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-Podrías escribir una novela social, de denuncia, con enjundia.

-¿Por qué eres tan pesado?

-Quiero que seas un escritor con personalidad en lugar de un vulgar mercenario de la pluma.

-¿Una novela como las de Heinrich Böll?

-Por ejemplo.

-¡Eso está pasado de moda!

-Me parece que nunca conseguiré meterte en vereda, amigo.

-Perdona, tengo llamada. ¡Es Gabi!

 

***

 

-Josep no para de enseñarme sitios. Dice que me quiere como si fuese su hija.

-¿No ha tenido descendencia?

-Su mujer es estéril.

-Bienvenidos al club…

-¡Nunca había disfrutado tanto! Este viaje es un reencuentro con la felicidad. Me gustaría que estuvieses aquí, conmigo, compartiendo todo esto, Fredy. A veces me digo que estoy viviendo una ilusión que te pertenece a ti.

-Tal vez. También yo lo he pensado. Aunque es mejor así. ¡A la mierda el idealismo trasnochado! Si yo estuviese allí quizá las mentiras se quedarían grabadas para siempre en mi corazón. ¡Tú te lo mereces todo, Gabi! ¡El Olimpo de los griegos debería postrarse a tus pies! Anda, no pierdas el tiempo con esos reconcomios destructivos y dime qué has visto hoy.

-¡Un montón de cosas! Josep se ha propuesto enseñármelo todo. Desde que estoy aquí no ha pisado su quiosco. Esta mañana me dijo: Este viejo gris y sin alicientes ya se merecía unas vacaciones, niña albanesa procedente de la capital del imperio español. Él es así, un poco anticuado, te suelta parrafadas extrañas, a lo hidalgo, como dice él. Hemos ido a Sa Cabaneta y Pòrtol para ver cómo las ancianas sabias y devotas de su arte hacen los siurells.

-¡Ah, benditos siurells! Yo mismo me siento como uno de esos monigotes, inmerso en un bosque onírico que está pegado a la contraportada de una ninfa paradisíaca.

-Dice Josep que los niños de hoy no quieren ver esos silbatos infantiles de arcilla encalada ni en pintura porque no les ofrecen las truculentas emociones de la videoconsola.

-¡Me encantan esas figuritas que las ancianas modelan con los dedos! Su trazado es tan elemental, tan simple, como la obra de un crío, pero no resulta tosco. Las ancianas los adornan con colores muy vivos. ¿Has comprado alguna figura?

-Las cuatro típicas, según Josep. El payés, la mujer, el gigante y el toro, pintados de rojo, azul, amarillo y verde.

-¿Quieres que te cuente un secreto, Gabi? ¿Recuerdas la Guía secreta de Baleares, de Guillermo Frontera?

-¿Cómo voy a olvidarme? Viendo el efecto que te ha provocado, si la reeditasen tendría mucho éxito entre el público masculino con las hormonas alteradas. Me extraña que ese libro no haya sido un bestseller.

-El año 1975 no debía de serle propicio, por el contexto político, porque la chica de la portada se bastaría para dar un pelotazo de órdago. Mira el brochazo de pintura blanca, sobre la negrura del fondo, que atraviesa el centro de la portada. En la parte de atrás de la cubierta el brochazo blanco muestra un bosque de árboles al estilo El Bosco, de enormes troncos nudosos y retorcidos. Y a la izquierda hay una figura superpuesta, de trazo tosco, infantil, que se antoja postiza, ridícula, en ese bosque onírico y tremendo. Un siurell. El payés, concretamente, que es como llaman al campesino de Cataluña y Baleares. En el ámbito esotérico del libro, ese monigote que está a la izquierda del bosque de la Creación refleja el hemisferio de nuestro cerebro que se corresponde con las capacidades creativas. Es decir, el siurell soy yo. Resumiendo, estoy al albur de lo que disponga la sensual chica de la portada.

 

***

 

-¿Te gusta la estética hiperrealista?

-¡No me jodas, hombrecillo! ¡Aparta de mí tus ojos pequeños y ratoniles! ¡Eres un soberano pelmazo!

-¿No ha sido de tu agrado ninguna novela que cultive la estética realista?

-¡Claro, montones de ellas! Me gustó El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio. El argumento es de lo más sencillo: un grupo de colegas de clase baja, más bien descerebrados, se van a pasar el domingo a la orilla del río y a través de sus jugosos diálogos nos muestran su imbecilidad y ausencia de ambiciones, hasta que una muchacha decide poner una nota de color en sus vidas ahogándose en el río.

-Interesante, ¿verdad?

-Sí, pero déjate, que hoy en día con una historia así no tendría ni para comprar pipas. Aunque reconozco que eso del lenguaje estrafalario mola. Anthony Burgess se sacó de la chistera un argot muy resultón para su banda de descerebrados de La naranja mecánica, que además eran mucho más violentos que los de El Jarama y por eso tuvo más éxito y hasta le hicieron una peli. Eso de los grupos juveniles es un buen filón para las novelas con vidilla. La que desde luego se lleva la palma es El señor de las moscas. ¡Me encanta! Golding nos plantó delante de las narices a unos muchachos de lo más normalitos que se ven en la tesitura de organizarse para sobrevivir en la isla donde han ido a parar tras un naufragio, pero su instinto de supervivencia tiene otros planes y la necesidad provoca que esos muchachos normalitos se entreguen a la saludable práctica del canibalismo y se devoren entre sí. ¡Me mataba de la risa! Perdona, hombrecillo, tengo llamada.

 

***

 

-La mujer de Bonnín estuvo liada con ese alemán.

-¿Berger?

-Me lo acaba de decir la mujer de Josep, que es tan chismosa como él.

-¿Dónde estás?

-En su casa. ¡Me tratan como si fuera de la familia! Y no paran de hacerme confidencias.

-Infundes confianza a todo el mundo. Puedo imaginarme la fascinación que has provocado a ese matrimonio.

-Te dejo, Fredy. Me están esperando para cenar.

 

***

 

-Quería decirle alguna palabra cariñosa, pero estaba tan excitada que ha colgado sin darme tiempo. Me siento estúpido. Y solo. Algo no va bien. No necesito ser un duende como tú para saberlo…

-Te suena el móvil.

-Moncada. A ver con qué me viene ahora.

 

***

 

-Hemos localizado a Jonathan.

-Estupendo.

-Convocaré una reunión. La historia de la pitonisa que prevé su propia muerte es sugerente, ¿no crees? Sobre todo si la hora de su supuesto fallecimiento coincide con el plazo del anónimo. ¿Qué sabes de ella?

-Ni siquiera conozco su apellido.

-Luego te llamo, Fredy. Vamos a abordar a Jonathan.

 

***

 

-¿Por qué no sacas una lata de cerveza de la nevera?

-Estoy bien así. Me gusta fumar sentado delante de la hispano-olivetti. Eso, tú reclínate cómodamente en la hondonada que forman las patillas de las teclas. ¿A qué viene esa expresión burlona? La verdad es que tienes un aspecto desastrado, canino. ¿Por qué exhibes esa actitud distante, mordaz, fatalista, como si estuvieses más allá del bien y del mal? A veces me das miedo. Percibo en ti un trasfondo cínico y despiadado.

-¿Qué se supone que vas a escribir, imberbe plumífero?

-No lo sé. Estoy pensando en la historia de un inmigrante dominicano que no puede pagar la hipoteca del piso de cincuenta metros que se ha comprado en Getafe y ofrece su cadáver a la exposición Érase una vez… el cuerpo humano, pero el director rechaza la oferta porque la exposición tiene un convenio con China para expatriar cadáveres a precio de saldo y entre tanto el único hijo del inmigrante, que tiene ocho años, se queda encerrado en una caja fuerte que encuentra tirada en la calle mientras está jugando con sus amigos.

-¡Abominable! ¿Pretendes que eso sea un bestseller? ¡Cada día los periódicos están llenos de esas noticias! ¿Qué interés puede tener eso para un lector ávido de emociones fuertes?

-¿Entonces qué escribo?

-Toma papel y lápiz y apunta, fementido escriba. Tienes seis opciones. Un episodio morboso de la historia relatado desde una óptica diferente y conmovedora, como El niño con el pijama de rayas. Un atentado en toda regla contra las leyes de la novela, por ejemplo adoptando un registro minimalista, al estilo Seda. Una intriga de acertijos esotéricos o apocalípticos, a ser posible auspiciada por el factótum Leonardo, como El código da Vinci o La cena secreta. Una obra que apele a la inmaculada clientela juvenil, tal que Harry Potter o Crepúsculo. Un folletín de alto contenido dramático, véase La catedral del mar. O un artificio inteligente y agresivo, en la línea de La sombra del viento o El juego del ángel. Pero me temo que tú no tienes madera para afrontar ninguno de los seis desafíos.

-Eso mismo pienso yo.

-Para dar un pelotazo, amigo, hay que manipular a la masa. Un autor de bestsellers es una especie de gurú que sabe proporcionar al gran público la medicina que necesita para olvidar durante unas horas el horror vacui en el que se halla sumido. Y teniendo en cuenta lo trillado que a estas alturas se encuentra el mercado, me temo que a los ilusos como tú que aspiráis a forraros con algo tan intangible como es una obra de ingenio, el público os exige piruetas creativas cada vez más difíciles. No en vano tenéis mucho de artistas circenses.

-Pero hay fórmulas trilladas que siguen funcionando de maravilla, como La catedral del mar.

-En efecto, por su elevadísimo contenido dramático. Pero viene a ser como los efectos especiales en el cine, a los que cada vez les cuesta más impresionar al espectador, porque su umbral de tolerancia no cesa de aumentar. Hace veinte años la película 300 habría desalojado las salas de proyección, entre desvanecimientos, nauseas, vómitos y gritos de espanto, y sin embargo hoy en día contemplamos impasibles sus atroces escenas. El lector de folletines pide más y más acción, sorpresas, amoríos excitantes, intrigas, vueltas de tuerca. La obra de ingeniería de un gran folletín como el de Falcones implica un trabajo de laboratorio extenuante y mucho esfuerzo de concentración en la puesta en escena, para que no haga aguas. Por otra parte, existe una memoria colectiva del lector. La catedral del mar ha cubierto una necesidad concreta del lector actual, agotándola. Si hubiese replicantes, ninguno podría alcanzar sus cotas de éxito. Al igual que los imitadores de El código da Vinci o Harry Potter tampoco lograron siquiera aproximarse a su modelo. Para trabar un argumento potente y dramático, como el de Falcones, hay que hincar mucho los codos. Y para componer las obras de Zafón hay que tener la mente bastante lúcida.

-¿No hay arreglo posible?

-Bueno, dada tu situación imperiosa y precaria, que te impide entregarte a un proyecto de laboratorio, yo me decantaría por un registro de concepción modesta, que adopte una fórmula trillada, por ejemplo la novela negra, pero con miras altas. Existe un refrán, ahora más vigente que nunca, porque vivimos en una época condicionada por la fachada, según el cual no basta con serlo, también hay que parecerlo. Es decir que para triunfar primero hay que proponérselo, en conciencia, y luego debe revestirse ese afán con mimbres que se hagan acreedores de la aprobación general. ¡Apunta alto, aunque luego el tiro te salga por la culata! ¡Apela a los grandes sentimientos, juega con conceptos trascendentales, embadurna de gloria tu obra, no importa que sea una gloria impostada, lo esencial es disimularla de una forma creíble! Te estoy diciendo que hagas una novela con vitaminas, muy enriquecida de nutrientes varios. ¡Un polvorín de suplementos que estalle en la mente y el corazón de los lectores! Sólo así conseguirás que la masa olvide, mientras lee tu libro, el horror vacui que le roe las entrañas.

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