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-¿Estabas haciendo de veras un bizcocho? Eres un tesoro, Gabi. El hombrecillo y yo nos imaginamos exactamente eso. ¡Son los prodigios de las Musas, princesa! ¿Así que oíste el inconfundible ruido de los goznes de la puerta? Chirrían de puro viejos, la verdad, por más que los engrasemos.
-Alguien había entrado en la casa, Fredy. El corazón me dio un vuelco. ¡Ya está aquí!, pensé, mientras me frotaba las manos en el mandil. Me volví, esperando verte aparecer, pero no se oía nada. Sentí que estaba en peligro. Miré alrededor, buscando un objeto para defenderme, y avancé unos pasos. Tenía el corazón a mil. Miré el mueble que hay junto al tendedero, preguntándome si allí había algo que pudiese servirme de arma. Entonces recordé que guardas una pistola en el cajón de tu mesa. Pero no tenía tiempo para ir a buscarla. En la parte superior del mueble estaba la caja de herramientas. Podía coger una llave grande y pesada. En ese momento la mano me tapó la boca.
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-Le vi meterse en su coche y quedarse vigilando. Llamé a Jorge y le conté lo que había pasado. Me dijo que no me moviera de casa, que él lo arreglaría todo. Siempre se sale con la suya. Me sorprendió que incendiase el coche de Sullivan con ese chisme.
-¿Fue él quien puso la escucha telefónica en casa de Fredy?
-Sí, temía lo que Fredy pudiera descubrir, porque iba por libre y eso le parecía peligroso.
-¿Los polis no le preocupábamos?
-Confiaba en la labor encubridora de Barroso, gracias a la mediación de Emma... Jorge me dijo que su madre había hablado con Berger para que su grupo nos pegara delante de testigos por si el yanqui sobrevivía a la explosión.
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-Al comprobar que Moncada consultaba la hora por enésima vez, Beatriz le indicó que podía dejarnos a nosotros los trámites y ausentarse. Resultaba evidente que Jonathan no era la persona que buscábamos. Faltaban tres horas para que finalizase el plazo y Moncada prefería seguir removiendo la ciudad que quedarse allí a escuchar las lacrimógenas explicaciones de aquel niño de papá. De modo que aceptó sin rechistar el ofrecimiento y salió de la sala de reuniones.
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-Me pregunté por qué estaba tan tranquilo. Pensé que nos mataría a los dos. ¿Por qué no había tomado la precaución de ocultar su rostro? Sonreía. Llevaba un maletín. Sacó una cinta y una cuerda. Me amordazó, me ató a una silla… Y se acomodó. Parecía a gusto en tu asiento, Fredy. Observando la hispano-olivetti, el paquete de papel, el cenicero veneciano, los adornos, los libros y el manuscrito con la traducción de El testamento de François Villon. Tomó la Guía secreta de Baleares. Y miró durante un rato a la chica de la portada. Sonriendo, burlón. Luego me desnudó con la mirada. Había desprecio en sus ojos. Se levantó y me rozó la mejilla. Eres francamente hermosa, no me lo esperaba, la verdad, tu amiguito Fredy tiene un gusto inmejorable, dijo. Estaba muerta de miedo. Cerré los ojos y me puse a rezar. Él trajo una silla de la cocina y la puso a mi lado. Es para tu hombre, dijo. Tú eres una criatura adorable, sin duda, pero le quiero él. Aunque tú también morirás, como buena comparsa.
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-¿Cuándo enterraste el busto en el jardín?
-Al día siguiente. Jorge dijo que era una imprudencia, que debía tirarlo a un vertedero. Pero yo no podía hacer eso. ¡Necesitaba guardarlo!
-¿Te sentías orgulloso de haberla matado?
-Claro, cuando se me pasó el susto y empecé a darme cuenta de todo recuperé la confianza. Al volver de Chueca comí un poco y metí a Angelita en la bañera. Vacié en el agua varios botes de gel y froté el cuerpo con un cepillo. Se llenó todo de espuma. Fue divertido… Y erótico. Tuve una erección de caballo mientras la lavaba. Eso duró… Cerca de una hora. Estaba que me caía de sueño. La dejé en la bañera y me fui a dormir. Al rato pensé que debía poner algo encima del cadáver para que quedase sumergido. Miré por ahí hasta que se me ocurrió colocar la escultura de Napoleón que compró el viejo a un anticuario del Rastro. Casi es de tamaño natural, de madera maciza, y pesa lo suyo. Venía ideal porque la capa hace muy ancha la escultura y el cuerpo de Angelita no se podía escapar por los lados. Napoleón encajaba mejor boca abajo, así que me hizo gracia la postura. Un Napoleón de madera follándose a un cadáver en la bañera. Cuando me fui a dormir no paraba de pensar en ello.
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-Jonathan sonrió. Intercambié con Nerón un guiño de repulsión. La cinta del magnetófono hizo ¡clic! y se detuvo. Beatriz la extrajo, le dio la vuelta y volvió a encender el aparato. Sentí un escalofrío al percibir contra el muslo la vibración del móvil. Un mensaje. ¿Gabriela? Por desgracia no se trataba de una vibración breve. El aparato seguía sacudiéndose. Era una llamada. De Moncada. Hice un guiño a Bea y salí de la sala.
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-¿Le has partido la cara a otro reportero insidioso o te la han partido a ti?
-Escúchame, Fredy. De pronto en mi mente se ha proyectado un nombre. Detrás de los presentimientos que he tenido durante las últimas horas sólo puede haber una persona. ¡Gerhard Berger!
-¿Has puesto la sirena? ¿Adónde vas?
-A casa de Berger.
-Dudo que esté esperándote. ¿Has intentado llamarle?
-Su teléfono móvil está desconectado.
-¿Qué pasa con los agentes del GRICO? Se supone que ellos se encargan de vigilarle.
-Le han perdido la pista hace dos horas, en la calle Carretas. ¿Todo bien con el hijo de Bonnín?
-¡De maravilla! ¡Su historia es más edificante que las desventuras de Bolt!
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-Moncadita colgó sin despedirse. Volví a la sala de reuniones. Donde reinaba un silencio sólo interrumpido por los gorgoteos del Firstline 12000 CH. El mundo sigue como estaba, le dije a Bea con la mirada. Ella había interrumpido el interrogatorio. Se incorporó en el asiento con desgana. No hacía falta ser un lince para percatarse de lo cuesta arriba que le resultaba hurgar en la despiadada mente de ese pijo con vocación de psicópata que sólo tiene valor para decapitar inofensivos pajarillos. ¿Por qué enterraste el cadáver en el jardín de Castro?, pregunté, para dar un respiro a Bea. Jonathan se ruborizó.
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-Lo hizo Jorge. Me enteré cuando salió en la prensa. En el búnker estaba bien. Intentaba averiguar cómo embalsamarlo, igual que en Egipto. ¡Era mi trofeo! Jorge decía que era una locura. Una noche me dio un somnífero y lo hizo todo. Cuando le pregunté, no quiso contarme nada.
-¿Por qué escogió el jardín de Castro?
-Pensó que así alejaba de mí las sospechas y retiraba a Castro de la circulación.
-¿Cómo podía estar tan seguro de que el engaño iba a funcionar?
-Castro tenía fobia a que le encerrasen.
-¿Por qué contrataste los servicios de Securityforce?
-Jorge no quería que le diera el dinero que le había prestado Castro. Se me ocurrió contratar a la agencia con el pretexto de investigar los negocios del viejo para librarle de la deuda.
-¿Sabes quién allanó la casa de Angelita?
-Jorge. Estaba empeñado en recuperar el reloj y las joyas, pero no encontró nada.
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-Al comprobar que Beatriz se frotaba los ojos, visiblemente hastiada, opté por formular las últimas preguntas de rutina para finiquitar el interrogatorio. Jonathan no sabía nada respecto a las cuestiones pendientes. Las muertes de Sullivan y Castro eran un misterio para él. Su negativa resultaba creíble. Perdíamos el tiempo. Tras el protocolo de firmas, Bea y yo nos levantamos, llamamos a los agentes encargados de la custodia para que trasladasen al detenido y abandonamos la comisaría de un humor de perros. ¿Y ahora qué?, preguntó ella. Eché un vistazo al Lotus que me regaló Gabriela por mi último cumpleaños. Faltaba una hora y cuarto… No sé tú, pero yo me voy a casita a tumbarme un rato. Llevo demasiado tiempo con la cabeza como un bombo, dije. Los labios de Beatriz se curvaron en una expresión de reproche. ¿Vas a dejarme sola?, parecía decir su silencio enfurruñado.
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-¿Qué ganamos dando vueltas como marionetas, Bea? Ve a descansar. Lo que tenga que pasar pasará igual estemos aquí, en un coche patrulla o en El Cairo. Hemos hecho lo que hemos podido, ¿no crees? ¡Al infierno si hay otro muerto! ¿Por qué debemos sentirnos culpables?
-La gente espera más de nosotros. Somos el brazo de la ley.
-Ja, el brazo tonto, como dice Torrente.
-Tu humor no deja títere con cabeza. Deberías psicoanalizarte, Fredy.
-¡A buenas horas, mangas verdes! Anda, ven, tomemos una copa. La casa invita.
-No, gracias, tu humor ha terminado de deprimirme. Creo que seguiré tu consejo. Voy a por el perro.
-¡Rayos, Nerón, nos olvidamos de él! Estábamos tan asqueados que le hemos encerrado en esa apestosa sala de reuniones.
-Voy a rescatarle para que dulcifique mi triste existencia.
-¿Has vuelto a romper con Moncada?
-Lo nuestro es un culebrón por capítulos.
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-Bea es una víctima más de la pandemia moderna. El horror vacui. Mientras ella se alejaba, vencida por un peso inmaterial, me invadió la melancolía. Subí al Ford como un autómata y resoplé, tratando de enfocar algo en mi pensamiento. ¿Paraba en cualquier sitio para tomarme una jarra de cerveza o un Johnnie? La verdad era que necesitaba con urgencia una horizontalidad fructífera para aplacar las ansias que mordían mi alma. Entonces vi que habían dejado sobre una papelera un ejemplar del diario gratuito metro. Lo cogí, regresé al coche y me puse a leerlo. Echando de menos el cafecito y los churros que suelen secundar mi repaso a la prensa. Curiosamente era un ejemplar más que atrasado. Del 2009, nada menos. ¿O del 2008? El tiempo deja de tener sentido cuando se traspapela. La portada rezaba: <<LA COLA DEL PARO ASUSTA. El número de desempleados en España supera ya los tres millones: 3.128.936. Hay casi un millón más de personas buscando trabajo que hace un año>>. Gasol opositaba al All Star tras colar 33 puntos a los Warriors y capturar 18 rebotes. El futbolista del Manchester United Cristiano Ronaldo había destrozado su Ferrari contra el muro de un túnel, saliendo ileso del accidente. Un italiano de Ferrara, autor de la muerte de su mujer en el 2004, que en su momento fue absuelto y la ley impedía que volviese a ser juzgado, había confesado su crimen, alegando que <<la atmósfera de las fiestas navideñas me ha conmovido y tenía que quitarme este peso de la conciencia>>. Obama, que tomaría el timón de E.E.U.U. el día 20, se mostraba pesimista por la crisis durante su almuerzo de familia en la Casa Blanca con Jimmy Carter, Bush padre, Bill Clinton y Bush hijo, en una reunión entre ex presidentes histórica, que no se producía desde 1981. 1.200 inmigrantes en paro se habían acogido al Plan de Retorno Voluntario puesto en marcha por el gobierno dos meses atrás. El presidente francés Nicolas Sarkozy proponía moralizar y refundar el capitalismo. El PIB de la zona euro había entrado en recesión por primera vez desde su creación en 1999. La compraventa de la vivienda usada caía un 43 % respecto a 2007. En cuanto al tiempo, la ola de frío ya casi era emergencia, con una sensación térmica en la ciudad que alcanzaría hasta los 11 grados bajo cero, equiparando climatológicamente a Madrid con Noruega. No había ni rastro de la poesía de lo cotidiano. El italiano de Ferrara inspirado por el clima navideño que había confesado el asesinato de su mujer cometido cuatro años atrás no alcanzaba el listón… Me sobresalté al advertir la vibración del móvil. Sobre mis cejas se habían formado sendas cornisas en cuyos trazos podía leerse: bss, G. Pero tampoco en esta ocasión era Gabriela. Sino Moncada. ¿Nunca se daría por vencido ese hombre? Empiezo a entender por qué a Beatriz le resulta insoportable, aunque una parte de ella lo desee como marido.
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-¿Ha ido bien?
-Demasiado, diría yo. Está todo declarado y firmado, sin mediación de picapleitos. Tienes un lujo de asesinos. No olvides dar recuerdos de mi parte al vikingo nazi.
-No está aquí y sigue con el móvil apagado.
-Los del GRICO en la inopia, como de costumbre, ¿no?
-Amos está removiendo cielo y tierra para ver si aparece por algún sitio. Lo he declarado en busca y captura. Es nuestra última baza, Fredy.
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-Moncada colgó sin despedirse. Me quedé mirando la pantalla del móvil. ¿Por qué sentía de repente esos escalofríos? Algo no iba bien. Algo que me incumbía muy de cerca. Gabi… La idea pasó por mi cabeza como un relámpago. ¿Y si era ella la próxima víctima?