17
-Qué horrible papel, con sus vulgares dibujos geométricos. ¿Cómo tuve tan mal gusto? ¿Quién empapela las paredes hoy en día? A veces soy una idiota de remate. Estoy muy deprimida. Si por lo menos viviera mi buena Pety.
-¿Quién?
-Mi gata siamesa. Era tan melosa que andaba siempre detrás de mí. La pobre era demasiado vieja y estaba hinchada. Tuve que sacrificarla. Yo acabaré igual: vieja, gorda, sola. Me compraré un caballo y lo cuidaré en la terraza. No me hagas caso. ¡Me estoy volviendo loca!
-¿Hora de esnifar rayas?
-Sólo dos. Suelo hacerlo antes de tumbarme en la rinconera. Sigo sintiendo ansiedad. Las rayas tardan en hacer efecto. Nada de caballos, tengo que retomar mis paisajes. Cuando pintaba me sentía bien, ¿sabes? Sé que te burlas de mí, Fredy, pero no me importa. No tengo talento, lo sé.
-¿Y quién lo tiene hoy en día? El talento es un artículo de lujo y con la crisis no está el horno para bollos.
-Mariano no paraba de repetírmelo, pero no me importaba. Nunca me ha pasado por la cabeza dedicarme a ello. Lo hago sólo como terapia. Me lo recomendó el psiquiatra y funciona. Crear libera las energías reprimidas, dijo. Gracias a esos paisajes infantiles encontré el estado de ánimo propicio para dar un giro sustancial a mi vida. El interés por la política se transformó en militancia. Fueron cinco años fructíferos. Pero esa etapa está enterrada. No me siento con ánimos para empezar desde cero. He llamado a Jonathan. ¡Me siento una vulgar acosadora! A eso he quedado reducida. El hijo de Bonnín me recibió con los brazos abiertos. Conversamos en el absurdo salón de su chalet. Qué desperdicio de vivienda. Ese chico está perturbado. Es un psicópata. El pájaro decapitado en la jaula... Pensé que iba a matarme. ¡No volví a respirar a pleno pulmón hasta que estuve de vuelta aquí, en mi confortable piso de la calle Princesa!
-¿Por qué fuiste a verle?
-Está claro, ¿no? Jonathan captó el mensaje. Mujer deseable que se abre de patas. La exhibición le excitó. En el próximo encuentro intentaré un primer acercamiento físico. Ya no puedo dar marcha atrás. Jonathan ha picado en el anzuelo. Y mi parte depredadora también. Ambos estamos atrapados en este peligroso juego. El hijo de Mariano tiene mucho dinero. Y está dispuesto a compartirlo…
***
-Aparqué detrás del Fiat Tipo amarillo.
-Déjalo, Jorge.
-No paraba de preguntarme de quién sería.
-Tú y tus preguntitas.
-Pensé dar una vuelta antes de entrar. Algo iba mal.
-Ya.
-En Colombia tenía esa clase de presentimientos.
-Qué perra vida, anda, dilo.
-No te compadezcas, Jony. Sólo los débiles pueden permitirse ese lujo. Ocuparemos una posición de fuerza, te lo prometo. Con tu dinero y tu talento.
-¿Tú no pones nada?
-Claro, mi fuerza y mi materia gris.
-La verdad es que eres mogollón de gris, Jorgito.
-Formamos una pareja perfecta. Además nos amamos. ¿Qué más se puede pedir? Venceremos al aquelarre de amenazas que se cierne sobre ti, Jonathan, mi Jony querido.
-¡Hablas como el confesor de la iglesia! Mola. Es un tío cantidad de pedante.
-¿Ya no te posee la furia destructiva, Jony? Yo, tu ángel guardián, la mantendré a raya. Cuando nos liberemos de las ataduras echaremos a volar.
-El halcón y la flecha, ¿eh?
-Entonces un perro de lanas empezó a importunarme.
-El del vecino de al lado. Voy a cortarle el cuello.
-En otro tiempo habría despellejado a ese chihuahua. Y a su estúpido amo también, por no controlar a una criatura tan insignificante. Pero en mi nueva etapa vital he aprendido a controlarme. La potencia sin control no sirve de nada, como dice el anuncio. Estuve paseando más de media hora. El Fiat Tipo seguía ahí fuera.
-Te sentiste mordido por los celos, seguro.
-Un visitante casual no se tiraría tanto tiempo.
-Podía ser Valeria.
-Tu hermana tiene un Cherokee.
-A lo mejor se le había averiado y llevaba el coche del seguro.
-Si fuese ella no estaría más de cinco minutos contigo, lo justo para llevarte al perro. La detestas. Tanto como a Nerón. No entiendo el afecto incondicional que te tiene tu hermana. Las mujeres son un enigma.
-Como la Esfinge.
-Dudé ante la puerta. No sabía si llamar o usar la llave.
-¿No pensaste que yo podía estar en peligro?
-Sí, por eso al final entré furtivamente.
-Tú eres muy furtivo, Jorge.
-La casa estaba a oscuras. La inspeccioné. Sentí un nudo en la boca del estómago. Sólo quedaba el sótano… Si habías llevado allí al intruso significaba que le considerabas digno de tu confianza. Nadie excepto yo te ha acompañado al santuario. Bajé por las escaleras atropelladamente. La puerta del sótano estaba bloqueada.
-Había echado el pestillo, Jorgito.
-Por eso la tiré abajo de una patada. Luego os vi follando.
-¿Te moló? A algunos eso les pone mogollón.
-¿Te gustan las tías?
-Depende.
-¿Qué has visto en ese adefesio?
-Nada en especial, la verdad. Se me abrió de patas, así, sin más, y me apeteció remojar un poco el pepino, eso es todo. No hay por qué ponerse así. ¡Eres tan dramático! Siempre te he dicho que yo no soy propiedad de nadie…
-¿Qué te pasa, Jony?
-Estoy cabreado por ese puto chucho. ¿Por qué Nerón me vigila?
-Pégale un tiro y entiérralo en el jardín.
-La estúpida de mi hermana se ha empeñado en que me quede con él.
-No tienes por qué conservarlo a tu lado.
-¡Los perros no son latas de conservas!
-Lo que pasa es que no tienes valor para quitártelo de encima.
-Eres un puto Freud.
-Nunca dejará de ser el perro de tu viejo, ¿verdad?
-Mariano Bonnín está ahora tan calentito en el infierno.
-Antes Neón y él se pasaban el día juntos, ¿no?
-Nerón era la sombra del viejo, o viceversa. A veces me costaba distinguirles.
-Te lo cargas y punto. Como si fuera uno de tus canarios.
-Hay algo del viejo en él, te lo he dicho. Debes tenerlo aquí para que cuide de ti, dice mi hermanita. ¡Es tan estúpida! ¿Qué sabrá ella del miedo? Tú tampoco sabes nada del miedo, Jorge.
-¿Y todo esto?
-He comprado algunos pájaros. Y jaulas nuevas. Las más caras.
-¡Qué grandes!
-Así están cómodos.
-Tú también eres un pájaro enjaulado, Jony, con las alas tajadas, que no volverá a cantar ni a volar. ¿Por qué me miras así?
-Estoy mareado.
-¿Otro ataque?
-No creo. Por Dios, espero que no. Veo imágines, a veces. Son imágenes violentas. Creo que es un ataque de migraña.
***
-¿Qué ha pasado?
-Has derribado todas las jaulas. Te ha dado un jamacuco de los gordos. Estabas blanco. Luego te quedaste tirado en el suelo.
-¿Temblaba?
-No. Me puse a contar mentalmente y pasó. Falsa alarma. Menos mal.
-¡Puta epilepsia! Es como una tormenta de las tochas. Todo se oscurece.
-No te preocupes, Jony. Pronto llegará el tiempo del Renacimiento.
-¡Ah, me parto contigo, Jorge Dieter! No sabía que te gustase el arte...
***
-Si no te contase estas cosas no vendrías a verme, ¿verdad?
-No me digas que haces esas cosas para luego tener algo que contarme.
-Tengo derecho a quedarme prendada de usted, señor detective Fredy.
-Me halagas. Tu tren de vida sentimental es apabullante.
-En este caso soy inocente. El nazi, en fin, fue él quien me abordó.
-A lo mejor puedes sacarle unos cuartos, ahora que quieres prescindir del yanqui.
-Ya no soporto a Frank. Me da asco acostarme con él. Es superior a mis fuerzas. No entiendo cómo las putas pueden hacerlo con cualquiera. ¿Has estado con alguna puta, Fredy? Bueno, tú eres un tío bien parecido. A ninguna puta le daría asco acostarse contigo. Me pregunto si los hombres pueden enamorarse de las putas. ¿Las putas tienen derecho a dejar de ser putas? No sé si eso es posible. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. ¿Sabes? Ese hombre reúne todo lo que Bonnín despreciaba.
-¿Gerhard Berger?
-Es un triunfador hedonista y depravado, un manipulador amoral y apolítico, dijo una vez. Claro que Mariano no mencionó nunca su atractivo. Es un pedazo de hombre. Por eso Mariano estaba obsesionado con él. De algún modo eran tal para cual. Los dos son de ese tipo de hombres que transmiten seguridad. Protector, viril, paternal, caballeroso, magnífico. Muchas mujeres se pirran por esos hombres. O sea, una tentación para las cazadoras de fortuna. Aunque Berger se sale un poco del guión en ese aspecto. Es más agarrado. En realidad no se le puede arrancar gran cosa. Es frío y calculador. Sabe cuánto puede recibir y el precio que le costará.
-¿Podría ser un asesino?
-Podría, sí, perfectamente. ¿Sabes, Fredy? Si no tuvieses ese encanto con las mujeres serías un pésimo detective.
-Lo sé. Con eso y todo soy un detective mediocre.
-Me pregunto por qué me abordó Berger en aquel bar.
-¿Cómo fue?
-Sentí su irresistible galanteo, que desplegaba con habilidad y talento.
-Franqueó la coraza de recelo en la que tú te habías escudado.
-Qué bien hablas. Deberías dedicarte a escribir. Pues sí, eso es precisamente lo que hizo. Sabe seducir.
-Su voz cálida y sensual te cosquilleaba entre los vapores de la ebriedad…
-¡Fredy! Sigue, anda, no te cortes.
-Te viste contándole cosas que habrías preferido callar.
-Caliente.
-Corrían los cigarrillos, las copas, las rayas.
-También nosotros corríamos, de un antro cutre a un pub esnob, devorando kilómetros de una punta a otra de la ciudad.
-En su lujoso coche revestido de piel y provisto de mini-bar, grande, acogedor. Como él, Berger, el encantador de sirenas y serpientes.
-Eres la repera.
-Te sentías acunada. Estabas a punto de dormirte.
-Los altavoces soplaban violines de Vivaldi. El Verano… La parte de Las cuatro estaciones que más me gusta. ¿Qué más?
-Debías resistirte al sueño para sucumbir a otro placer más excitante.
-La mano de Berger había soltado el volante y jugueteaba en mis rodillas.
-Luego ascendió por los muslos, apretándolos con firmeza. ¿No iba a detenerse?
-¡No, por Dios!
-Estabas sofocada por un deseo cada vez más violento.
-De repente vi imágenes de película.
-¿Tadzio? ¿Visconti? ¿Muerte en Venecia?
-¿Cómo lo sabes?
-Palpabas, aterida de miedo, el miembro de Berger.
-¡Cielos, Fredy, eres un clarividente!
-Y cuando aquella mole se vació en tu interior, como el vómito de un borracho, te sentiste vejada, extraña, como si te hubiera penetrado la misma muerte.
-Ahora te has pasado tres pueblos.
***
-No era uno de sus paisajes psicodélicos, sino una casita ensartada en la cima de una colina. Una composición realista. Daban ganas de trasladarse allí, asomarse al florido balcón y perder la mirada por el bosque que salpicaba la ladera y la aldea recoleta situada en el valle. Me puse detrás de ella, encendí un cigarrillo y la observé mientras pintaba. Mi mirada, juguetona, saltaba del lienzo a la nuca de la albanesa, a sus hombros redondeados, a la espalda atlética. Gabriela sueña con tener algún día un hogar propio.
-Como todas las mujeres. Yo paso de entramparme en las letras de un piso. ¡Que se vayan a la mierda los bancos! Por eso estoy en Podemos y soy la secretaria general de la agrupación de mi barrio.
-Pues mi Gabi quiere el nido. Y está trabajando para que ese sueño se haga realidad. He encontrado la libreta de la cuenta-vivienda que ha abierto en Bankia.
-Mal hecho. Se quedarán con su dinero, como les pasó a los preferentistas.
-Pero si Rato y Blesa ya no están allí.
-Todos los banqueros son iguales. Una casta, como los políticos.
-Qué curioso, Bea, tú eres súper activista e indignada y anti sistema y el bueno de Moncada es un mastuerzo de los que votan al PP con la misma fidelidad fanática que los hinchas de un club de fútbol.
-No pegamos ni con cola, ¿verdad?
-Gabi es prudente y sabe economizar. Lleva ahorrados más de cinco mil euros. ¿Cuánto se necesita para pagar la entrada de un piso digno?
-Mucho más, Fredy.
-Bueno, lo importante es ir poniendo piedra sobre piedra para levantar ese muro contante y sonante que retenga como un dique la incertidumbre de una vida sin hogar donde recogerse.
-¡Ah, qué pastelón te me pones!
-Gabriela se ha arremangado. Y tiene constancia.
-Retoma tu narración, anda.
-Me incliné, aspirando la suave fragancia de su piel, y deslicé un beso en su cuello mientras ella daba los últimos retoques a los geranios rojos que engalanaban el balcón de su morada pictórica.
-Creo que podrías triunfar con una novela romántica, Fredy, siempre y cuando te controles un poco, porque a veces te pones tan ñoño que eres infumable.