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-Nueva reunión en el centro de inteligencia. Empieza a ser gratamente habitual. Al final me diferenciaré bien poco de un poli de carrera. Moncada me recibió con un cabeceo aprobador. Creo que ahora nos llevamos bien y todo.

-Como Jack Lemmon y Walter Matthau.

 

***

 

-Tenemos a un testigo. Un vecino de Angelita Cantueso que ha vuelto de sus vacaciones. Al saber que estuvimos haciendo preguntas llamó a comisaría. Acabo de tomarle declaración.

-¿Se topó con Berger?

-Identificó enseguida su fotografía. Le vio salir del ascensor en dos ocasiones.

-¿En la franja horaria en que se produjo el registro?

-Con anterioridad.

-¿Qué se supone que significa eso? ¿Tenía algo con ella?

-Ha aparecido la Samsung ML-1210, la impresora del último anónimo. No estaba en uno de los locales y pisos que listamos para los registros, sino en un contenedor de basura. A tiro de piedra de Securityforce.

-Lo cual pone en la picota al bueno de Dieter, que no tiene coartada. Álex diría que le encaja el modus operandi de ese asesinato.

-Supongamos que mató a Sullivan para quitar a Jonathan un problema de encima. ¿Y a Angelita?

-Quizá tenía celos, o por lo mismo que al yanqui, si Angelita encontró algo que delataba a Jonathan. Luego se le ocurrió incriminar a Castro sencillamente porque le estorbaba.

-¿Qué me dices de los Bonnín?

-Que no conozcamos el móvil de Dieter para acabar con ellos no le descarta.

-¿Crees realmente que ese chico asesinó al matrimonio? ¡Venga, Fredy! ¿En qué te basas? ¿Una corazonada?

-A lo mejor tiene razón mi pitonisa. Puede que estemos ante un teatro de marionetas. Cuyos hilos maneja la mujer alta y rubia que se pasea por las calles.

-No creo en adivinos.

-Deje al margen su escepticismo, señor inspector. La única manera de que encajen las piezas es que haya una voluntad, en apariencia ajena a todo, que las mueve. Un dios omnisciente. El Gran Hermano.

-La Delegada del Gobierno en Madrid me ha llamado tres veces para pedirme explicaciones. Gracias a Dios estamos en las fechas que estamos, no para de repetir. Como a todo político le preocupa que los medios metan la nariz. Hay que mantener a raya a la opinión pública, a cualquier precio. No podemos permitir que se cometa otro crimen. Ni un solo muerto más, inspector, se lo advierto, recalcó la Delegada del Gobierno.

-¿Te ha llamado el Director General de la Policía?

-Sí, desde Ibiza. Creo que estaba en su yate último modelo. Se pasa allí la mitad del año. Me soltó: ¿Se puede saber dónde se ha metido Barroso? Tuve que apartarme el aparato de la oreja. Ya conoces los ataques de furia del súper.

-Y su coprolalia. Hay que clarificar la imagen general para ver los detalles que desentonan. No creo que nos enfrentemos a la secuencia de crímenes de una sola persona, como teme la Delegada del Gobierno. Según mi opinión podemos descartar la teoría del asesino en serie. Se trata de asesinatos relacionados entre sí colateralmente. Los dos últimos presentan el cariz de crímenes coyunturales. En cambio el asesinato de los Bonnín parece un crimen premeditado.

-¡Eres un lince, Fredy!

-Recapitulemos. Por el modus operandi, a traición, con la misma arma de fuego, los asesinatos de los Bonnín y Sullivan pueden atribuirse a un autor. Angelita se sale del guión. Fue golpeada con un objeto contundente, como consecuencia de un arrebato, como dice Álex. Todo gira en torno al primer crimen. Pero me rechina lo de la impresora. ¿Estaba intacta?

-No, la habían destrozado para que resultase irreconocible. No prueba nada, a menos que los agentes desplegados en la zona den con el testimonio de alguien que viese al que la puso en el contenedor. Aunque la proximidad de Securityforce apunta a Dieter, no es probable que cometiera la torpeza de dejar visible una evidencia inculpatoria. Tal vez sea una maniobra para atraer la atención sobre él. Además, ¿qué motivos tendría Dieter para incriminar a Castro en la muerte de Angelita?

-El ex coronel era un estorbo para la relación sentimental que mantiene con Jonathan. El asesinato de los Bonnín es la bisagra sobre la que giran los otros crímenes. La cuestión es, ¿qué móvil tenía el asesino de los Bonnín? Se detecta antes el móvil que al criminal.

-Pues a ver quién es el guapo que da con él. Muchos deseaban acabar con la vida del financiero, pero todos tenían las mismas razones para hacerlo y esa línea de investigación nos ha conducido a un callejón sin salida.

-Hay que encontrar otra explicación, por enrevesada que parezca. Un móvil en el que no hayamos reparado. ¿Venganza pasional? Angelita Cantueso es la única persona que podía albergar ese sentimiento, pero está muerta. Lo cual nos lleva otra vez a la teoría de la mujer misteriosa que mueve los hilos en la sombra, como una titiritera. Una maestra de ceremonias que instiga a cometer los asesinatos, fuera de escena. ¿Tal vez por eso hemos estado dando palos de ciego? No sería tan descabellado.

-¿Tu ayudante es de fiar?

-¡La mejor!

-En ese caso será mejor que nos pongamos a rezar para que encuentre en Mallorca el hilo que nos permita desenredar esta madeja…

-¡Bendita tierra de promisión, mi añorada isla! Una tarde invernal excursioné junto a la chica de la portada hasta el monasterio de Lluc, canturreando con desenfado el navideño Sa Sibil la. Rezamos a la Virgen en el humilladero de los Siete Gozos. Y ascendimos al séptimo cielo…

 

***

 

-En mi veleidosa fantasía, Madrid se había transfigurado una goleta que surcaba mares lejanos, en pos de un destino aventurero. Resultaba agradable pararse en el portal a charlar con Félix para interesarse por sus asuntos familiares y la rutina de su vida, mientras contemplabas ese cielo velazqueño, escarchado de nubes blancas, aborregadas, como volutas de algodón o pelladas de lana. Hoy hasta la desagradable visión de Herminia arrastrándose por la escalera como una babosa, con su cara de cuervo enterrada en apestosos ropajes negros, era inspiradora. Me sentía en la gloria. Mi Gabriela había regresado. Aunque viniese con las manos vacías, sin los tesoros que hasta el escéptico Moncada espera de ella. El reencuentro fue apoteósico, y para colmo de bienes el innombrable no da señales de vida. Empecé a subir por las escaleras de madera desgastada, con la intención de sobrepasar lo antes posible a Herminia, para que no reparase en mi presencia, de lo contrario me agarraría del brazo, como tenía por costumbre, y me arrastraría hasta su casa para que le preparase algo de comer, le lavase los platos y escuchase durante dos horas sus ofensivos comadreos. Pero la podenca presencia vive en el primero. ¿Adónde rayos iba?

 

***

 

-¿Sabes tú qué se propone Herminia, Félix?

-A veces sube algunos pisos y vuelve a bajar, para hacer algo de ejercicio, y entre tanto se queda un buen rato en cada rellano de la escalera, por si aparece alguien para darle conversación.

-En fin, hay que armarse de paciencia.

 

***

 

-Mientras escaneaba las irregularidades de los escalones para efectuar un aterrizaje de la planta del pie con garantías de éxito, surgió de pronto el barril sexagenario y miope del segundo, que se desplaza con retardo de astronauta ingrávido. Al ver a Herminia, que acababa de iniciar el tercer tramo de escalones, el barril renunció a su intención de salir a la calle y tomó la ruta ascendente, para encontrarse con su comadre, que no podía oírla por más que gritase. Tuve que acompasarme a su ritmo, al no disponer de espacio para el adelantamiento. Aunque invoqué al patrono de los automovilistas, al no ocurrírseme otra potestad mejor que pudiese evitar el desastre, al final éste fue inevitable, porque Herminia debió de presentir la proximidad de su comadre y decidió esperarla. Mas no en el rellano, como aconsejaba la lógica, sino a mitad de aquel tramo de escalera, y quedaron allí las dos opulentas damas como ballenas varadas en la playa, entregándose de inmediato a sus maldicientes cuchicheos, en los que ponen de vuelta y media a la vecindad. ¡Malditas ociosas que matan el tiempo propio con naderías, asesinando de paso el del prójimo! Nietzsche estaba en lo cierto: quien nada tiene que hacer, una nada le da quehacer. Sobre todo a los que están a su alrededor. Me imaginé a los personajes de Jonathan Swift en Los viajes de Gulliver. Yo me sentía uno de los hombres de seis pulgadas de Lilliput. Y Lemuel Gulliver se había dividido, por partenogénesis, en el barril y Herminia. En cualquier momento me atraparían para atormentarme en una casa de muñecas, jugando conmigo como niñas gigantes. Luego embarcaríamos hacia Inglaterra. Y me dejarían abandonado en la isla habitada por los caballos racionales que han organizado una comunidad muy superior a la de cualquier humano y tienen esclavizados a unos humanoides en cuyo grupo marginal yo entraría a formar parte, para ejercer de bastaix, como Arnau Estanyol, transportando desde la cantera, en la cabeza, pedruscos que me doblan en peso, durante tres largos y agotadores años... Ellas me ignoraban supinamente, por más que les pidiese paso a voz en grito, haciendo bocina con las manos, y me vi en la incómoda tesitura de tener que reptar entre los descomunales apéndices inferiores de las susodichas, que era la única manera de atravesar la barrera que con tanto regocijo habían compuesto ellas. Llegué arriba con la lengua fuera, aturdido por las emanaciones corporales de mis vecinas, pensando que no estaría de más hacer una escapadita a Navacerrada para oxigenar mis pulmones. Gabriela se había ausentado, de modo que busqué consuelo en la Waldstein Sonata de Beethoven, una lata de cerveza, el sillón orejero y un cigarrillo. Al agacharme para tomar la revista Qué leer del revistero, se me salió del bolsillo de la chaqueta la fotografía que Valeria me ha entregado. Mariano y Raquel Bonnín tumbados en su lecho de muerte. Me sentía culpable. El balance no podía resultar más nefasto. No he tenido ningún arrebato de inspiración y he cometido demasiados errores. Soy un detective chapucero. Typical spanish. Entonces oí que se abría la puerta y apareció Gabriela. ¿Cómo consiguió sortear el dique formado por el barril y Herminia? A ella, tan remilgada, no me la imagino jugando a los reptiles entre las elefantíacas piernas de nuestras vecinas. Estaba preciosa. Gabriela venía de su sesión natatoria en el polideportivo municipal. ¿Qué clase de gandules frecuentan esa piscina? ¿Quizá un campeón en ciernes de músculos prominentes, como los machacas del gimnasio, pero con una dotación mayor de neuronas en el cerebro? Me la imaginé con su bikini amarillo y un pareo que apenas envolvía las caderas y el arranque de los muslos. ¡Esa mujer le corta el aliento a cualquiera! Pero desautorizar su desahogo acuático equivaldría a una declaración de guerra. El innombrable le ha metido pájaros en la cabeza. ¿No abres nunca el buzón, Fredy?, dijo, y me entregó un papel. Otro anónimo… La nota decía: Matar a los Bonnín fue una obligación; a Angelita, un contratiempo, y a Sullivan, inevitable, pero al siguiente le mataré por placer, antes de 72 horas, a contar desde las 0:00.

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