29
-Han matado a Sullivan de un tiro en la nuca.
-¡No jodas! Esto se complica y tu jefe sin aparecer.
-Está en Mallorca. Ha enviado una postal. A la chica de recepción se le fue el santo al cielo y la traspapeló. No ha dicho nada hasta que la postal ha vuelto a aparecer.
-Ah, no menciones la isla del tesoro. Recuerdo esas tardes de verano, cuando subía junto a la chica de la portada al tranvía de Sóller para ir al Port, entre marinos, payeses y turistas. Comíamos porcella rustida en el restaurante El Pirata. También lechón al horno. Y de postre, cómo no, naranjas, las mismas que el conde de Montecristo encargaba para sus banquetes… Por cierto, Moncada, ¿quién es esa Hermes despistada?
-No la conoces. Es la sustituta de Begoña, que está de baja por maternidad. La pobre acaba de salir de la Academia y se ha visto un poco superada por lo que hay aquí.
-Hay que fastidiarse con Barroso.
-Nos reuniremos en cuanto estén los resultados de la autopsia.
***
-La hispano-olivetti tiene un aire desangelado sobre la mesa. Me sorprende no verte sentado en el rodillo de la máquina de escribir.
-Se está mejor en tu hombro.
-¡Dios mío, no hay quien viva aquí sin la condenada albanesa!
-Tu buhardilla parece una cámara de tortura. El motor del frigorífico y la cisterna del retrete perdiendo agua tocan una sinfonía cacofónica. Déjalo. La cosa no se arregla dándole patadas al frigorífico ni puñetazos a la cisterna. Tu desidia es patética.
***
-Llegas a tiempo, aún está caliente.
-Paso. Vuestro café es infumable.
-El café no se fuma, que yo sepa. Vaya cara traes.
-La de siempre, Jesusito. No he pegado ojo en toda la noche. En el tejado hay una gata en celo que da unos maullidos demenciales, como si la estuvieran degollando. ¿Qué música es ésa?
-He puesto la radio para que me haga compañía.
-Cielos, Eine Kleine Nachtmusik. Permíteme que apague esta mierda. Mucho mejor. Ahora entra más aire en la sala. Salvo La flauta mágica, la música de Mozart es cortesana y rimbombante.
-Van cuatro muertos. Si no estuviera medio mundo de vacaciones tendríamos las garras de la prensa en el cogote y el Director General nos pondría de vuelta y media. La Delegada del Gobierno me ha telefoneado hace un par de horas. Hasta que Barroso regrese soy el máximo responsable de la investigación. Como sigamos dando palos de ciego me puede costar caro.
-¿Qué habéis sacado de la autopsia?
-Cuando le dispararon, por detrás, a unos tres metros, Sullivan estaba inmóvil. La bala, como las empleadas en los asesinatos de Mariano y Raquel Bonnín, le entró por la nuca y quedó alojada en el encéfalo, describiendo una trayectoria ligeramente descendente.
-¿Data de la muerte?
-Entre las cuatro y las cuatro y media de ayer.
-¿Falleció en el acto?
-Sí, pero probablemente no le asesinaron en el descampado donde apareció. Las manchas y rozaduras de las ropas sugieren que arrastraron el cuerpo. Necesitamos un testigo. He enviado agentes al descampado para buscarlo. ¿Alguna idea?
-Según la versión de Sullivan, el principal sospechoso de su muerte debería ser Jonathan. Tal vez descubrió algo. El arma homicida, por ejemplo. El busto de bronce. ¿Había cuentas pendientes entre Castro y Sullivan?
-Apenas se conocían. Además Castro tiene muy restringidos los movimientos. Hemos empapelado Madrid con su fotografía.
-Con su experiencia y sus contactos puede volverse irreconocible.
-Ni siquiera sabemos si mató a la ex diputada. ¿Ha averiguado algo tu ayudante? Está en Mallorca, ¿no?
-¿Quién te lo ha dicho? Voy a estrangular a Bea.
-Te las verías conmigo si lo haces. ¿Por qué no sueltas prenda? Bea dice que esa ayudante tuya es espabilada. Por algún sitio tiene que aparecer la mujer alta y rubia que se pasea por la calle, ¿no?
-Descuida, si averigua algo te lo digo.
-Está bien, Fredy, hay que repartirse el trabajo, para ganar tiempo. ¿Qué te parece si te encargas de Berger? Le has tomado la medida al alemán, por lo menos a su bañera.
***
-No tengo la menor intención de acudir al palacete cutre del injerto de vikingo y nazi. Antes necesito calmar los ardores que me serpentean en el vientre.
-Eso se debe al horror vacui.
-Y a la ausencia de Gabi. Y a la desastrosa investigación del caso Bonnín, que va de mal en peor. Y al Infierno de Dante. Y a mi marrado Opus triunfalis. Y a los sarpullidos que la Biblia de los malditos ha engastado en mi alma. Y a la sangrante mentira que significa la chica de la portada.
-Entonces ha sido buena idea venir al Retiro.
-Voy a drogarme un poco.
-¿Más Fiorinal codeína?
-Qué remedio. Me gusta deambular entre los castaños de indias. ¡Hoy ni siquiera quiero que me molesten los Estanyol y David Martín!
-No has mencionado a Gastón Fabra.
-A ti tengo que aguantarte me guste o no, endiablado personajillo nonato.
-¿Por qué te empeñas en endosarme la identidad de tu alter ego marrado?
***
-Llevaba más de cuarenta y cinco minutos apostado en el Ford, preguntándome cuándo se dignaría a aparecer el injerto de nazi y vikingo. Menos mal que Valeria me ha dado dos mil pavos para gastos extraordinarios. Esa chica disfruta deshaciéndose de los billetes de quinientos euros. Lancé la colilla por la ventanilla, haciendo palanca con los dedos. Luego eché un vistazo a los viandantes. ¿Dónde estaban las chicas bonitas? Necesitaba exhibición de muslos, escotes de infarto, vientres al aire, culos pletóricos. Un chute de sensualidad vía óptica. Claro que eso no es posible en estas fechas.
-¿Cuándo se empiezan a desnudar las mujeres?
-En abril.
-¡Ah, se te hará eterno!
-¿Puedo hacerte una pregunta indiscreta? ¿Los duendes folláis? No hace falta que contestes. De repente apareció Berger en mi campo visual, avanzando a trompicones. Tenía aspecto de paquidermo. Me recordó El viaje del elefante de Saramago. El injerto de vikingo y nazi llevaba encima una melopea considerable. Buenas noticias. El alcohol derriba las fronteras entre conveniencia y verdad. ¡Bienvenido a la fiesta, buen Baco! Tras un tiempo prudencial, fui tras él. Berger tardaba en abrir. ¿Habría perdido el conocimiento? Le imaginé derrumbado en su alfombra persa. Víctima de un fulminante coma etílico. Debí abordarle cuando aún no se había acogido a sagrado. Finalmente compareció. ¡Ah, detective!, farfulló, entusiasta. ¿No me guardaba rencor por la escena de la secadora? Quizá el alcohol le impedía recordarla. Me acomodé en el salón que parece el vestíbulo de un hotel de medio pelo. ¿En qué puedo ayudarle?, dijo. ¿Por dónde podía empezar? Lo mejor era ir al grano, aprovechando el auxilio del dios del vino. ¿Le dice algo el nombre de Emma?, disparé. Fue como aplicarle una corriente de alto voltaje. Apartando el aturdimiento de la cogorza como si se tratase de un inoportuno vendedor de estampitas, Berger se puso de pie, con una agilidad pasmosa, y plantó su descomunal anatomía delante de mí, con los puños bien apretados, el cuerpo tenso como una ballesta, los ojos desorbitados y los labios trémulos a causa de la ira. De pronto se había convertido en un monstruo que no tenía nada que envidiar al ser creado por el Doctor Frankenstein de Mary Shelley.
-¿El que cobró vida merced al hálito vigorizante de la electricidad?
-Por fortuna yo no tengo amigos ni hermanos para que el ser creado con miembros de diferentes cadáveres pueda matarles, como en la novela, si por un casual Berger me confunde con Frankenstein y decide vengarse por su aspecto poco alentador, que le impide establecer relaciones afectivas con otras personas.
-¡Pero puede ir a por Gabriela antes de refugiarse en las gélidas soledades del Ártico, adonde tú tendrías que peregrinar para escabecharle convenientemente!
-¡Fuera de mi casa!, bramó Berger, señalando la puerta con un dedo índice que parecía el cañón de un revólver. Y yo obedecí sin rechistar. Mientras bajaba por las escaleras presentí que el alemán me estaba apuntando con una pistola de verdad, no con el dedo índice, y que si me daba la vuelta para confirmarlo era perfectamente capaz de disparar.
-Pues eso mismo fue lo que pasó. Te lo digo porque yo sí que le estaba mirando directamente desde mi cómodo emplazamiento en tu hombro.
-Le cabreó un huevo y parte del otro que mencionases a Emma. ¿Crees que están liados?
-Todo cabe en lo posible.
-Al final va a resultar que la Lola tiene razón…
***
-Beatriz y yo tuvimos que enarbolar nuestra autoridad policial para interrogar al alemán. Había poco que rascar. Ayer, entre las cuatro y las cuatro y media, supuestamente estuvo paseando por el parque del Oeste, entregado a sus reflexiones. Imposible comprobarlo. La ausencia de coartada le convierte en sospechoso de la muerte de Sullivan, aunque no podamos formular un móvil convincente.
-Hay otro sospechoso, para mí más sólido.
-Déjame adivinarlo. ¿Jorge Dieter?
-¿Por qué no? Según su declaración se encontraba en casa, pero los agentes encargados de interrogar a los vecinos no han obtenido ninguna declaración que lo confirme.
-¿Qué móvil podía tener?
-Proteger a su amante. El norteamericano, decidido a incriminar a Jonathan en la muerte de Angelita, le estaría acosando, y tal vez había encontrado una prueba incriminatoria, al igual que pudo sucederle a Angelita.
-Lástima que debamos descartar a Jonathan.
-¿Dónde estaba para perderse la fiesta?
-En una reunión familiar acompañado de Valeria. ¿Vas a contarme por qué el alemán te echó de su casa con cajas destempladas?
-¡Ese hombre es lo más parecido que he visto al hijo bastardo del doctor Frankenstein! Quizá todo esto es sólo una cortina de humo. Así el asesino nos mantiene ocupados y la verdad se solaza en latitudes bien distantes a la órbita donde gravita el meollo de la cuestión. Tengo una llamada.
***
-¡Salve, princesa!
-¿Te suena el Coimbra?
-¿Un prostíbulo?
-Es súper tocho. Vienen alemanes, ingleses, griegos, franceses, italianos, portugueses. La Meca de los putiferios europeos. En un mes normal hace cajas de varios kilos de euros. Berger y Castro son los dueños.
-Eso me dijo Bea.
-Hay otro socio. ¿Adivinas quién?
-Bonnín.
-Él ya no cuenta.
-¿Un cuarto socio? No tengo ni idea.
-El comisario Barroso.
-Acabas de dispararme un flechazo en el entrecejo, Gabi. Bonito cuarteto. Bonnín, Castro, Berger, Barroso. Y detrás de ellos una mujer. Emma. Que obra el prodigio de transformar al vikingo nazi en un digno sucesor de la amalgama de cadáveres alentada por la chispa divina de la electricidad que se sacó de la chistera Mary Shelley.
-¿Qué?
-Nada, bobadas mías, cariño.
-Recluta chicas entre inmigrantes sin papeles con orden de expulsión. Es la salida que les ofrece. Hay rumanas, ucranianas, checas, rusas, polacas. Y algunas son menores.
-¿Cómo has podido enterarte de todo eso?
-Estuve en el mundillo, ¿recuerdas?
-Sigue investigando, Gabi. Hay que descubrir qué función desempeñaba Bonnín en el Coimbra.
-Era el gerente.
-Vaya, princesa, te das maña como investigadora. Si fueses tú quien sale a zascandilear por Madrid para resolver los casos y yo me quedase en la buhardilla mirando las musarañas otro gallo nos cantaría.
-Está claro.
-¿Qué relación tenía con los otros?
-Con Castro y Barroso no tenía problemas, pero Berger y él se llevaban como el perro y el gato. Las chicas les vieron discutir varias veces.
-La verdad es que la gélida expresión del alemán cuando me ordenó que me marchase de su casa contrasta con la flemática diplomacia que exhibía en ocasiones anteriores. Disfruta adoptando un papel, pero esa cólera desmedida ni siquiera está al alcance de un Robert de Niro.
-He estado con esa mujer.
-¡Mierda, Gabi, haber empezado por ahí! Se me eriza la piel. ¿Cómo fue?
-Me abordó ella a mí. Me dio un susto de muerte. ¿Sabes lo que me soltó, así, de buenas a primeras? Me dijo: Como no ates tu curiosidad, descubrirás verdades que preferirías no conocer. ¿Por qué haces ese ruido?
-Es un sonido gutural, equivale al om de los yoguis. ¿Qué más te dijo?
-Muchas cosas. Estuvimos hablando dos horas.
-¿Por eso apagaste el móvil?
-Me contó cosas de mi vida en Albania. ¡Yo alucinaba! ¡De mi pasado!
-¡Maldita jaqueca! Y para colmo no llevo encima ninguna cápsula de Fiorinal.
-¿Estás bien?
-Dos piezas desajustadas bailan en mi cerebro. Trato de conectarlas. Quiero recordar algo y no doy con ello.
-Esa mujer tiene poderes, Fredy. Sabe por qué la estoy siguiendo y que tú me has enviado.
-¡Ya lo tengo! ¡Se me acaba de encender la bombilla! Ayer, cuando la describías, inconscientemente estaba pensando en otra persona. ¿Puede ser la misma mujer? Desde luego hay demasiadas coincidencias. Y el hecho de que Emma me conozca…
-¿De quién hablas?
-De Lola, la pitonisa.