39

 

 

 

 

-Moncada está removiendo cielo y tierra para tratar de localizarla.

-Qué gentil es tu jefe, Bea. ¡Pero si la única referencia es el sótano!

-Lo lógico es pensar que dispone de otra casa en Madrid, destinada a vivienda.

-¿Habéis encontrado algo en los archivos de la Dirección General de la Policía?

-Imposible saber si está empadronada, si tiene carné de identidad o de conducir, propiedades inmobiliarias o antecedentes penales. He interrogado a la propietaria del sótano. Es una viuda entrada en años. Según recuerda, su marido le alquiló el sótano a Lola porque les unía cierta amistad y fue un acuerdo de palabra. Ella se conforma con recibir los pagos mensuales. Buscamos un fantasma…

 

***

 

-Ahora lo único que puedo hacer es quedarme aquí petrificado delante de la hispano-olivetti. ¡Sal de tu escondrijo! Estás detrás de la máquina de escribir. Te he visto haciéndome carantoñas.

-Me gusta espiarte mientras te entregas a tus pensamientos detectivescos. ¿Por qué no plasmas libremente la creación que fluye en tu interior?

-Eso aburriría a las ovejas.

-Prueba la escritura automática del surrealismo. Como decía Bretón: escribir deprisa sin tema preconcebido, lo bastante deprisa como para no retener y no sentirse tentado a releer. ¡Sacar a flote la literatura del inconsciente, evitando que sea estructurada por la razón!

-Quizá esté bien como catarsis psicológica, en el ámbito personal, pero una obra de esas características hoy en día no tiene ningún valor para el público. Hace mucho tiempo que el imaginario colectivo ha superado esa fase de la creación, llamémosla, oral, para emplear un término freudiano.

-Claro, ahora priman los trabajos de orfebrería.

-Más que de orfebrería, yo los llamaría de fábrica. Como la obra de ingeniería argumental de Ken Follett Un mundo sin fin. Sus propios personajes se hacen esa misma reflexión, que es un reflejo de lo que piensa el autor: no debe emprenderse ninguna conquista sin tener un plan previo que garantice la consecución de los objetivos. El plan que rige la puesta en escena de sus novelas es colosal. ¿No deja nada a la improvisación, a lo que le inspiren las musas durante el acto de poner negro sobre blanco ese plan meticulosamente trazado? Él, como buen maestro constructor, al igual que Merthin, el protagonista de Un mundo sin fin, lo deja todo atado y bien atado en los planos de su construcción. Hay un evidente paralelismo entre la torre de Kingsbridge que levanta Merthin, la más alta de Inglaterra en la época de marras, y la propia obra de Follett. Ambas obras responden al mismo afán constructor.

-El lector actual está demasiado acostumbrado a las edificaciones impresionantes. Los lectores de Un mundo sin fin tenían la idea preconcebida de que iban a encontrarse, como anunciaban los promotores de Follett, con un producto de características similares a Los pilares de la tierra, y se sintieron defraudados, porque en la segunda entrega Follett no consiguió repetir el vigor y la originalidad de la primera. Sin embargo la estructura argumental de Un mundo sin fin es si cabe más compleja y elaborada. Pero está desprovista del factor sorpresa. Los lectores se guiaban por Los pilares de la tierra y esperaban encontrar una torre mucho más alta. Lo cual es materialmente imposible. Si a Merthin, veinte años después de construir su torre de Kingsbridge, le ofreciesen los medios para hacer otra, apenas podría superar a la anterior. Pasa como en los efectos especiales de las películas. Cada vez son más retorcidos e impactantes, pero tienen un límite.

-Me da vértigo el mundo en el que vivimos.

-¡El plan, amigo! ¡Necesitas un plan!

-Empiezo a entender por qué se escriben tantas novelas de construcciones. Creo que en el futuro los escritores de éxito se verán obligados a cursar la carrera de arquitectura. Vivimos en la era de la novela ladrillo. Echaré un vistazo por ahí, a ver si encuentro aunque sea un curso de delineante por correspondencia. Como tú dices, lo importante es trazar un buen plan. Si no tienes nada más que añadir, te agradecería que me dejes tranquilo durante un rato. Estás invadiendo mi espacio vital e ignoro hasta qué punto puede beneficiarme eso. Te guste o no soy detective, un hombre con unas limitaciones y unas necesidades que cubrir, además de un conato de escritor. ¿Captas el mensaje, duendecillo?

 

***

 

-¿A dónde ha volado tu mente?

-A 1886. Tengo entre las manos la primera edición de Strange case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde, publicada por Longmans, Green & co. He olfateado sus páginas, como tengo por costumbre, haciendo que asperjen el aire. Y he palpado la textura algo arenosa de la portada, de un tono beige suave. El abogado Gabriel John Utterson ha echado a andar garbosamente, metido a investigador, para esclarecer la relación entre su viejo amigo, el Dr. Jekyll, y el Joker de Batman, es decir, Mr. Hyde. ¡Ah, bendito desdoblamiento de personalidad! La humanidad se habría perdido este maravilloso opúsculo literario si el pobre Stevenson no hubiese estado hecho polvo en el hospital, bajo los efectos del hongo cornezuelo del centeno, del que luego se extraería el LSD. ¡Los milagros de la conciencia alterada! Lanyon, otro de los personajes, se ha desprendido, como el pétalo de una margarita, de este ejemplar de la primera edición de 1886. Lanyon, el amigo de Utterson, que presenció la transformación de Jekyll en Hyde, provocándole un shock espiritual que le abocó a la muerte, aunque antes tuvo la gentileza de escribir una carta para legar a la posteridad el suceso extraordinario del que fue testigo. Qué múltiple empatía. Me siento poseído por las cuatro identidades. Soy al tiempo Hyde, Jekyll, Utterson y Lanyon. Fernando se ha apropiado de la personalidad de Hyde, el misántropo. Yo soy Jekyll. Pero al tiempo soy el abogado, Utterson, que va con la linterna, tratando de desvelar la verdad. Y Lanyon, porque tengo esa vocación de testigo de excepción que siente la necesidad de plasmar por escrito sus visiones… ¡Cielos, qué esquizofrenia!

 

***

 

-Rebusqué entre mis papeles en busca de un diario gratuito. Encontré el 20minutos. En la espalda del diario comprobé que lo editaba MULTIPRENSA Y MÁS S. L., que está radicada en la calle Condesa de Venadito número 1, lo cual queda por la calle Arturo Soria, si no recuerdo mal. Podía coger el coche y plantarme allí. Me daba pereza. Mejor marcaba el teléfono que aparece en la espalda del diario. Me contestó una voz femenina y desangelada. Lo sentimos, señor, pero no publicamos anuncios por palabras de particulares, dijo. Me ha quedado de perlas. Escucha: Busco a mi hermano gemelo Fernando, a quien conocí en el sótano.

-Es altamente improbable que Fernando lo lea, aunque salga en la portada de un periódico nacional. Si alguna vez tu hermano gemelo ha utilizado un periódico habrá sido para limpiarse el trasero.

-Eres tan desagradable como yo, hombrecillo. Me llaman. Es Gabriela. Bien está el inopinado cambio de tercio. Gabriela resucita los inspiradores efluvios de Mallorca. ¡Qué fácil es regodearse con las ensoñaciones de adolescente, resucitar mi paso por la carretera de Inca, junto a la chica de la portada, para ir a probar el vino de Binissalem, asistir a las romerías en la ermita de Santa Magdalena, zambullirme en el bullicioso dijous Bo, el gran mercado mallorquín, envidia de las ferias foráneas, y acabar la jornada regalando el paladar con tumbet frito y porcella rustida en un celler, una de esas bodegas añejas convertidas en restaurante!

 

***

 

-Emma tiene una hermana que vive en Madrid y se dedica a la quiromancia.

-¡Lo que faltaba! ¡Y yo fantaseando con la idea de una mujer que lleva una doble vida!

-Son mellizas.

-¿Has visto alguna foto?

-No, he vuelto a hablar con Emma. Le molestó que mencionase a su hermana. No se tratan desde que estuvieron enamoradas de Bonnín.

-¿Cómo?

-Las dos se enamoraron de Bonnín.

-Lo que hay que oír. ¿Y por eso se pelearon?

-Emma cree que Lola hizo un hechizo para alejar al judío de ella.

-¿Te ha dicho dónde vive?

-No lo sabe. Ni siquiera ha oído hablar del sótano.

-Miente.

-No me dio esa impresión.

-Buen trabajo, Gabi. ¡Esto es una bomba de relojería!

 

***

 

-Bajé a toda prisa por las escaleras, estuve a punto de derribar a Herminia, di un pescozón al hijo larguirucho y pecoso de Félix por cometer la osadía de preguntarme por Gabriela y entré en el bar más cercano, un garito de mala muerte donde venden bocatas de calamares a tres euros tan gomosos que se atascan en las muelas como tuercas en un tornillo. Necesitaba con urgencia una copa de Johnnie. En mi cerebro rechinaban seis letras. Al patinar por las autovías de mis dos neuronas. Empujadas por los soplidos de los neurotransmisores. Hasta que por fin quedaron enfiladas en el lector donde habitualmente se proyectan las ideas. Berger…

-¡El vikingo nazi! ¿Qué pasa con él?

-Fácil, hombrecillo. No es posible que desconozca el parentesco entre Emma y Lola. Además ha omitido su relación con Raquel Bonnín.

-¿Ibas a despellejarle vivo?

-Aparqué junto al coche patrulla y me acerqué al poli que estaba al volante. Le conocía de encuentros anteriores. Un fantoche sin dos dedos de frente que vive en plan cinematográfico, creyéndose el protagonista de Expediente X. Le acompañaba un joven lechoso y pecoso, de rostro acromegálico, seguramente recién salido de la Academia. El Cuerpo suele emplear a los novatos en tareas menores para que se desfoguen haciendo sus primeras prácticas de calle. El trabajo de campo es la asignatura pendiente de los recién licenciados. Un aspirante a policía puede ser sobre el papel un fuera de serie, pero de la teoría de la Academia a la realidad de la calle media mucho trecho. Los problemas cotidianos no se corresponden con los simulacros del adiestramiento. Me examiné en las enormes gafas de espejos del ejemplar poli-mosca. El pollo está en el nido, dijo el poli-mosca, bostezando, y por un momento temí que perteneciera a la familia tsé-tsé, de modo que me mantuve a una distancia prudencial, para que el agente transmisor no me contagiase la enfermedad del sueño. Recibido, voy a subir, corto y cambio, dije, llevándome la mano a la boca, como si hablase con un walkie talkie. El fantoche levantó el pulgar mientras el acromegálico lechoso y pecoso me miraba con expresión de sandio, intentando imaginarse la excitante vida de un detective privado. ¡Para abofetearles a ambos! Mientras aguardaba el ascensor, llamó Moncada.

 

***

 

-No damos con Jonathan.

-Fenómeno. Parecemos colegiales jugando a las cuatro esquinas. A una mezcla de escondite y pilla-pilla. Debiste detener hace tiempo a ese niño pijo trastornado para apretarle las clavijas.

-Estrada cree que detener al hijo de Bonnín sin pruebas sería anticonstitucional.

-¡Y una mierda! Teme que un buen picapleitos le defenestre de la judicatura. Ya va siendo hora de que ese juez carcamal instale sus jurásicas posaderas en la poltrona de la jubilación. La atmósfera de los juzgados sería más respirable. Estrada es un personaje kafkiano salido de El Proceso o El castillo.

-No hay tiempo para cuñas literario-publicitarias. ¿Dónde estás?

-En casa de Berger.

-Ve con pies de plomo.

-Tranqui, tengo las botas cargadas de munición.

-No podemos echar más aserrín sobre tus meadas fuera del tiesto.

-Mensaje recibido. Me he puesto una pinza de tender la ropa en el prepucio para mantener a raya la incontinencia. Es menos denigrante que los pañales.

-Habría sido mejor que te lo grapases.

-Lo he intentado, pero no me cabe el prepucio en la grapadora.

-Las de oficina no sirven para eso. Yo tengo una de tapicero en la que cabría el prepucio de un gorila.

-¡Cuando te lo propones eres la monda, Jesusín! Es la primera vez que el circunspecto inspector Moncada comparte mi retorcido sentido del humor. ¡A qué límites de degradación estamos llegando! Y eso que eres un votante pata negra del PP. No es de extrañar que la investigación del caso Bonnín vaya de mal en peor. Estoy delante de la puerta de Berger.

-Llama con los nudillos, a ver si le asustas.

-¿Sabes algo de Lola?

-Cero patatero. Esa mujer se ha esforzado en vivir clandestinamente. No hay apenas registros informáticos de ella, aunque los de Documentación siguen tirando del hilo.

-Como no corran encontrarán un cadáver. Oigo los pasos del injerto de nazi y vikingo avanzando hacia la puerta.

-¿Te has persignado?

-Van a franquearme la entrada al castillo.

-Imagino que llevas el bañador. A lo mejor Berger está de buenas y te invita a darte un chapuzón en el jacuzzi, o en la bañera, con la secadora al rojo como convidado de piedra.

 

***

 

-Corté la llamada al ver el rostro del alemán. ¡Dichosos los ojos!, dijo Berger. Menos guasa, camarada, pensé. Tomamos asiento en el vestíbulo de hotel de medio pelo. Mi anfitrión, plácidamente recostado en una butaca decimonónica, me escrutó sin molestarse en disimular su complacencia. Algo no iba bien en aquel teatro. Estaba perdiendo el tiempo, para variar. For a change, que dirían los de la pérfida Albión. Faltaban tres horas para que se cumpliera el plazo del anónimo. Y Berger se regodeaba con su fría cortesía. El camaleón de las mil caras. Le vi retreparse en el asiento al tiempo que se encendía un Cohiba. Era como la vaca de Nietzsche, que come y fuma la salchicha al tiempo, sentada en el tejado. El buen hombre vive regalado. Puede pagárselo. Los ojos apáticos del alemán parecían radiografiarme. Usted dirá, detective, me soltó. Decidí no andarme por las ramas. Por absurdo que pareciese, ahora el objetivo era salir de allí cuanto antes. Me pregunto si te follabas a Raquel Bonnín, disparé. Pero el impasible mastodonte no dio muestras de sorpresa. Tampoco de incomodidad. Pues sí, no creo que sea un desdoro para mí reconocerlo, dijo. La siguiente pregunta era una necedad infantil, pero decidí arriesgarme. ¿Puedo saber por qué razón lo hacías?, le dije. Berger se encogió de hombros, sonriendo, divertido. Y contraatacó: ¿Por qué se acuesta un hombre con una mujer? Soy un hombre con apetitos sexuales, como la mayoría, supongo. La mujer del financiero se me puso a tiro y yo me limité a desaguar. Así de sencillo. Claro, es perfectamente comprensible. Le pregunté qué relación tienen Emma y Lola. Berger entonó un ronroneo gatuno y sus pobladas cejas formaron una especie de visera para que la mirada condescendiente de sus ojos burlones me llegase con más nitidez. Son hermanas mellizas, en Mallorca todo el mundo lo sabe, dijo. Entonces imagino que el hecho de que no me lo mencionases debe cargarse a cuenta de la simpatía que te inspiro, repliqué. El alemán soltó una carcajada abrupta, que hizo retumbar su cavernosa caja torácica, antes de añadir: ¡En ningún momento me interrogó usted al respecto, señor detective!, levantando las manos teatralmente, como un colegial avieso mofándose de su maestro. Una humillación más. La enésima. Ese tipo es demencialmente perverso. Sádico y masoquista a partes iguales. Pobre imbécil, me escupieron sus ojos sardónicos, haciendo que me encogiese en el asiento. ¿Y ahora qué? Las fuerzas me habían abandonado. En fin, había que seguir adelante con la novela. Me despedí cordialmente de mi anfitrión y salí a la calle. El cronómetro no cesaba de correr. Podía sentir el tic-tac resonando en mis oídos. Pobre diablo. Me pregunté si era el ciclista escapado o uno de los perseguidores del pelotón.

-¡No seas majadero!

-Hombrecillo, no me gusta que te sientes en mi hombro izquierdo con las piernas colgando. Pareces un crío en un columpio. ¡Llévate al fondo del océano tus orejas de soplillo! Y tus rasgos simiescos. Y tu expresión melancólica y tus ojos negros, pequeños, ratoniles.

-¡Tú sí que eres una rata!

-Dejemos de discutir, anda. Siguiente parada: Valeria. No tardé en verme rodeado por las emanaciones del empalagoso Chanel, en el salón del hogar-museo. Donde desde luego no se oye la cisterna perdiendo agua, ni el abrumador ruido del motor del frigorífico que recuerda amedrentadoramente los bufidos de un viento huracanado. Valeria estaba bella y rozagante. Impresionaba con su modelito tirando a cárdeno que le quedaba de perlas, con las piernas cruzadas en la tijera del deseo, desnudas hasta la mitad del muslo. Y en el semblante ese aire que quizá era de ilusión. A saber qué puede ilusionar a esa fémina que lo tiene todo menos amor. Intercambiamos algunos coqueteos inevitables. Y me apresuré a virar al registro detectivesco, desenfundando el estilete. El tiempo apremiaba y los rodeos son para las plazas de toros. ¿Sabías que Jorge Dieter es hijo ilegítimo de Emma y tu padre?, disparé, y Valeria, tras un asomo de sobresalto, asintió, desviando la mirada. ¡Exquisita criatura! ¡Se vuelve un panecillo recién horneado cuando se azora!

 

***

 

-Me lo contó mamá hace años.

-¿Por qué no me lo dijiste?

-Me pareció tan despreciable la actitud de Mariano que preferí no torturarme recordándolo. Cuando me contaste lo que te había dicho la pitonisa, pensé que debía hablarte de Emma, aunque sin remover el pasado.

-Extraño pacto de silencio. Por eso la investigación va de mal en peor. Las personas implicadas parecéis sometidas a un exorcismo que os impide sinceraros. Cuando veías a esa mujer, ¿no te pasaba por la cabeza que había estado con tu padre, que tenía un hijo suyo? ¡Es imposible! Somos seres humanos, Valeria. Estamos condicionados por nuestras emociones.

-Hay emociones que pueden enterrarse.

-¡Esto es ridículo! Me contratas para que investigue el asesinato de tus padres y se te olvida decirme que uno de los principales sospechosos es hijo de tu viejo, ilegítimo y además repudiado. Mierda, no te pongas a llorar ahora, Valeria. Ya no queda tiempo para esas cosas… ¿Se puede saber qué hay entre tú y esa mujer? No hace falta ser Freud para darse cuenta de que no te deja indiferente.

 

***

 

-La vi titubear. Una pajarita fuera del nido, aterida de frío. O un pajarraco… Te he mentido respecto a ella, dijo, con la voz entrecortada, encorvándose hacia delante, con los brazos sobre el pecho, en una postura defensiva. Hubo una pausa. Estaba exhumando recuerdos que le dolían.

 

***

 

-Hace tiempo Mariano nos llevó a una fiesta. Mamá no pudo venir por sus problemas de salud. La mayoría de las veces faltaba a las reuniones de Mariano, pero Jonathan y yo íbamos porque a él le gustaba presumir de nosotros. ¿Me das un cigarrillo?

-Claro, mujer. Cuidado, que te vas a atragantar. No es bueno fumar con ansiedad.

-Gracias. Me caí en la piscina y me hice daño en la rodilla. Era un simple arañazo, pero se me llenó de sangre. Aunque el dueño de la casa tenía botiquín y me podían atender allí, Emma se empeñó en llevarme a su casa. Para curarte como es debido, dijo.

-¿Nadie se atrevió a rechistar?

-No, ni siquiera Mariano.

-¿Le tenía miedo o qué? Cuidado, que te quemas al apagar la colilla en el cenicero. Sigue, please.

-Fuimos a su extraña casa. Para entonces... Su voz, sus caricias. Me sentí hipnotizada. En el coche no había parado de tocarme, la mano, la rodilla y más arriba.

-¿Cuántos años tenías?

-Trece. En su casa me desnudó. Aquello me gustaba. Ver sus ojos fijos en mi cuerpo, deseándome. Sentir sus manos sobre mi piel, recorriéndome…

 

***

 

-Señaló la cajetilla de tabaco. Dadas las circunstancias me tomé el trabajo de encenderle otro cigarrillo. Y se lo puse entre los labios. Entre tanto en mi mente se abría paso un presentimiento que me desasosegaba. ¿Hizo lo mismo esa mujer con Gabriela? No es improbable, ¿no?

 

***

 

-¿No se lo contaste a nadie? Pero Mariano sabía lo que te esperaba cuando Emma te llevó a su casa…

-Sí.

-¿Le guardaste rencor? ¿Y a Emma? Entiendo. No hay una respuesta para esa pregunta. ¿Se repitió?

-No.

-¿Por?

 

***

 

-Valeria se sorbió ruidosamente la nariz. Un gesto que le he visto anteriormente. Infantil, de impotencia. Renunciaba a la coquetería, mostrando su faceta más vulnerable. Sus dedos tabletearon sobre los pliegues de la falda. Rumió la respuesta, contrita. De pronto me clavó la mirada. Habría hecho cualquier cosa que ella me pidiese, dijo… Me quedé de piedra. Como no exista el buen Jesús, rauda será nuestra caída... Tengo llamada.

-¿Moncada?

-No, Bea. Se ve que se turnan.

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