presentó su propuesta a los oficiales angloamericanos del ejército mejicano, y estos transmitieron su propuesta al coronel Gutiérrez. Aceptadas las condiciones, Salcedo, Herrera y otros 12 oficiales españoles entregaron formalmente sus espadas. El día 6, don Bernardo Gutiérrez de Lara era nombrado «Presidente Protector del Gobierno Provisional del Estado de Texas» y comenzó a dictar las primeras instrucciones dirigidas a la población. Todo parecía marchar bien, pero dos circunstancias imprevistas iban a destruir la frágil estructura que Gutiérrez empezaba a edificar.
El primer problema surgió cuando se decidió por parte del Gobierno Provisional juzgar a Salcedo, a Herrera y a los demás oficiales por traición a Hidalgo, lo que motivó fuertes discusiones con los hombres de Kemper, que consideraban que se ponía en entredicho su acuerdo con los realistas e intentaron convencer al «Generalísimo de la República» para que los prisioneros fueran conducidos al sur, para ser encarcelados, o a Luisiana como exiliados.
Finalmente partieron conducidos por la compañía del capitán Antonio Delgado, quien junto a dos tejanos, Francisco Ruiz y Pedro Prado —ambos de la compañía volante de Álamo de Parras— llevaron a los oficiales prisioneros hasta unas seis millas fuera de San Antonio, donde los ataron, desnudaron y degollaron.
El brutal crimen y la forma en la que Delgado se jactó de semejante salvajada —llegó incluso a anunciarlo públicamente— hizo que las relaciones entre los criollos y los angloamericanos llegasen al borde de la ruptura. Muchos consideraban que Gutiérrez había dejado sin castigo un crimen execrable y abandonaron la lucha. A pesar de las súplicas de los más sensatos de los líderes mejicanos y aunque convencieron a algunos, muchos de los más valiosos —entre ellos Kemper—, se marcharon horrorizados.
El otro problema surgió por la aparición de una fuerte corriente opositora a Gutiérrez, que nació en torno al norteamericano William Shaller y a varios de los colaboradores del presidente, para destituirle y nombrar en su lugar a Álvarez de Toledo, un ambicioso político cubano antiguo diputado por Santo Domingo en las Cortes de Cádiz y ex oficial de la Real Armada. Los conspiradores contaban además con el descontento de los norteamericanos por no haber recibido prácticamente ningún cargo en el gobierno provisional, y no les resultó difícil atraerlos a sus filas.
José Álvarez de Toledo, el nuevo líder de los revolucionarios, era un conspirador en el sentido clásico y había tenido que salir de España después de un grave proceso, al haber sido acusado de promover la sedición en las colonias del Caribe cuando, siendo diputado por Santo Domingo, expuso la necesidad de instaurar un gobierno democrático en Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico. Refugiado en Washington, donde había decenas de conspiradores de toda la América hispana, trató de obtener el apoyo de James Monroe —entonces secretario de estado norteamericano— para una Confederación Antillana a imagen y semejanza de Estados Unidos. Cuando planeaba trasladarse a Cuba para promover sus ideas, con Monroe ya convencido, conoció a Gutiérrez de Lara y se interesó por su proyecto. La habitual habilidad de don Bernardo para ganar adeptos a la causa republicana le impresionó, y juntos se dedicaron a buscar dinero y voluntarios. Uno de estos últimos era don Juan Mariano Picornell, un exiliado mallorquín partidario de los revolucionarios.
Cuando Gutiérrez partió rumbo a Texas, Álvarez de Toledo y Picornell permanecieron en Estados Unidos celebrando conferencias, presionando a senadores y congresistas y dirigiendo cartas y proclamas a los periódicos. Meses después Picornell fue enviado a Texas a contactar con Gutiérrez, pero este último ya comenzaba a recelar de las ambiciones del político antillano e intentó convencer a Álvarez de que se abstuviera de participar personalmente en las operaciones militares. Álvarez siguió actuando por su cuenta y se trasladó hasta el centro de operaciones en Natchitoches. Con Picornell y una imprenta que habían comprado en Filadelfia pusieron en marcha un periódico de cuya dirección se encargó el mallorquín, ahora secretario del Estado Mayor de Álvarez de Toledo. Había nacido la Gaceta de Texas, elemento esencial para su asalto al poder. La situación creada en la primavera de 1813, tras la ejecución de Salcedo, no hizo sino facilitar las cosas.
Mientras tanto, la suerte de la guerra parecía estar del lado de los independentistas insurgentes. Las fuerzas del Ejército Republicano del Norte se dirigieron al sur y al oeste para extender la autoridad de la naciente República a las otras tres provincias internas orientales. Su adversario, el general Joaquín Arredondo, nombrado jefe de las tropas españolas en las reorganizadas divisiones Oriental y Occidental de las Provincias Internas, ordenó al teniente coronel Ignacio Elizondo, comandante del Presido de Río Grande —y antiguo rebelde— que se reuniera con él en Río Frío, pero este desobedeció las órdenes.
El 12 de junio, Elizondo marchó hacia el Norte dispuesto a enfrentarse a los insurrectos republicanos, de los que sabía por espías y desertores que estaban sufriendo una gran crisis interna.
Cuando llegaron a los insurgentes las noticias del avance de la columna de Elizondo la confusión reinaba en San Antonio de Béxar, pues las tropas republicanas seguían perdiendo hombres por las deserciones. Reuben Ross, uno de los oficiales angloamericanos, propuso una retirada ordenada hacia el este, lo que fue rechazado en un consejo de guerra.
El 19 de junio, en Alazán, cerca de San Antonio, el Ejército Republicano del Norte, dirigido por Henry Perry, atacó a Elizondo y lo derrotó tras dos horas de dura batalla nocturna, obligándolo a retroceder hacia el sur y dejar en el campo de batalla más de 400 hombres y decenas de prisioneros. Todo el bagaje cayó en manos de los rebeldes que capturaron un enorme botín que incluía pólvora, sillas de montar, harina, y ropa, además de sal, licor, cigarros, café, frijoles, y azúcar. Gutiérrez de Lara había alcanzado la cumbre de su éxito.
Sin embargo, tan solo unas semanas después su suerte iba a cambiar. El grupo conspirador estaba logrando sus propósitos, y el 4 de agosto el presidente de la Junta notificó a Gutiérrez que había sido cesado del cargo y sería sustituido por Álvarez de Toledo. Dos días más tarde, Gutiérrez abandonó San Antonio con dirección a Luisiana acompañado de su mujer y de sus hijos, que habían llegado a Béxar el día antes de la batalla de Alazán. Pero su aventura no había concluido. A los pocos días, el nuevo dirigente del ahora llamado Ejército Republicano del Norte de México ordenó que se persiguiese al depuesto presidente, y Gutiérrez escapó por poco de los hombres enviados en su busca. Por otra parte, las disensiones internas entre los independentistas eran cada vez mayores. Menchaca y otros oficiales criollos afectos a Gutiérrez de Lara criticaban abiertamente a su nuevo líder quien, además, cometió el error de separar sus fuerzas en razón de su origen étnico —mestizos mejicanos, criollos, indios y angloamericanos—, lo que agravó la incapacidad de Álvarez para enfrentarse a la amenaza realista.
La batalla de Río Medina
Las tropas de Elizondo, derrotadas en Alazán pero no aniquiladas, habían logrado unirse al grueso de las fuerzas virreinales, que avanzaban ahora unidas hacia el Norte. Tras varias semanas de marcha, el ejército realista, con más de 2.000 hombres, se aproximó a San Antonio de Béxar, donde se encontraba el grueso del Ejército Republicano del Norte.
Con una fuerza de unos 1.400 hombres compuesta de anglos, tejanos, indios, y ex realistas, Toledo, instado por los tejanos que querían evitar que San Antonio sufriese los estragos de la lucha, decidió enfrentarse con el enemigo al sur de la ciudad.
La noche de 17 de agosto, la fuerza republicana acampó aproximadamente a seis millas de las tropas de Arredondo que se habían situado entre los ríos de Atascosa y Medina. El plan era emboscar a los realistas en el camino de Laredo, pero gracias a una oportuna información, los realistas conocieron el plan de los insurgentes y les atrajeron a una emboscada en un denso bosque de robles. Actuando contra las órdenes de Toledo, los republicanos, liderados por Miguel Menchaca, avanzaron con dificultad durante varias horas en la persecución de una unidad de caballería que confundieron con el grueso del ejército enemigo. Mientras tanto, Arredondo preparó sus defensas y atrincheró a sus hombres, a los que ordenó que no hicieran fuego sobre los rebeldes hasta que estuviesen a menos de cuarenta pasos.
Cuando los insurgentes llegaron ante las líneas realistas estaban cansados, sedientos y agotados por horas de marcha, pero aún fueron capaces de combatir en una furiosa batalla que duró cuatro horas en la que participaron fuerzas de infantería, caballería y artillería. Al final, las tropas de Arredondo rompieron las líneas enemigas y los hombres de Toledo y Perry se retiraron desorganizadamente. El ejército del rey quedó dueño del campo de batalla. Los enemigos capturados fueron ejecutados y durante la retirada los republicanos resultaron diezmados, escapando menos de un centenar. Las tropas realistas sufrieron solo 55 muertos, que fueron enterrados al día siguiente con todos los honores. La causa de la nueva República mexicana parecía perdida.
Los restos del Ejército Republicano del Norte de México, dirigidos todavía por Álvarez de Toledo y por Perry, se retiraron hacia la Franja Neutral siguiendo el Camino Real hacia Nacogdoches. Fue una huida despavorida, con soldados acompañados de cientos de civiles, mujeres y niños. Se produjeron escenas de pánico que se verían de nuevo en Texas veintitrés años más tarde, cuando tuvo lugar la retirada conocida como Runnaway Scrapeante el avance del general Antonio López de
Santa Ana, que ahora con el grado de teniente, combatía en el bando vencedor y participaba en la persecución de los derrotados.
Unos días después, las tropas de Arredondo tomaron La Bahía donde capturaron 300 prisioneros más y la bandera verde de la República de Texas fue arrancada del mástil. La peor consecuencia de la victoria de los realistas fue la dura represión a la que fue sometida la región. Deseoso de vengarse de la derrota de Alazán, el coronel Elizondo ordenó la detención de 215 ciudadanos de San Antonio de Béxar, a los que encerró en hediondas prisiones en las que decenas perecieron de hambre y de sed. Las represalias aumentaron con la ejecución sumaria de 112 soldados insurgentes capturados en río Medina. Además, unas 500 mujeres y niños, de los que se sospechaba que sus maridos o familiares eran adictos a la causa republicana, fueron detenidos y maltratados. Todos los días en la Plaza Mayor de Béxar se producían ejecuciones y el Camino Real quedó sembrado de estacas con las cabezas de los insurgentes ejecutados.
A finales del verano de 1813, el Ejército español ocupó de nuevo sus puestos a
lo largo del río Sabine, se asentó firmemente en Nacogdoches y algunas de sus patrullas se adentraron en la franja neutral, e incluso en territorio de los Estados Unidos, a la búsqueda de fugitivos. Los norteamericanos, en guerra con los británicos, no hicieron nada para impedirlo, a pesar de que decenas de sus compatriotas habían caído en la lucha, y soportaron resignados la humillación. La bandera blanca con el aspa roja de Borgoña, símbolo de España, ondeaba de nuevo del Río Grande al Sabine, y Texas volvía a la obediencia, pero al terrible precio de quedar destruida y prácticamente despoblada.