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-No puedo apartarlo de mi pensamiento. Nerón. Me pregunto qué habrá sido de él.

-¿Qué más, al margen de ese chucho y las alcachofas?

-Pues… al llegar a la buhardilla abracé a Gabriela. Acabo de consultar el saldo en un cajero, le dije.

 

***

 

-Valeria ha hecho una trasferencia desde Praga.

-¿Qué hace allí?

-Está de vacaciones.

-He terminado mi pintura.

-¿La casa incendiada?

-No, otra. Llevo un año trabajando en ella.

-¿Un nuevo paisaje tenebroso?

-Ven, está en el dormitorio.

-En la cama, qué simbólico, y además envuelto con papel manila.

 

***

 

-Me sentí dividido entre el deseo de encontrar una obra que no me obligase a fingir admiración y la ternura que me provocaba el inesperado gesto de la albanesa. Era un cuadro más grande que los anteriores y se notaba que lo había enmarcado. Desgarré el envoltorio, expectante. Cuando vi aquella imagen, me demoré unos instantes en tomar conciencia de ese paisaje volcánico, devastado, que sugería los restos de una civilización extinguida. En el centro de la composición se destacan dos cuerpos, desnudos, luminosos, rodeados por un aura teñida de verde, encarnando la promesa de lo que está por venir tras un pasado que ha arrasado con todo. Un hombre y una mujer tumbados sobre un lecho de tierra reseca, que nos retratan fielmente. Cualquiera que vea el cuadro puede reconocernos. Somos nosotros… Entregados a la danza del amor entre las ruinas de un mundo que quizá volverá a nacer…

-¡Despierta, majadero!

-Mierda, me he quedado dormido encima del volante.

-Después de aparcar el coche a un metro del bordillo de la acera. Lo del cuadro de Gabi envuelto con papel manila ha sido sólo un sueño. Otro. El enésimo. ¿Qué tal tus progresos con las alcachofas?

-Ahí te quedas. ¡Demuestra que tienes súper poderes, como Bolt!

 

***

 

-Después de dejarte encerrado en el Ford me fui a pasear por la plaza de Oriente, buscando una inspiración que se me mostraba esquiva. Me senté en el banco donde había encontrado al vagabundo que me dijo: ¡Por el principio, jefe, siempre por el principio!, para animarme a resolver mis dudas, en los prolegómenos del caso Bonnín. Alguien había dejado en el banco una publicación musical del 2009. LH MUSIC magazin. En la portada ponía: LA BROMA NEGRA “Hay quien confunde la vida con los libros que leyó”. Fue como recibir un mazazo en el plexo solar. “Hay quien confunde la vida con los libros que leyó”. ¡Cielos! ¿Acaso el destino se ha propuesto adoctrinarme en alguna clase de conocimiento esotérico? Primero el reverberado Bolt, en el cine, de improviso, en el inocuo envoltorio de una película de Walt Disney, y ahora aquella gacetilla, igualmente de improviso, en un banco de la emblemática plaza de Oriente. Como en una pesadilla. O un expediente X. ¿Esa afirmación se refería por ventura a mí? ¿Y qué pasa si confundo la vida con los libros que he leído? Las palomas que habían empezado los movimientos de aproximación, en demanda de algún consuelo alimenticio, salieron volando despavoridas al oír mi grito. Tomé el magazín para desentrañar el misterio. En las páginas interiores figura una entrevista a LA BROMA NEGRA, un grupo de rock que acababa de sacar nuevo disco, titulado Como Aprendí A Amar a Un Cocinero. ¿Dónde rayos está la referencia a la frasecita de marras? También en las páginas interiores, bajo el nombre de la banda, volvía a aparecer “Hay quien confunde la vida con los libros que leyó”. Pero luego ni la voz entrevistadora ni la entrevistada ofrecen la menor explicación al respecto. Allí sólo se habla del tortuoso pasado de los músicos en el mundillo del solfeo puesto en solfa, del contenido romántico y solemne de sus temas, de Héroes del Silencio, The Cult e Internet. Entresaqué una pregunta y su correspondiente respuesta: <<P: Ahora que ya no sois tan jóvenes como cuando empezasteis, ¿cómo se plantea la edición de un nuevo disco y una posible gira de presentación? R: Igual que hace 15 años, pero con menos gilipollez en el cuerpo>>. Nada más. Será el título de uno de los temas del nuevo disco, pensé, dejando de nuevo la publicación en el banco, por si hubiese otros interesados en resolver el misterio. Suena el móvil. Moncada. A ver con qué me viene ahora.

 

***

 

-Jonathan lleva dormitando unos quince minutos.

-¿En la Casa de Campo? ¿Con la que está cayendo? ¿Dónde está?

-En el pinar de Las Siete Hermanas, al abrigo de un frondoso pino carrasco.

-Le quedan ocho horas, si mis cálculos no fallan.

-Lo veo fuera de combate.

-Quizá esté jugando al escondite inglés.

 

***

 

-Callamos, el tiempo suficiente para que viera surgir en mi horizonte visual, en ese limbo que en ocasiones une el mundo perceptible y las reverberaciones oníricas, algo que me puso en guardia. Te llamo luego, dije, y colgué la llamada, mientras observaba asombrado a Nerón, que venía hacia mí meneando las ancas, flaco, sucio, desastrado. ¿Jonathan le ha abandonado ahora que no está su hermana para impedírselo? El chucho estaba tan cambiado que no habría reparado en él de no ser por sus ojos. Nerón también me había reconocido. Nos miramos fijamente, estableciendo una extraña complicidad. ¿Por qué durante los últimos días he pensado en él con tanta insistencia? Entré en el Café de Oriente y compré dos pepitos de ternera. Que el rottweiler engulló con desesperación. Luego llevé al perro a la fuente de la plaza para que bebiera a sus anchas. Me senté en un banco y me encendí un cigarrillo. Nerón comenzaba a dar señales de alivio. Sus ojos recuperaban la vivacidad y la penetración que advertí en él en ocasiones anteriores. ¿Qué pasa contigo, amigo?, le pregunté. El perro, tras pensárselo un instante, profirió un ladrido abrupto, sin quitarme de encima su mirada inteligente. Luego se dio media vuelta y echó a andar resueltamente. ¿Qué diantre pretende?, me pregunté, confundido. Cuando estaba a punto de perderle de vista, tiré al suelo la colilla y me apresuré a seguirle. Nerón tenía prisa por llegar a donde se había propuesto guiarme. Recorrimos a paso ligero las calles en dirección a Bailén. ¡Estábamos yendo a la casa de Jonathan! Pero un perro no regresa a un lugar donde no se sepa querido. Seguramente había intentado ya hacerse admitir como el hijo pródigo, con resultado negativo, a juzgar por su aspecto desastrado. El perro se detuvo ante la puerta del chalet, vacilante, y volvió la cabeza para echarme una ojeada. Un extraño fulgor teñía esas dilatadas pupilas suyas que parecen tizones encendidos. ¿Desconfiaba de mí? Posé la mano en su cabeza, amistosamente. ¿Qué te pasa, chico?, dije. Con la pata en alto, Nerón emitió un jadeo invitador que se diluyó en ronroneo de gratitud cuando le froté la papada. Continuó con la pata levantada durante el lapso que yo me demoré en entenderle. Aquel chucho condenadamente listo deseaba hacer un pacto. Quizá había tomado conciencia de que su supervivencia estaba amenazada. Aferré la pata que me ofrecía, imprimiendo en el gesto una franqueza elocuente, como si estuviera estrechando la mano de un amigo. Nerón exhaló un suave aullido, dándose por satisfecho, trotó hasta la valla y la saltó con una agilidad pasmosa. Yo hice lo propio, con más dificultad. Los fragmentos de vidrio de la parte superior me desgarraron los vaqueros a la altura de la ingle. Al aterrizar, vi a mi compinche escarbando afanosamente en la tierra con las pezuñas. Intenté acercarme para ayudarle, pero el rottweiler me rechazó, ladrando. Bueno, toca esperar, me dije, encendiéndome un cigarrillo. Al cabo de un rato el rottweiler se hizo a un lado. Había excavado un hoyo de un metro de profundidad, en cuyo fondo había un objeto que me resultaba vagamente familiar. Enseguida supe de qué se trataba. La prueba de cargo que buscamos como una aguja en un pajar. Me tumbé en el suelo para sacar la bendita prueba y la limpié de barro. El arma que acabó con la vida de Angelita Cantueso. Álex ha vuelto a acertar. Un busto de bronce que, ironías del destino, representa a Nerón.

 

***

 

-Voy con todo el equipo: el busto y el perro. ¿Álex tardará mucho?

-Unas horas, pero Moncada cree que Jonathan se derrumbará si le damos a entender que hemos detectado algún rastro que identifica a Angelita.

-¿Le habéis detenido?

-Va camino de la comisaría.

-¿Cómo reaccionó?

-No opuso resistencia. Está como un zombi. Álex dice que no se te ocurra estropear el busto de bronce.

-Lo he dejado sobre el asiento de copiloto, encarándome. El adusto emperador romano parece dedicarme una mirada desdeñosa.

-¿Y el perro?

-En el asiento de atrás. Por lo que veo a través del espejo retrovisor creo que está la mar de contento. Nerón ha resultado un lince. Sus orejas viran ante cualquier sonido, como un potente radar. Muestra una tierna imagen ahí despanzurrado, el pachá canino. Es un ejemplar magnífico. Su aspecto desangelado desaparecerá con reposo y buenas raciones de carne. Hemos hecho un pacto tácito, Bea. Debo cuidar de él. Me he comprometido solemnemente.

-¡Pero si no sabes cuidar ni de ti mismo! Me lo quedo yo hasta que venga Valeria.

-Me parece correcto. Nerón completará el cuadro familiar, en ausencia de prole...

 

***

 

-El reencuentro de Jonathan con Nerón fue apoteósico. Y elocuente. Tendrías que haber visto la cara que puso el hijo de Bonnín al ver el busto. Inequívoca. Habíamos acordado la puesta en escena, previendo que su reacción nos indicaría la línea a seguir durante el interrogatorio. Moncada en esta ocasión estaba en lo cierto. Jonathan se arrugó sin mediar palabra. La cuestión era, ¿confesaría de buenas a primeras o se perdería en un laberinto de vaguedades? Restaban cinco horas y media… La atmósfera de la sala de reuniones estaba inusualmente cargada. El hijo del financiero estaba sentado en un lateral de la mesa, absorto, con los brazos cruzados. Moncada se colocó frente a él. Beatriz y yo nos acomodamos en las cabeceras. Jonathan había accedido a prestar declaración en ausencia de su abogado. Una señal más que favorable, dadas las circunstancias. Los análisis del laboratorio han demostrado que se trata del arma que provocó la muerte de Angelita Cantueso, soltó Moncada, bruscamente, y se interrumpió para escrutarle, tenso, como si estuviese conteniendo la respiración. Era el momento crítico. Jonathan se mantuvo impertérrito. Dada la premura que nos acuciaba, necesitábamos una confesión espontánea, que diera pie a una batería de preguntas breve y reveladora. Si nos veíamos obligados a analizar realmente el busto podíamos tardar más tiempo del disponible en obtener algún resultado concluyente. Todo dependía del grado de culpabilidad que sintiera Jonathan en ese momento. Me estaba preguntando si habíamos compuesto una escena convincente cuando Jonathan dijo, cortante, denotando una vacilación que un oído perspicaz no podía pasar por alto: Yo la maté. Moncada se enderezó como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Comprobó que el magnetófono funcionaba correctamente y se inclinó hacia delante, adoptando su pose de halcón, para dar curso al procedimiento. Usted, Jonathan Bonnín, con tal edad, residente en tal lugar, afirma haber asesinado a Angelita Cantueso, con tal identificación, etc. Jonathan asentía, manifestando una angustia incomprensible. Tras las cuestiones de rutina, Moncada le disparó una salva de preguntas, casi imprecaciones, que le sacudieron el atontamiento, y finalmente pudimos ver a un Jonathan sonrojado como un niño. Ahora estaba en situación de exponer cuanto tuviese que decirnos, aunque no fuera cabal y ordenadamente. Moncada tomó aire. Había que clarificar los antecedentes y establecer la secuencia de los hechos.

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