54
-Ese Yago Beltrán me pone enfermo, Fredy. Te juro que me dan ganas de volarle la tapa de los sesos. ¡Me da igual que me degraden a limpiabotas!
-¿Se metió en el garaje de tu casa?
-No, en el de la comisaría.
-¿Por qué no le detuvo el agente del GRICO? Esos pasmarotes sólo sirven de percha para su traje Armani. Se dedican a adoptar poses detrás de sus gafas de motero estilo Ángeles del infierno.
-Cuando veo a ese periodista la sangre me hierve en las venas. Nadie está a salvo de la rapacidad de ese pirata televisivo. No entiendo cómo le consideran algunos una especie de libertador. Ningún periodista informativo puede superar sus índices de audiencia. ¿Y cuál es su receta? Causticidad aderezada con descripciones morbosas que pretenden radiografiar la actualidad.
-Ahí le has dado, Jesús. Con esa pócima hechicera consigue que la opinión pública se involucre en sus cruzadas. Desde luego su aspecto es impresionante. Un metro noventa y cien kilos bien emperchados. Transmite virilidad. Su voz tonante intimida a los rivales dialécticos. Habla a hachazos, con frases cortas, impactantes.
-Sus entrevistas, a las nueve de la noche, a las que invita a personajes morbosamente relevantes que se dejan fusilar dialécticamente para aumentar su fama, se han institucionalizado entre las familias españolas, que las toman como disculpa para reunirse en torno al televisor.
-Más que entrevistas parecen un ajusticiamiento como los que en tiempos se llevaban a cabo en las plazas públicas.
-Llevaba uno de sus impecables trajes de Armani, como los del GRICO.
-Todos los trepas son iguales.
-El muy imbécil va y suelta una risotada. Me da en la nariz que eres un poli decente, inspector, o un poli gilipollas, que viene a ser lo mismo, me dice, con su cara de perdonavidas. Entonces abrí el coche, pero él no se dio por aludido. Tu amigo Sanders enterró el asunto, pero la cuenta está pendiente, me suelta. ¿Quién se habrá creído? Así que volví sobre mis pasos y me acerqué a él, ladeando la cabeza, como ofreciéndole cristianamente la mejilla, sin proferir palabra. Me miraba entre sorprendido y desafiante. Tienes un par de pelotas, ¿eh, inspector?, me dice. Lo que tengo es un montón de problemas, le digo yo, y él me suelta: En eso estamos de acuerdo. Me subí al coche y arranqué. Entonces va él y me suelta la frasecita de marras: ¡Cuarenta y ocho horas!, cuando yo enfilaba la rampa de salida. Hijoputa. Me llevé tal sorpresa que frené en seco.
-¿Cómo es posible que esté al corriente del anónimo? ¿De dónde diablos saca sus soplones?
-Te juro que no lo sé. Parece imposible. Ya sabes que yo protejo escrupulosamente la información reservada para evitar filtraciones.
-Desconfías de todo bicho viviente, me consta.
-¡La noticia del anónimo había quedado entre tú y yo, Fredy!
-¿Qué pasa con el agente del GRICO?
-Tendrías que haber visto a Yago Beltrán. ¡Se cree el rey del mambo! El puto amo. ¡Cuarenta y ocho horas, inspector, o España entera sabrá que la policía de este país no vale una mierda!, remachó, apuntándome con el dedo.
***
-¿Sabes que Gabriela se ha deslizado subrepticiamente en la buhardilla para llevarse algunos efectos personales? ¿Dónde andará metida? A lo mejor se aloja con el innombrable. Les imagino fornicando bíblica y salvajemente. Al estilo albanés. Como si preparasen uno de sus exóticos platos culinarios. Y tronchándose de risa a mi costa. A mandíbula batiente. Como hice yo mismo junto a ella en multitud de ocasiones. Era el preludio de nuestras apasionadas colisiones sexuales. Me desperté inusualmente temprano, a las nueve de la mañana. Cosa que rara vez sucede. Bostecé dos veces, puse a cocer tres alcachofas en la olla a presión que compró Gabriela, me senté en el sofá donde solía acomodarse la albanesa para pintar sus cuadros lúgubres y me puse a leer una torpe traducción de El testamento de François Villon. En seguida me fatigó la lectura. Hojeé unos folios en blanco marca Centauro. En mi mente se atropellaban escenas sexuales de creación propia, con Gabriela como coprotagonista, en los más variopintos escenarios. Al cabo de un rato los actos que habían sido perpetrados en la realidad desplazaron a las fantasías. Reviví el frenesí erótico que me invadía al contemplar los desnudos de Gabriela. Es extraña mi nueva faceta de voyeur. Estaba tan excitado que me masturbé. El orgasmo fue explosivo. Me hizo emitir un grito ahogado. Fui al cuarto de baño y me lavé a conciencia. Me desagrada el olor del semen solitario. Las alcachofas estaban listas. Me comí las tres sin rechistar. Como un buen chico. Aunque no me sabían a nada. Intenté recordar los versos de Neruda que me has recitado. En vano. Tengo una memoria fatal para eso. Pero las tres palabras clave se me han grabado a fuego en el recuerdo. Corazón, guerrero, cúpula. Cuando la última alcachofa bajaba por mi tracto digestivo, evoqué otra palabra. Erecto. Ésa me gusta en especial, me suena a miembro erecto y a homo erectus. ¡Hoy escucharé los dictados de mi corazón, me convertiré en guerrero erecto y haré un pedazo de cúpula sobre vuestras molleras que os vais a enterar!, dije, en tono amenazador. Luego me vestí. Introduje la Beretta en la funda de tela y salí a la calle. Me tentaba entrar en un bar para tomar café solo y churros. Pero las alcachofas de Neruda me habían quitado las ganas. Hoy ni siquiera me apetecía echar un vistazo a los diarios gratuitos. ¡Que se lleven sus noticias al fondo del océano, junto a esas perlas que contienen la poesía de lo cotidiano que de pascuas a ramos logro entresacar de entre sus páginas! No merece la pena. Hoy en día la lírica está en las alcachofas. Bueno, al parecer siempre lo estuvo, a juzgar por la Oda a la alcachofa de Pablo Neruda. He de reconocerte, hombrecillo, que te gastas un humor retorcido para tomarme el pelo. ¿Por qué se me hacía tan cuesta arriba afrontar la rutina de esta nueva jornada? Ante las puertas de la comisaría se había apostado un destacamento de periodistas. Los agentes del GRICO concedían entrevistas a diestro y siniestro, como astros del balompié. No tardé en enterarme de que el viejo Amos Sanders la ha emprendido a golpes con un grupo de reporteros, dando más carnaza a la campaña difamatoria de Yago Beltrán. Todo marcha sobre ruedas. El Director General amenaza con medidas disciplinarias, la Delegada del Gobierno se lava las manos como Pilatos y nadie apoya al equipo de investigación. La sala de reuniones, nuestro cuartel general, se ha convertido en un purgatorio donde tratamos de aliviar, con la banda sonora de los ronquidos del aparato Firstline 12000 CH, la impotencia que nos atenaza. Los otros dos artefactos domésticos también han optado por darnos la espalda. La pequeña radio del año catapún sintoniza con interferencias y la cafetera ha dicho hasta aquí hemos llegado con un agonizante gorgoteo, derramando sobre la mesa su postrera infusión de cafeto. ¿Cuántas horas faltan para que expire el plazo? A estas alturas de la película incluso ese dato se antoja intrascendente. Pero, una vez agotado el crédito profesional, otro muerto podría malograr definitivamente nuestras carreras. Yo asisto a este drama de barrio entre perplejo y afligido. También mi prestigio, si alguna vez lo tuve, está en entredicho.
***
-Estás metido en el ajo hasta las cejas, Fredy.
-No te pongas tremendista, Álex.
-¿Por qué sigues siendo el receptor de los anónimos?
-Yo he cumplido el encargo de Valeria: encontrar al asesino de sus padres.
-¿No te das cuenta? El asesino te desafía personalmente, desligándote de nosotros, tus colegas policiales. Cuando analizamos la última entrega de este thriller por capítulos se nos cayó el mundo encima. No es moco de pavo saber que el auténtico psicópata sigue libre, campando por ahí a sus anchas. Trazos marcados con saña, de su puño y letra. Quien quiera que sea, se siente muy seguro de su superioridad.
-¿Cómo se las pudo componer Jonathan para despistar a la patrulla, dormir al agente del GRICO y meter el anónimo en mi buzón?
-Nos da esquinazo cuando le da la gana.
-Debimos presionar a Estrada para que dicte la prisión preventiva.
-Habría dado igual. El peso del apellido Bonnín y los abogados de Jonathan hacen que ese carcamal se eche a temblar.
-Hemos desenfocado el objetivo. Me he pasado la noche pensando en ello.
-Recuerda lo que reza el manual del buen policía: Mantener una distancia emocional respecto a los sujetos y situaciones sometidos a las pesquisas para tener en todo momento una visión imparcial de los hechos.
-Lo sé, una máxima sabia donde las haya. Es una de las primeras enseñanzas que recibimos en la Academia. Lo digo en serio, Álex. Quizá no sea la persona que estamos buscando.
-El hijo de Bonnín no puede estar al margen. Es probable que matara a Angelita, aunque no tengamos pruebas que le incriminen. Y que enterrase el cadáver en el jardín de Castro. Encaja en el perfil de individuo celoso.
-¡Los peritos y vuestras deformaciones profesionales! ¡Pretendes explicar lo divino y lo humano con tus perfiles psicológicos, como si fuesen una panacea universal!
-Funcionan…
-¿Por qué se fugó Castro?
-Era un tipo aprensivo. Tenía muchas cartas a su favor para ser enchironado. Y quizá temía que si le atrapábamos saliera a la luz la historia de la violación. Hace años Castro fue demandado por los padres de un niño de once años. Le acusaban de abusar sexualmente de su hijo. Los padres retiraron los cargos antes de que se celebrase el juicio. Imagino que hubo una compensación económica.
-¿Quién llevó el caso?
-Barroso.
-Ay, la virgen. Bueno, tal vez Castro pensó que antes o después daríamos con el verdadero asesino y nos olvidaríamos de él. Pero Dieter no pudo estar al margen de los manejos de su amante. Si Jonathan mató a Angelita y la enterró en el jardín de Castro lo lógico es que le ayudase. Incluso pudo ocurrírsele la idea a él. No creo que Jonathan conociera la casa del ex coronel.
-Desde luego, pero Dieter es una tumba al respecto.
-¿Dónde está ahora Jonathan?
-Paseando por la Casa de Campo, según la última comunicación de los patrulleros.
-No lo entiendo, hay un ochenta por ciento de posibilidades de que ese muchacho sea un asesino en serie y la ley nos obliga a montar un ejército a su alrededor para impedir que vuelva a matar. ¿No sería más sensato detenerle hasta que encontremos las pruebas o al verdadero culpable?
-Es imposible que se deshaga de nosotros. Hay un helicóptero sobrevolando la zona, diez agentes del GRICO apostados por los alrededores y cuatro coches patrulla.
-Sigo pensando que damos palos de ciego, Álex.
***
-Les he manipulado desde el primer momento, mi querido alter ego en efigie. Saltan a la comba de mis caprichos. Caen en mis celadas una y otra vez. Su estrecho umbral perceptivo sólo distingue el universo táctil que yo pongo ante su mirada miope y desenfocada. Las branquias de sus cerebros respiran la realidad que yo plasmo. Son incapaces de ir más allá de la maraña de hechos aparentes. Se traban con torpeza de bebé. Es estimulante mi juego de la muerte. Soy un maestro de ceremonias oficiando el más perverso entretenimiento.
-Sin embargo parece imposible que tu capacidad hacedora de conjuros no tropiece con la fatalidad en algún momento. ¿Cómo lograrás sortearla?
-Sólo hay una respuesta. Tengo estrella. He venido a este mundo para triunfar. Una fuerza desconocida bendice los actos de mi voluntad, me secunda en cada emboscada. El azar se siente seducido por las ingeniosas intrigas que encubren mis crímenes. Tejo una placenta de confusión bajo el mundo visible. Un submundo de sangre y marionetas.
-Sin duda estás componiendo tu obra maestra.
-Con la que sueño desde hace tanto tiempo. Ha llegado el momento de la realización. Todo me es propicio. Incluso los espectadores que presencian la función están a la altura. Principalmente Fredy, mi fuente de inspiración.
-A quien dedicas tu sofisticada obra de ingeniería criminal, puesta en escena para cautivarle.
-Una obra que supera con creces la de Adam Taylor, El beso del escorpión. El acto final será aún más brillante, con un actor pasivo de excepción, tomado del mismo patio de butacas, en un malabarismo teatral que transforma al espectador en protagonista.
-Naturalmente su participación le costará la vida.
-A menos que la fatalidad me reserve una sorpresa en el epílogo, como ocurre en El beso del escorpión…