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-Oí tus pasos subiendo por la escalera. Él volvió a dejar la Guía secreta de Baleares sobre la mesa. Se puso de pie tranquilamente y recogió la pistola. Que había dejado sobre la carpeta con El testamento. Contuve la respiración. Vi cómo giraba el cerrojo lentamente. Luego entraste tú, empuñando la Beretta, con la cabeza por delante del cuerpo. No te habías dado cuenta de que estaba detrás de la puerta. Y te encañonaba con la pistola… ¡Hola, detective!, saludó, como si le alegrase verte. Intentaste apuntarle, pero te interrumpiste al sentir el arma contra la sien. Anda, sé buen chico, dame esa pistolita y siéntate junto a tu mujer, dijo él. Le entregaste la Beretta.

-Él sacó unas esposas y me las lanzó. Póntelas, dijo. Y yo obedecí, manipulándolas con torpeza.

-Estabas atacado de los nervios.

-Sonó un clic. Y luego otro. Sentí un escalofrío. Estábamos a merced del asesino, Gabi.

-No podía creerme que hubiese sido todo tan fácil para él. Esperaba más de ti… No sé, cierta resistencia…

-Entramos en el despacho. Dios mío, Gabi, jadeé al verte.

-Él te dijo que te sentases en la silla de la cocina.

-Y se acomodó en el sillón, disfrutando de la situación, con las piernas cruzadas. ¿De modo que esperabas más de mí?

-¡Claro, Fredy, algo de resistencia! ¿Así es como reaccionan los detectives?

-Guardó mi pistola en el maletín y colocó la suya sobre El testamento de François Villon. Su rostro se distendió con un gesto de satisfacción. Luego bostezó mientras consultaba la hora en su reloj de pulsera. Disponemos de treinta minutos para aclarar tu caso, aunque imagino que lo das por resuelto, teniendo en cuenta que el presunto asesino del matrimonio Bonnín será juzgado en breve, dijo. Yo le atendía entre asombrado y confuso. Jorge Dieter mató a los Bonnín, repliqué, súbitamente airado. No, querido. Me temo que lo hice yo, dijo.

 

***

 

-Hay una fotografía suya en la escena del crimen.

-Jorge Dieter estuvo allí, no lo niego, pero cuando llegó ya había hecho yo el trabajo. Por eso se llevó el reloj y las joyas y se hizo la foto. Necesitaba usurparme el protagonismo. Verás, Fredy, estamos ante una larga historia, así que empecemos por los antecedentes. El año pasado Dieter y yo nos conocimos en Chueca. Tuvimos un encuentro explosivo, pura química. Quedamos cuatro veces. Fue suficiente para enterarme de lo esencial. Nos citamos en el aeropuerto unas horas antes de los asesinatos. Jorge me dijo que había llamado al complejo de Alfaz del Pi para hacer una reserva fantasma y tiró de la lengua a la recepcionista hasta averiguar el bungalow donde se hospedaban los Bonnín. Estaba eufórico.

-La recepcionista no lo mencionó en su declaración.

-La pobre chica se sentía tan culpable que no se atrevió a desvelar esa conversación.

-¿Por qué les mataste?

-Todos soñamos con algo y tú deberías saberlo mejor que nadie. Dieter se veía vengándose del padre que había renegado de él. Mi sueño, desde pequeño, siempre ha sido cometer un crimen perfecto, que nadie pueda desenmascarar. Dieter, con su fantástica historia, me proporcionó la cortina de humo. Sabía que haría lo posible por atribuirse el crimen. Es un exhibicionista. Le encanta presumir de su arrojo.

-¿La nota fue cosa tuya?

-La redacté e imprimí en el despacho de Bonnín. Me excitaba esa audacia. Cuando apareció el financiero, tuve que salir por la ventana y andar unos diez metros por la cornisa, hasta el respiradero de la escalera. No me vio, pero sabía que iban a por él. Tu amiga Lola le había puesto sobre aviso. El pobre diablo se sentía tan desesperado por las deudas que su muerte le pareció una salida airosa.

-¿Tienes pruebas?

-¿Para qué? No necesito inculparme de nada.

-¿También te cargaste a la ex diputada?

-Cuando cometes un crimen perfecto y compruebas que permanecerá impune a menos que el mundo se ponga del revés, la tentación de repetir se vuelve irresistible. Dieter me había hablado de Jonathan, de sus ansias por experimentar la sensación de poder que proporciona el asesinato. Y quería matar a su padre. Había establecido con Dieter un pulso criminal para ver quién era más despiadado. Así que le di su ración de sangre. Otra cortina de humo. ¡Genial! ¿No crees? Movía las piezas del rompecabezas para componer un cuadro de culpabilidad que me excluía. Además Angelita era la víctima propiciatoria. ¡Fue tan fácil! Sólo tuve que vigilar sus citas con Jonathan. El día que vi a Sullivan ojo avizor, supe que había llegado el momento. Era el eslabón que me faltaba para el nuevo acertijo. Un testigo ocular… Sullivan se portó chapean. Puso tanto esmero en su papel que me brindó un broche de oro, sentando las bases para el siguiente acto, aunque entonces no me di cuenta de ello. Sin duda ha sido mi marioneta más obsequiosa. Se trata del acto más brillante de mi actuación, Fredy. Salí a escena para entrar en la casa, como había hecho en las anteriores visitas de Angelita. Les había visto follando… Y sabía que cuando Jonathan iba a correrse cerraba los ojos, lo cual me daba tiempo para actuar. Ella no me preocupaba, porque que acto seguido iba a matarla. Había escogido el objeto que me serviría para simular un crimen impremeditado. Aguardé la tierna caída de párpados de Jonathan y le dormí con éter. Esperaba que a ella la sorpresa y la excitación le impidieran reaccionar. En cuanto Jonathan se quedó fuera de combate, agarré el busto de Nerón y la maté, dejando su cuerpo sobre Jonathan en una postura que resultara natural. Se suponía que la había golpeado en pleno frenesí sexual, en un rapto de enajenación… Lo cual justificaría que no recordase nada. Luego Jonathan pidió ayuda a Dieter y éste a Berger, a través de su madre, para montar la paliza en Chueca. Siempre se me ha dado bien jugar al billar, Fredy. Tengo un tiralíneas en la cabeza que calcula la inercia de las bolas implicadas en cada golpe cuando la blanca desata las hostilidades para que las demás acaben metidas en las troneras. Luego vinieron Sullivan y Castro… Lo del yanqui fue pan comido. Un tiro en la nuca. La dificultad estribaba en escoger el momento oportuno. Me estaba divirtiendo de lo lindo, lo admito. Se trataba de seguir embrollando, de volveros locos… En teoría Jonathan tenía un móvil sólido para matarle, porque el yanqui le hacía la vida imposible, convencido de que había liquidado a su novia. Por eso esperé a que Jonathan tuviera una coartada y en cambio Dieter no. Le maté en su propia casa y por la noche me excitó trasladar el cadáver envuelto en una alfombra. Como Tom Ripley, el amoral personaje de Patricia Highsmith. Una última vuelta de tuerca para sacarnos de quicio. Lo de Castro fue para echar más leña al fuego. Me gustaba jugar al psicópata. Pensé que estaría bien hacer una serie. Eso complicaba las cosas. Según los indicios y evidencias desde vuestro punto de vista era imposible que todos los asesinatos fueran atribuibles a una sola persona. Dieter no tenía coartada para el asesinato de Sullivan. Había desviado el foco de Jonathan, que a priori presentaba un perfil de psicópata, pero seguíais considerándole el principal sospechoso. Debía escoger a una víctima imputable a Dieter. Que tuvo la malicia de enterrar el cadáver de Angelita en el jardín de Castro, como descubriríais antes o después. Por eso lo de la impresora. Otra maniobra para atraer sobre él vuestra atención. Te preguntarás cómo supe que Castro regresaría a su casa. Un golpe de suerte. No podía permitir que Lola, la tía de Dieter, esa lunática, metiera las narices en mi teatro, de modo que averigüé qué tramaba. Al ver aparecer a Castro en su casa se me abrió el cielo. Castro la apreciaba y se sentía lo bastante hundido para renunciar a todo. Pensó en utilizarse de señuelo para salvar a su amiga, persuadido de que Dieter era el asesino. Cuando abandonó la casa de Lola, llamó por teléfono. Imaginé que le decía a Dieter que iba a pasarse por su casa. Luego se dedicó a emborracharse, sin tomar precauciones. La siguiente víctima se me ponía en bandeja. Sólo tenía que ir a su casa y esperar, puesto que a las oficinas de Securityforce no acudiría, para evitar encontrarse con la patrulla que montaba guardia. Nunca pensé en Lola como víctima. La celada de anunciar su propia muerte me pareció lamentable. Ya habrás averiguado sus motivos para hacerlo. Me aproveché de su jugada. Es mi especialidad.

-¿Le quitaste a Angelita el reloj y las joyas?

-¿Para qué, si mis actos son invisibles? No era yo quien necesitaba borrar los rastros. Emma… Luego intentó inculpar a Jonathan, dejando las pruebas en su casa. Y envió la postal desde Mallorca, para ganar tiempo. Además Emma sospechaba que en el cadáver del comisario podía aparecer algún indicio que delatase a su hijo. Por eso vino a Madrid para enredar a Moncada. Es buena ajedrecista. Siempre ha tenido peones a su disposición, que babean cuando ella les pide algo.

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