38
-Valeria me recibió con una cortesía distante, fría. Fuimos al abrumador salón de su hogar-museo. Y tomamos asiento. Luego nos sondeamos en silencio como perritos que se olfatean. ¿Y bien?, dijo ella, palmeándose los muslos, que llevaba recatadamente cubiertos con una falda floreada, horrible, que le llegaba a los tobillos y le daba un aire de institutriz decimonónica. No me sentía con ánimos para andarme por las ramas. Además intuía que ella, por alguna razón, era consciente de que había ido allí a clavar el estoque. Aunque no precisamente el estoque que yo quería… Era una cuestión que iba a incomodar a Valeria. Había permanecido enterrada durante mucho tiempo…
***
-¿Tu madre tuvo algo con Berger? Mierda, no te pongas a llorar.
-Fue una vergüenza para todos, no porque estuviera con otro hombre, sino por tratarse de alguien tan detestable. Nunca pensé que pudiera liarse con un tipo como él. Me rompió los esquemas, ¿entiendes? Ella era especial, superior a nosotros, a pesar de haber renunciado a todo y permitir que el mundo la aplastase. Cuando les vi haciéndolo se me vino el mundo encima. ¿Por qué me miras así? Te parezco una muñeca rota, ¿verdad?
-¿Quieres que me largue?
-Sí, vete, por favor.
***
-Cuando salí a la calle y respiré el vivificante aire de Madrid, comprendí que se me había contagiado el malestar de Valeria. También a mí me parece ofensivo y sucio que Raquel Bonnín, el hada etérea y doliente que languidecía en la prisión de su destino, se entregase a los brazos de ese repugnante Berger. El injerto de vikingo y nazi. Epítome masculino de la depravación y la decadencia. En fin, la vida, con sus requiebros circenses, en ocasiones se regodea haciendo veleidosos emparejamientos. ¿Y ahora qué? La empatía experimentada con Valeria me había dejado fuera de combate. Maldita melancolía.
***
-Eso, regresa a la buhardilla como un perro escaldado que se escabulle con el rabo entre las piernas y acomódate delante de la hispano-olivetti.
-Qué va. Ahora me apetece trastear un rato con las muñecas rusas.
-¿No te cansas de jugar con la Matrioska? A mí me parece patético.
-Me gusta enfilarlas en la mesa y luego volver a guardarlas, una dentro de otra, hasta que desaparecen todas en la panza de la más grande. Me relaja mogollón. Fernando tiene algo parecido. Las cajas chinas.
-Sois tal para cual.
-Cualquier realidad siempre está sumergida en otra mayor, que la abarca, la devora, provoca su extinción, en apariencia, igual que sucede en las muñecas rusas o en las cajas chinas. La maldita melancolía sigue mirándome. Con semblante horriblemente serio. Me pregunto a dónde llegará el ser humano cuando alcance el último nivel de realidad invisible.
-Eso ya lo han hecho los escritores que viven en mundos imaginarios. Por ejemplo Juan Rulfo. Piensa en el título de su libro de cuentos. El llano en llamas. Sugerente, ¿verdad? ¿Qué te dicen sus vastas y desérticas llanuras?
-Me hablan de soledad.
-Bueno, pues ahora prende fuego a esa soledad. ¿Qué te queda?
-La muerte.
-Exacto. El tiempo se ha terminado. Por lo menos el tiempo presente. Por eso los personajes de Rulfo viven en el pasado o en el futuro.
-¿Sabes? Siempre me ha llamado la atención la vocación de denuncia del novelista. Mientras el poeta vuelve los ojos de su creación hacia dentro, hacia sí mismo, el novelista mira hacia fuera, hacia la sociedad, y por eso sus obras son una alegoría de las circunstancias en las que se desenvuelve su entorno, pretenden retratar el mundo en el que vive. En cambio Rulfo es un raro ejemplo de novelista entregado al ejercicio de la introspección. Sus personajes no han sido condenados por la sociedad en la que viven, sino por sí mismos, por su propia incapacidad para ser felices. El humor negro de Rulfo me hace sentir un placer casi sexual. Recuerdo un cuento titulado Anacleto Morones. El bueno de Anacleto, de oficio curandero, significativo detalle, ha sido escabechado por el prójimo, como corresponde a un hombre de su condición, y está enterrado en un corral, detalle no menos significativo, en el que un grupo de arpías, viejas y feas como espantajos, intentan convencer al asesino para que las ayude a canonizar al curandero, alegando los muchos beneficios que recibieron de él cuando intercedió en sus turbios amoríos.
-¿No te has sentido tú mismo a veces Juan Preciado, el protagonista de Pedro Páramo?
-¡Pues claro! Y me parecía ser yo quien regresaba a Comala, su pueblo natal. Cuando él vuelve, Comala ya no es lo que era. Juan Preciado conserva gratos recuerdos. Ha vivido allí su infancia. Los amigos y los primeros amores le hacen idealizar Comala. Por eso decide regresar después de una vida de fatigas. Busca el consuelo de los recuerdos. Necesita resucitar ese pasado feliz. Pero encuentra otra cosa. ¡Se estrella con la realidad! Comala se ha convertido en un pueblo fantasma. Y nunca mejor dicho, porque allí han muerto todos. Hasta el apuntador. El Edén de Juan Preciado se ha perdido para siempre. En su lugar encuentra algo que se parece bastante al infierno. Entonces Juan Preciado comprende que su destino le ha llevado a Comala para encontrar la muerte. Y muere aplastado por una losa que jamás había imaginado, la del terror que le provocan los espíritus de los muertos. Sus voces de ultratumba acallan para siempre la voz de Juan Preciado, que se va consumiendo, sustituida por esos susurros demenciales que regresan del pasado para atormentarle. Juan Preciado ha cedido la palabra a los muertos, que toman el testigo de la narración y desgranan los sucesos que desencadenaron la destrucción de Comala. Ahora es el tiempo de Pedro Páramo, el cacique brutal y avariento. Sus intrigas y desmanes se han adueñado del pueblo. Pero Pedro Páramo, como todos los hombres, tiene dos caras, una oscura y otra luminosa. Y esa faceta luminosa de sí mismo le inspira un amor loco por Susana San Juan. Un amor imposible, porque ella jamás podría enamorarse de un hombre como él. Ella no encuentra salida a esa encrucijada del destino, que la aboca a un matrimonio con un hombre que detesta. Salvo la muerte… Y la muerte de Susana San Juan desborda la locura de Pedro Páramo. Su faceta luminosa se ha eclipsado. Ahora sólo hay en él oscuridad. El cacique se vuelve más despiadado de lo que ha sido jamás, para compensar la pérdida del amor, su única esperanza de salvación. Pedro Páramo arrastra en su caída a cuantos le rodean y se venga de su desgracia aniquilando Comala, que es todo lo que tiene. Un suicidio colectivo. Cuando leí Pedro Páramo había momentos en que confundía el viaje de Juan Preciado a Comala con el de Dante Alighieri a su Infierno. Juan Rulfo alcanzó con su prosa breve e impactante una profundidad poética. Dante escogió a Virgilio como cicerone de su Infierno. Juan Rulfo encuentra la verdad a través de Dorotea. También Dorotea ha muerto, como Beatrice. Son imágenes de mujer idealizadas. Juan Rulfo reviste a Dorotea de un aura angélica, divina, puesto que ella es la única persona que ha estado en el cielo. ¿Qué importa que fuese durante un sueño, si en la obra la realidad y el sueño se confunden, con la muerte como telón de fondo? De la mano de Dorotea Juan Preciado reconstruye los sucesos acaecidos en el pueblo. Es el único desquite que le queda al escritor. Dar sentido a la realidad. Explicarla. Más bien reinventarla para que el alma del poeta pueda digerir su crudeza. Resulta difícil discernir si se trata de recuerdos de hechos reales o de simples sueños. Juan Rulfo delega en el lector la labor de descubridor de la verdad. Y resulta un desafío que llega a resultar desesperante. El lector siente que pierde pie a cada paso en ese laberinto de ensueño. Hasta que de pronto el eco de una palabra le hace establecer una asociación de ideas que le aproxima a la verdad. Aunque nunca puede estar seguro de que esa repentina revelación sea ciertamente la verdad.
-¡He ahí el hilo de Ariadna, amigo!
***
-¡Estás irreconocible!
-De eso se trata.
-En tu caso la transformación no es intencionada.
-A mí mismo me chocó mi imagen cuando me vi en el espejo de una estación de servicio.
-Has perdido mucho peso. Y estás pálido y demacrado.
-Es por la vida noctámbula.
-¡Pareces haberte echado a las espaldas una década! Una vida entera. ¿Por qué has venido?
-Mira. ¿No lo reconoces? El talismán… ¡Lo necesitas, Lola!
-No lo quiero.
-Deberías rebelarte.
-¿Contra quién?
-Lo sabes perfectamente.
-Te equivocas. El destino no lo dictamos nosotros. Somos brazos ejecutores de una voluntad que nos trasciende.
-¿A qué viene ese derrotismo? No voy a permitir que la fatalidad te atropelle, Lola. Eres una persona muy querida para mí. A estas alturas te considero mi única familia.
-Gracias, José Luis.
-Nunca he puesto en duda tus teorías, pero tú misma has dicho en más de una ocasión que podemos modificar lo predestinado, con voluntad e inteligencia.
-En efecto, y yo no reúno ninguna de esas premisas.
-No te da la gana.
-Tal vez.
-Siempre me has parecido una mujer valiente y luchadora. ¿Por qué bajas los brazos precisamente ahora?
-En ocasiones hay que dejarse vencer.
-Bueno, te dejo aquí el talismán. Si no quieres atajar la desgracia, nada te salvará, pero quizá cambies de opinión y este objeto puede prestarte un servicio inapreciable, que tus facultades naturales aprovecharán.
-¿Te gusta ese retablo?
-¿De dónde ha salido?
-Es obra de un escultor amigo mío.
-¿Qué se supone que representa?
-Mis ideaciones. Por eso es onírico. Y tenebroso.
-Se está bien aquí. Es una vivienda aséptica. El envés de tu doble personalidad. El haz es el santuario. Donde pones en práctica las artes adivinatorias.
-Y guardo los recuerdos.
-El sótano es opuesto…
-Aquí están mis estancias de regusto hospitalario, higiénicas, utilitarias, en las que me recojo para dormir y alimentarme. No hay olores ni objetos superfluos. Ni confort, ni libros. ¡Ni muebles! En este páramo doméstico lo único humano, rico, personal, soy yo, su moradora.
-¡Tú te bastas para vestir con tu presencia tanta desnudez!
-¿Te apetece una copa? Yo voy a servirme una.
-¿Por qué el mundo se ha puesto del revés, Lola? Parece una pesadilla.
-Es una pesadilla. A veces.
-Cuando te arregazas la falda de la túnica y desnudas por encima de las rodillas tus piernas delgadas… Sigues teniendo la piel tan suave y brillante como siempre.
-A pesar de mi edad.
-Te queda bien esa prenda. Te da un aspecto solemne.
-De sacerdotisa griega, ¿no?
-Y un toque angelical.
-No has sobrevivido a tu amor frustrado, José Luis. Ahora te da igual todo, ¿verdad?
-Jorge se ha llevado lo poco que me quedaba.
-Nunca has sido un hombre cabal. No sabes aconsejarte a ti mismo. A pesar de las apariencias. ¡Y además no aceptas consejos! Dime una cosa. ¿Por qué le sigues el juego a Jorge?
-Eso es una pregunta trampa. ¿Tengo que contestarte?
-No comprendo por qué lo haces.
-¡Los dos estamos en el mismo punto, Lola! Somos víctimas de la misma historia.
-Nunca te has querido a ti mismo. Ése ha sido tu mayor error.
-¿Tú me lo reprochas, cuando ahora tropiezas en la misma piedra?
-Mi situación es diferente.
-Mírate, te trae sin cuidado que un loco te lleve por delante.
-¡Bah! Es sólo la mano ejecutora... No te imaginas hasta qué punto le amé. Me dolía verle padecer por su estéril Raquel. Un hombre que podría haberlo conseguido todo y sin embargo prefirió el lastre de esa mujer enferma y débil.
-Sé cuánto sufriste por su causa.
-Cada uno tenemos nuestro destino, que nos sigue a todas partes, íntimo, ominoso, emboscado en nuestra sombra. Aunque pretendamos hurtarnos a su influjo, deslizándonos sigilosamente en la noche, siempre nos alcanza. A traición… Hasta en la noche hay luz, el aliento de la luna, para proyectarse sobre nosotros y delatar a ese cadáver sombrío que repta por el suelo para malograr cualquier anhelo y lastrarnos en la impotencia que los cristianos llaman cruz. Me río de su cruz. El símbolo de la triste realidad donde apuntalamos el deseo, pensando que su crucifixión nos redime absurdamente del fracaso.
-Ay, Lola.
-No quiero que te quedes aquí. ¡Vete!
-Déjame besarte.
-No me toques, por favor.
-Siempre te quise como a una hermana...